miércoles, 5 de febrero de 2014
¿Ha llegado la hora de intervenir en Siria?
¿HA LLEGADO LA HORA DE INTERVENIR EN SIRIA?
Aún fresca la tinta virtual de mi último artículo, asistí el pasado día 6 al debate del Real Instituto Elcano sobre el sugerente tema de “Siria:¿Llegó el momento de intervenir?”. Moderado por el Profesor Felipe Sahagún, participaron en él la periodista de “El País” Ángeles Espinosa y los analistas políticos Félix Arteaga, Haizam Amirah Fernández y Jesús Núñez. Las conclusiones del mismo no pudieron ser más descorazonadoras: la intervención de Estados Unidos parece inevitable y no va a contribuir a que finalice la guerra civil siria –“guerra contra civiles” la llamó acertadamente Fernández-, ni a facilitar la paz. No se ve una solución.
Carácter autocrático y capacidad desestabilizadora del régimen sirio
Hubo acuerdo en calificar de aberrante al régimen de Bashar al-Asad y en destacar las peculiares características de Siria y su capacidad perturbadora. El Gobierno del heredero republicano del déspota Hafez al-Asad es dictatorial, policíaco, sectario, opaco, oportunista y manipulador. Su principal y casi único objetivo es perpetuarse en el poder a cualquier precio, aún a costa de destruir el país y exterminar parte de su población. Esta voluntad decidida de aferrarse al poder refuerza la posición de al-Asad frente a una oposición heterogénea, descoordinada y con intereses dispares, cuando no enfrentados, de sus componentes. Pese al reducido tamaño y la falta de cohesión de un país en el que la minoría alauita se impone por la fuerza a la mayoría sunita –con la complicidad pasiva de las minoría étnicas y religiosas-, Siria ocupa una posición clave en Oriente Medio y puede desestabilizar a los demás Estados de la región, especialmente a Líbano, Irak, Jordania y Palestina. Asad es consciente de ello y ha bravuconeado recientemente en una entrevista a “LeFigaro”, en la que advirtió que un ataque a su país equivaldría a acercar a un polvorín una cerilla, que haría saltar por los aires a todo el Oriente Medio. Tras los resultados negativos iniciales en la confrontación, se siente fuerte militarmente, con el apoyo de Irán y la implicación directa de Hizbullah –que ha provocado un vuelco de la situación en la zona de Homs-, y políticamente con el respaldo de Rusia, China, Líbano e Irak. En el plano interno, cuenta con la simpatía o neutralidad- de kurdos, cristianos y drusos, que reciben un trato razonable y temen el acceso al poder de los islamistas radicales sunitas inspirados por Al-Qaeda. También Estados Unidos y los países occidentales están preocupados por que los yihadistas fundamentalistas puedan ocupar el vacío dejado por un eventual derrocamiento del Presidente sirio, quien saca pecho y amenaza: “Yo o el caos”.
El cazador cazado
Barak Obama había seguido una política de gradual salida del avispero del Oriente Medio, con la retirada de las tropas norteamericanas de Irak y Afganistán, y la adopción de una actitud cautelosa para no verse involucrado más de lo estrictamente necesario en la región, por lo que no había reaccionado ante las atrocidades cometidas por Asad contra su pueblo. Fijó tan sólo una “línea roja” –el uso de armas químicas- cuyo cruce no toleraría, previendo que el Gobierno sirio no se atrevería a cruzarla. Ahora ha caído en su propia trampa y se ve forzado a intervenir sin quererlo, con lo que su anunciada intervención –con su falta de convicción y el escaso de apoyo de sus tradicionales aliados y de su opinión pública- parece abocada al fracaso. Hay mucho de hipocresía en la fijación de los límites de las “líneas rojas”. Asad puede machacar a la población civil con ataques aéreos y uso de armas pesadas y de bombas incendiarias o de racimo, y provocar 110.000 muertos, cientos de miles de heridos, dos millones de refugiados y cinco millones de desplazados internos, sin que la sensibilidad de la comunidad internacional y del Premio Nóbel de la Paz se sienta afectada, pero si utiliza gases que causan un millar de muertos, se encienden entonces las alarmas y se justifica la intervención armada. La comunidad internacional no debe, por supuesto, tolerar el uso de armas químicas prohibidas, pero tampoco debería haber consentido la utilización durante más de dos años de armas llamadas convencionales, que están provocando el asesinato masivo de la población siria. Sus miembros, sin embargo, sí pueden hacerlo, siempre que no crucen las “líneas rojas” fijadas por los auto-nombrados vigilantes del orden internacional. La ONU debería haber intervenido ya, pese al obstruccionismo aplicado en el Consejo de Seguridad (CS) por Rusia y China, con el uso y abuso del derecho de veto. El empleo de armamento prohibido por el Protocolo de Ginebra de 1923 sobre armas químicas y por la Convención de París de 1993 sobre la prohibición del desarrollo, producción, almacenaje y uso de armas químicas y su destrucción –que sólo Siria y otros cuatro Estados no han firmado hasta ahora- es un motivo más que suficiente para volver a plantear el tema ante el Consejo cuando se publique el informe de los inspectores de la ONU, reabrir un debate que lleve a la conclusión de la responsabilidad del Gobierno sirio –de la que estoy personalmente convencido-, enfrentar a Rusia y a China con la responsabilidad de recurrir a un veto injusto e injustificado, y tomar las medidas oportunas para poner fin por motivos humanitarios a las matanzas de civiles, incluso sin el respaldo formal del CS en el caso de que se produjera algún veto. El problema es que hay pocos Estados que estén dispuestos a actuar, debido al desprestigio de las intervenciones humanitarias ante la opinión pública mundial, por su escasa eficacia y el saldo negativo en el binomio coste-beneficio, como han puesto de manifiesto los fiascos de Irak, Afganistán y Libia.
Actitudes de los Estados hacia una probable intervención
La Liga Árabe se ha limitado a condenas platónicas y apelaciones etéreas a la actuación de la ONU, la OTAN se ha puesto de perfil, y a la Unión Europea le ha costado trabajo acordar una posición común. Su Presidente, Herman Van Rompuy, ha declarado –de forma poco acertada- que en los países europeos había diferencias entre los que querían participar en los ataques a Siria –sólo Francia- y los que no querían. No obstante, cuatro Estados comunitarios –España, Francia, Gran Bretaña e Italia- se han sumado a otros siete países miembros del G-20 para adoptar un comunicado conjunto que condena las agresiones químicas, y hace un llamamiento a “dar una fuerte respuesta internacional a esta grave violación de las normas” y a lanzar un “claro mensaje para que esta atrocidad no se vuelva a repetir”. Critica la parálisis producida en la actuación del CS y afirma que “el mundo no puede esperar a inacabables y fallidos procesos, que sólo pueden aumentar el sufrimiento en Siria y la inestabilidad en la región”. Alemania ha suscrito con posterioridad el comunicado. Un portavoz de la Casa Blanca ha afirmado que esta declaración señala a Asad como el responsable de los bombardeos y supone un “respaldo implícito” a un ataque militar a Siria, mientras que fuentes del Gobierno español han señalado que no se trata de un aval al ataque, sino de una exigencia a la ONU para que dé una respuesta firme a la violación y no quede impune el uso de armas químicas. La UE ha acordado finalmente pedir una respuesta clara y contundente al uso de estas armas y –aunque que hay claros elementos que apuntan a la responsabilidad del Gobierno de al-Asad- solicita que se publique antes el informe de los inspectores de la ONU, a cuyo CS exige que cumpla con su obligación.
Respaldado por su autoridad moral, el Papa Francisco ha instado a evitar una inútil masacre en Siria y a encontrar una solución pacifica al conflicto a través del diálogo y la negociación. Esto resulta perfecto desde el punto de vista ético, pero la cuestión radica en que –tras más de dos años de masacres que han sido útiles para el Gobierno sirio- difícilmente cabe esperar que el carnicero Al-Asad se siente de buena fe en la mesa de negociaciones de Ginebra-2, para buscar una solución pacífica al conflicto por él provocado. Todos estamos de acuerdo en que el problema no se puede resolver por la vía militar y que hay que encontrar una solución política, pero ¿quién le pone el cascabel al gato-tigre del Presidente sirio?.
Madrid, 9-IX-13
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