domingo, 17 de marzo de 2019

La olvidada guerra entre Huéscar y Dinamarca


LA OLVIDADA GUERRA ENTRE HUÉSCAR Y DINAMARCA

            ¿Quién no ha oído hablar del Alcalde de Móstoles, de su “Bando de la Independencia” y de la supuesta declaración de guerra del pueblo madrileño a la Francia de Napoleón Bonaparte? En realidad, se trató de dos Alcaldes ordinarios del pueblo mostoleño, Andrés Torrejón y Simón Hernández, quienes –a instancias del Juan Pérez Villamil, Auditor General y Secretario del Consejo del Almirantazgo, y ulteriormente miembro de la Junta Suprema del Consejo del Reino- firmaron el 2 de Mayo de 1808 –tras  conocer la insurrección del pueblo de Madrid contra las tropas napoleónicas mandadas por el General Jean.-Andoche Junot- una circular dirigida a las autoridades de las ciudades cercanas. Tras mencionar la actuación de los pérfidos franceses que, “so color de amistad uy alianza, nos quieren imponer un pesado yugo”, las instó a que tomaran “las más activas providencias para escarmentar tal perfidia, acudiendo al socorro de Madrid y demás pueblos y alistándonos, pues no hay fuerza que prevalezca a quien es leal y valiente, como los españoles lo son”. La efeméride ha sido incorporada a la Historia de España como una de las gestas de nuestro país y considerada como símbolo de la rebelión y del triunfo del pueblo contra la tiranía.

            Pero muy pocos tienen noticia y desconocen, por tanto, un peculiar hecho histórico poco frecuente, como fue la incruenta guerra de un modesto pueblo andaluz, la Muy Noble y Leal Ciudad de Húescar (Granada), contra el Reino de Dinamarca, que se inició en 1809 y ha durado 172 años.

Huéscar, ciudad medieval

            Huéscar es un pueblo de 7.609 habitantes, cuya situación con respecto al meridiano de Greenwich es  de 38º 05´  y 37º 45´ de latitud Norte, y 2º 44. y 2º 26´ de longitud Oeste. Es la capital de una comarca situada en el centro-norte de la provincia de Granada –en el rabo de un territorio en forma de pera- y limita con las provincias de Murcia, Almería, Jaén y Albacete. Se encuentra a los pies del Monte Sagra  (2.383 metros de altura), entre los riachuelos Guardal y Barbatas, afluentes del Guardiana Menor, en la ruta natural entre Levante y Andalucía, y equidista de las capitales de Granada y de Murcia, de las que dista 150 kilómetros. Es un pueblo con un alto nivel cultural, que cuenta con un Instituto y varios centros de enseñanza y tiene un elevado porcentaje de estudiantes universitarios. Huéscar es además el lugar de nacimiento de mi madre y el pueblo al que fue mi padre en su primer destino como Juez de Primera Instancia e Instrucción.

            A partir del siglo XIII nació el núcleo urbano de Huéscar en tierra de frontera entre cristianos y musulmanes. El 15 de Febrero de 1243 se firmó en Toledo el privilegio de donación de la ciudad a la Orden de Santiago y el Emir de Granada, Mohamed I, reconoció el dominio cristiano en esta zona fronteriza. Estaba situada en el antiplano –a 958 metros  de altitud media-, era un escalón en el corredor que transcurría entre la Sierra Subbética y la Cordillera Penibética –rodeada por las Sierras de la Sagra, Segura, Cazorla y Alcaraz- y tenía un gran valor estratégico, por lo que era de vital importancia para la estrategia militar del Emirato de Granada controlar este espacio fronterizo. De ahí que el rey Alhamar aprovechara la muerte de Fernando III el Santo para sublevar a la morería de la comarca y ocupar en 1252 la fortaleza de Huéscar.

            En este contante “toma y daca”, los cristianos recuperaron en 1271 el dominio del pueblo, que duró hasta 1325, cuando el Rey granadino Ismail I conquistó de nuevo Huéscar, tras un asedio en del que –según un cronista musulmán de la época- se utilizó por primera vez la pólvora en Europa. “Ismail emplea la gran máquina que funciona por medio de la pólvora. Lanza una bola de hierro enrojecido contra el muro de la fortaleza. La bola, lanzando chispas, cayendo en medio de los sitiados y causando tantos destrozos como el rayo que cae del cielo. Varios poetas celebraron este acontecimiento”.

            Durante un siglo se mantuvo estable la situación. A mediados del siglo XIV, el historiador lojeño, Ibn al-Jatib, escribió que Huéscar estaba situada ”en una hermosa  llanura, regada copiosamente por arroyos, donde hay muchos plantíos y pastos abundantes, de suerte que se logra allí una gran cosecha y muchas ganancias. Hay igualmente mucha caza y ganado. Por lo demás, el baluarte y la fortaleza no la defienden suficientemente, la rodea de continuo el peligro y sus habitantes se encuentran resignados a la ventura que Dios les depare”.    

            En 1434 se produjo una ofensiva castellana contra la morería oscense y el pueblo fue conquistado al asalto por el Maestre de Santiago, Rodrigo Manrique, cuyas gestas fueron cantadas 1501 por su hijo Jorge en sus famosas “Coplas a la muerte de mi padre”, que todos hemos estudiado y memorizado en la escuela:

Recuerde el alma dormida,
 avive el seso y despierte
 contemplando
 cómo se pasa la vida,
             cómo se viene la muerte
             tan callando…

            El propio Maestre relató la toma de la ciudad: “Llegamos en ordenanza fasta la cava, la qual es muy fonda. E llegados fallamos las velas mudadas e velando lo mejor que yo nunca vi, e dos rondas que cruzavan en el logar mesmo donde las escalas se habían de asentar, e el escala fue puesta en pasando las rondas, las quales yban hablando en su arábigo, que si Dios les escapava de aquella noche, que no había meçelo enguno…[…] E fue peleando e ganando torres por la çerca, fasta que falló descendida para la puerta. E descendió e vidose en asaz trabajo en la quebrar, pero al fín él la abrió […] E entré yo por ella con la otra gente e fuemos peleando por las calles fasta nos meter en el alcaçar e en ciertas torres que ellos tenían en el adarve. En la cual pelea fueron feridos gran parte de la gente, asy de nosotros como de los enemigos”.  Al día siguiente llegaron de Baza 500 jinetes “e los moros, reconociendo la poca gente, echaron una escala por una torre del adarve que ellos tenían e comneçaron a a suvir de sus vallesteros gran piecça de gente, e otros vinieron e abrieron la una  puerta que tenían a par de su castillo, para que entrasen los cavalleros que estavan allí. Siguió la feroz lucha durante una semana hasta que la suerte se inclinó del lado cristiano “e leyendo estos señores ser complidero su salida de ellos, como quiera que fuese del castillo, e segurámosles  las vidas […] este juebes en la noche fueron todos fuera e nosotros apoderámosnos de la fortaleza”.

            Según ha relatado Gregorio Martínez Punzano en su libro “Huéscar a tu alcance”, el dominio cristiano fue efímero, ya que, en 1447, los musulmanes granadinos volvieron a recobrar la ciudad. En la  Crónica del Halconero de Juan II” se narró que se había producido discrepancias en la Corte cristiana porque, ante los elevados costes de la defensa de Huéscar, varios cortesanos llegaron a defender que era mejor  abandonarla. La incorporación definitiva tuvo lugar en 1488 bajo los Reyes Católicos. Según ha contado el marqués de Cádiz, el Alcaide de Huéscar y varios notables ofrecieron al Rey Fernando la ciudad y el Rey la aceptó. “Fue juebes, cinco días de dicho mes de julio, llegó el exército a la vista de la ciudad de Huéscar, que visto por los moros de la ciudad de que sin nadie les saliese a la oposición, se le puso sitio por todas partes, con que luego en su consejo trataron de entregarse al rey católico sin sufrir un sitio que resultaba talarles los campos. Y para ello nombraron diputados que fueron al real del Rey y se ofrecieron por vasallos con las condiciones que se les avían dado a las demás villas de aquella provincia, que siendo otorgadas por el Rey y firmadas, quedaron en la obediencia y vasallaje con el juramento de fidelidad, y se le fue entregada la ciudad con sus fortalezas, castillos y torres viernes dies y seis de julio, entrando el Rey en ella con grande alegría de los moros, porque no recibieron daño ninguno y habiendo dado gracias a Dios”. El Rey Fernando nombró Gobernador a Rodrigo Manrique. En uno de los relieves del coro de la catedral de Toledo –obra de Rodrigo Alemán- hay una escenificación de la toma pacífica de Huéscar, en la que aparece la entrada de los cristianos en la plaza, mientras una mula rebuzna ante las almenas desiertas, y en la que se ve una puerta de la ciudad abierta.

              Los Reyes Católicos concedieron a los oscenses unas Capitulaciones por las que les ofrecían todo tipo de garantías, especialmente las de que Huéscar siempre sería villa real y no sería entregada a Señor alguno, y que los musulmanes verían respetada su religión y costumbres, compromisos que no fueron cumplidos por los propios católicos monarcas. Así, en 1496 entregaron el Señorío de la ciudad al Conde de Lerin, Condestable de Navarra y, aunque los moriscos oscenses protestaron, no se les hizo el menor caso. En esta época se produjo una repoblación de la comarca con gente navarra, como atestiguan apellidos comunes en la ciudad como Iriarte o Cocostegui. En 1503 se anuló la concesión real y se retrotrajo Huéscar a la Corona, pero se impuso a los musulmanes la religión cristiana mediante conversiones forzosas. El Rey Fernando, como buen político, asumió una postura salomónica –diría que maquiavélica, aunque Maquiavelo no había escrito aún “El Príncipe”- y concedió a los forzados cristianos toda clase de derechos y privilegios, pero les prohibió su vuelta al islamismo.

            En 1533 las Capitulaciones quedaron definitivamente en papel mojado, cuando la Reina Juana “la Loca” donó la ciudad en señorío a Fadrique de Toledo, Duque de Alba, al que debe su nombre la Puebla de Don Fadrique, situada a 21 kilómetros de Huéscar. De ahí procede que el primogénito de la Casa de Alba ostente el título de Duque de Huéscar y que la ciudad dependiera hasta fecha reciente de la Archidiócesis de Toledo. El resentimiento de los musulmanes oscenses fue profundo, como reflejaría años más tarde el escritor e historiador granadino Diego Hurtado de Mendoza. “Güéscar, ciudad de los confines del Reino de Murcia y Granada, patrimonio que fue del Rey Católico don Fernando y dada en satisfacción de servicios al Duque de Alba, don Francisco de Toledo; pueblo rico, gente áspera y a veces mal mandada, descontenta de ser sujeta sino al Rey y desasosegada con este estado que tiene, procura trocarle con otros que desasosiegan más”. En 1520 estalló una rebelión contra el Duque de Alba porque –según testimonio del Marqués de Mondéjar- los oscenses no querían ser tierra de señorío, sino de realengo, tal y como se había consignado en las Capitulaciones.
            A lo largo del siglo XVI, los moriscos constituyeron los sectores económicos más activos de la ciudad. En 1570 vivieron la agitación de la gran rebelión morisca, aunque no participaron en ella. Pese a ello, la represión les afecto y muchos de ellos fueron expulsados, hasta el extremo que Huéscar –que había llegado a alcanzar una población de 6.000 habitantes, la vio reducida a la mitad a finales  del siglo.

Insólita declaración de guerra de Huéscar a Dinamarca

            Mi primo Vicente González Barberán –filósofo de formación, historiador por vocación e investigador por compulsión- se ha dedicado en sus ratos libres a husmear en los archivos de los pueblos de la comarca. Un día de 1981, cuando a la sazón yo fungía como Jefe de la Asesoría Internacional en el Ministerio de Asuntos Exteriores, me llamó para decirme que había encontrado en el Archivo del Ayuntamiento oscense un curioso documento, fechado el 11 de Noviembre de 1809, en el que, tras establecerse  normas sobre la vendimiares y prohibir a los rebuscadores que salieran hasta que se hubiera recogido la cosecha y decidir sobre las alcábalas de penas de posesiones, se decía de pasada que “en este Cabildo se hizo presente la declaración de guerra contra la Dinamarca”. Me pidió que viera si había algún documento en el Ministerio sobre el tema y le prometí Hacer indagaciones en el Archivo Histórico del Ministerio.

            Bajé a las zahurdas del Palacio de Santa Cruz –donde se hallaba instalado el Archivo del Ministerio y pregunté a la Archivera si podía ver la parte del Archivo correspondiente al año 1809. Me contestó que sólo estaba ordenado y catalogado el material a partir del año 1826 y, al preguntarle dónde se encontraba la documentación de los años anteriores, y me respondió “¡Ahí!, señalándome una estantería donde había  cientos de legajos desordenados. Se me cayó el alma a los pies, pero decidí echar un vistazo para cubrir el expediente y, por mor de la providencia o del destino –según se prefiera- encontré inopinadamente lo que no sabía muy bien estaba buscando. En un legajo sobre el apresamiento de un buque noruego, hallé el Decreto de 1a Suprema Junta del Gobierno del Reino dirigido a los Consejos de Castilla y de la Guerra, fechado en Sevilla el 8 de Septiembre de 1809, en el que se comunicaba la ruptura de todos los vínculos con Dinamarca.

 En él afirmaba que “la Dinamarca está oprimida y sugeta a la voluntad de Napoleón, la Dinamarca no está ya en paz  con la España: la España la declara la guerra en el primer caso como a una potencia de quien se halla agraviada; en el segundo, se la hace y hará como a una Provincia de la Francia. La Dinamarca es responsable a Dios, al mundo y a la humanidad de la sangre que en esta lucha se derrame. Es responsable del resto de los Españoles que permanecen violentamente en su territorio. La España y su Gobierno, en nombre de su muy Amado Soberano Fernando VII, pérfidamente detenido en Francia, declara que ha cesado toda comunicación con la Dinamarca y que se han roto los vínculos de amistad que la unían. Da libertad y autoriza a las tropas Españolas, Navíos de guerra y de particulares para atacar las fuerzas Danesas en cualquier parte que se hallen, apresar sus navíos en los parages donde se encuentren, vengar los insultos recibidos y no cesar en las hostilidades que se la hagan hasta que, de previo un mutuo convenio de Corte a Corte. se acuerde un tratado en el que se estipulen las condiciones de una Paz, se ponga fin a una guerra, en cuya provocación declara altamente la España al Universo, no tener la menor parte, antes bien, haberla procurado evitar, y de cuyos males no es responsable, sino el agresor que tan injustamente ha dado lugar a las desavenencias que la ha suscitado y de cuyos males no es responsable, sino el agresor que tan injustamente ha dado lugar a las desavenencias que la ha suscitado”.

Motivos de la Declaración de Guerra a Dinamarca

En 1807, España y Francia estaban en guerra con la “Pérfida Albión” y  Napoléón invocó el pacto dinástico y pidió a Carlos IV enviara tropas para luchar contra los ingleses. El Gobierno de Manuel Godoy mandó un contingente de 13.555 efectivos, bien armado y pertrechado, al mando del General Pedro Caro, Marqués de la Romana, para ayudar al Mariscal Jean-Baptiste Bernadotte a conquistar los países escandinavos. La expedición española quedó empantanada en Dinamarca a causa de la presencia de la flota inglesa, que les impedía atravesar los estrechos daneses. Entretanto se habían producido la rebelión del pueblo madrileño de 2 de Mayo de 1808 y la ocupación de buena parte de España por las tropas francesas. El Gobierno inglés procuró informar al Marqués de la Romana de lo que estaba ocurriendo en España para que se tornara contra Napoleón y, a tales efectos, le envió un mensaje a través del sacerdote escocés James Robertson, quien lo puso en contacto con el antiguo representante inglés en Madrid, John Frere, buen amigo del Marqués. En secreto concertaron un plan para que buques ingleses evacuaran a las tropas españolas de Dinamarca.

            Según se dice en la Declaración de Guerra, “en el momento en que la parte del Exército Español que estaba en Dinamarca tubo noticia de la noble resolución de sus compatriotas de sacudir el yugo de Francia y declararla la guerra, tomó la noble y  muy rara en la Historia resolución de abandonar aquel pays y embarcarse para reunirse con sus conciudadanos en su misma patria, volando al socorro de sus hermanos y arrostrando peligros para ser partícipes de la gloría que éstos adquirían […] El Marqués de la Romana, que mandaba este cuerpo, no dudando del valor y constancia y patriotismo de los soldados, ayudado del zelo de los oficiales y de su general, consiguió salir con la mayor parte de sus tropas, reuniéndose en la Ysla de Langeland, en donde se embarcaron para España, mediante los eficaces auxilios que le prestó el Comandante de las fuerzas navales ynglesas estacionadas en aquellos mares. La delicadeza del proceder del Marqués de la Romana y su cuidado en evitar todo lo que podía tener aire de hostilidad contra el Gobierno danés y en mantener por su parte la buena armonía  que reynaba entre aquella Corte y la suya, llegó al extremo de que, siendo indispensable atacar algunos buques daneses para apoderarse de la fortaleza de Nyborg, que debía protege la fuga de su Exército, tomó a su cargo el Almirante ynglés la empresa de atacarlos y rendirla”.

            El problema fue que el Capitán Costa se había ido el día de autos de “picos pardos” y no se enteró del plan de evacuación y, cuando regresó al Castillo de Kolding donde estaba alojado con su tropa, se encontró con que el resto de las tropas españolas se había marchado y se había quedado solo con su compañía, y desesperado se pegó un tiro. Fue la única víctima conocida de la mini-guerra oscense-danesa. Los rezagados españoles quedaron confinados en el castillo en medio de, no tanto de la hostilidad, como de la indiferencia de la población danesa que, en horas veinticuatro, pasó a considerarlos enemigos en vez de aliados. Se dedicaban a hacer más el amor que la guerra. Pasaban tanto frío, que encendieron unos fuegos para calentarse y casi quemaron el castillo. “Si Dinamarca hubiese quedado neutral a estos sucesos, no oponiéndose a su salida, ni haciendo esfuerzo para retener esta porción de tropas, la España constante en su sistema de delicadeza y de escrupulosidad, no tomaría aún medidas fuertes contra la Dinamarca ni rompería los vínculos de buena armonía […] pero los sucesos posteriores acreditan la parte activa que –o bien de grado o bien de fuerza- S.M. Danesa ha tomado y toma en la guerra de la España contra Francia”.

            La Junta Suprema Española se dio algún tiempo para dar a Dinamarca ocasión de modificar su actitud y, en Junio de 1809, ordenó a su representante en Inglaterra, Juan Ruiz de Apodaca que, ”a pesar de los grandes agravios que ha recibido España de parte de la Corte de Dinamarca, ha diferido el declararla la guerra creyendo que, siguiendo el exemplo de otras potencias, se declararía contra Francia en la justa causa que defendemos y, como esto no se haya verificado, ha resuelto S,M, que VE trate con ese Gobierno saber si sería conveniente el declarar la guerra a la Dinamarca”. La opinión del Gobierno inglés no podía ser otra que recomendar  la declaración de guerra y la Junta, estimando que los hechos acreditaban la mala voluntad de Dinamarca, el 18 de Septiembre de 1809 le declaró la guerra y ordenó que todos los súbditos dinamarqueses existentes en los dominios de España e Indias fuesen “considerados y tratados como prisioneros de guerra”. Se enviaron correos a todas las ciudades que no estaban bajo control del Imperio francés y, cuando el Ayuntamiento de la muy Noble y Leal Ciudad de Huéscar recibió la comunicación, decidió declararle la guerra a la malvada Dinamarca.

Firma de la paz entre Huéscar y Dinamarca

            Tras mi hallazgo del documento sobre la Declaración de Guerra, el Alcalde de Huéscar y primo nuestro, José Pablo Serrano Carrasco, nombró mediador para alcanzar la paz a Vicente González Barberán, quien –con mi ayuda- inició unas delicadas negociaciones con el Embajador danés en Madrid. Mogens Wandel-Peterson se tomó el asunto con sentido del humor y expresó la preocupación de su Gobierno ante el hecho de que una nación en la que uno de sus pueblos estaba en guerra con Dinamarca había solicitado su ingreso en la OTAN y, si no se solucionaba el conflicto, no podría dar su anuencia al ingreso de España en la Alianza y tendría que elevar el presupuesto militar. Al fin se llegó a un acuerdo tras arduas negociaciones y se decidió firmar la paz en Huéscar el 11 de Noviembre de 1981,  en el 172º aniversario del inicio de la contienda.

            El Ayuntamiento de Huéscar había constatado que seguía vigente el estado bélico del pueblo con Dinamarca, dado que no existía constancia de que esa situación hubiera sido anulada o revocada por otra posterior del Cabildo. Por eso instaló en las diversas entradas al pueblo carteles en español y en danés en los que advertía a los dinamarqueses que entraban en territorio enemigo y se atuvieran a las consecuencias. Un periodista de Copenhague que osó atravesar las líneas rojas fue detenido y esposado, Cuando, tras firmarse la paz, pidió ser liberado, el Jefe de la Policía Municipal no halló la llave de las esposas y hubo que llamar al cerrajero -el “Niño del martillo”- para que las descerrajara, en medio de las lamentaciones del reportero. La ciudad se vistió de gala para recibir a sus ilustres visitantes, el Embajador danés y otros miembros de la Embajada, el Gobernador Civil y la más altas autoridades civiles y militares de Granada, mi modesta persona que acudía en representación del Ministerio de Asuntos Exteriores y cientos de daneses que vinieron en autobuses desde la Costa del Sol, ataviados con trajes vikingos y su cascos encornados.

En la sesión solemne celebrada en el Salón de Actos del Ayuntamiento, el Alcalde Serrano dijo que el oscense era un pueblo amante de la paz y, por ello, juzgaba que “el necesario acto de reconocer que realmente estamos en paz merece, al menos, un acto análogo al que se llevó a cabo en este mismo salón y tal día como hoy en el año 1809. El Embajador y el Alcalde firmaron el acta de la paz, los pueblos de Huéscar y Kolding decidieron hermanarse y se izó la bandera danesa en el Consistorio oscense. Acto seguido, se dio el nombre de Dinamarca a una plaza del pueblo y se celebró una opípara comida, en la que se saboreó el típico cordero segureño y los huéspedes daneses libaron “ad libitum” los generosos vinos de la comarca, con los consiguientes efectos. El evento provocó un inusitado interés en la comunidad internacional pues, en momentos de continuos conflictos bélicos, era poco habitual que se produjeran actos de exaltación de la paz. Fue cubierto por la prensa, la radio y la televisión de España, Dinamarca, Gran Bretaña, Francia, Alemania, Estados Unidos y hasta de Japón. “Tout est bien, qui finit bien”. ¡Había estallado la paz!

Madrid, 11 de Noviembre de 2018

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