sábado, 7 de marzo de 2015

Primera reacción al discurso inaugural de Felipe VI

PRIMERA REACCIÓN AL DISCURSO INAUGURAL DE FELIPE VI En una ceremonia sobria y solemne a la vez, Felipe VI inició el 19 de Junio su andadura como Rey de España con un discurso a la Nación que ha sido calificado de “ejemplar” y “memorable, y bien recibido por la sociedad española y por su clase política. Sólo Izquierda Unida –que ha cometido la descortesía con el Jefe del Estado y con la ciudadanía española de ausentar a sus diputados del acto-, la extrema izquierda y los nacionalistas radicales han criticado, no ya las palabras del Rey, sino el simple hecho de su entronización. Rompiendo con la histórica aceptación de la Monarquía por Santiago Carrillo, Cayo Lara ha dado suelta a la furia antimonárquica de su partido y exigido la inmediata celebración de un referéndum para escoger entre la República –que identifica con la democracia- y la Monarquía, con el paupérrimo argumento de que la Constitución no fue votada por las nuevas generaciones. Sobrepasado a la izquierda por “PODEMOS”, ha caído en la tentación del asambleismo y de la demagogia populista, y de la traslación de la democracia a la calle. Según su razonamiento, España tendría que estar en permanente estado de referéndum para votar de nuevo los Códigos Civil, Penal o Mercantil, y la normativa que ha regulado la vida del país desde hace muchos años. Esbozo del programa del Rey Felipe VI inició su discurso con un merecido homenaje de gratitud y respeto a su padre, Juan Carlos I, que ha cumplido su compromiso de “ser el Rey de todos los españoles”, a los que convocó a “un gran proyecto de concordia nacional, que ha dado lugar a los mejores años de nuestra Historia contemporánea”, pues “abrió camino a la democracia, al entendimiento entre los españoles y a su convivencia en libertad”. Asimismo agradeció a su madre, la Reina Sofía, “toda una vida de trabajo impecable al servicio de los españoles”, y destacó de ella su dedicación y lealtad al Rey, su dignidad y su sentido de la responsabilidad. Esta alabanza, ovacionada por la Cámara, supone a contrario sensu una velada crítica a su progenitor, que no siempre ha tratado a su consorte con el debido respeto. Anunció el inicio del reinado de un Rey constitucional, dispuesto a escuchar, comprender, advertir, aconsejar y defender siempre los intereses generales, en “una Monarquía renovada para un tiempo nuevo”, y expresó su confianza en lograr, con su trabajo y esfuerzo de cada día, que los españoles se sientan orgullosos de su nuevo Rey. Lejanía de los ciudadanos y corrupción En un atinado artículo sobre “La oportunidad de Felipe VI” publicado en “El Mundo”, el profesor Alfonso Pinilla ha identificado como vicios de la democracia española actual el alejamiento de las instituciones de la ciudadanía –cuya pluralidad no se refleja en las Cortes-, la corrupción de la clase política –que antepone sus intereses particulares al bien común-, la confusión de poderes y el condicionamiento del poder judicial por el ejecutivo, y la fragmentación de España por las tensiones de los separatismos catalán y vasco. Estos defectos se interrelacionan, pues “la corrupción campa a sus anchas gracias a la inexistente separación de poderes, mientras la fragmentación se consolida porque la injusta ley electoral permite que las llaves de la Moncloa pendan del llavero nacionalista”, al necesitar a menudo los partidos ganadores su apoyo para poder gobernar. No sé si el flamante monarca ha leído este artículo, pero ha dado en su discurso cumplida respuesta a sus planteamientos. Felipe VI ha expresado su deseo de que los ciudadanos recuperen y mantengan la confianza en las instituciones y en una sociedad “basada en el civismo y la tolerancia, en la honestidad y en el rigor”. El Rey es el primero que ha de dar ejemplo y la Corona debe “velar por la dignidad de las instituciones, preservar su prestigio y observar una conducta íntegra, honesta y transparente”, porque “sólo de esa manera se hará acreedora de la autoridad moral necesaria para el ejercicio de sus funciones”. Los ciudadanos demandan con toda razón “que los principios morales y éticos inspiren -y la ejemplaridad presida- nuestra vida pública”, y el Rey tiene que ser, “no sólo un referente, sino también un servidor de esa justa y legítima exigencia de los ciudadanos”. A diferencia de un abúlico Gobierno y de unos desprestigiados partidos políticos, Felipe VI ha tenido el valor de hacer autocrítica, pero está por ver si uno y otros se dan por aludidos y se deciden a hacer frente a la corrupción que prevalece en sus filas y a llevar a cabo la indispensable regeneración ética de la política. El Rey aspira además a una España “en la que se puedan alcanzar acuerdos entre las fuerzas políticas sobre las materias y en los momentos en que así lo aconseje el interés general”, y éste es uno de esos momentos. Los partidos políticos, sin embargo, no tienen suficiente altura de miras, ven en el adversario un enemigo al que no hay que dar cuartel y prefieren formar alianzas de perdedores para negar el ejercicio del poder a quienes han sido preferidos por los ciudadanos. La posibilidad de una grosse koalition como en Alemania o en muchos otros países de la Unión Europea es considerada nefanda en la praxis política española. Confusión de poderes y fragmentación del Estado El Rey se ha comprometido a respetar el principio de separación de poderes. Si Montesquieu ha muerto -Alfonso Guerra dixit –, hay que resucitarlo de inmediato. Ha prometido cumplir las leyes aprobadas por las Cortes, colaborar con el Gobierno y “respetar en todo momento la independencia del Poder Judicial”. Es una declaración significativa ante el posible procesamiento de su cuñado, Iñaki Urdangarín, y de su hermana, la Infanta Cristina. Esperemos que se cumpla la afirmación de su padre de que todos los ciudadanos son iguales ante la Justicia. Felipe VI ha expresado su fe en la unidad de España, que no es uniformidad sino diversidad, amparada en la Constitución, que protege a todos sus pueblos y a sus culturas, tradiciones, lenguas e instituciones. En esta España unida y diversa,”basada en la igualdad de los españoles, en la solidaridad entre sus pueblos y en el respeto a la ley, cabemos todos”. Caben todos los sentimientos, sensibilidades y formas de sentirse español, porque los sentimientos “no deben nunca enfrentar, dividir o excluir, sino comprender y respetar, convivir y compartir”. En los nacionalismos secesionistas, no obstante, la visceralidad prevalece sobre la racionalidad. “Somos –concluyó el Rey- una gran Nación”, forjada a lo largo de siglos de Historia por el trabajo compartido de millones de personas de todos los lugares de nuestro territorio, con “un proyecto integrador, sentido y compartido por todos, que mira hacia el futuro”. Las oportunas palabras reales han sido mal acogidas por los Presidentes de las Comunidades Catalana y Vasca, especialmente por Artur Mas, quien -tras dar muestras de mala educación y falta de elegancia- convocó a los periodistas para censurar el uso del término Nación, ya que “España es un Estado con varias naciones”. Algo más correcto y comedido que su alma gemela, Iñigo Urkullu criticó al Rey por no mencionar al Estado plurinacional. Felipe VI es consciente de que debe buscar la cercanía con los ciudadanos y ganarse continuamente su aprecio, respeto y confianza para consolidar su “legitimidad de ejercicio”. Su discurso -claro, moderno y realista- ha traído una brisa de aire fresco a la empozoñada arena política, y su mensaje ha resultado ilusionante y esperanzador. Aunque Juan Carlos I no haya muerto –Dios le dé larga vida-,¡viva el Rey Felipe VI!. El populacho español gritaba “¡Viva Carlos Tercero, mientras no dé dinero!”!. Nosotros deberíamos clamar: “¡Viva Felipe VI, mientras nos ofrezca buen juicio, consejo, esfuerzo, estabilidad, honradez y credibilidad!”. Doy mi agradecido adiós al Rey Emérito por los grandes servicios prestados a la Nación y mi esperanzada bienvenida al nuevo Monarca, “a beneficio de inventario”.

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