martes, 8 de noviembre de 2022

CARTA ABIERTA AL PRESIDENTE DE ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA Excmo Sr.D. Joe Biden Presidente de Estados Unidos de América WASHINGTON Respetado Señor Presidente: He leído con pesar la noticia sobre sus declaraciones acerca de la celebración en Estados Unidos del “Columbus Day”, en el que ha exaltado la herencia de la inmigración italiana en Estados Unidos con motivo del aniversario del descubrimiento de América. No me ha sorprendido en demasía porque ya el pasado año hizo una similar declaración, en la que afirmó que, en 1492, zarpó Colón del puerto español de Palos de la Frontera, en nombre de la reina Isabel I de Castilla y de Fernando II de Aragón, pero que las raíces el descubrimiento se remontaban a Génova( Italia). Cristóbal Colón fue un navegante experimentado -al parecer de origen genovés-que mantenía la tesis de que la tierra era redonda y que, por consiguiente, se la podía circunvalar y llegar hasta la India navegando hacia poniente. Propuso realizar una expedición hacia el Oriente a los reyes de Francia y de Portugal, que no le prestaron el menor caso, pero fue benévolamente acogido por la reina de Castilla, que consideró razonable su tesis y decidió financiar la expedición de las carabelas “Santa María”, “La Pinta” y “La Niña”, comandadas respectivamente por el propio Colón y por los hermanos Martín Alonso y Vicente Yáñez Pinzón, y tripulada por marineros andaluces en su mayoría. Esta expedición llevada a cabo en nombre de la reina de Isabel I, fue la que descubrió el 12 de octubre de 1492 las primeras tierras de América, que el navegante creyó que eran las de la India. Vd. parece ignorar la participación en el descubrimiento del recién creado reino de las Españas o ha prescindido de ellos, al afirmar que la historia del viaje de Colón “sigue siendo motivo de orgullo para muchos italoamericanos, cuyas familias también cruzaron el Atlántico. Su viaje inspiró a muchos otros a seguirlo y, en última instancia, contribuyó a la fundación de Estados Unidos”. Añadió que, si bien el almirante tenía intención de acabar su expedición en Oriente, “su viaje de diez semanas le llevó a las costas de las Bahamas, convirtiendo a Colón en el primero de muchos exploradores italianos en llegar a lo que más tarde se conocería como las Américas”. ¿ Me podría Vd. citar el nombre de alguno de esos exploradores italianos de las Américas? No creo que nombres como Hernán Cortés, Francisco Pizarro, Diego Almagro, Álvaro de Soto, Juan Ponce de León, Álvar Núñez “Cabeza de Vaca”, Vasco Nuñez de Balboa, Francisco Vázquez de Coronado, Junípero Serra, Pedro de Tovar, Lope de Aguirre o Juan de Garay -por citar solo unos cuantos- tengan mucha raigambre italiana, aparte de que Italia a la sazón no existía como tal. ¿ Podría mencionar, Sr. Presidente, el nombre de algún político o militar italiano que contribuyera a la independencia de Estados Unidos? Le sonará, sin duda, el nombre del francés Gilbert du Motier, Marques de La Fayette, y quizás menos el del malagueño Bernardo Gálvez, Conde de Gálvez, que contribuyeron de forma decisiva a la separación de su país de Inglaterra, pero no tengo conocimiento de ningún italiano que participará en la independencia de Estados Unidos. Continuaba Vd. afirmando que, en conmemoración del viaje de Colón hace 530 años, el Congreso -mediante resolución conjunta de 30 de abril de 1934- solicitó al Presidente que proclamara el segundo lunes de octubre de cada año el “Día de la Raza”, fecha que Vd. declaró festiva en 2021. No se sabe muy bien a qué raza se refería, si a la estadounidense, la española, la italiana o la indígena. Parece que usted se inclina por la última, al proponer que “dejemos que este día sea de reflexión sobre el espíritu de la exploración de América, el coraje y las competencias de los estadounidenses a lo largo de generaciones, y sobre la dignidad y la resiliencia de las naciones tribales y de las comunidades indígenas”. En realidad, el “Día de la Raza” fue declarado en 1913 por iniciativa del ex- ministro español Faustino Rodríguez San Pedro, presidente de la Unión Iberoamericana. Se utilizaba este término para describir el mestizaje que surgió del encuentro entre la raza blanca española y la indígena, con el que se iniciaba la unión entre Europa y América. Sin utilizar expresamente ese término, el primer presidente argentino elegido democráticamente, Hipólito Yrigoyen, promulgó el 12 de octubre 1917 un decreto en el que se decía lo siguiente: “Considerando 1) que el descubrimiento de América es el acontecimiento de más trascendencia que haya realizado la Humanidad a través de todos los tiempos […]; 2) que corresponde al genio hispano identificarse con la visión sublime del genio de Colón, efeméride tan portentosa cuya obra no quedó circunscripta al prodigio del descubrimiento, sino que la consolidó con la conquista, empresa ésta ardua y ciclópea, que no tiene términos posibles de comparación en los anales de los pueblos; 3) que la España descubridora y conquistadora volcó sobre el continente enigmático el valor de sus guerreros, el denuedo de sus sacerdotes, el preceptismo de sus sabios y la labor de sus menestrales, y con la aplicación de todos estos factores obró el milagro de conquistar para la civilización la inmensa heredad en que hoy florecen las naciones americanas. Por lo tanto, siendo eminentemente justo consagrar la festividad de esta fecha en homenaje a España, progenitora de naciones a las cuales ha dado -con la levadura de su sangre y con la armonía de su lengua- una herencia inmortal que debemos afirmar y mantener con jubiloso reconocimiento”. Al presidente argentino se le fue un poco la mano con el uso ditirámbico de los adjetivos, pero resulta evidente que su opinión sobre la colonización española de América difiere notablemente de la suya. El término “Día de la Raza” no plujo al sacerdote español residente en Argentina, monseñor Zacarías de Vizcarra, quien sugirió sustituirlo por el de “Día de la Hispanidad”. La expresión fue acogida con beneplácito por el literato Ramiro de Maeztu -que fue embajador de España en Argentina-, quien publicó en 1931 en la revista “Acción Española”, un artículo en el que decía que “el 12 de octubre, mal llamado el Día de la Raza, deberá ser llamado en lo sucesivo el Día de la Hispanidad”. En 1958 se declaró festivo el 12 de octubre, y en 1987 se estableció como Día Nacional de España. En Iberoamérica, se ha mantenido la denominación de “Día de la Raza” en Colombia, El Salvador, Honduras y Méjico, y el de la “Hispanidad” tan solo en Panamá. Se destaca, de diversas formas, el hecho de la ”Diversidad cultural” en Argentina, República Dominicana y Uruguay, y se denomina “Día de Descubrimiento de dos mundos” en Chile, de la” Interculturalidad y Plurinacionalidad” en Ecuador, y de “Pueblos originarios y diálogo intercultural” en Perú. Más contestatarios son Bolivia, que celebra el “Día de la Descolonización”, y Guatemala, Nicaragua y Venezuela, que han optado por el “Día de la Resistencia indígena”. Parece ser que Vd. se inclina por complementar el ” Día de Colón” con el de los “Pueblos indígenas”. Este año ha seguido Vd. emitiendo en la misma longitud de onda y centrado la conmemoración del 12 de octubre en la colonia italiana. Según la versión oficial de su declaración -publicada en la web de la Presidencia únicamente en inglés, sin traducción al español o al italiano- ha manifestado que” la comunidad italoamericana es una piedra angular de la relación estrecha y duradera de nuestra nación con Italia, un aliado vital de la OTAN y socio de la UE. Hoy la asociación entre Italia y Estados Unidos está en el centro de nuestros esfuerzos para enfrentar los desafíos globales más apremiantes de nuestro tiempo, incluido el apoyo a Ucrania en la defensa de su libertad y democracia”. España también es, Señor Presidente, aliado de Estados Unidos y miembro de la OTAN y de la UE, y además fue la responsable -para bien o para mal- del descubrimiento de América, pero Vd. ha preferido soslayar cualquier mención a España y a la huella que ha dejado en suelo estadounidense con sus expediciones, misiones y asentamientos realizados durante más de tres siglos. Le recuerdo que más de un tercio de los Estados Unidos, especialmente en el sur y el oeste del país, han sido posesiones españolas: Alabama, Arizona, Arkansas, California, Colorado, las dos Dakotas, Florida, Idaho, Iowa, Kansas, Luisiana, Minnesota, Montana, Nebraska, Nevada, Nuevo México, Oklahoma, Oregon, Puerto Rico, Texas, Washington, Wyoming… El dominio español llegó hasta Alaska, donde frenó la expansión de Rusia, estableciendo los fuertes de San Miguel y de Núñez Gaona en Nutka, en la zona costera del norte del Océano Pacífico denominada Nueva Galicia. Vd. es muy libre de rendir homenaje a la población italoamericana. Italia es una gran nación que ha hecho grandes aportaciones a la cultura, al arte y a la ciencia, por lo que hay motivos más que sobrados para rendirle homenaje, pero, para ello, no es necesario recurrir al metaverso, falsear la Historia e inventarse colonizadores italianos de América, que solo existían en la mente de sus asesores áulicos en materia histórica. Y sobre todo, llegar al extremo absurdo de considerar un protagonismo inexistente de Italia en el descubrimiento y la colonización de America, sobre la única base de que Colón -personaje al servicio de los Reyes de las Españas- pudo haber nacido en Génova ¿Qué le parecería que, en el aniversario de la llegada del primer hombre a la luna, España celebrara la gesta de Alemania, so pretexto de que Werhern von Braun, diseñador del cohete Saturno-V que propulsó la cápsula espacial, había nacido en dicho país? Von Braun había nacido en Alemania, como Colón lo había hecho -al parecer- en Italia, pero ambos estaban al servicio de un tercero, Estados Unidos en el caso del primero, y España en el caso del segundo. Aunque las comparaciones sean odiosas, espero que este ejemplo le haga reflexionar. No es razonable ofender gratuitamente a España y a los 61 millones de hispanoamericanos que habitan en su país, sobre todo cuando, para ello, se manipula la Historia. Como dato anecdótico, cabe comentar que Italia tiene una gran habilidad diplomática y una extraordinaria capacidad para la mercadotecnia. Así, se suele decir -medio en serio, medio en broma- que Italia es experta en perder las guerras y ganar las paces. Algo así ha conseguido con la denominación del continente americano, que debería haber sido llamado Colombia, Pinzonia o -más adecuadamente- Nueva España, como finalmente se denominó el virreinato de Méjico. Había, sin embargo, un comerciante italiano llamado Américo Vespucio -Amerigo Vespucci de nacencia- que se instaló en Sevilla, se nacionalizó español y llegó a ser piloto mayor en la Casa de la Contratación. Publicó una serie de cartas dirigidas a Lorenzo de Medicis -recopiladas en las obras “Mundus Novus” (1504) y “Carta a Soderini” (1505)-, en las que narraba sus supuestos y fantasiosos viajes al nuevo mundo. Su relato convenció al cosmógrafo Martín Waldseemüller, que decidió publicar dichas cartas en 1507 junto con su “Cosmografía”, en cuyo prefacio escribió que, “ahora que esas partes del mundo han sido extensamente examinadas y otra cuarta parte ha sido descubierta por Américo Vespucio, no veo razón para que no la llamemos America, es decir, tierra de Américo, a su descubridor”. Algunos años después, Waldseemüller conoció quién había sido el verdadero descubridor del nuevo mundo y, en una segunda edición de su obra publicada en 1516, trató de corregir su error, pero ya era demasiado tarde para hacerlo, porque el término “America” había adquirido ya carta de naturaleza. Fernando Ramos ha publicado en “El Debate” el artículo “La gran fiesta italiana del 12 de octubre, según Biden”, en el que ha comentado con sorna y buen humor su declaración, y afirmado que las naves que descubrieron América no fueron “La Pinta”, “La Niña” y la “Santa María”, sí no “La Bambola”, “La Ragazza” y la “Nostra Madonna”, y que los capitanes no fueron los hermanos Pinzones, sino los “fratelli Rinaldi”. Colombo pudo realizar el descubrimiento gracias al apoyo de los Reyes de Italia y no de los Reyes Católicos, y la operación no fue financiada por Isabel I de Castilla, sino por la reina de Nápoles, Fiorella Mancuso, quien empeñó para ello sus propias joyas. Las carabelas no partieron de Palos, sino de Génova, los tripulantes no eran andaluces sino genoveses, quien lanzó el esperanzador grito de ”Tierra” no fue Rodrigo de Triana, sino el siciliano Giacomo Biondino, y la primera isla descubierta no se llamó “La Española”, sino “La Italiana”. Era, por tanto, justo que el 12 de octubre el presidente de Estados Unidos pusiera las cosas en su sitio frente a la usurpación española. Como bien se sabía, los territorios del sur y oeste de Estados Unidos fueron conquistados por italianos, y no se explicaba cómo las grandes ciudades de California se llamaran Los Ángeles o San Francisco, en vez de “Gli Angeli” o San Genaro. Ahora, ya en serio, permítame, Señor Presidente, que le ofrezca algunos datos, que no son frutos de opiniones personales, sino hechos históricos constatados, para que pueda recordar lo que aprendió en el colegio, si es que le contaron lo que realmente había sucedido en el descubrimiento de América. No sé qué es peor, si la animadversión y la hostilidad abierta del presidente de Méjico, Andrés Manuel López Obrador o del de Venezuela, Nicolás Maduro, o su desdén hacia España y el silenciamiento de su obra en América. En su testamento redactado en 1504, Isabel I instó a su esposo el rey Fernando II de Aragón y a su hija Juana, heredera de la corona de Castilla, a que indujeran a los vecinos y moradores de las Indias a convertirse a la fe cristiana, y que los trataran bien y justamente, sin que recibieran agravio alguno en sus personas o sus bienes. Ya en 1511, fray Antonio de Montesinos defendió la humanidad de los indígenas y se trasladó a España para exponer su tesis al rey Fernando, que la aceptó y -un año más tarde- dictó las Ordenanzas de Burgos, en las que se reconocían los derechos de los nativos y se abolía la esclavitud indígena, y se organizó su trabajo para la Corona a través de las encomiendas, su educación y su evangelización. Ante las críticas de algunos religiosos por los abusos de los encomenderos, el emperador Carlos V convocó en Valladolid en 1551 una reunión de teólogos y juristas, en la que se enfrentaron las tesis del obispo de Chiapas, fray Bartolomé de las Casas, que negaba el derecho del Reino de España a someter a los indios, y la del jurista de la Corte, Ginés de Sepúlveda, que mantenía la legitimidad de la tutela de los indígenas. Prevalecieron en buena medida las tesis favorables a los indios, a los que Francisco de Vitoria había reconocido la condición de sujetos de derechos, mientras que Francisco Suárez mantuvo que todos los hombres -incluidos los indios- nacían libres, de modo que ninguno tenía poder político sobre otro ¿Puedes decirme, Señor Presidente, si Estados Unidos, Inglaterra o cualquier otra potencia colonial han permitido que se discutiera en presencia de su jefe de Estado la legitimidad de su dominación colonial? Pese a ello, gracias a la Leyenda Negra impulsada por los ingleses, se ha exonerado a Inglaterra de su actuación colonial y culpado a España de los peores atropellos a los indígenas. Mientras en Canadá murió el 95% de los indígenas y en Estados Unidos apenas quedaron indios nativos -que se encuentran estabulados en reservas- y muy pocos mestizos, la mayoría de los cuales procede de las zonas colonizadas por los españoles o son inmigrantes de otras partes de América. En cambio, en el momento de la independencia de Méjico, el 50% de la población era mestiza, y algo similar ocurría en la mayoría de los Estados iberoamericanos. Por eso, no hay un indigenismo genuino en Estados Unidos o en Canadá, ya que el existente -que está dirigido por descendientes de los antiguos colonos- no se ha dirigido contra Inglaterra o contra Estados Unidos, que exterminó a sus indígenas -el general Philip Sheridan decía que “el único indio bueno es el indio muerto”-, sino contra España, que fue la única potencia colonial que permitió el mestizaje, decapitando las estatuas de Isabel la Católica y de fray Junípero Serra. El barón Alexander von Hundbolt visitó la América hispana al principio del siglo XIX con muchos prejuicios contra España y su labor colonizadora, pero tuvo que reconocer que los virreinatos estaban muy bien organizados y eran bastante prósperos, que no había corrupción institucional, y que los indios y los mestizos estaban asimilados, ocupaban un lugar en el mundo hispano -en el que participaban abiertamente y sin trabas en las tareas de la comunidad- y su situación era mejor que la de muchos campesinos del norte de Alemania. Las posesiones de España -a diferencia de las de Inglaterra o de Francia-no eran colonias, sino una parte más de un poderoso imperio, que se extendía del norte al sur de América. Los virreinatos fueron, en comparación con otras colonias de la región, emporios de cultura y de prosperidad, polos de progreso cultural, social económico y comercial, como ponían de manifiesto la singladura del galeón de Manila, que unió tres continentes y permitió el desarrollo del tráfico comercial entre Oriente y Occidente. Cuando Estados Unidos fundó en Harvard su primera Universidad en 1636, España ya había fundado 13 de las 27 universidades que creó durante su presencia en América: San Marcos en Lima y la Pontificia de Ciudad de Méjico (1551), las de La Plata y Sucre (1552), Santiago de la Paz en Santo Domingo (1558), Santo Tomás en Bogotá (1580), San Fulgencio en Quito (1603), San Ildefonso en Lima (1608), Córdoba y Cuzco (1621), Santo Tomás en Santiago (1622), Mérida (1624) y San Francisco Javier en Bogotá (1624) y San Miguel en Santiago. La primera Universidad canadiense se estableció en Toronto en 1841. En 1551 ya había en Méjico una Facultad de Medicina, mientras que la primera cátedra en esta materia no se creó en Estados Unidos hasta 1765. El primer hospital en América, San Nicolás de Bari, fue abierto por Nicolás de Ovando en Santo Domingo en 1503,por expresa orden del Rey Fernando de que lo estableciera en donde fuera necesario, para que se acogieran y se curaran en él tanto los cristianos como los indios. Entre 1521 y 1528 se fundaron en Méjico otros tres hospitales más. El primer libro que se imprimió en América –“Breve Compendio de doctrina cristiana en lengua mexicana y española”- fue publicado en Ciudad de México en 1539. Felipe II ordenó en 1580 que se crearan cátedras de lenguas indígenas para fomentar su estudio y conocimiento. Como comentó en 1916 el historiador norteamericano Charles Lummis, la razón de que no hiciéramos justicia a los exploradores españoles se debía a que no habíamos sido bien informados de una historia que no tenía paralelo. “Amamos la valentía de la colonización de América por los españoles, que fue la más grande, la más larga, la más maravillosa serie de valientes proezas que registra la Historia”. Es evidente que no todo se hizo bien, al igual que ocurría en la España de allende el Atlántico, y que no se debe pasar de la “leyenda negra” a la “leyenda rosa”, pero la gobernación de los territorios españoles en América fue muy superior a la ejercida por otras potencias coloniales en la región. La emancipación de las posesiones españolas se produjo en un momento de debilidad de España a causa de la invasión napoleónica, y estuvo dirigida por la oligarquía de los descendientes de españoles, y apoyada por Inglaterra. No supuso una rebelión del pueblo oprimido contra los opresores, sino una auténtica guerra civil, en la que la mayoría de la población indígena se situó del lado de la monarquía española. Lo primero que hicieron los oligarcas cuando llegaron al poder fue privar de sus tierras a los campesinos indios. El régimen de monopolio comercial que había ejercido España durante tres siglos fue sustituido por un supuesto liberalismo económico del que se aprovechó Inglaterra. Perdone, Señor Presidente, que me haya extendido quizás más de la cuenta, pero no es otro mi deseo que ofrecerle una versión de la colonización española distinta a la que suelen facilitar las escuelas y universidades, así como los medios de comunicación anglosajones. No tengo nada contra Italia, bien al contrario, y le honra que quiera rendir homenaje a la población italoamericana, pero para ello no hace falta falsear o maquillar la Historia, e ignorar la huella de la presencia española en Iberoamérica, merced a la difusión de su religión, de su lengua y de su cultura. Reciba, Señor Presidente, las expresiones de mi alta consideración Madrid, 19 de octubre de 2022 Dr. José Antonio de Yturriaga Embajador de España

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