El motivo
de mi presencia en esta Mesa es mi amistad con Juan Prat desde hace muchos años
y el hecho de que haya escrito, como él, un libro sobre Cataluña. Juan es un
caso insólito en la Historia del funcionariado español, pues creo que ha sido
el único funcionario que ha desempeñado funciones de alta responsabilidad en
tres Administraciones diferentes: la nacional –Director General de Relaciones
Pesqueras Internacionales, Embajador en Italia y en Países Bajos, y Representante
Permanente ante la OTAN-, la supranacional –Jefe de Gabinete del Comisario Abel
Matutes y Director General de las Relaciones de la CE Norte/Sur- y en la autonómica –Delegado de la Generalitat en Bélgica. Es un hombre de
cualidades extraordinarias, intelectuales y profesionales, un “crack” –como lo ha calificado Raimundo
Bassols-, pero, como tal, ha sido protegido por la Fortuna o por la Providencia,
según los gustos. Juan estña dotado del don que los marroquíes llaman “baraka” y los andaluces “potra”, y ha sabido estar en el lugar
adecuado, en el momento oportuno.
Prat ha
hecho gala en todo momento de su condición de catalán, de español y de europeo.
Ha escrito un magnífico libro de memorias, instructivo y entretenido, de
colorido lenguaje mediterráneo y de
fácil lectura. Voy a limitarme a comentar algunos episodios del libro en
los que he coincidido con Juan, aunque no necesariamente en el espacio o en el
tiempo: El Colegio Mayoe César Carlos, Rusia, la Pesca y Cataluña.
Sobre el
“César”, Juan ha escrito que “fue un período fundamental en mi vida por la
formación intelectual y humana que allí adquirí, y por lo mucho que aprendí
sobre España, el resto de los españoles y la política”. No puedo estar más
de acuerdo con él. Yo también tuve el privilegio de vivir en el César, aunque
él llegó justo cuando yo me marchaba. Salí del Colegio Mayor para casarme, al
terminar mi primer año en la Escuela Diplomática, y me fui a vivir con mi mujer
Mavis a la Casa do Brasil, única residencia universitaria que admitía a
matrimonios-, pero coincidimos en más de una ocasión en los actos cesáreos. El
Colegio era una residencia para graduados que preparaban oposiciones para altos
puestos de la Administración, especialmente catedráticos y diplomáticos. Aunque
dependía formalmente de la Secretaría General del Movimiento, se auto-regía,
pues tanto el Rector como los miembros de la Dirección eran elegidos
democráticamente por los colegiales. Reinaba un inhabitual grado de libertad y de espíritu crítico para la época, y el
nivel intelectual y humano de los residentes era muy elevado. El año en que
entré en el Colegio, seis colegiales sacaron una cátedra, entre ellos Manolo
Olivencia, Rafael Entrena y Sebastián Retortillo. Allí conviví con personas del
calibre de Juan Antonio Carrillo, Julio González Campos, Manolo Brosetta –que
fue vilmente asesinado por ETA-, Elías Díaz o Jaime “piccolo”Añoveros. Gracias al César, puede aguantar los tres años de
espera pa ra la convocatoria de oposiciones a la Carrera Diplomática, provocados
por el “pucherazo” producido en la
anterior oposición, en la que el Tribunal duplicó el número de plazas después
de haberse celebrado los exámenes. “Al
César, lo que es del César…”
Juan Prat tuvo también el
privilegio de ser el primer diplomático español que pisó, en cuanto tal,
territorio soviético tras la Guerra Civil, cuando fue enviado de descubierta
por el Ministerio de Asuntos Exteriores para preparar la instalación de la
peculiar Misión Comercial de España ante la URSS. Cuenta Juan que, en su primera
visita al Ministerio de Asuntos Exteriores –formalmente la Misión estaba
acreditada ante el Ministerio de Comercio-, actuó de intérprete un tal Igor
Ivanov, al que tuve el gusto de conocer cuando fue enviado a Madrid como
Secretario de la Misión Comercial Soviética en España y con el que inicié una
amistad cuando –a raíz de la normalización de las relaciones diplomáticas entre
los dos países- fungió como Ministro Consejero y Embajador de Rusia en España.
Cuando en 1996 llegué a Moscú como Embajador, Ivanov era Vice-Ministro de
Asuntos Exteriores y poco después ascendió a Ministro. No se pudo portar mejor
con España y con mi persona, me ayudó ó considerablemente en mi labor diplomática y –entre otras cosas-
facilitó la obtención de una nueva residencia para el Embajador.
En este tema produce otro de mis
vínculos con Prat, que nos narra cómo, con su proverbial habilidad de
negociante fenicio, consiguió una digna residencia para el Jefe de la Misión en
la calle Paliashvili. Se trataba de un palacete original y de cierto encanto,
que contrastaba con la monotonía de las construcciones del estilo realista
soviético. Tenía una distribución un tanto caótica, pero resultaba hasta
agradable. El problema era que no había sido debidamente mantenido por la agencia
estatal UPDK y se encontraba en un estado de conservación lamentable. Cuando,
recién llegado, bajé a la cocina –que se encontraba en el sótano- y abrí una
alacena para sacar un vaso, salió una manada de cucarachas voladoras, y hubo
que desinsectar y desinfestar el edifico. Dediqué buena parte de mi tiempo a
interminables discusiones con UPDK para
tratar de conseguir una nueva residencia y al fin lo logré gracias a los buenos
oficios de Ivanov. Lo malo es que sólo pude disfrutar de ella tres meses, pues,
tras sufrir un infarto, tuve que dejar el puesto.
En la Pesca fue en el único terma
en que coincidí con Juan física y
anímicamente. El formó parte del comando de Asuntos Exteriores que -bajo el
mando del Subsecretario de Pesca, Miguel Aldasoro- asaltó el fortín de la
Subsecretaría de la Marina Mercante, donde desempeñó la función de Director
General de Relaciones Pesqueras Internacionales. Yo era a la sazón Subdirector
General de Cooperación Marítima, Secretario de la Comisión Interministerial der
Política Marítima y Coordinador de la delegación española en la Conferencia
sobre Derecho del Mar. Conseguimos formar una magnífica delegación con
diplomáticos, profesores, militares, técnicos y científicos, especialmente
expertos del Instituto Español de Oceanografía, incluido Miguel Oliver, al que
menciona Juan. España tuvo que enfrentarse y defender casi en solitario el
derecho de paso inocente frente a las dos grandes potencias que de consuno
querían imponer la libertad de navegación y sobrevuelo por ellos. Al mismo
tiempo, asumimos la inevitabilidad d los hechos y aceptamos el establecimiento
de una Zona Económica Exclusiva de hasta 200 millas y la delegación se integró
en el Grupo de Estados Costeros para, desde dentro, tratar de conseguir que se
respetaran los intereses de los países pesqueros y no se concediera un estatuto
preferente a los llamados Estados en situación geográfica desventajosa. Desde
el sector pesquero se acusó a la delegación de vender la pesca por los
estrechos , pero Juan Prat y su asesor jurídico, José Luis Meseguer,
consiguieron hacerlos entrar en razón.
De aquella época tiene Juan una
deuda conmigo. En el verano de 1979, yo disfrutaba de las vacaciones con mi
familia en la Playa de Amposta, en una pequeña urbanización perdida en el Parque
Nacional del Delta del Ebro, en la que sólo nos comunicábamos con el mundo
exterior a través de una cabida telefónica. Un día, al volver de la playa, me
encontré a la puerta de mi apartamento con una pareja de la Guardia Civil, que
me conminó a que llamara inmediatamente al Ministerio de Asuntos Exteriores.
Así lo hice y me dieron el “ukase” de
que zarpara para Ottawa, porque las autoridades canadienses habían apresado a
unos pesqueros españoles y yo tenía que lograr a su liberación. Resultaba que
el malvado Juan sabía que yo era amigo de su contraparte canadiense y convenció
a nuestro Subsecretario para que me enviara “manu navali” a Canadá, pasando por alto el derecho al descanso de
los probos funcionarios. Fui a Ottawa y conseguí la liberación de los pesqueros
gracias a los buenos oficios de mi amigo. El Ministerio ni siquiera agradeció el
servicio prestado y, lo que fue peor, no me compensó la semana de vacaciones
que desperdicié por el periplo canadiense.
Un tema que no tenía relación con
la pesca, pero sí con el mar, fue el de la navegación en el “Juan
Sebastián Elcano”. Juan presume de haber navegado a bordo del buque escuela
español entre Marín y Cádiz, “una
experiencia en la mar, también inolvidable y muy entrañable, pues no a todos
nos es dado realizarla”. Yo he sido uno de esos pocos e hice una travesía
de navegación a vela entre Dublín y Marín, que -coincidiendo con Juan- fue una experiencia entrañable e inolvidable.
El tema más importante de
coincidencia es, sin duda, el de Cataluña. El libro de Prat que presentamos es
complementario de mi libro sobre “Cataluña
vista desde fuera”, pues ofrece una visión de la Comunidad desde dentro.
Con su experiencia de delegado de la Generalitat
en Bélgica, Juan ofrece una fidedigna y autorizada versión de lo ocurrido en esos años, desde
las entrañas de la institución. Es sumamente interesante, pero me ha sabido a
poco, pues he echado de menos que, en un libro de 538 páginas titulado “De Cataluña a Catalunya”, sólo se dediquen
43 de ellas para tratar el tema. Supongo que ello se ha debido a su pudor
profesional y a su promesa de confidencialidad, pero nos ha dejado con hambre a
los que estamos en la periferia del problema catalán.
Nada más tomar posesión, Juan
Prat declaró a “Catalunya Informació”
que no
había contradicción con ser español y catalán. “Siempre me sentiré con una identidad mixta:
soy catalán, soy español, soy europeo, soy ciudadano del mundo…Trabajar para
Cataluña no es trabajar contra el Estado y no hemos de ir a dividir, sino a
unir “. Con esta inequívoca declaración de principios no podía durar mucho
tiempo en el puesto. Había sido nombrado por Artur Mas en la época en que
todavía colaboraba con el Gobierno central e incluso CiU contaba con el apoyo
del PP. Sin embargo, cuando Rajoy rechazó el Pacto Fiscal propuesto por el
Presidente del Govern, Mas se lanzó
al monte y se pronunció por la
independencia de Cataluña. Juan nos cuenta cómo el President convocó a los delegados de la Generalitat en el exterior
para anunciarles que el posibilismo político de la época de Pujol se había
acabado y que se iba a entrar en una nueva dinámica de inevitable confrontación.
A partir de ese momento -nos dice- “ mis
días como delegado de la Generalitat no iban a poder prolongarse por mucho
tiempo” ya que “no podía seguir en mi
función ante la evolución de los acontecimientos” y, siendo consecuente
consigo mismo, presentó su dimisión.
Hay un par de puntos en las
aseveraciones de Juan Prat con los que no estoy del todo de acuerdo y que creo
convendría matizar. El primero, cuando afirma que se produjo un doble error
histórico: “Haber promovido el PSOE de
Zapatero un innecesario nuevo Estatuto y haberlo intentado dinamitar a
continuación el PP en el Tribunal Constitucional, cuya morosa actuación o y
decisión final contribuyeron a magnificar el efecto de aquellos errores”. Concuerdo con que el nuevo Estatuto no era una
exigencia de la sociedad catalana, que el PP se excedió con su campaña de
recogida de firmas contra el Estatuto –que fue interpretada como una agresión a
Cataluña- y que la morosidad del Tribunal Constitucional en dictar sentencia
–por la politización del caso y las tremendas presiones que sufrieron los
magistrados- agravó la situación. Se
omite, sin embargo, que el PP no fue el único que presentó un recurso, de
anticonstitucionalidad sino que también lo hizo el Defensor del Pueblo –el
ex-Ministro socialista de Justicia, Enrique Mújica-, que el Estatuto estaba en
clara contradicción con la Constitución a la que pretendía reformar
radicalmente por la puerta trasera, y que la sentencia del Tribunal se quedó
corta pues sólo declaró inconstitucionales 14 artículos y consideró aceptables
otros 27 con un interpretación sumamente benevolente, basada en
apreciar los contrario a lo que decían.
El segundo, cuando señala que , “al no querer entrar en la situación
política, el Gobierno la ha dejado exclusivamente en manos de la justicia,
cuando no es sensato pretender resolver problemas políticos de tan hondo calado
exclusivamente en los juzgados”. Ésta es precisamente la tesis de los
encausados. En la última sesión del juicio, Oriol Junqueras declaró que lo
mejor para todos -Cataluña,
España y Europa- sería “devolver la
cuestión al terreno de la política“,
y Joaquim Forn que, estaba
ante un tribunal era por un
fracaso de la política. ¿Cómo es posible-
se ha preguntado Arcadi Espada- que
gentes que incumplieron sistemáticamente la ley, sin otra negociación o pacto
previo que los derivados del chantaje puedan exigir hoy que se devuelva la
cuestión a la política? El Tribunal
Supremo no está actuando para resolver el problema político catalán, sino para
juzgar a unas personas que han violado reiteradamente la Constitución, el
Estatuto y las leyes, y declarado unilateralmente la independencia de Cataluña
. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos –al que los políticos separatistas se
agarran como su última esperanza de salvación- acaba de rechazar su recurso en
contra del Tribunal Constitucional, al afirmar que “la injerencia del Estado español respondía a una necesidad social
imperiosa y la suspensión de la reunión resultaba necesaria en una sociedad
democrática para el mantenimiento de la seguridad pública, la defensa del orden
y la protección de los derechos y las
libertades de los demás”. La actuación del Tribunal Constitucional fue
previsible legítima y necesaria, y cumplió los requisitos exigidos para limitar
los derechos de reunión y expresión. “Los
partidos políticos –concluyó el TEDH en su sentencia de 28-V-2019- pueden
promover el cambio de la ley y de las estructuras jurídicas y constitucionales,
pero siempre que utilicen medios legales y democráticos, y que propongan
cambios compatibles con los principios democráticos fundamentales“.
Juan ha sido un auténtico modelo
para todos los españoles. Como él mismo ha indicado, desde la Delegación intentó, con toda lealtad
al Estado y a la Generalitat, “contribuir al buen entendimiento y la
colaboración sincera en la defensa de nuestros intereses en Europa, en colaboración
con las delegaciones de las demás autonomías regionales y con la Representación
Permanente de España. Cuando sentí que esto no iba a ser posible, opté por no
seguir en mi función”. Siendo coherente con sus ideas, presentó la dimisión
y nos dio un espléndido testimonio de patriotismo constitucional, como catalán.,
como español y como europeo. ¡Muchas gracias!, Juan.
Madrid, 14 de Junio de 2019
Nota
Durante la
presentación del libro de Juan Prat fui víctima de la tecnología, pues el mal
funcionamiento del micrófono fragmentó e hizo inaudible e incoherente mi
intervención, como consecuencia de la probable interferencia de los servicios
de la agitprop independentista. A
petición del Dr. José Edery, he reconstruido mi intervención por si a alguien
le pudiera interesar
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