LA OLVIDADA GUERRA ENTRE
HUÉSCAR Y DINAMARCA
¿Quién no
ha oído hablar del Alcalde de Móstoles, de su “Bando de la Independencia” y de la supuesta declaración de guerra del
pueblo madrileño a la Francia de Napoleón Bonaparte? En realidad, se trató de
dos Alcaldes ordinarios del pueblo mostoleño, Andrés Torrejón y Simón
Hernández, quienes –a instancias del Juan Pérez Villamil, Auditor General y
Secretario del Consejo del Almirantazgo, y ulteriormente miembro de la Junta
Suprema del Consejo del Reino- firmaron el 2 de Mayo de 1808 –tras conocer la insurrección del pueblo de Madrid contra
las tropas napoleónicas mandadas por el General Jean.-Andoche Junot- una
circular dirigida a las autoridades de las ciudades cercanas. Tras mencionar la
actuación de los pérfidos franceses que, “so
color de amistad uy alianza, nos quieren imponer un pesado yugo”, las instó
a que tomaran “las más activas
providencias para escarmentar tal perfidia, acudiendo al socorro de Madrid y
demás pueblos y alistándonos, pues no hay fuerza que prevalezca a quien es leal
y valiente, como los españoles lo son”. La efeméride ha sido incorporada a
la Historia de España como una de las gestas de nuestro país y considerada como
símbolo de la rebelión y del triunfo del pueblo contra la tiranía.
Pero muy
pocos tienen noticia y desconocen, por tanto, un peculiar hecho histórico poco
frecuente, como fue la incruenta guerra de un modesto pueblo andaluz, la Muy
Noble y Leal Ciudad de Húescar (Granada), contra el Reino de Dinamarca, que se
inició en 1809 y ha durado 172 años.
Huéscar, ciudad medieval
Huéscar es
un pueblo de 7.609 habitantes, cuya situación con respecto al meridiano de
Greenwich es de 38º 05´ y 37º 45´ de latitud Norte, y 2º 44. y 2º 26´
de longitud Oeste. Es la capital de una comarca situada en el centro-norte de
la provincia de Granada –en el rabo de un territorio en forma de pera- y limita
con las provincias de Murcia, Almería, Jaén y Albacete. Se encuentra a los pies
del Monte Sagra (2.383 metros de
altura), entre los riachuelos Guardal y Barbatas, afluentes del Guardiana
Menor, en la ruta natural entre Levante y Andalucía, y equidista de las
capitales de Granada y de Murcia, de las que dista 150 kilómetros . Es
un pueblo con un alto nivel cultural, que cuenta con un Instituto y varios
centros de enseñanza y tiene un elevado porcentaje de estudiantes
universitarios. Huéscar es además el lugar de nacimiento de mi madre y el
pueblo al que fue mi padre en su primer destino como Juez de Primera Instancia
e Instrucción.
A partir
del siglo XIII nació el núcleo urbano de Huéscar en tierra de frontera entre
cristianos y musulmanes. El 15 de Febrero de 1243 se firmó en Toledo el
privilegio de donación de la ciudad a la Orden de Santiago y el Emir de Granada,
Mohamed I, reconoció el dominio cristiano en esta zona fronteriza. Estaba situada
en el antiplano –a 958
metros de altitud
media-, era un escalón en el corredor que transcurría entre la Sierra Subbética
y la Cordillera Penibética –rodeada por las Sierras de la Sagra, Segura,
Cazorla y Alcaraz- y tenía un gran valor estratégico, por lo que era de vital
importancia para la estrategia militar del Emirato de Granada controlar este
espacio fronterizo. De ahí que el rey Alhamar aprovechara la muerte de Fernando
III el Santo para sublevar a la morería de la comarca y ocupar en 1252 la
fortaleza de Huéscar.
En este
contante “toma y daca”, los
cristianos recuperaron en 1271 el dominio del pueblo, que duró hasta 1325,
cuando el Rey granadino Ismail I conquistó de nuevo Huéscar, tras un asedio en del
que –según un cronista musulmán de la época- se utilizó por primera vez la
pólvora en Europa. “Ismail emplea la gran
máquina que funciona por medio de la pólvora. Lanza una bola de hierro
enrojecido contra el muro de la fortaleza. La bola, lanzando chispas, cayendo
en medio de los sitiados y causando tantos destrozos como el rayo que cae del
cielo. Varios poetas celebraron este acontecimiento”.
Durante un
siglo se mantuvo estable la situación. A mediados del siglo XIV, el historiador
lojeño, Ibn al-Jatib, escribió que Huéscar estaba situada ”en una hermosa llanura, regada
copiosamente por arroyos, donde hay muchos plantíos y pastos abundantes, de
suerte que se logra allí una gran cosecha y muchas ganancias. Hay igualmente
mucha caza y ganado. Por lo demás, el baluarte y la fortaleza no la defienden
suficientemente, la rodea de continuo el peligro y sus habitantes se encuentran
resignados a la ventura que Dios les depare”.
En 1434 se
produjo una ofensiva castellana contra la morería oscense y el pueblo fue
conquistado al asalto por el Maestre de Santiago, Rodrigo Manrique, cuyas
gestas fueron cantadas 1501 por su hijo Jorge en sus famosas “Coplas a la muerte de mi padre”, que
todos hemos estudiado y memorizado en la escuela:
”Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se
viene la muerte
tan callando…”
El propio
Maestre relató la toma de la ciudad: “Llegamos
en ordenanza fasta la cava, la qual es muy fonda. E llegados fallamos las velas
mudadas e velando lo mejor que yo nunca vi, e dos rondas que cruzavan en el
logar mesmo donde las escalas se habían de asentar, e el escala fue puesta en
pasando las rondas, las quales yban hablando en su arábigo, que si Dios les
escapava de aquella noche, que no había meçelo enguno…[…] E fue peleando e
ganando torres por la çerca, fasta que falló descendida para la puerta. E
descendió e vidose en asaz trabajo en la quebrar, pero al fín él la abrió […] E
entré yo por ella con la otra gente e fuemos peleando por las calles fasta nos
meter en el alcaçar e en ciertas torres que ellos tenían en el adarve. En la
cual pelea fueron feridos gran parte de la gente, asy de nosotros como de los
enemigos”. Al día siguiente llegaron
de Baza 500 jinetes “e los moros, reconociendo
la poca gente, echaron una escala por una torre del adarve que ellos tenían e
comneçaron a a suvir de sus vallesteros gran piecça de gente, e otros vinieron
e abrieron la una puerta que tenían a
par de su castillo, para que entrasen los cavalleros que estavan allí. Siguió
la feroz lucha durante una semana hasta que la suerte se inclinó del lado
cristiano “e leyendo estos señores ser
complidero su salida de ellos, como quiera que fuese del castillo, e
segurámosles las vidas […] este juebes
en la noche fueron todos fuera e nosotros apoderámosnos de la fortaleza”.
Según ha
relatado Gregorio Martínez Punzano en su libro “Huéscar a tu alcance”, el dominio cristiano fue efímero, ya que, en
1447, los musulmanes granadinos volvieron a recobrar la ciudad. En la “Crónica
del Halconero de Juan II” se narró que se había producido discrepancias en
la Corte cristiana porque, ante los elevados costes de la defensa de Huéscar, varios
cortesanos llegaron a defender que era mejor abandonarla. La incorporación definitiva tuvo
lugar en 1488 bajo los Reyes Católicos. Según ha contado el marqués de Cádiz,
el Alcaide de Huéscar y varios notables ofrecieron al Rey Fernando la ciudad y
el Rey la aceptó. “Fue juebes, cinco días
de dicho mes de julio, llegó el exército a la vista de la ciudad de Huéscar,
que visto por los moros de la ciudad de que sin nadie les saliese a la
oposición, se le puso sitio por todas partes, con que luego en su consejo
trataron de entregarse al rey católico sin sufrir un sitio que resultaba talarles
los campos. Y para ello nombraron diputados que fueron al real del Rey y se
ofrecieron por vasallos con las condiciones que se les avían dado a las demás
villas de aquella provincia, que siendo otorgadas por el Rey y firmadas,
quedaron en la obediencia y vasallaje con el juramento de fidelidad, y se le
fue entregada la ciudad con sus fortalezas, castillos y torres viernes dies y
seis de julio, entrando el Rey en ella con grande alegría de los moros, porque
no recibieron daño ninguno y habiendo dado gracias a Dios”. El Rey Fernando
nombró Gobernador a Rodrigo Manrique. En uno de los relieves del coro de la
catedral de Toledo –obra de Rodrigo Alemán- hay una escenificación de la toma
pacífica de Huéscar, en la que aparece la entrada de los cristianos en la
plaza, mientras una mula rebuzna ante las almenas desiertas, y en la que se ve
una puerta de la ciudad abierta.
Los Reyes Católicos concedieron a los
oscenses unas Capitulaciones por las que les ofrecían todo tipo de garantías,
especialmente las de que Huéscar siempre sería villa real y no sería entregada
a Señor alguno, y que los musulmanes verían respetada su religión y costumbres,
compromisos que no fueron cumplidos por los propios católicos monarcas. Así, en
1496 entregaron el Señorío de la ciudad al Conde de Lerin, Condestable de
Navarra y, aunque los moriscos oscenses protestaron, no se les hizo el menor
caso. En esta época se produjo una repoblación de la comarca con gente navarra,
como atestiguan apellidos comunes en la ciudad como Iriarte o Cocostegui. En
1503 se anuló la concesión real y se retrotrajo Huéscar a la Corona, pero se impuso
a los musulmanes la religión cristiana mediante conversiones forzosas. El Rey
Fernando, como buen político, asumió una postura salomónica –diría que
maquiavélica, aunque Maquiavelo no había escrito aún “El Príncipe”- y concedió a los forzados cristianos toda clase de
derechos y privilegios, pero les prohibió su vuelta al islamismo.
En 1533 las
Capitulaciones quedaron definitivamente en papel mojado, cuando la Reina Juana
“la Loca” donó la ciudad en señorío a Fadrique de Toledo, Duque de Alba, al que
debe su nombre la Puebla de Don Fadrique, situada a 21 kilómetros de
Huéscar. De ahí procede que el primogénito de la Casa de Alba ostente el título
de Duque de Huéscar y que la ciudad dependiera hasta fecha reciente de la
Archidiócesis de Toledo. El resentimiento de los musulmanes oscenses fue
profundo, como reflejaría años más tarde el escritor e historiador granadino
Diego Hurtado de Mendoza. “Güéscar,
ciudad de los confines del Reino de Murcia y Granada, patrimonio que fue del
Rey Católico don Fernando y dada en satisfacción de servicios al Duque de Alba,
don Francisco de Toledo; pueblo rico, gente áspera y a veces mal mandada,
descontenta de ser sujeta sino al Rey y desasosegada con este estado que tiene,
procura trocarle con otros que desasosiegan más”. En 1520 estalló una
rebelión contra el Duque de Alba porque –según testimonio del Marqués de
Mondéjar- los oscenses no querían ser tierra de señorío, sino de realengo, tal
y como se había consignado en las Capitulaciones.
A lo largo
del siglo XVI, los moriscos constituyeron los sectores económicos más activos
de la ciudad. En 1570 vivieron la agitación de la gran rebelión morisca, aunque
no participaron en ella. Pese a ello, la represión les afecto y muchos de ellos
fueron expulsados, hasta el extremo que Huéscar –que había llegado a alcanzar
una población de 6.000 habitantes, la vio reducida a la mitad a finales del siglo.
Insólita declaración de
guerra de Huéscar a Dinamarca
Mi primo
Vicente González Barberán –filósofo de formación, historiador por vocación e
investigador por compulsión- se ha dedicado en sus ratos libres a husmear en
los archivos de los pueblos de la comarca. Un día de 1981, cuando a la sazón yo
fungía como Jefe de la Asesoría Internacional en el Ministerio de Asuntos
Exteriores, me llamó para decirme que había encontrado en el Archivo del
Ayuntamiento oscense un curioso documento, fechado el 11 de Noviembre de 1809,
en el que, tras establecerse normas
sobre la vendimiares y prohibir a los rebuscadores que salieran hasta que se
hubiera recogido la cosecha y decidir sobre las alcábalas de penas de
posesiones, se decía de pasada que “en
este Cabildo se hizo presente la declaración de guerra contra la Dinamarca”. Me
pidió que viera si había algún documento en el Ministerio sobre el tema y le
prometí Hacer indagaciones en el Archivo Histórico del Ministerio.
Bajé a las
zahurdas del Palacio de Santa Cruz –donde se hallaba instalado el Archivo del Ministerio
y pregunté a la Archivera si podía ver la parte del Archivo correspondiente al
año 1809. Me contestó que sólo estaba ordenado y catalogado el material a
partir del año 1826 y, al preguntarle dónde se encontraba la documentación de
los años anteriores, y me respondió
“¡Ahí!, señalándome una estantería
donde había cientos de legajos
desordenados. Se me cayó el alma a los pies, pero decidí echar un vistazo para
cubrir el expediente y, por mor de la providencia o del destino –según se prefiera-
encontré inopinadamente lo que no sabía muy bien estaba buscando. En un legajo
sobre el apresamiento de un buque noruego, hallé el Decreto de 1a Suprema Junta
del Gobierno del Reino dirigido a los Consejos de Castilla y de la Guerra,
fechado en Sevilla el 8 de Septiembre de 1809, en el que se comunicaba la
ruptura de todos los vínculos con Dinamarca.
En él afirmaba que “la Dinamarca está oprimida y sugeta a la
voluntad de Napoleón, la Dinamarca no está ya en paz con la España: la España la declara la guerra
en el primer caso como a una potencia de quien se halla agraviada; en el
segundo, se la hace y hará como a una Provincia de la Francia. La Dinamarca es
responsable a Dios, al mundo y a la humanidad de la sangre que en esta lucha se
derrame. Es responsable del resto de los Españoles que permanecen violentamente
en su territorio. La España y su Gobierno, en nombre de su muy Amado Soberano
Fernando VII, pérfidamente detenido en Francia, declara que ha cesado toda
comunicación con la Dinamarca y que se han roto los vínculos de amistad que la
unían. Da libertad y autoriza a las tropas Españolas, Navíos de guerra y de
particulares para atacar las fuerzas Danesas en cualquier parte que se hallen,
apresar sus navíos en los parages donde se encuentren, vengar los insultos
recibidos y no cesar en las hostilidades que se la hagan hasta que, de previo
un mutuo convenio de Corte a Corte. se acuerde un tratado en el que se
estipulen las condiciones de una Paz, se ponga fin a una guerra, en cuya
provocación declara altamente la España al Universo, no tener la menor parte,
antes bien, haberla procurado evitar, y de cuyos males no es responsable, sino
el agresor que tan injustamente ha dado lugar a las desavenencias que la ha suscitado
y de cuyos males no es responsable, sino el agresor que tan injustamente ha
dado lugar a las desavenencias que la ha suscitado”.
Motivos de la Declaración de
Guerra a Dinamarca
En 1807, España y Francia estaban
en guerra con la “Pérfida Albión”
y Napoléón invocó el pacto dinástico y
pidió a Carlos IV enviara tropas para luchar contra los ingleses. El Gobierno de
Manuel Godoy mandó un contingente de 13.555 efectivos, bien armado y
pertrechado, al mando del General Pedro Caro, Marqués de la Romana, para ayudar
al Mariscal Jean-Baptiste Bernadotte a conquistar los países escandinavos. La
expedición española quedó empantanada en Dinamarca a causa de la presencia de la
flota inglesa, que les impedía atravesar los estrechos daneses. Entretanto se habían
producido la rebelión del pueblo madrileño de 2 de Mayo de 1808 y la ocupación
de buena parte de España por las tropas francesas. El Gobierno inglés procuró
informar al Marqués de la Romana de lo que estaba ocurriendo en España para que
se tornara contra Napoleón y, a tales efectos, le envió un mensaje a través del
sacerdote escocés James Robertson, quien lo puso en contacto con el antiguo
representante inglés en Madrid, John Frere, buen amigo del Marqués. En secreto
concertaron un plan para que buques ingleses evacuaran a las tropas españolas
de Dinamarca.
Según se
dice en la Declaración de Guerra, “en el
momento en que la parte del Exército Español que estaba en Dinamarca tubo
noticia de la noble resolución de sus compatriotas de sacudir el yugo de
Francia y declararla la guerra, tomó la noble y
muy rara en la Historia
resolución de abandonar aquel pays y embarcarse para reunirse con sus
conciudadanos en su misma patria, volando al socorro de sus hermanos y
arrostrando peligros para ser partícipes de la gloría que éstos adquirían […]
El Marqués de la Romana, que mandaba este cuerpo, no dudando del valor y
constancia y patriotismo de los soldados, ayudado del zelo de los oficiales y de
su general, consiguió salir con la mayor
parte de sus tropas, reuniéndose en la Ysla de Langeland, en donde se
embarcaron para España, mediante los eficaces auxilios que le prestó el Comandante
de las fuerzas navales ynglesas estacionadas en aquellos mares. La delicadeza
del proceder del Marqués de la Romana y su cuidado en evitar todo lo que podía
tener aire de hostilidad contra el Gobierno danés y en mantener por su parte la
buena armonía que
reynaba entre aquella Corte y la suya, llegó al extremo de que, siendo indispensable
atacar algunos buques daneses para apoderarse de la fortaleza de Nyborg, que
debía protege la fuga de su Exército, tomó a su cargo el Almirante ynglés la
empresa de atacarlos y rendirla”.
El problema
fue que el Capitán Costa se había ido el día de autos de “picos pardos” y no se enteró del plan de evacuación y, cuando regresó
al Castillo de Kolding donde estaba alojado con su tropa, se encontró con que
el resto de las tropas españolas se había marchado y se había quedado solo con
su compañía, y desesperado se pegó un tiro. Fue la única víctima conocida de la
mini-guerra oscense-danesa. Los rezagados españoles quedaron confinados en el
castillo en medio de, no tanto de la hostilidad, como de la indiferencia de la
población danesa que, en horas veinticuatro, pasó a considerarlos enemigos en
vez de aliados. Se dedicaban a hacer más el amor que la guerra. Pasaban tanto
frío, que encendieron unos fuegos para calentarse y casi quemaron el castillo.
“Si Dinamarca hubiese quedado neutral a
estos sucesos, no oponiéndose a su salida, ni haciendo esfuerzo para retener
esta porción de tropas, la España constante en su sistema de delicadeza y de
escrupulosidad, no tomaría aún medidas fuertes contra la Dinamarca ni rompería
los vínculos de buena armonía […] pero los sucesos posteriores acreditan la
parte activa que –o bien de grado o bien de fuerza- S.M. Danesa ha tomado y
toma en la guerra de la España contra Francia”.
La Junta
Suprema Española se dio algún tiempo para dar a Dinamarca ocasión de modificar
su actitud y, en Junio de 1809, ordenó a su representante en Inglaterra, Juan
Ruiz de Apodaca que, ”a pesar de los
grandes agravios que ha recibido España de parte de la Corte de Dinamarca, ha
diferido el declararla la guerra creyendo que, siguiendo el exemplo de otras
potencias, se declararía contra Francia en la justa causa que defendemos y,
como esto no se haya verificado, ha resuelto S,M, que VE trate con ese Gobierno
saber si sería conveniente el declarar la guerra a la Dinamarca”. La
opinión del Gobierno inglés no podía ser otra que recomendar la declaración de guerra y la Junta, estimando que los hechos acreditaban la mala voluntad
de Dinamarca, el 18 de Septiembre de 1809 le declaró la guerra y ordenó que
todos los súbditos dinamarqueses existentes en los dominios de España e Indias
fuesen “considerados y tratados como
prisioneros de guerra”. Se enviaron correos a todas las ciudades que no
estaban bajo control del Imperio francés y, cuando el Ayuntamiento de la muy
Noble y Leal Ciudad de Huéscar recibió la comunicación, decidió declararle la
guerra a la malvada Dinamarca.
Firma de la paz entre Huéscar
y Dinamarca
Tras mi
hallazgo del documento sobre la Declaración de Guerra, el Alcalde de Huéscar y
primo nuestro, José Pablo Serrano Carrasco, nombró mediador para alcanzar la
paz a Vicente González Barberán, quien –con mi ayuda- inició unas delicadas
negociaciones con el Embajador danés en Madrid. Mogens Wandel-Peterson se tomó
el asunto con sentido del humor y expresó la preocupación de su Gobierno ante
el hecho de que una nación en la que uno de sus pueblos estaba en guerra con
Dinamarca había solicitado su ingreso en la OTAN y, si no se solucionaba el
conflicto, no podría dar su anuencia al ingreso de España en la Alianza y
tendría que elevar el presupuesto militar. Al fin se llegó a un acuerdo tras
arduas negociaciones y se decidió firmar la paz en Huéscar el 11 de Noviembre
de 1981, en el 172º aniversario del
inicio de la contienda.
El
Ayuntamiento de Huéscar había constatado que seguía vigente el estado bélico
del pueblo con Dinamarca, dado que no existía constancia de que esa situación
hubiera sido anulada o revocada por otra posterior del Cabildo. Por eso instaló
en las diversas entradas al pueblo carteles en español y en danés en los que
advertía a los dinamarqueses que entraban en territorio enemigo y se atuvieran
a las consecuencias. Un periodista de Copenhague que osó atravesar las líneas
rojas fue detenido y esposado, Cuando, tras firmarse la paz, pidió ser liberado,
el Jefe de la Policía Municipal no halló la llave de las esposas y hubo que
llamar al cerrajero -el “Niño del martillo”- para que las descerrajara, en
medio de las lamentaciones del reportero. La ciudad se vistió de gala para
recibir a sus ilustres visitantes, el Embajador danés y otros miembros de la
Embajada, el Gobernador Civil y la más altas autoridades civiles y militares de
Granada, mi modesta persona que acudía en representación del Ministerio de
Asuntos Exteriores y cientos de daneses que vinieron en autobuses desde la
Costa del Sol, ataviados con trajes vikingos y su cascos encornados.
En la sesión solemne celebrada en
el Salón de Actos del Ayuntamiento, el Alcalde Serrano dijo que el oscense era
un pueblo amante de la paz y, por ello, juzgaba que “el necesario acto de reconocer que realmente estamos en paz merece, al
menos, un acto análogo al que se llevó a cabo en este mismo salón y tal día
como hoy en el año 1809” . El Embajador y el Alcalde firmaron el acta de la
paz, los pueblos de Huéscar y Kolding decidieron hermanarse y se izó la bandera
danesa en el Consistorio oscense. Acto seguido, se dio el nombre de Dinamarca a
una plaza del pueblo y se celebró una opípara comida, en la que se saboreó el
típico cordero segureño y los huéspedes daneses libaron “ad libitum”
los generosos vinos de la comarca, con los consiguientes efectos. El evento
provocó un inusitado interés en la comunidad internacional pues, en momentos de
continuos conflictos bélicos, era poco habitual que se produjeran actos de exaltación
de la paz. Fue cubierto por la prensa, la radio y la televisión de España,
Dinamarca, Gran Bretaña, Francia, Alemania, Estados Unidos y hasta de Japón. “Tout est bien, qui finit bien”. ¡Había
estallado la paz!
Madrid, 11 de Noviembre de 2018
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