martes, 8 de noviembre de 2022

Con la anexión del Donbass, Putin ameneza la paz mundial

CON LA ANEXIÓN DEL DONBASS, PUTIN AMENAZA LA PAZ MUNDIAL Con la firma el 30 de septiembre por Vladimir Putin del decreto de incorporación a la Federación de Rusia de Donetsk, Lugansk, Zaporiyia y Jerson -que suponen el 15% del territorio de Ucrania- se ha consumado una anexión anunciada. El líder ruso ha puesto en práctica la misma estrategia seguida para la absorción de Crimea, pero con dos notables diferencias: Las tropas rusas no ocupan todo el Donbass - controlan el 99% de Lugansk, el 93% de Jerson, el 65% de Donetsk y el 64% de Zaporiyia, y están sufriendo una contraofensiva de las tropas ucranianas-, y -a diferencia de lo ocurrido con Crimea- la comunidad internacional no se cruzará de brazos, la OTAN y la UE acudirán en ayuda de Ucrania facilitándole armamento, financiación y -sobre todo- información fidedigna y en tiempo real de los movimiento de las tropas rusas y rebeldes, y de la localización de posibles objetivos. No deja de ser curioso que -en uno de sus discursos- Putin echara en cara a Estados Unidos y a la OTAN, no tanto el suministro de armas sofisticadas, como la facilitación al alto mando ucraniano de información de inteligencia. En efecto, como ha señalado el senador Mark Warner, “nuestra comunidad de inteligencia, al trabajar conjuntamente con los ucranianos, ha pillado a los rusos y a Putin con el pie cambiado”. Putin se encuentra acorralado por el fracaso estrepitoso de su “guerra relámpago” contra Ucrania, el estancamiento de la ofensiva rusa y las enormes pérdidas de personal -se calcula que han tenido 45.000 bajas- y de material bélico, y el éxito de la contraofensiva de Ucrania, que le ha permitido recuperar buena parte de los territorios ocupados -más de 8.000 kms cuadrados- y liberado Jarkov y parte de la zona oriental fronteriza con Rusia, e incluso atacar Crimea y realizar sabotajes en territorio ruso. Estos triunfos han minado la moral de los soldados rusos de reemplazo. El ”New York Times” ha publicado testimonios de grabaciones de conversaciones de estos soldados con sus familiares, en las que les confiesan que se sentían engañados al ser mandados a una guerra, cuando creían que iban a participar en unas maniobras para impedir una invasión de Rusia por parte de Ucrania, sorprendidos por la capacidad de resistencia de los ciudadanos ucranianos, y traicionados por sus jefes, que les habían instado a matar al mayor número posible de ucranianos. Paralelamente, ha subido la moral del Ejército y del Gobierno ucranianos, que ya no se resignan a ceder partes del Donbass y pretenden recuperar Crimea y expulsar a las tropas rusas de todo su territorio. Ante el fiasco militar y la escasa operatividad de las tropas rusas que ocupan parte de Ucrania, Putin se ha visto forzado a tomar -muy a su pesar- graves medidas de carácter militar y político, aunque siga negándose a hablar de guerra, insista en la realización de una “operación militar especial” para evitar que los nazis ucranianos invadan la santa Rusia, y rechace la declaración del estado de guerra y de una movilización general. Este proceso ha seguido las siguientes fases: El 20 de septiembre, la Duma modificó el Código Penal para aumentar a hasta diez años las penas de prisión por los delitos de deserción o de entrega al enemigo, introducir disposiciones relativas a la movilización general, la ley marcial y el estado de guerra, y facilitar la concesión de la nacionalidad rusa a los voluntarios extranjeros que participen en la contienda. Al mismo tiempo, las autoridades de ocupación convocaron en Lugansk, Donestk, Jerson y Zaporiyia referéndums de incorporación a Rusia entre el 23 y el 27 de septiembre, pese a tratarse de territorios que las tropas rusas no ocupaban en su totalidad. El 21 de septiembre, el Gobierno ruso decretó una movilización parcial de 300.000 reservistas, menores de 45 años y con experiencia militar, para su reincorporación al Ejército y envío a Ucrania. El decreto estaba redactado de forma intencionadamente ambigua para permitir que se pueda llegar a alcanzar la cifra de 1.200.000 reservistas. La medida no ha podido ser peor recibida por los afectados y por los rusos que no han superado los 45 años, más de un cuarto de millón de los cuales han votado con los pies y tomado las de Villadiego, hasta el punto que el Gobierno ruso ha tenido que enviar a sus gendarmes a vigilar las fronteras e impedir la desbandada de posibles soldados. Al mismo tiempo, se ha producido una repulsa bastante amplia en todo el país, con manifestaciones de protesta en cuarenta ciudades -a pesar del riesgo de recibir condenas de hasta quince años de cárcel por desacreditar al ejército- y destrucción de oficinas de reclutamiento, que han provocado la detención de más de 1.500 personas. Los manifestantes se han cebado con los policías a los que -según Xavier Colás- han indicado que estarían dispuestos a morir en las trincheras si ellos los acompañaban. Se ha producido el hecho hasta ahora inédito de que 84 concejales de diversos ayuntamientos -especialmente de Moscú y de San Petersburgo- han redactado un manifiesto en el que solicitan la destitución de Putin y -a pesar de que algunos de ellos ya estén en prisión- las adhesiones siguen aumentando. Ante la renuencia de los reservistas, la policía está cazando a lazo en las calles y en el metro -especialmente en la periferia del país- a “voluntarios”, entre personas con rasgos no eslavos, mendigos y “protestantes”, a los que se entrega “velis, nolis” la cédula de notificación para su incorporación a filas. Como ha señalado Iñaki Ellakurría, pese a que Putin ha intentado evitarlo hasta ahora negando que existiera un conflicto armado, “si el sátrapa ruso ha decidido meter la puta guerra en el salón de sus súbditos -a lo que se había resistido para no alimentar la contestación social-, significa que ya está dispuesto a meterla en nuestros salones y despertarnos violentamente de la ficción de vivir en paz”. Referéndums de incorporación a Rusia La guinda del pastel de la desesperada operación putinesca ha sido el decreto de incorporación de las cuatro regiones ucranianas a la madre patria. Es curioso hasta qué extremos ha llegado el cinismo de Putin, que trata de revestir con un ligerísimo barniz democrático la anexión por la fuerza de los territorios de un país vecino, recurriendo a la celebración de unos reférendums-plebiscitos realizados a punta de pistola y sin las mínimas garantías. Ese dinosaurio postsoviético que es el ministro de Asuntos Exteriores, Serguéi Lavrov, fue preparando -como Juan Bautista- los caminos del Señor Putin, al afirmar, qué desde el comienzo mismo de la operación militar especial, ya dijeron que los pueblos de los respectivos territorios decidirían su destino -¡ democracia pura!-, y el pueblo del Donbass había manifestado su deseo de volver a la patria rusa, mediante una votación “a la búlgara” y el apoyo de más del 90% de los votantes. Ese genio de la ciencia política que es Putin ha logrado con un toque de su varita mágica el rizo del rizo: convertir un territorio ucraniano ocupado por Rusia en un territorio ruso que intenta ocupar Ucrania y, claro, ya saben a lo que se arriesgan los ucranianos si persisten en hacerlo. El ex-presidente ruso y actual vicepresidente del Consejo de Seguridad Nacional, Dimitri Medveded -¡un moderado!- ha afirmado que la invasión del territorio ruso es un delito que les permite usar todas las fuerzas de autodefensa, y el propio Putin ha añadido que, ante “la amenaza a la integridad territorial de nuestro país, utilizaremos todos los medios a nuestra disposición para proteger a Rusia y a nuestro pueblo. Esto no es un farol”. El líder ruso ha comentado que, en 1945, Estados Unidos creó un precedente al recurrir al uso de la bomba atómica en Hiroshima y en Nagasaki, so pretexto de poner fin a la II Guerra mundial, y ha dado a entender que Rusia podría hacer lo propio para acabar con lo que no es una guerra -Putin es muy respetuoso con la Carta de las Naciones Unidas que la prohíbe-, aunque se parezca mucho. José María Carrascal se ha preguntado en “ABC” si se trataba de un farol o de un chantaje, y ha contestado que era ambas cosas a la vez. En efecto -como ha señalado la politóloga Tatiana Stanovaya-, se trataba de un ultimátum inequívoco de Rusia a Ucrania y a Occidente para forzar una disyuntiva entre la retirada o la guerra nuclear. Putin no quiere ganar la guerra en el campo de batalla, sino forzar a Kiev a rendirse sin luchar. Ha tenido incluso la desfachatez de acusar a Occidente de recurrir al chantaje nuclear, pese a que Joe Biden haya afirmado solemnemente que la OTAN se había negado al recurrir al arma nuclear. Es efectivamente un chantaje en toda regla, aunque no por parte de Occidente, sino de la Federación de Rusia. Pero es también una arriesgada jugada de póker, en la que el autócrata heredero de todas las Rusias amaga y no sabemos si se atreverá a dar. Biden le ha advertido de que una guerra nuclear nunca se podía ganar -no hay vencedores sino solo vencidos-, por lo que nunca se debería librar. Putin ha amenazado con utilizar en Ucrania y en su propio territorio -ahora que lo ha rusificado por arte de birlibirloque- armas nucleares tácticas, si el Gobierno ucraniano no se rinde y se obstina en defenderse, y hasta en hacer contraofensivas contra las tropas ocupantes. Josep Borrell ha señalado que la amenaza nuclear es un peligro real y que la comunidad internacional debería reaccionar. El ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, ha declarado que las amenazas veladas de Putin a un posible uso del arma nuclear no los iban a amedrentar en el apoyo a Ucrania, para garantizar su soberanía e integridad territorial. “Estamos en un clima muy irracional por parte de Rusia y de Vladimir Putin, pero es una escalada militar que no lleva a ningún sitio, un callejón sin salida y una violación flagrante del Derecho Internacional”. Concuerdo en buena medida con esta afirmación, aunque con matices. No parece lógico que Putin utilice armas nucleares tácticas en la proximidad de sus fronteras -o incluso en un territorio que considera que pertenece a Rusia- por un mero motivo de autoprotección. Cabe recordar las consecuencias del desastre nuclear de Chernobyl, que causó más daños en Bielorrusia que en la propia Ucrania, y cuyos efectos nocivos llegaron hasta la remota Islandia. Los efectos de la onda nuclear afectarían adversamente a Rostov y a otras ciudades del sur de Rusia, pero -una vez que Putin se ha instalado en la irracionalidad-, cualquier cosa podría suceder. Este Putin no es el que yo conocí -inteligente, frío, prudente y muy seguro de sí mismo-, ya que ofrece una imagen de endiosamiento y prepotencia, a la par que de inseguridad y de vacilación. Reacción a la enésima violación del Derecho Internacional por parte de Rusia La reacción de Occidente, por esperada, no ha dejado de tener relevancia. Biden ha afirmado de forma taxativa que “Estados Unidos nunca, nunca, nunca reconocerá las reclamaciones rusas sobre territorio ucraniano”, pero también San Pedro hizo una afirmación semejante y negó tres veces a Jesucristo. Lejos de mi ánimo establecer un paralelismo entre estos dos casos, pero no es menos cierto que Biden añadió que “Estados Unidos está completamente preparado, con nuestros aliados de la OTAN, para defender cada centímetro del territorio de la OTAN”, y -por suerte para la OTAN y desgracia para Ucrania- este país no se encuentra dentro del territorio de la Alianza y, de ahí, la urgente y constante insistencia de Volodimir Zelensky para que Ucrania pase a ser miembro de la Organización lo antes posible. El secretario general de la Alianza, Jens Stoltenberg, ha declarado que la OTAN reafirmaba su apoyo a la soberanía e integridad territorial de Ucrania, y que le seguiría dando apoyo para que se pudiera defender todo el tiempo que fuera necesario, si bien añadió cautamente que la Alianza no era parte en el conflicto, ni quería serlo. Respecto a la petición de Zelensky de rápido ingreso en la Organización, Stontelberg se mantuvo en la ardiente ambigüedad y no quiso asumir ningún compromiso. El secretario general de la ONU, Antonio Guterres, ha advertido a Putin de que la anexión de los territorios del Donbass marcaba una peligrosa escalada del conflicto y que “la anexión de territorios como resultado de una amenaza o del uso de la fuerza viola los principios del Derecho Internacional”. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha sido aún más categórica, al afirmar que “el vergonzoso referendo convocado por Rusia es un intento ilegal de cambiar por la fuerza las fronteras internacionales. La amenaza de usar armas nucleares es un paso más en la escalada. Jamás aceptaremos el referendo de la vergüenza, ni cualquier anexión”. Todos los dirigentes de la UE -a excepción del presidente húngaro, Víktor Orban- se han posicionado claramente en contra de la decisión de Putin, incluido el pastelero presidente francés, Emmanuel Macron, que ha hecho un llamamiento a todos los Estados para que ejerzan la máxima presión sobre Putin. Se ha abierto una incógnita con respecto a la actitud qué pueda adoptar el futuro Gobierno italiano -previsiblemente presidido por Giorgia Meloni-, debido a su coalición con la Liga y con Forza Italia, pues tanto Matteo Salvini como Silvio Berlusconi han mostrado públicamente su buena sintonía con Putin. El rey del “bunga-bunga” llegó a expresar su esperanza de que la intervención rusa permitiera la expulsión de Zelensky del Gobierno ucraniano y su sustitución por “gente de bien”. Meloni, por el momento, ha actuado de forma correcta y prudente, y le ha comunicado que podía contar con el leal apoyo de Italia a la causa de la libertad del pueblo ucraniano. Otro verso suelto -en este caso en el seno de la OTAN-, Turquía, ha cambiado su actitud contemporizadora hacia Rusia y exigido que se facilitara una solución negociada al conflicto ucraniano, mediante la retirada completa de las tropas rusas a sus fronteras de 2013. Especial relevancia ha tenido la actitud de Estados que hasta ahora habían adoptado una posición de comprensión o de equidistancia con respecto a la actuación rusa en Ucrania. Como ha observado Ana Palacio, Rusia ha perdido prestigio, estatus y consideración, y la “auctoritas” del Kremlin se ha desmoronado internacionalmente. “Lejos de la fortaleza que propugnaba Putin, lejos del protagonismo que aspiraba a consolidar, la Rusia actual es una sombra de lo que era, una sombra que se proyecta en la abyección de las fosas de civiles abatidos -y a menudo torturados-o en la presunta autoría de la voladura de los gasoductos Nord Stream”. El caso más paradigmático es el de China que -aunque no reconoció la anexión de Crimea- ha sido un fiel aliado Rusia y, si bien no ha condonado su actuación en Ucrania, la ha apoyado en la esfera internacional y se ha opuesto a que se la sancione. En su último encuentro con Putín, Xi Jinping le había mostrado su malestar por la invasión de Ucrania. Como ha declarado Mao Ning, portavoz del Ministerio chino de Asuntos Exteriores, “la posición de China sobre el tema de Ucrania es consistente y clara. Siempre hemos mantenido que se debe respetar la integridad soberana y territorial de todos los países”. Otro portavoz chino, Wang Wenbin, ha señalado que todos los Estados deberían cumplir los principios de la Carta de la ONU, tener en cuenta la legítimas preocupaciones de seguridad de todos los países -respaldo a los argumentos rusos de que la expansión de la OTAN afectaba a la seguridad de Rusia-, y apoyar todos los esfuerzos que conduzcan a la resolución pacífica de los conflictos. También el otro coloso asiático, la India de Narendra Modi -que se ha estado aprovechando de la coyuntura para adquirir petróleo ruso a precio inferior al del mercado-, ha reprochado a Putin que el actual no era un momento para guerras, y está tomando sus distancias con Rusia, aunque sin condenar explícitamente la invasión de Ucrania, ni la anexión de los territorios del Donbass. Más significativo aún ha sido el cambio de actitud de los Estados procedentes de la antigua URSS y en especial de Kazajstán, que recurrió no ha mucho a la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva para que le ayudara a sofocar las revueltas contra su Gobierno. Su presidente, Kassin-Yomart Tokaev, ha anunciado que su Gobierno no reconocería la anexión del Donbass, pedido respeto a la igualdad soberana, la integridad territorial y la coexistencia pacífica, denunciado el posible uso de armas nucleares -ni siquiera como último recurso-, y garantizado la seguridad de los rusos que crucen su frontera para evitar su reclutamiento forzoso. Previsibles planes de Rusia Para Mira Milosevich, la actuación de Putin es un reconocimiento de la derrota de Rusia en la ofensiva del Donbass, pero también supone un mensaje a Occidente de que está dispuesta a continuar la guerra. Putin pretende congelar las fronteras con Ucrania y reforzarlas, y -desde una posición de fuerza- iniciar negociaciones para lograr una paz, para lo que no parece dispuesta hacer muchas concesiones, pues considera que el territorio de Rusia es sagrado y que sus posesiones en Ucrania no pueden ser objeto de regateo. Como ha señalado Putin en el discurso en el que confirmaba la anexión de los territorios ucranianos, la URSS ya no existe y no se puede volver al pasado, pero no hay nada más fuerte que la voluntad del pueblo del Donbass de regresar a su patria histórica. “Las personas que viven en Donetsk, Lugansk, Jerson y Zaporiyia serán ciudadanos nuestros para siempre”. Acto seguido, ha hecho con el mayor de los cinismos un llamamiento al Gobierno de Kiev para que ponga fin a la guerra y vuelva a la mesa de negociación. Hay algunos politólogos y geoestrategas que estiman que Rusia quiere ganar tiempo y esperar a la llegada del invierno durante el cual, al congelarse la tierra, facilitaría una mayor movilidad a los tanques y a los carros de combate, lo que le permitiría lanzar una contraofensiva para reforzar su posición en el Donbass. No concuerdo con esta hipótesis porque, si Rusia no pudo conquistar Kiev y controlar Ucrania aprovechándose del factor sorpresa, la imponente superioridad bélica y la situación de inferioridad del Ejército ucraniano, difícilmente podrá conseguirlo ahora que éste se ha reforzado considerablemente con el armamento cada vez más sofisticado suministrado por Occidente, y con unas tropas rusas reclutadas de cualquier manera, formando unidades que se parecen más a la banda de Pancho Villa que a un ejército bien equipado, profesionalmente instruido y moralmente motivado. A esto cabe sumar la desaparición del campo de operaciones de la aviación de Rusia, que ha tenido que recurrir al material importado de Corea del Norte y a los drones suministrados por Irán. Su única superioridad radica en la posesión de un imponente arsenal nuclear, pero -tras el fiasco de sus Fuerzas Armadas, consideradas como unas de las más potentes del mundo- cabe preguntarse en qué estado de operatividad se encuentra su armamento nuclear, amén de las dificultades ya citadas para su uso en áreas próximas a su territorio. El impresentable Lavrov ha acusado hipócritamente a Occidente de armar potentemente a Ucrania para debilitar a Rusia y prolongar a tal efecto las hostilidades el máximo posible, a pesar de las numerosas víctimas y de las destrucciones causadas. ¿Quien ha provocado las víctimas bombardeando sistemáticamente objetivos no militares como hospitales, escuelas y edificios civiles? ¿ quién está atacando con misiles convoyes de refugiados, sin más motivo que asesinar a inocentes? A las campañas de “fake news” de la “agitprop” rusa para culpar a Estados Unidos de todos los males habidos y por haber, con el fin de desgastar a Rusia y aumentar sus ventas de gas y petróleo, cabe sumar el “fuego amigo” de algunos irresponsables como el antiguo secretario de Estado Henry Kissinger o del periodista Doug Bandow, que ha publicado en el periódico “The American Conservative”, un artículo cuyo título ha hecho fortuna en las redes sociales: “Washington luchará contra Rusia hasta el último ucraniano”. Como ha destacado “El Mundo” en un editorial, la decisión de Putin es un paso más en la estrategia de escalar para desescalar, ante la derrota que sufren las tropas rusas en el terreno. En otras palabras, blindar el Donbass fortficándolo y amenazar con responder a los ataques ucranianos con toda la fuerza disponible -incluida la nuclear-, con el fin de quebrar la firmeza y la unidad de Europa a la hora de seguir ayudando a Ucrania con armas y con fondos. “Occidente no puede aceptar un chantaje que reedite el escenario del Crimea, y debe reforzar tanto la ayuda militar a Ucrania, como las acciones de castigo por la nueva agresión del Kremlin”. Comparto esta opinión tanto por motivos de justicia -dada la injusta e injustificada agresión de Rusia a Ucrania, y la anexión por la fuerza armada de parte de su territorio-, sino también por razones de “real politik” y de ejemplaridad. Sí -como hizo en el caso de Crimea- Occidente tolera que Rusia campe por sus respetos, agreda a un país vecino, viole las fronteras europeas cuya santidad fue consagrada en el Acta del Hesinki, y ponga patas arriba el sistema de seguridad europeo establecido a raíz de la II Guerra Mundial, se habrá abierto la vía al caos en las relaciones internacionales. Madrid, 1 de octubre de 2022

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