sábado, 7 de marzo de 2015
De Suárez a Gorvachov, pasando por Calvo Sotelo
DE SUÁREZ A GORVACHOV, PASANDO POR CALVO SOTELO
El pasado día 14 asistí a la presentación del libro del Embajador José Cuenca “De Suárez a Gorvachov”, en el que recoge “vivencias y recuerdos” acerca de hechos poco o nada conocidos y ofrece sus “impresiones sobre momentos estelares” que le tocó presenciar. Desde sus puestos como Jefe de Gabinete de los Ministros Marcelino Oreja y José Pedro Pérez-Llorca, Secretario General Técnico, Director General de Europa y Asuntos Atlánticos o Embajador en la URSS, Cuenca estuvo en la cocina donde se elaboraban los platos de la política exterior española. Me he tomado la licencia de añadir una “morcilla” al título porque, en su segundo capítulo, el Embajador rinde cumplido homenaje a Leopoldo Calvo Sotelo, que –pese a la debilidad política de su Gobierno y a la oposición encarnizada de la izquierda- consiguió llevar a buen puerto el ingreso de España en la OTAN. La obra contiene otros dos capítulos respectivamente dedicados a la política exterior de la Transición y al fin de la Unión Soviética.
La política exterior de la Transición
Dado que Adolfo Suárez dio prioridad a desmontar la estructura del antiguo régimen, implantar la democracia y elaborar una Constitución de consenso, su política exterior ha pasado desapercibida. Su principal objetivo era reubicar a España en la escena internacional, lo que no resultaba fácil debido a la situación heredada del franquismo. Menciona Cuenca una anécdota significativa. Estando en Nueva York, la Representación ante la ONU recibió la orden de presentar la candidatura a un Comité sobre Desarme, pero no pudo ni intentarlo porque España no figuraba en ninguna de las categorías de Estados previstas: OTAN, Pacto de Varsovia y No Alineados. Se empezó por homologar a España con los países democráticos de Occidente –especialmente en el ámbito de los derechos humanos y de las libertades fundamentales- y por normalizar las relaciones con la URSS y los países socialistas. También había que hacer frente a las graves cuestiones que iban surgiendo como consecuencia de la descolonización. El Embajador describe los problemas con el Sahara Occidental tras la “marcha verde”, la hostilidad de Argelia y del Frente POLISARIO –incluidas las negociaciones para la liberación de los 38 pescadores por él apresados-, la batalla para defender la españolidad de Canarias frente a las reivindicaciones del MPAIAC –apoyado por Argelia- y las negociaciones con Gran Bretaña sobre Gibraltar. De especial interés es la narración sobre el fiasco de la reunión de Sintra –donde se debería haber iniciado al proceso negociador sobre la soberanía del Peñón-, que no se llegó a celebrar por la malhadada decisión argentina de invadir las Malvinas. También explica los supuestos escarceos “tercermundistas” tras la asistencia de España a la VI Cumbre de Países no Alineados en la Habana y la visita de Yaser Arafat. Critica Cuenca el no alineamiento, que califica de “pura ensoñación ajena a las realidades que deben enmarcar la política exterior”. Aclara el Embajador hechos e ideas y reivindica la política de Suárez, injusta y cruelmente atacado por los medios de comunicación y por el PSOE hasta su aniquilación política, como reconoció el presentador del libro José Bono.
Incorporación de España a la Alianza Atlántica
El ingreso en la OTAN figuraba en el programa de UCD, pero Suárez lo dejó en un segundo plano para no enfrentarse frontalmente a la izquierda -a la que necesitaba para su política de consenso- ni a la Unión Soviética. Pese a su debilidad política, Calvo Sotelo dio al tema la máxima prioridad. A mi me tocó participar en el alfa y el omega del proceso de adhesión. Como Jefe de la Asesoría Jurídica Internacional, elaboré un amplio y detallado informe sobre sus aspectos jurídicos que sirvió de base al dictamen del Consejo de Estado y a la argumentación de los portavoces gubernamentales y del propio Presidente del Gobierno. Cuenca describe pormenorizadamente el “iter” del trámite parlamentario en el Congreso –en el que Felipe González advirtió de que, si se entraba por mayoría, se podría salir por el mismo procedimiento, y prometió la celebración de un referéndum al respecto- y en el Senado –donde destacó la oposición a ultranza del futuro Ministro, Fernando Morán, “enemigo público número 1 de nuestra entrada en la OTAN”-. Una vez conseguida la autorización de las Cortes para la adhesión, González trató de retrasarla pidiendo, en vano, la colaboración de los gobiernos socialistas de Italia, Portugal y Grecia. Una última tentativa protagonizó el ex-Ministro ucedista Francisco Fernández Ordóñez, que presentó una proposición no de ley para paralizar el proceso y abrir un debate sobre la incidencia del ingreso en la OTAN sobre Gibraltar y las Malvinas. Ya como Secretario General Técnico me correspondió cerrar el proceso. El 27 de Mayo de 1982 Grecia comunicó su aceptación de la incorporación de España y el Secretario General de la Alianza, Joseph Luns, envió el 28 la correspondiente carta de invitación. Esa noche, Pérez-Llorca me telefoneó para pedirme que elaborara con urgencia el instrumento de adhesión, a cuyos efectos me envió al Ministerio al día siguiente, un sábado, a su secretaria. El instrumento fue enviado el 29 por valija especial y depositado el domingo 30 en la Secretaria de Estado por el Encargado de Negocios a.i. en Estados Unidos, Alonso Álvarez de Toledo. Ello constituyó un “hito fundamental en la normalización de las relaciones exteriores”, que supuso el necesario preludio a la incorporación de España a las Comunidades Europeas. Una vez en el Gobierno, González tuvo que rectificar, al tener “conocimiento desde dentro de las realidades del poder”. Respetó su promesa de celebrar un referéndum, cuyo objetivo no era ya abandonar la Alianza, sino mantenerse en ella.
Fin de la Unión Soviética
El último capítulo es la parte más personal y reveladora de la obra, incluso para mí, que le sucedí en la Embajada en Rusia y que conocía muchos de los hechos que narra, pero no todos. Pudo conseguir información de primera mano gracias a sus estrechas relaciones con Mijail Gorvachov y sus inmediatos colaboradores Alexander Yakovlev, Edvard Shevardnadze o Gueorgui Arbatov. Cuenca encabeza el capítulo citando la frase de Wolfgang Goethe tras la batalla de Valmy:”El viejo orden acaba de sucumbir. Un mundo nuevo ha nacido hoy. Yo estuve allí y lo vi”. Fue enviado por el Presidente González a Rusia para “invertir en perestroika” y ofrece el testimonio de un Embajador que vivió su “ascensión, apogeo y crisis”, así como “el cambio revolucionario que trajo la democracia al pueblo ruso y la libertad a los países subyugados por Stalin”. Hace grandes elogios de Gorvachov, que “acabó con la guerra fría y el rígido y maniqueo esquema bipolar, abriendo las relaciones entre el Este y el Oeste a la cooperación, a la confianza mutua y a la paz”. Desencadenó un conjunto de procesos que transformaron al mundo y afectaron no sólo a la política exterior y a la doctrina defensiva de la URSS, sino también a las estructuras y las formas de vida del país y de la Europa del Este. Cambió la configuración geoestratégica del orden internacional y, en última instancia, el destino de la Humanidad. Su obra constituye –a juicio de Cuenca- “el más importante acontecimiento de la segunda mitad del siglo XX”. Sin ser tan taxativo, comparto en cierta medida este aserto, si bien es cierto que Gorvachov es tan popular en Occidente como impopular en su país, que no le ha perdonado su contribución a la desintegración de la URSS, aunque en ella tuvieran mayor culpa Boris Yeltsin y los líderes de Ucrania y Bielorrusia, que supeditaron el interés general de la Unión a sus intereses nacionalistas y ansias de poder. Opina el compañero y amigo desde las aulas universitarias sevillanas que, para que unas memorias merezcan ser leídas, es preciso que suministren algo que valga la pena. El lo ha conseguido con un libro escrito en un excelente castellano, fácil de leer y muy instructivo, por lo que recomiendo su lectura.¡Muchas gracias, Pepe!
Madrid, 19 de Enero de 2015
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