miércoles, 5 de febrero de 2014

Responsabilidad de Alemania en Europa

RESPONSABILIDAD DE ALEMANIA EN EUROPA Ha pasado una semana desde las elecciones generales en Alemania y las negociaciones entre la Unión Cristiano Demócrata –CDU/CSU- y el Partido Social Demócrata –SPD- para formar un Gobierno de coalición marcan el paso. Este último no tiene prisas y su Presidente, Signar Gabriel, ha afirmado que pueden durar semanas, si no meses. Es consciente de que no es suficientemente fuerte para imponer su programa, pero que, con un poco de habilidad y paciencia, podría condicionar el del Gobierno, si logra que la CDU acepte algunas de sus condiciones. Quien no parece estar conforme con este ritmo de “andante maestoso” es el Presidente de la República Federal, Joachim Gauck, quien se ha mostrado preocupado por la intención de los negociadores del SPD de presionar a Ángela Merkel, alargando las discusiones y los regateos sobre cuestiones ancilares, como la distribución de carteras ministeriales o el eventual apoyo de la CDU a la candidatura del socialdemócrata Martin Schülz a la presidencia de la Comisión Europea. En una actuación sin precedentes, Gauck se ha entrevistado con dirigentes de los cuatro partidos representados en el Parlamento para instarles a que acuerden cuanto antes la formación de un Gobierno. Divergencias y convergencias entre la CDU y el SPD Las diferencias entre la CDU y el SPD no son muy amplias y radican fundamentalmente en aspectos socio-económicos de carácter interno. Los socialdemócratas no son tan adictos a la austeridad y propugnan una política de mayor expansión y de aumento del gasto doméstico, y no excluyen la subida o la redistribución de impuestos. En el ámbito de la política europea, los únicos puntos que figuraban en su programa eran la creación de un organismo bancario europeo financiado por los propios bancos y el establecimiento de una tasa sobre las transacciones financieras internacionales, propuestas que, en principio, resultan aceptables para los cristianodemócratas. Desde la oposición apoyaron la política de Merkel en materia de rescates de los países europeos en apuros y sus exigencias de control del gasto público, de disminución de la deuda y de reformas estructurales. Son partidarios de favorecer el crecimiento y flexibilizar la actitud hacia los Estados del sur de la Unión Europea –UE- por lo que su entrada en el Gobierno suavizaría la imposición de medidas demasiado restrictivas a dichos Estados y facilitaría una mayor flexibilidad. Aunque respaldan el desarrollo de una unión bancaria, son contrarios a la financiación directa de los bancos por el Mecanismo Europeo de Estabilidad y a la compra de deuda por el Banco Central Europeo. Apoyan sin excesivo entusiasmo la emisión conjunta de deuda mediante “eurobonos” y la mutualización de la misma, a lo que se opone de forma categórica la CDU. El Gobierno alemán ha arrastrado los pies a la hora de crear la Unión Bancaria y tratado de excluir del control comunitario sus bancos locales, en los que ha inyectado ingentes sumas de dinero público y sobre los que reina la más absoluta opacidad. Los alemanes tienen una memoria corta, pues han olvidado que, tras la II Guerra Mundial, su país estuvo a punto de la bancarrota con una deuda de 38.000 millones de marcos, y un grupo de Estados –dirigidos por las antiguas potencias ocupantes Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos- adoptó en 1953 el Acuerdo de Londres, por el que se condonó el 62.2% de esa deuda y se fijó un calendario escalonado para el pago del 37.8% restante. Entre los miembros del grupo se encontraban España, Italia, Portugal, Grecia e Irlanda, a los que Alemania ha tratado con escasa consideración. Cualquiera que sea la composición final del Gobierno, no parece que se vayan a producir muchos cambios en su política europea. Continuidad de la política europea de Alemania Según el “think tank” “Open Europe”, la posición alemana esta condicionada por la experiencia del país, con sus reformas estructurales, el temor la inflación y el amplio apoyo de su opinión pública a la política de austeridad. Existe, por otra parte, una quiebra entre las expectativas que tienen los europeos sobre un rol más constructivo que deba de asumir Alemania y su capacidad para cumplir con estas expectativas. El país da por supuesto su europeismo y –como ha señalado Merkel- los resultados de las elecciones han supuesto una fuerte apuesta de los alemanes por una Europa unida, ”importante para nosotros no sólo desde el punto de vista económico, sino también como sociedad de valores”. La Canciller no dispone de un proyecto ilusionante para el desarrollo de la UE y practica una política pragmática a ras de tierra. Ante el debilitamiento de Francia -uno de los motores, junto con Alemania, del proceso integrador-, las crisis de Italia y de España, y el creciente distanciamiento del Reino Unido, es posible que el Gobierno alemán modere su tradicional voluntad de desarrollar la Unión y adopte una actitud de compromiso con Gran Bretaña, que está intentando limitar las competencias de la Comisión Europea. El 50% de los germanos cree que se deberían pasar poderes del nivel comunitario al nacional y, si a ello se suma el miedo a una posible retirada británica, el Gobierno podría disponerse a negociar una repatriación de competencias para mantener a los británicos a bordo de la nave europea, y complacer a la vez a los socios holandeses y escandinavos. David Cameron se muestra crecido y ha afirmado recientemente que “algunos nos decían que si vetábamos el pacto fiscal y presionábamos para recortar el presupuesto de la UE nunca tendríamos aliados en Europa, pero hemos demostrado que estaban equivocados. Haciendo esto hemos ganado respeto y aliados, y recuperado competencias. Eso es lo que haremos hasta el final: seguir reclamando poderes y dar la voz al pueblo británico en un referéndum. Será una decisión vuestra: dentro o fuera”. Papel político de Alemania en Europa No deja de tener cierto fundamento la afirmación un tanto tópica de que Alemania es un gigante económico y un enano político. Quizás por complejos del reciente pasado, ha preferido mantener un perfil bajo en los tema de política internacional, pero últimamente –“malgré elle”- ha visto aumentado su protagonismo político, a pesar de mantener una actitud ambigua y poco comprometida en conflictos como los de Irak, Palestina, Libia o Siria, o en la participación en operaciones de la ONU al servicio de la paz. El Presidente Gauck ha puesto el dedo en la llaga con ocasión de la celebración el pasado día 3 de la Fiesta de la Unidad Alemana. Ha propinado un severo rapapolvos a Ángela Merkel y hecho una advertencia a su futuro Gobierno al afirmar:”Nuestro país no es una isla. No debemos hacernos la ilusión de que podemos quedar al margen de conflictos políticos o económicos, de problemas ecológicos o militares, sin formar parte de una solución. No me gusta imaginar que Alemania se engrandezca para tutelar a otros o se empequeñezca para evitar los riesgos que supone la solidaridad”. Y añadió: “Un país que se considera a sí mismo como parte de un todo no puede plantearse su papel desde la defensa de nosotros, los alemanes, ni desde la desconfianza a los países vecinos”. Concluyó señalando que, precisamente por considerarse con legitimidad para ocupar un puesto de miembro permanente del Consejo de Seguridad, Alemania debería plantearse qué papel está dispuesta a asumir en las crisis en regiones lejanas y si la dimensión de su compromiso se corresponde con dicho papel. La alta autoridad moral de Gauck realza aún más la pertinencia de su aguda percepción de la realidad política alemana. Supone un toque de atención para el futuro Gobierno de Merkel, que debería seguir los consejos de Jürgen Habermas de que tome sus decisiones en defensa del interés común europeo y no sólo de su interés nacional. Se trata, en definitiva, de que acepte la famosa recomendación de Thomas Mann sobre la conveniencia de forjar una “Alemania europea”, en vez de una “Europa alemana”. Madrid, 7-X-13

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