viernes, 28 de enero de 2022
La crisis de Ucrania sigue de ardiente actualidad
LA CRISIS DE UCRANIA SIGUE DE ARDIENTE ACTUALIDAD
La entrevista celebrada en Ginebra entre los ministros de Asuntos Exteriores de Estados Unidos, Antony Blinken, y de la Federación Rusa, Serguei Lavrov, concedió una breve tregua al enfrentamiento entre Rusia y Occidente a causa de Ucrania, a la espera de que Estados Unidos diera una respuesta a las demandas de Vladimir Putin de que se garantice que Ucrania no será admitida en la OTAN. Joe Biden ha celebrado una teleconferencia con los dirigentes de Alemania, Francia, Gran Bretaña, Italia, Polonia y la UE para consultarles sobre la contestación a dar a Rusia. La ausencia de España de la consulta pone de manifiesto la pérdida de protagonismo del Gobierno de Pedro Sánchez –cuyo socio de Podemos es favorable a Rusia y contrario a la OTAN y a Estados Unidos- dentro de la coalición occidental, pese a que el superministro Félix Bolaños haya declarado ufano que España estaba en el centro de la toma de decisiones. Se han publicado dos artículos importantes sobre la cuestión, uno del embajador Javier Rupérez en “El Debate” sobre “Todos somos Ucrania” -con el que estoy de acuerdo -y otro de la profesora Araceli Mangas en “El Mundo” sobre “Error de la UE con Rusia”-del que, discrepo -. Mangas mezcla y confunde la OTAN y la UE en su actuación frente a la crisis de Ucrania y, aunque hay amuchas cosas en común entre las dos instituciones, también existen notables diferencias, especialmente en el ámbito militar.
Actuación de la OTAN
Según el profesor de la Universidad de París, Gilles Kepel, la OTAN fue creada para disuadir a la URSS y, cuando ésta se disolvió, se quedó sin su objetivo básico y tuvo que reenfocarse, pero no lo hizo suficientemente y hoy -llegada a su límite- se ha hecho ineficiente. Al perder la escalera de la lucha contra la posible agresión soviética, la Alianza ha quedado colgada de la brocha, “à la recherche de l´ennemi perdu”, y tenido que reciclarse extendiendo su ámbito de acción tanto en relacion a su expansión –más allá del ámbito geográfico del Atlántico Norte- como al contenido de su actuación –más allá de lo puramente militar-, misiones en las que no ha tenido excesivo éxito.
No lleva razón Mangas cuando afirma que la OTAN, en vez de ayudar a mejorar la incipiente democracia Rusia en pago por su tolerancia a la ampliación de la Alianza, la fue aislando y castigando por su pasado comunista. Como embajador en Moscú fui testigo de los múltiples intentos de acercamiento de la OTAN, especialmente a través de su secretario general, Javier Solana, que hizo numerosas visitas a Moscú a finales de los noventa. Juan Carlos I dijo a Boris Yeltsin en mayo de 1997 que la seguridad de Rusia era indispensable para la de Europa, y lo invitó a asistir a la Conferencia de la Alianza en Madrid, donde –con su presencia- demostraría que la ampliación de la OTAN no se hacía contra Rusia, sino con su anuencia. Yeltsin no asistió a la reunión, pero meses después se firmó el Acta Fundacional sobre las Relaciones de Cooperación y Seguridad Mutuas y el Gobierno ruso abrió una Representación Permanente ante la Organización en Bruselas para canalizar el diálogo entre las dos partes.
La relaciones se enfriaron cuando la OTAN atacó a Yugoslavia en 1999 sin la anuencia del Consejo de Seguridad y cuando en 2008 apoyó la creación del Estado artificial de Kosovo, desgajado de Serbia en contra de las resoluciones del Consejo, y rompiendo así el principio de la inviolabilidad de las fronteras europeas consagrado en el Acta de Helsinki de 1975. Recuerdo las recriminaciones del ministro de Asuntos Extericolres, Igor Ivanov, por los bombardeos de la Alianza a Serbia, que yo trataba de justificar por ser la política de mi Gobierno, aunque en mi fuero interno estaba convencido de que habían constituido una violación del Derecho Internacional. Las buenas relaciones establecidas entre la OTAN y Rusia se congelaron tras la subida al poder de Vladimir Putin, quien -como ha señalado Rupérez- pretendía recuperar el espacio territorial que ocupaba la URSS –cuya disolución añoraba y consideraba un error- y restablecer la doctrina de la “soberanía limitada” de Leonidas Breznev y sus “zonas de influencia”, donde –a la igual que la URSS- Rusia ejercía su dominio sobre las antiguas Repúblicas soviéticas, que constituían su “hinterland” o patio trasero. Recurriendo a esta auto-concedida potestad, Rusia invadió Georgia en 2008 y segregó las regiones de Abjazia y Osetia del Sur –que reconoció como Estados independientes-, so pretexto de que este país había solicitado su ingreso en la Alianza. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha condenado a Rusia por esta invasión, pero su Gobierno ha ignorado e incumplido la sentencia.
Ucrania se libró de la invasión porque su presidente pro-occidental, Victor Yushenko, fue sustituido por el pro-ruso Victor Yanukovich, quien retiró la solicitud de ingreso en la OTAN y firmó el Acuerdo de Jarkov, por el que se prorrogaba hasta 2042 la presencia de la flota rusa en sus bases de Crimea, acuerdo que fue ratificado por la Rada ucraniana. De ahí que careciera de cualesquiera fundamentos políticos o jurídicos la alegación de Rusia de que se había anexionado Crimea, para evitar que Ucrania impidiera el acceso de su flota al Mar Mediterráneo, y porque la región formaba parte de la “madre Rusia” –“la maté porque era mía”-. Ucrania cuenta con dos partes bien diferenciadas: la occidental -agrícola, católica, ucranoparlante y pro-europea- y la oriental -industrial, ortodoxa, ruso-parlante y pro-rusa-. Es tan ucraniana como polaca o rusa. El Gobierno provisional cometió el error de negar al ruso el status de lengua cooficial que le había reconocido Yanukovich, pero ello no era motivo suficiente para que Rusia invadiera el vecino del sur y se anexionara parte de su territorio.
Mangas parece compartir esta tesis cuando considera normal “la recuperación rusa de su región natural y estratégica de Crimea, la salida de su flota al Mediterráneo”. La reivindicación de Crimea por Putin es –a juicio de Rupérez- similar a la que hizo Adolf Hitler sobre los Sudetes checos en 1938, alegando que su población hablaba alemán –como los ucranianos del este hablan ruso-. Gran Bretaña y Francia cedieron al chantaje de Hitler para evitar males mayores y, con el Pacto de Munich, se produjo la claudicación de Édouard Daladier y Neville Chamberlain, quien se jactó de haber firmado “la paz de nuestro tiempo”. Como comentó Winston Churchill, aquél “tuvo la opción entre la guerra y la indignidad. Escogió la indignidad y tendrá la guerra”. Según Rupérez, Occidente no puede permitir que Putin se cobre una nueva pieza. Mangas ha comentado que Rusia fue “sancionada de forma desproporcionada” por su anexión de Crimea, cuando la OTAN se limitó a hacer una condena genérica y a aplicar unas sanciones económicas de menor cuantía que apenas le afectaron.
No sé si –como ha comentado Araceli- Nikita Kruschev, regaló en 1954 Crimea a Ucrania -república a la sazón integrada en la URSS- en una noche de borrachera ,pero –como ha recordado Rupérez-, tras la disolución de la Unión Soviética, Rusia reconoció la independencia de Ucrania y su integridad territorial por el Memorándum de Budapest de 1994 –con la garantía de Francia y Gran Bretaña-, a cambio de la entrega de las armas nucleares instaladas en el país. Según ha señalado “The Economist” en un artículo de 2021 titulado “Why Russia Has Never Accepted Ukrainian Independence?” Putin nunca ha aceptado en el fondo la independencia plena de Ucrania y la sigue considerando un satélite que gira en su órbita dentro de su esfera de influencia.
Entrando en materia histórica, cabe recordar que el “Rus” de Kiev sirvió de núcleo para la unificación de los pueblos eslavos de la región y la formación de la nación rusa -“Kiev madre de las ciudades rusas”- y, si se recurre al argumento histórico, lo lógico sería que fuera Rusia la que se incorporara a Ucrania y no al revés. Mas -como ha comentado la historiadora canadiense Margaret Mc Millan-, “si volvemos a retocar las fronteras de Europa según la Historia, no acabaríamos nunca”. A nadie en su sano juicio en Alemania se le ocurriría reclamar la reintegración de la Prusia Oriental, hoy parte de Rusia, cuya capital Kaliningrado –la antigua Könisberg de Kant- es un enclave en medio de territorio OTAN. ¿Sería razonable que Italia o Marruecos reclamaran Andalucía porque había estado en su día ocupada por los romanos o por los árabes? Para Martí Saball, el argumento historicista que usa Putin carece de validez y sólo puede ser defendido desde la obsesión identitaria, e impone la Doctrina Monroe de ”Rusia para los rusos”. La OTAN no supo prever la reacción de un pueblo herido en su orgullo por la disolución de la URSS y Putin se ha aprovechado de este nacionalismo ruso. David Jiménez Torres ha señalado que, si recurrimos a la Historia, no cabe reprochar a Ucrania que quiera protegerse de Rusia mediante su ingreso en la OTAN.
En un excelente artículo publicado en “El Mundo” titulado ”Ucrania: No al chantaje ruso”, el eurodiputado José Ramón Bauzá ha afirmado que Rusia nunca ha sido víctima de la OTAN, ni hoy ni en 1991. La URSS se derrumbó porque ninguna de sus repúblicas quiso que sobreviviera. Tampoco puede alegar que sus vecinos –en la OTAN o fuera de ella- supongan una amenaza para su seguridad, cuando ha sido Rusia la que ha ocupado Georgia, Ucrania y Moldavia, o que la expansión de la Alianza haya provocado una justificada reacción defensiva en Rusia. La OTAN creció hacia el este porque los Estados de la región solicitaron libremente el ingreso, ya que la Alianza representaba las aspiraciones negadas durante décadas de opresión soviética.
Algunos autores –como Víctor M. Sánchez- han traído a colación la crisis de 1991de los misiles soviéticos instalados en Cuba tras el fallido intento de desembarco estadounidense en la Bahía de los Cochinos. Estados Unidos, a su vez, instaló misiles Júpiter en Turquía, pero -tras momentos de enorme tensión- John Kennedy y Nikita Kruschev llegaron a un pacto y los misiles instalados en los dos países fueron retirados. Saball se ha preguntado retóricamente que pasaría si Rusia llegara a un acuerdo con Méjico para que se sumara a una alianza militar y aceptara que se instalaran misiles balísticos al sur del Río Grande. Es obvio que Estados Unidos no lo aceptaría, por lo que cabría aplicar este símil para justificar la oposición de Rusia a que Ucrania ingrese en la OTAN. Conviene, sin embargo, precisar –como ha hecho Rupérez- que la OTAN es una alianza defensiva que-sin haber realizado operaciones bélicas- ha sido capaz de disuadir con sus medios militares y político cualquier intento de agresión contra sus miembros. Cuando se logró la reunificación de Alemania, la OTAN se auto-limitó y decidió no colocar armamento y tropas extranjeros en territorio alemán. Tan sólo ha habido una excepción, con los bombardeos de Yugoslavia, pero –aunque censurable- fue una acción limitada e incidental por motivos humanitarios, que no fue seguida de ocupación. Constituyó, no obstante, un peligrosos precedente que ahora invoca Rusia, y a la OTAN le falta autoridad moral para oponerse a la violación rusa de las fronteras europeas en Ucrania. Según Saballs, Putin tiene la sartén por el mango y también el gas, y frente a él se hallan unos Estados Unidos en horas bajas y una UE amedrentada.
Actuación de la Unión Europea
Mangas ha acusado a la UE de no haber buscado a Moscú para fortalecerse con un Estado amigo con el que compartía historia, cultura y religión, y que los prejuicios por su etapa comunista hubieran impedido “atraer a Rusia hacia una democracia imperfecta y a un partenariado previsible”. No resulta fácil entender que se atribuya a la Unión una monomanía anticomunista y menos desde un Estado en el que el eurocomunismo liderado por Santiago Carrillo contribuyó de forma decisiva al éxito de la Transición y al establecimiento de la democracia en España y que en la actualidad cuenta con un Gobierno de coalición social-comunista en el que figuran una vicepresidenta y cuatro ministros marxistas. Por otra parte, la UE apenas participó en la creación de un régimen democrático y una economía de mercado, función asumida casi en exclusiva por Estados Unidos. Los expertos que intervinieron para lograr este objetivo pecaron de ingenuos cuando creyeron que se podían establecer ambos por real decreto, sin tener en cuenta la realidad política, social y económica de. Se estableció una democracia formal con una Constitución y unas leyes impecables, pero que carecían de apoyatura en la realidad social. Difícilmente podía establecerse una economía de mercado en un país donde no existía el sentido del incentivo o de la productividad, no se reconocía la propiedad privada en el campo y no se sabía lo que era una hipoteca.
Según la profesora, Putin se sintió engañado por la UE cuando la alta Representante, Catherine Alshton, fue a” negociar un Acuerdo de asociación a Ucrania y se trajo una guerra civil”. Yanukovich no llegó a firmar el Acuerdo, porque recibió de Rusia amenazas –palo- y beneficios –zanahoria-, en forma de un crédito de $15.000 millones y una reducción del precio del gas que suministraba a Ucrania. Este bandazo indignó a la gente joven y provocó la revuelta del Maidán, que fue brutalmente reprimida y llevó a su destitución. Putin se sintió engañado y, para consolarse del disgusto, anexionó Crimea en 2014, con lo que “se perdió una posible Rusia europea y cooperativa”(¿?), Víctor Sánchez, a su vez, ha acusado a la UE de facilitar el golpe de Estado contra Yanukovich, en el que también participaron Barak Obama, Joe Biden y Hillary Clinton. Ha considerado que, con su expulsión, murió su sueño de una Ucrania unida, y el país pasó a ser un Estado tampón en la disputa entre Estados Unidos y Rusia.
Para Mangas, el tiempo ha demostrado que “Polonia, Hungría y algunos miembros más de la UE son tan autoritarios y refractarios al Estado de Derecho como Putin, Los enemigos de la UE están dentro y Putin no es peor que estas autocracias”. Me parece una afirmación grave, gratuita e injusta, pues los excesos populistas y nacionalistas que lamentablemente se han producido en Polonia y Hungría –no identifica a otros Estados - no han puesto en tela de juicio la democracia, como se ha mostrado con las condenas del TJUE y las sanciones de la Comisión. No me parece correcto asimilar a estos Estados con la autocracia de la Rusia de Putin, donde no se tolera la oposición ni los partidos democráticos, no hay libertad de opinión, expresión, manifestación, prensa o asociación, y no existe independencia de los tribunales.
Comprendo que Rusia de oponga al ingreso de Ucrania en la OTAN, pero no entiendo su animosidad hacia la UE. Oponerse a que firme un simple Acuerdo de asociación con la Unión es arbitrario e injustificado, porque en modo alguno pone en peligro la seguridad de Rusia. Putin menosprecia a la UE y se niega a hablar con ella, reduciendo su diálogo a los Estados Unidos y a la OTAN, y Lavrov se ha burlado de la Unión al señalar que ni siquiera participaba en las negociaciones. Josep Borrell no se ha dado por aludido y ha afirmado que la UE estaba al tanto de todo lo tratado porque era informada por los amigos estadounidenses. Contribuye a esta inocuidad la falta de unidad de sus miembros, con una Alemania dispuesta a contemporizar por su dependencia del suministro de gas ruso y una Francia que –en período electoral- hace un poco la guerra por su cuenta y es partidario de darle carrete a Putin. La UE se resiste a imponer graves sanciones económicas que perjudicarían a algunos de sus miembros.
Situación actual
Putin está poniendo a prueba a OTAN y a la UE para comprobar hasta dónde están dispuestas a llegar ante sus amenazas, y refuerza su chantaje acumulando tropas en sus fronteras con Ucrania, a la que tiene cercada por todos los flancos, salvo el occidental. Ha presentado una demanda de máximos para ver lo que Occidente va a ceder y –en función de esto- podría llegar el tío Vladimir con la rebaja, u optar por el enfrentamiento. Pretende obtener garantías jurídicamente vinculantes mediante un tratado internacional de que la Alianza no incorporará a Ucrania ni a Georgia, y que regresará a los límites fronterizos que tenía en 1997 -cuando admitió a los primeros Estados que fueron miembros del Pacto de Varsovia- y no instalará en ellos estructuras militares ofensivas. Sabe que sus exigencias no pueden ser aceptadas y que Ucrania está muy lejos de ingresar en la OTAN –no le interesa a la propia Alianza por los riesgos que envolvería- ni en la UE –no reúne las condiciones requeridas-, pero insiste.
Estados Unidos y la OTAN han dado una respuesta coordinada a las demandas de Rusia, que no ha sido hecha pública para facilitar la continuidad de las negociaciones diplomáticas en curso. Blinken ha declarado, sin embargo, que no es posible aceptar las exigencias de Putin –incluido el veto a Ucrania de unirse a la Alianza- y que su país defenderá la soberanía y la integridad territorial de Ucrania, y el derecho de los Estados a elegir sus alianzas. Ha mostrado la disposición de su país a negociar con Rusia medidas que refuercen la estabilidad y la paz internacionales -como el establecimiento de límites a las maniobras militares, el emplazamiento de armamento y de unidades militares en Ucrania, o la negociación de un Tratado START de reducción de armas nucleares estratégicas-, y señalado que, aunque favorezcan la negociación y el acuerdo, se hallaban preparados para cualquier eventualidad y responderían inmediatamente a una agresión. El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, a su vez, ha hecho declaraciones similares, pedido a Rusia que inicie de inmediato una desescalada real y efectiva, y afirmado que la Alianza está preparada para lo peor. Tanto uno como otro, han excluido el recurso a medidas militares y señalado que las que se aplicarían en caso de invasión serían de carácter económico, que tendrían efectos devastadores para la economía de Rusia, que cuenta con la baza de la dependencia de buena parte de Europa –especialmente Alemania, República Checa y países bálticos- del gas que les exporta.
Ahora la pelota está en el tejado de Putin, quien –como ha señalado “The Economist”- decidirá o no seguir presionando para obtener concesiones, haciendo ruido con el sable sin llegar a utilizarlo, aunque era posible que se produjera alguna operación militar contra Ucrania, espectacular pero limitada. Según Andrei Kortunov –Director del Centro Ruso de Estudios Internacionales- Rusia podrá optar por seguir las negociaciones para obtener concesiones o levantarse de la mesa y activar “medidas técnico-militares”, si bien cree que podría adoptar la posición intermedia de seguir con la presión militar sin romper los cauces del diálogo. Para Carmen Claudin, el Kremlin quiere volver a la vieja estructura de seguridad mediante el reconocimiento de una franja de territorio europeo, que conformara un cinturón de seguridad vital, y utiliza a Ucrania como medio de presión para ello. Pilar Bonet ha estimado que el despliegue militar ruso era parte de la política de recuperar todo el espacio occidental del imperio ruso y soviético. Putin preferiría lograr sus fines sin tener que invadir Ucrania de nuevo, pero parece dispuesto a recurrir la guerra si lo considerara necesario.
Otros autores –como Andrea Rizzi- van más allá de la problemática militar para destacar los aspectos políticos y económicos derivados del la posibilidad de que –gracias a la ayuda de la UE-, Ucrania lograra una democratización exitosa y se convirtiera en un Estado estable y próspero. Ello enviaría a la ciudadanía rusa el mensaje de que –en condiciones históricas y culturales similares- sería posible una alternativa al autoritarismo de Putin. En todo caso, las espadas –o más bien los cañones- siguen en alto y cualquier cosa puede suceder, pues Putin ha ido demasiado lejos en sus amenazas y no le será encontrar una salida airosa, salvo que los países europeos –que están divididos- claudiquen y acepten un nuevo Pacto de Munich.
Posición de España
No es fácil saber con certeza cuál es la posición de España en esta crisis, por el comportamiento de su Gobierno, que –según José Antonio Zarzalejos- está adquiriendo tintes surrealistas. Hay un Gobierno de coalición subdividido a su vez en dos sub-Gobiernos enfrentados: el del PSOE favorable a Ucrania y el de Podemos entregado a Rusia. Mientras la parte A está dispuesta a asumir sus compromisos como Estado miembro de la OTAN y ha despachado al Mar Negro una fragata, un dragaminas y varios reactores, la parte B ha criticado estas medidas, acusado a su socio de belicismo y recuperado sus viejas pancartas del “No a la guerra”, sólo que se han equivocado de destinatario porque –en vez de exhibirla ante la embajada rusa- lo han hecho ante la ucraniana. Según Emilio Lamo de Espìnosa, algunos sectores de la izquierda española siguen anclados en una visión ahistórica del devenir europeo y salen en auxilio del expansionismo de marchamo soviético, propio de una “potencia carnívora” como Rusia. Decía George Orwell que había un pacifismo cuya motivación real era el odio a la democracia y la admiración por el totalitarismo, y que –aunque pretendiera ser neutral- acababa siempre por criticar a Estados Unidos. Parece que estaba describiendo el pacifismo “podemita”. Como ha editorializado “El Mundo”, el desafío del régimen ruso es una cuestión de Estado que exige a los dirigentes estar a la altura de las circunstancias y evitar el infantilismo político, que es lo que está haciendo Podemos. “Ignorando los compromisos internacionales de España, nuestro papel en la OTAN y las responsabilidades con socios y aliados, y haciendo además un diagnóstico tan naif como falsario de la crisis en Ucrania, la formación morada mantiene un pulso con los socialistas recuperando con demagogia el No a la Guerra y animando al presidente a que nuestro país se convierta en el hazmerreir europeo”.
Para no quedar aislado, Sánchez se ha alineado con la OTAN y la UE, pero, como es habitual en él, no ha dado la cara –por si se la rompían sus socios y aliados- y ha dejado que dé las explicaciones oportunas al ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, quien ha tenido que recordar a sus díscolos socios que la política exterior la marcaba el presidente del Gobierno y se expresaba en el Consejo de Ministros, cuyas resoluciones vinculaban a todos sus componentes de forma solidaria. Albares se ha entrevistado con Blinken, hecho múltiples declaraciones y comparecido ante el Congreso para exponer la posición del Gobierno español sobre el conflicto ucraniano. España defiende la integridad territorial y la independencia de Ucrania frente a Rusia, cuya ilegal presión militar sobre su vecino era inaceptable y bajo la cual no se puede negociar. Señaló que los socios de la OTAN y de la UE estaban completamente unidos ante esta situación de tensión y la estrategia que pretendían desplegar pasaba por una primera fase de negociación, diálogo y distensión, si bien advirtió que, si Rusia no la aceptaba y persistía en sus ataques a la soberanía de Ucrania, los aliados responderían con un paquete de sanciones “masivas, contundentes y fiables”. España mantenía el despliegue naval en el Mar Negro, aéreo en Bulgaria y Lituania, y terrestre en Letonia, dentro del marco de la actuación de la Alianza. Albares pidió la unidad y el respaldo de todos los grupos políticos en un momento crítico, y señaló que debíamos estar preparados para poder actuar en cualquier momento.
Sánchez corroboró las declaraciones de su ministro y afirmó que había una absoluta, rotunda y clara unidad sobre la cuestión de Ucrania en el seno de la UE y de la OTAN, y que había que garantizar el respeto a la integridad territorial y a la soberanía nacional de dicho país. Señaló que era el momento de que actuara la diplomacia y se persiguiera la desescalada, pero que –si no se conseguía- habría que recurrir a la disuasión. Según Zarzalejos, España se ha sumado a una solución diplomática para solucionar la crisis de Ucrania y -si ésta no fuera posible- a la decisión conjunta que tomaran la OTAN y la UE, y se convertía así en un socio fiable de la Alianza que apoyaría la disuasión frente a las amenazas de Putin. Sánchez no ha informado de la situación al líder de la oposición y ha sido Pablo Casado quien le ha telefoneado para expresarle el apoyo de su partido al Gobierno en el conflicto de Ucrania.
En opinión de Fernando Vallespín, Putin ha podido llegar tan lejos por las debilidades de los Estados democráticos occidentales y sus divisiones internas. Bauzá ha estimado que Occidente no podía permitirse mostrar debilidad ante el matón ruso, y ceder a sus presiones sólo fomentaría nuevos desafíos. Por eso resultaban frustrantes y peligrosos los titubeos mostrados por algunos líderes y -de presentar un frente unido-se ha pasado a un coro disonante de voces, que ha señalado que no sería necesario responder si sólo había “incursiones menores” o pedido rebajar la dureza de las sanciones, “El País” ha subrayado que el cierre de filas entre la OTAN y la UE es más necesario que nunca, porque una invasión militar tendría consecuencias devastadoras no sólo para Ucrania, sino también para Europa, su economía, su integridad política y su arquitectura de seguridad. “Hay que afrontar el reto que Rusia plantea con una sola voz y la máxima resolución”.
Según Lluis Bassets, en caso de invasión rusa, los ucranianos saben que no podrán contar con otras fuerzas que no sean las propias, y que lo más que podrán esperar de los amigos es solidaridad y el envío de armamento defensivo, como están haciendo Estados Unidos, Canadá y Gran Bretaña, aunque no Alemania, que incluso no ha autorizado el sobrevuelo de aviones cargados con armas destinadas a Ucrania y sólo ha mandado a Kiev una partida de cascos. También Bauzá ha reconocido que tendrán que ser los ucranianos los que defiendan su país, pero no tenían por qué hacerlo solos, porque “su lucha es también la nuestra”. Aunque Ucrania se encuentre lejos, el futuro de Europa puede decidirse en los próximos días en el otro extremo del continente. “Los ucranianos guardan hoy las puertas de Europa. No les abandonemos”. A ver si es verdad que “Ucrania somos todos”.
Madrid, 28 de enero de 2022
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