NEFASTO VAMPIRISMO DEL PSC SOBRE EL PSOE
Los
principales responsables de la
catastrófica situación en Cataluña aon obviamente los nacionalistas, pero
también han contribuido otros partidos como el PSOE, que -a través de su filial
el Partido Socialista de Cataluña (PSC)- fue durante muchos años el más votado
en Cataluña, llegó a presidir dos Gobiernos autónomicos en una desafortunada
alianza tripartita con Ezquerra Republicana de Cataluña (ERC) e Izquierda
Unida-los Verdes, y ha controlado hasta
ahora los grandes municipios catalanes. Por pretender ser más nacionalista que
los nacionalistas genuinos de ERC y de Convergencia i Unió, -hoy Partido Democrático
de Cataluña (PDCAT)- el PSC inició un proceso gradual y continuado de
decadencia, que la ha hecho descender al 5º puesto en el escalafón de partidos
autonómicos.
Proceso de crisis del
PSC
El PSOE
nacional ha dado de siempre amplio margen de autonomía a su filial catalana,
aunque el PSC debería respetar las líneas directrices establecidas por la
casa-madre, aunque no siempre ha sido así en las cuestiones que afectaban a
Cataluña, en la que la madre ha ido a remolque del hijo pródigo y de sus
veleidades nacionalistas, cercanas al secesionismo. El punto de partida del
proceso de implosión se inició cuando el Presidente del Gobierno central, José
Luis Rodríguez Zapatero -para congraciarse con los nacionalistas- tuvo la
genial idea de afirmar que “nación” era un término discutible y discutido, y
que su Gobierno aceptaría cualquier reforma del Estatuto que propusiera el Parlament. Los hechos son bien
conocidos. El texto elaborado por la cámara catalana y aprobado en referéndum tuvo que ser corregido
en las Cortes para tratar de adaptarlo a la Constitución. El
PP lo denunció ante el Tribunal Constitucional (TC), el cual anuló algunas de
sus disposiciones básicas y aceptó otras dando una “ interpretación conforme”
de las mismas, que no convenció ni a tirios ni a troyanos.
En su libro
“Maquiavelo para el siglo XXI”, Ferrán Caballero ha dado una original e interesante
versión del proceso de crisis del PSOE y de su filial catalana. Una vez que
ganaron el poder en Cataluña, los socialistas no supieron ganarse el favor de los medios más poderosos que no tenían
tradicionalmente a su favor y, al promover una reforma de tanto calado como la
del Estatuto, dieron a la oposición muchas oportunidades de acrecentar su poder
e influencia y a los otros miembros del Gobierno la oportunidad de marcar
perfil propio. Engañaron, y finalmente despreciaron, al pueblo y a las instituciones
de Cataluña, y dejaron coger prestigio a los partidarios de la independencia.
Porque los socialistas fueron incapaces de hacer lo que deberían hacer todos
los gobernantes serios, que no sólo miran las alteraciones del presente, sino
que también han de prever las futuras y evitarlas después con todos los medios.
Queriendo gobernar y no teniendo otra alternativa para formar Gobierno,
tuvieron que hacer las alianzas que pudieron. Pero no ver de lejos las
dificultades que traía consigo elaborar un Estatut
con los nacionalistas catalanes y prometer apoyo incondicional al texto resultante
no las pudieron remediar y las dejaron crecer para evitar el conflicto y
mantener el poder, olvidado que el conflicto no se evita, sino que se difiere
con ventaja para los otros. Por ello, prefirieron aplazar el conflicto
enmendando en texto en el Congreso y entrando en guerra con el PP en Madrid
para no tener que pelearse con los nacionalistas en Barcelona. Habrían podido
ahorrarse ambas, pero no supieron cómo y acabaron divididos y derrotados.
Se ha
planteado Caballero si el PSOE podría haber mantenido su reputación en Cataluña
si hubiera asegurado y defendido los intereses de sus votantes tradicionales,
los cuales –por ser muchos y fieles, y miedosos unos de la derecha y otros del
nacionalismo- siempre necesitaron estar con él. Pero, tan pronto consiguió el
Gobierno del Estado, hizo lo contrario. Mantuvo su alianza con los
nacionalistas y -al mismo tiempo- traicionó las promesas que les había hecho en
la tramitación del Estatut en el
Congreso, y no se dio cuenta de que, con esta decisión, se debilitaba y perdía
el apoyo de aquellos que se habían recogido en su regazo y, a la vez,
engrandecía al PP, que veía reforzado su papel de partido de Estado frente a
los amigos de los separatistas. Y, cometido el primer error, fue obligado a
continuar como ha venido haciendo hasta hoy día. Por desear gobernar tanto
Cataluña como el Estado al precio que fuese, no sólo perdió el poder en ambos
lados, sino también –lo que es peor- la identidad y la unidad.
El PSOE
cometió una serie de errores: desautorizó a sus propios líderes, aumentó el
poder de la izquierda nacionalista, hizo hueco en el centro para su gran
adversario –Convergencia- y provocó el surgimiento de Ciudadanos y de Podemos
en su mismo espacio electoral. Para colmo, negó la crisis económica y fue
incapaz de liderar la respuesta que ésta demandaba y hacer las reformas que el
tiempo y la situación exigían. Los socialistas perdieron el poder y la credibilidad
por no comportarse como debían. Concluía Caballero afirmando que “si los populares no dominan la cuestión
territorial, lo socialistas no dominan los asuntos de Estado, porque, si lo hubiesen hecho, no habrían dejado deteriorarse
la situación de la economía ni la situación de Cataluña. Y de esta experiencia
se ve claro que ni fueron los primeros, ni serán los últimos que, teniendo que
elegir entre el poder los principios,
sacrificaron los principios y perdieron el poder”.
Apoyo del PSC al
“derecho a decidir”
El PSC tiene dos almas: la de la
burguesía escorada a la izquierda afín al nacionalismo y la obrera de los
inmigrados de otras partes de España, que se aposentaron en los “cinturones
rojos” de las grandes urbes, especialmente Barcelona. El problema es que muchos
“charnegos”, por complejo de inferioridad o para hacer méritos, se han hecho
más nacionalistas que Companys hasta el punto de avergonzarse de sus regiones
de origen. Un ejemplo claro es el Alcalde de Blanes, Miguel Lupiáñez, nacido en
un pueblo granadino, que ha denigrado a su región y afirmado que en Cataluña se
vive de otra manera, e igual ocurre en Dinamarca con respecto al Magreb.
El PSC ha
defendido el “derecho a decidir” e incluso lo incluyó en su programa electoral,
pero tuvo que retirarlo por presión de la ejecutiva del PSOE, aunque siga
defendiéndolo “soto voce” y algunos
de sus dirigentes de forma abierta. El conjunto del PSOE ha tratado de
contentar a su díscolo miembro y en la “Declaración de Granada” se incluyeron
algunas concesiones que el PSC no consideró suficientes. El. PSC es autónomo,
especialmente en lo relativo a las cuestiones que afectan específicamente a
Cataluña, pero debe acatar las líneas directrices marcadas por el PSOE a nivel
nacional. Está en el mejor de los mundos. Pues tiene representantes en la Ejecutiva Nacional
del PSOE y participa en la elección de su Secretario General, pero no admite a
miembros del PSOE en su Ejecutiva Regional y no permite que los miembros del
aquél participen en la elección del Secretario General del PSC. El momento de
mayor enfrentamiento se produjo cuando éste se negó a acatar en 2016 la
decisión de la Gestora Nacional
del PSOE de abstenerse en la elección de Mariano Rajoy como Presidente del
Gobierno y todos sus diputados en el Congreso votaron en contra. Hubo una ola
de indignación en el PSOE nacional por la deslealtad de su asociado y muchas
voces se alzaron para proponer una modificación de las relaciones entre los dos
partidos, pero la sangre no llegó al Llobregat y la situación privilegiada del
PSC se mantuvo como estaba. Con el rereso a la Secretaría General
del PSOE de Pedro Sánchez –que contó con el apoyo incondicional del PSC-, el
nuevo líder se ha mostrado aún más inclinado a favorecer s su asociado catalán.
Esto se ha puesto de manifiesto con la reciente adopción de la “Declaración de
Barcelona: Por el Catalanismo y la Reforma
Federal ”.
Defensa de Pedro
Sánchez de un confuso y peligroso “plurinacionalismo”
Al igual
que Rodríguez Zapatero quiso mostrar su amor a Cataluña prometiendo “el oro y
el moro” para la adopción del nuevo Estatut –“de aquellos polvos nacen los
actuales lodos”-, Sánchez ha incluido en su declaración de amor a la Comunidad el
reconocimiento del “plurinacionalismo”, plasmado en la afirmación de que España es una “Nación de Naciones”, entre las
que se incluye Catalunya. Como ya
apuntó el experto del PSOE en cuestiones autonómicas, Pachi López –antes
delparto, por supuesto-, Sánchez no tiene ni pajolera idea de lo que es una
“Nación” y se permite enzaarzarse en especulaciones e hipótesis sumamente
peligrosas.
Según
Santiago Muñoz Machado, unos ofrecen interpretaciones de la Constitución tan
imaginativas como carentes de fundamento y otros consideran que ésta ha de
dejar paso a la “democracia reconstituyente” para que los pueblos que forman
España elijan separadamente su destino. Las ansias de poder pierden a unos y
las perversas ideología nacionalistas a otros, y el resultado es que nos inunda
un torrente de despropósitos. En nuestra tradición constitucional, la Nación como titular de la
soberanía coincide con las nociones del pueblo y del Estado español. La Constitución de 1812
afirma que la soberanía reside en la
Nación y similar es el criterio establecidas en las
Constituciones de 1837, 1969, 1931 y 1978. Según los artículos 1 y 2 de la Carta Magna , la soberanía
nacional reside en el pueblo español y la Constitución se
fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación , a la par que “reconoce y garantíza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y
regiones que la integran”. El único sujeto constituyente es España y a las
nacionalidades no se les reconoce el menor residuo de poder constituyente. Se
fundamentan y tiene su apoyo exclusivo en la Constitución misma y
no pueden subvertirla. La concepción de
Sánchez de una “Nación de naciones” sólo puede materializarse por medio
de una Confederación. Según Sánchez, “la España nación de naciones va a llegar”, porque
el centralismo representa al pasado y deja pudrir los problemas en el presente,
como está haciendo el Gobierno del PP con el conflicto catalán. Se
trata, sin embargo, de una propuesta sin sentido ni porvenir y los promotores
del alboroto plurinacionalista no se han parado un minuto a pensar en lo que
han dicho, pues no se han tomado en serio la Constitución.
Para tratar de bordear el abismo de una España
confederal –que no federal, como Sánchez dice ansiar- matiza que se trata de “naciones
culturales”, ignorando en su supina ignorancia jurídica que –como ha señalado
el TC- lo fundamental es el sentido jurídico del término. Reconocer a Cataluña como Nación. llevaría
aparejados su derecho a decidir, el ejercicio de la libre determinación y su
eventual opción por la independencia. Como ha observado Muñoz Machado,
siguiendo a Ernest Renan –autor del libro “¿Qué
es una nación?-, cualquier provincia española puede ser una “nación en
sentido cultural”, pues cuentan con un territorio, una historia, costumbres
comunes y voluntad de convivir. Ni siquiera necesitan contar con una lengua
propia, pues lo esencial es que “la colectividad
conjugue un proyecto de vida en común”. Sánchez, que sigue erre que erre con su
melopea del plurinacionalismo cultural, pero éste es del todo inútil para
montar soluciones duraderas y eficientes de organización del Estado. Los
supuestos beneficiarios -los nacionalistas- no están dispuestos a comprarle la
burra tuerta, pues lo que quieren no es una “nación cultural” –de la que ya
disfrutan gracias los ahora denostados Constitución y Estatuto-, sino una
“nación a secas”, en su sentido político-jurídico, que les permita acceder a la
independencia.
Sánchez ha encontrado una cierta
complicidad intelectual en el Catedrático de Filosofía Política y Social de la Universidad del País
Vasco, Daniel Innerarity, quien ha afirmado,-de forma un tanto confusa- que las
tensiones que sufre España describen un Estado poliárquico muy diferenciado,
que califica de “plurinacionalidad” y que equivale a “articular la diversidad en una cierta uniformidad”. Ha afirmado que
en España seguimos pensando que a una nación
le corresponde un Estado y que ese Estado ha de tener un poder soberano, pero
nos equivocamos. Aunque la nación es un principio político, no significa que
conduzca a la consecución de un Estado. En el pluralismo constitucional del
Estado español hay elementos centralistas, autonómicos, federalizantes y
confederales, pues tanto el País Vasco como Navarra ya se rigen “de facto” por un principio confederal. No estoy de acuerdo con la opinión de
Innerarity, que carece de fundamento jurídico. Como señaló el TC dejó en su
controvertida sentencia de 2010, “nación” es un término proteico que puede
reflejar una realidad cultural, histórica, lingüística, sociológic e incluso
religiosa, pero lo más relevante era su sentido jurídico-constitucional y, en
este sentido, la Constitución
no reconoce otra Nación que la española y el término no puede referirse a otro
conjunto que no sea el pueblo español, titular único de la soberanía nacional.
El Estatuto no habla del pueblo catalán como titular de la soberanía nacional,
porque reconoce que ésta sólo compete al pueblo español. Se fundamenta y tiene
su razón de ser en la
Constitución y sus
normas no pueden desconocer ni inducir al equívoco en cuanto a a la indisoluble unidad de la Nación española. Las
palabras no son inocentes y las jurídicas aún menos. Aunque sea mucho pedir, convendría
que Sánchez se dejase aconsejar por los López, los Jáuregui y de los buenos
juristas del PSOE y dejar de decir necedades “urbi et orbe”, de las que luego será difícil desdecirse y podrían
causar graves perjuicios a España y al propio PSOE. Baste recordar las promesas
de Felipe González –“OTAN: de entrada NO”-
o las ya citadas de Rodríguez Zapatero sobre el Estatut. Según Javier
Redondo, cuando el PSOE coquetea con el término “plurinacionalidad”, emplea,-consciente
o inconscientemente- tesis separatistas, e ignora que la nación delimita el
sujeto de la soberanía. Con su concepción de la plurinacionalidad, el PSOE
avanza inexorablemente hacia el “derecho a decidir” y, con su desorden
conceptual, nos aproxima al caos.
Declaración de
Barcelona: Por el Catalanismo y la
España federal
Las
concesiones de Sánchez a la sensibilidad nacionalista del PSC se han materializado
en la “Declaración de Barcelona”, que adoptaron conjuntamente el PSOE y el PSC
el pasado 14 de Julio. Pedro Sánchez y Miquel Iceta –Secretario General de éste
y candidato a la
Presidencia de la Generalitat
en las próximas elecciones autonómicas- parten de un grave error de posición,
pues pretenden situarse en un punto equidistante entre dos extremos: los
excesos de los independentistas –separatistas- y el inmovilismo del Gobierno de
España -separadores-, dos extremos que se retroalimentan.. Semejante
planteamiento es falaz, injusto y peligroso, pues no es ético ni decente poner
en pie de igualdad a los que incumplen las leyes y a los que tratan de que se
cumplan. Sánchez apunta un rasgo de estadista cuando afirma que apoyará al
Gobierno para que se cumplan la
Constitución y las leyes, porque “fuera de la ley no hay nada”, pero acto seguido deja traslucir su
cariz de político oportunista e irresponsable, al ponerle al Gobierno una serie
de obligaciones, algunas de ellas de imposible cumplimiento. Afirma que “con la ley no basta” y que ”falta la política”, por lo que exige al Gobierno que proponga “diálogo, acuerdo y, sobre todo, mesura”.Son
palabras fáciles para sermonear, pero tendría que aclarar cómo se puede
dialogar con alguien que no quiere el diálogo, cómo se puede llegar a acuerdos
con quien sólo aspira a violar la Constitución y la leyes y conseguir
unilateralmente la independencia, y cómo se puede ofrecer mesura a los que
abusan de su mesurada pasividad del Gobierno y de la inmunidad que hasta ahora les
ha concedido al consentir impasible la continuada violación de las leyes y de
las sentencias de los Tribunales. Puede que tenga razón en que haga falta
recurrir a la política ante un conflicto que es fundamentalmente político, pero
de lo que no cabe la menor duda es que no se pude negociar políticamente con
quienes violan sistemáticamente las normas del Estado pues fuera de la ley no
hay nada.
No cabe
entrar a examinar en detalle cada una de estas propuestas, pero sí hacer una breve evaluación de cada una de
ellas y de su conjunto. Sobre el reconocimiento del plurinacionalismo creo que
ya he dicho bastante. Se han pronunciado por recuperar buena parte de los
artículos del Estatut aprobado por el
Parlament, pese a que el TC declaró
inconstitucionales a muchos de ellos y
avaló otros recurriendo a benevolentes “intepretaciones
conformes” de dudosa constitucionalidad. Han sugerido fortalecer el
autogobierno de una de las regiones del mundo –incluidos Estados federales- que
de más competencias dispone. ¿Incluye acaso la concesión de un Pacto Fiscal
similar al del País Vasco y de Navarra?. Han impulsado la creación en Cataluña
de un Consejo General del Poder Judicial propio, independiente del nacional y
con plenas competencias, lo que supondría la ruptura de la unidad del poder
judicial en España y facilitaría la “comprensión” de los Tribunales autonómicos
hacia los delitos de prevaricación y corrupción de los partidos nacionalistas
que han ejercido el práctico monopolio del poder en Cataluña. No es casual que
la mayor parte de los artículos declarados inconstitucionales por el TC
figuraban en el apartado relativo a la Administración de
Justicia. Han propuesto reconocer “los
elementos simbólicos referidos a la identidad y a la Historia ” de
Cataluña, como si ya no estuvieran suficientemente reconocidos y protegidos en la Constitución y el
Estatuto. Han pretendido que la inversión del Estado en Cataluña sea
equivalente a su porcentaje de participación en el PIB de España. La propuesta
no puede ser más retrógrada pues persigue
dar más al que más tiene, por lo que es contraria a los principios de la Justicia distributiva e
impropia de un partido que presume de socialismo. Ignoran además los derechos e
intereses de las demás Comunidades al establecer el principio de bilateralidad
sin tener en cuenta el interés general de la Nación. Han propuesto iniciar de
inmediato un proceso de reforma de la Constitución en clave federal –aunque sea sin la
participación del partido mayoritario PP-, sin que hasta el momento hayan
puesto negro sobre blanco en que disposiciones concretas se plasmaría esa
reforma, limitándose hasta la fecha a vagas y etéreas declaraciones de
principio. Con carácter meramente anecdótico, han prometido revisar el proceso
y anular la pena por alta traición al
antiguo Presidente de la Generalitat , Lluis
Companys, que fue condenado a 30 años de reclusión, no por los tribunales
franquistas, sino por los de la nunca suficientemente ponderada II República de
España.
Respecto al
conjunto de las propuestas, me limitaré a reproducir algunas de las
consideraciones de un editorial de “El
Mundo. El PSOE ha aceptado casi al completo las tesis de su partido hermano
en Cataluña y Sánchez ha cometido un error al asumir el camino a ninguna parte
del PSC:”primero, porque las ambigüedades
y las políticas paliativas ya no sirven en
un escenario en el que está en riesgo la unidad nacional; y, segundo,
porque resulta completamente estéril coquetear con el independentismo en
materias tan relevantes como la descentralización de la Justicia o la mejora de
la financiación para Cataluña” Sánchez está llevando al PSOE al marco
político en que lo situó Rodríguez Zapatero en la aciaga aventura de la reforma
del Estatuto. Entonces abrazó la tesis del PSC de Maragall y buscó la
complicidad de parte del nacionalismo, pero aquella operación fue un completo
fracaso y se convirtió en el origen de la deriva que ha conducido a Cataluña a
una vía muerta. Sánchez ha prometido su apoyo al Gobierno para frenar el
referéndum ilegal del 1 de Octubre, pero ha impuesto articular soluciones
“políticas”, como una reforma de la Constitución para sustituir el Estado de las
Autonomías por un Estado federal, que no han sido capaces de concretar.
Plantear una reforma constitucional de este calibre sin contar con el PP es una
equivocación de bulto y un brindis al sol, no sólo por aferrarse a la
plurinacionalidad del Estado –un concepto que Susana Díaz ha laminado en la
ponencia correspondiente para el Congreso del PSOE andaluz-, sino por pretender volver al
Estatuto de 2006 que el TC ya declaró parcialmente inconstitucional. El PSOE
debería saber que “lo que se dilucida en
Cataluña, al socaire del delirio independentista, no es un problema político
que pueda solucionarse con ocurrencias más o menos reformistas, sino la preservación
de la ley, la democracia y la soberanía nacional”.
El PSOE se
encuentra ahora más cerca que nunca del PSC y se ha dejado vampirizar por sus
hábiles dirigentes, hasta el punto de reconocer las tesis de su filial sobre la
calificación de Cataluña como nación y el correspondiente “derecho a decidir”
del pueblo catalán, que hasta ahora se había negado a aceptar. Sánchez ha
retribuido a Iceta por la aportación del 83% de los socialistas catalanes a su
candidatura en las primarias - que le permitió ser nombrado de nuevo Secretario
General-, aceptando las tesis del PSC en materia de organización territorial
del Estado. Consagrado “a la búlgara” como candidato socialista a la Generalitat ,
Iceta pidió al líder del PSOE que se acabara con los cinco años de discriminación
del Gobierno central hacia Cataluña y que “impulse
una España distinta que respete a Cataluña en su identidad” y “un Estado que defienda los intereses de los
catalanes”. El victimismo no es patrimonio exclusivo de los nacionalistas.
Y después, el danzarin Miquel se marcó un “pas
à deux” con su amigo Pedro en medio del entusiasmo general.
Madrid, 16 de Julio de 2017
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