sábado, 7 de marzo de 2015

Los retos de Putin

LOS RETOS DE PUTIN Vladimir Putin no ha acabado de resignarse a la disolución de la Unión Soviética y, desde el inicio de su mandato, ha tratado de devolver a la Federación de Rusia (FR) su status de gran potencia. Para ello es preciso que siga la política apropiada en los frentes interno, internacional y económico. Política interior Putin accedió el año 2000 al poder y se consolidó en él al establecer con Dimitri Medvedev una alternancia en la Presidencia de la Federación y del Gobierno, siempre bajo su control. Reforzó el poder del Estado a costa de las autoridades regionales, debilitó los ya de por sí débiles partidos políticos –incluido el otrora todopoderoso Partido Comunista-, domeñó la oposición real o virtual, y controló los medios de comunicación. Reorganizó las desmoralizadas Fuerzas Armadas, puso punto final a la desastrosa guerra civil en Chechenia e instaló en el Gobierno regional al autócrata rusófilo Ramzán Kadyrov, si bien no ha logrado erradicar el terrorismo islámico integrista en el Cáucaso. Una vez configurado el país a su medida, Putin se fijó un objetivo en parte internacional y en parte interno: la anexión de Crimea. Al considerar que el entorno inmediato de la FR -el “extranjero próximo”- estaba bajo su exclusiva esfera de influencia, no podía permitir en él la presencia de tropas extranjeras -especialmente de la OTAN-, y no ha dudado en recurrir a las armas contra los intrusos, bien de forma directa o a través de terceros. Tras aceptar de mala gana la incorporación a la Alianza de Hungría, Polonia, República Checa y –sobre todo- los Países Bálticos, Putin se plantó en 2009 ante la invitación a Georgia y a Ucrania. Invadió aquélla y presionó a ésta hasta que el Gobierno de Víctor Yanukovich retiró la petición de ingreso y amplió hasta 2042 el Acuerdo por el que se cedían a la flota rusa varias bases navales en Crimea. Mas, al no ser garantía suficiente, Putín optó por la línea expeditiva de invadir la península e incorporarla a la Madre Rusia, en uso de una versión actualizada de la “doctrina Breznev” de la soberanía limitada. Política exterior A caballo entre la política internacional y la interna –según la concepción neo-soviética-, la FR ha continuado su táctica de desestabilización de Ucrania mediante su apoyo militar, político y económico a los movimientos secesionistas pro-rusos en Donetsk y Lugansk, y su presión sobre el nuevo Gobierno ucraniano –legítimamente elegido- para que no sofocara la rebelión, pactara con los insurgentes y concediera a las regiones orientales –que Putin denomina “Nueva Rusia”- un amplio régimen de autonomía en el marco de una Federación Ucraniana. La reacción de Occidente ante el inesperado desarrollo de los acontecimientos, ha sido prudente, retórica e ineficaz. En su última reunión en Newport, la Asamblea de la OTAN condenó la anexión de Crimea y la intervención militar en Ucrania -que suponían un grave desafío a la seguridad euro-atlántica-, exigió a Rusia que garantizase la soberanía e integridad territorial ucraniana, aseguró una presencia continua y una actividad militar significativa de la Alianza en su flanco oriental, y prometió facilitar refuerzos a los aliados situados en su periferia para la defensa colectiva. El Ministro ruso de Asuntos Exteriores, Serguei Lavrov, ha afirmado que la OTAN se ha aprovechado de la crisis de Ucrania para tratar de acercar lo máximo posible sus estructuras a las fronteras rusas. Las relaciones entre la FR y la Alianza pasan por uno de sus momentos más bajos y se ha interrumpido la cooperación militar y civil, aunque no la política. Una situación similar se produce en sus relaciones con la UE por la misma causa. La acción popular contra el Gobierno de Yanukovich se produjo precisamente a raíz de su negativa a firmar el Acuerdo de Asociación y Libre Comercio con la UE, que no era aceptable para la FR. La reacción de la Unión a la agresión rusa a Ucranía ha sido decepcionante, debido a la desunión de sus Estados miembros, a la dependencia de muchos de ellos del suministro del gas ruso y al santo temor a enfrentarse con Rusia. Se ha limitado a –amén de declaraciones inocuas- imponer sanciones de entidad menor, como restricciones en la exportación de material militar y de doble uso, y prohibiciones de financiación a algunas empresas y bancos rusos. Esto ha provocado la adopción de contramedidas por parte de la FR, quien ha dejado en el aire la posibilidad de disminuir la exportación de gas natural a la dependiente Europa. En su discurso sobre el estado de la nación, Putin ha calificado la anexión de Crimea de “reunificación histórica”, acusado a los Gobiernos occidentales de crear una “realidad paralela” en el conflicto en el este de Ucrania, y afirmado que la respetará “como país hermano que es”, pues ucranianos y rusos “son un solo pueblo”. Ha sacado pecho y advertido que “ninguna potencia logrará superioridad militar sobre el Ejército ruso”. La FR ha recuperado prestigio y protagonismo en la esfera internacional, en unas ocasiones en colaboración con los países occidentales, en otras enfrentada con ellos. En paralelo con la política seguida por Barack Obama, Putin ha trasladado en buena medida el interés de la FR de Europa a Asía-Pacífico. Ha intensificado sus relaciones con China e India, aunque sigue teniendo problemas con Japón por irresueltos problemas de límites. Es el principal valedor de Siria, con la que mantiene excelentes relaciones estratégicas –cesión de la base naval de Tartus, única de la FR en el Mediterráneo-, políticas y económicas. Putin medió para evitar la intervención de Estados Unidos tras el uso por Bashar al-Asad de gases tóxicos contra su propio pueblo, al lograr un acuerdo por el que Siria se comprometía a eliminar su arsenal químico. Ha mantenido buenas relaciones con Irán, al que facilita material para la central nuclear de Busher y al que ha ofrecido suministrar uranio enriquecido para usos civiles, si el Gobierno iraní renuncia a fabricar armas atómicas y acepta el control del OIEA. Forma asimismo parte del Grupo 5+1 que está negociando con Irán un acuerdo definitivo para controlar su industria nuclear, tras haber logrado un acuerdo interino en 2013. Política económica Putin saneó la situación económica y financiera de la FR con el viento a favor de los altos precios del petróleo, pero no ha mejorado su estructura productiva –especialmente la modernización de la industria de extractiva de productos energéticos-, que sigue basada en la exportación de materias primas, especialmente gas y petróleo. Él mismo ha advertido a su pueblo que se avecinan tiempos difíciles por el castigo económico de Occidente y por la marcada caída de los precios del crudo. De un lado, las sanciones de la UE y de Estados Unidos empiezan a pasar factura, especialmente para que grandes empresas -como Gazprom o Rosneft- puedan conseguir la necesaria financiación internacional; de otro, los presupuestos rusos parten del supuesto de un precio de $80 el barril, cuando está actualmente a $60 y con tendencia a seguir bajando. El rublo se ha devaluado en las últimas semanas un 24.3% en relación con el dólar y un 27% con respecto al euro. El Banco Central ha tenido que subir la tasa de interés del 10.5% al 17% y que vender grande sumas de divisas. Se ha producido una fuga de capitales, la Bolsa ha perdido 56% de su valor y el interés de los bonos a 10 años ha subido al 19%. Aunque la situación ha mejorado levemente, las perspectivas son bastante poco halagüeñas y para 2015 se prevé un decrecimiento del PIB del 4.5%. Con un voluntarismo acrítico no exento de chulería, Putin ha afirmado que el pueblo ruso es muy capaz de sacar al país adelante y que en un par de años se resolverían los problemas. El Presidente ha realizado una meritoria labor al frente del país, pero le pierden su egolatría, su jactancia y sus manías de grandeza. Ha ganado popularidad en el interior, pero ha perdido credibilidad en el exterior. Madrid, 29 de Diciembre de 2014 .

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