jueves, 16 de marzo de 2023
Lo que queda de Ucrania tras un año de agresión rusa
LO QUE QUEDA DE UCRANIA TRAS UN AÑO DE AGRESIÓN RUSA
El pasado año, la revista “Tiempo de paz” publicó un número monográfico sobre “La guerra de Ucrania”. Con motivo del primer aniversario del inicio de la invasión del país por las fuerzas armadas de Rusia, la revista ha celebrado un debate telemático sobre la situación actual de Ucrania, en el que participaron el antiguo director de la revista, Enrique Gomáriz, y algunos de los profesores que colaboraron con el citado número, cómo Carlos Fernández de Liesa, Montse Huguet, Manuel Rodríguez Maciá, Elena Díaz Galán, José Ángel Ruiz Jiménez, Félix Vacas y yo mismo. La impresión generalizada fue pesimista, ya que no parece que se encuentre una solución pacifica al conflicto ruso-ucraniano en un futuro inmediato y que la guerra va para largo.
Desarrollo de la agresión de Rusia a Ucrania
El 25 de febrero de 2022, importantes contingentes de tropas rusas invadieron Ucrania mediante una “operación técnica” con la que el Gobierno de Vladimir Putin pretendía -mediante una “guerra relámpago”- ocupar en unos días Kiev, derrocar al gobierno de Volodímir Zelenski y establecer un Gobierno títere que se sometiera plenamente a los dictados de Rusia. La determinación y la bravura del pueblo ucraniano liderado por su presidente y la ayuda y militar y financiera prestada por Estados Unidos, la OTAN y la Unión Europea frustraron los planes de Putin, y las tropas ucranianas han conseguido, no solo impedir la ocupación de la capital y de otras ciudades importantes del país -a excepción de Jerson-, sino que contraatacaron y recuperaron buena parte del territorio ocupado, incluida Jerson. Actualmente, el conflicto está empantanado en una guerra de trincheras, especialmente en la región de Donbass.
Pese a ser un buen profesional de los servicios de inteligencia, Putin ha cometido tremendos errores de cálculo más propios de un principiante. No previó la capacidad de resistencia del Ejército y del pueblo ucraniano, y dio por descontado que Estados Unidos, la OTAN y la UE no reaccionarían -como ocurrió cuando Rusia anexionó Crimea-, por lo que pensó que podría lograr su objetivo al bajo coste de unas sanciones económicas de menor cuantía. !Error, inmenso error!
La actual guerra no solo ha cambiado a Ucrania y a Rusia, sino también a la OTAN y a la UE. Como ha señalado Charles Powell, la guerra de Ucrania ha dado a la OTAN una nueva razón de ser y demostrado que no estaba tan obsoleta -como mantenía Donald Trump-, ni en muerte cerebral -como llegó a firmar Emmanuel Macron-, y ha vuelto a su misión esencial de garantizar la seguridad colectiva de sus miembros.
En cuanto a la UE, su inesperada respuesta ha cambiado al continente europeo. A juicio de Pablo Suanzes, la reacción a la agresión rusa no tiene precedentes por su velocidad, su contundencia, su alcance y su compromiso. La Unión ha descubierto que, con voluntad política y determinación, podría ser mucho más que una superpotencia comercial y regulatoria. Moscú cometió el mismo error que Londres cuando arrancó el Brexit: dar por hecho que la UE se partiría, que los intereses nacionales se impondrían y que Bruselas sería incapaz de consensuar y mantener una posición común. En un año, parece haber superado -aparte de sus complejos- la necesidad de pedir permiso para dar cualquier paso en el tablero internacional. La guerra ha servido para una revolución en su visión de la seguridad y de la defensa, con compras conjuntas de armamento, envío del mismo a países en guerra y uso de miles de millones de euros para garantizar su seguridad, con una cooperación inédita con la OTAN, llegando a donde una alianza militar no podía o no debía llegar. Para el antiguo subsecretario de la OTAN, Jeed Nadamer, gracias a la invasión de Ucrania, Putin ha logrado unir a la OTAN y a Estados Unidos hasta unos niveles que hacía tiempo que no se veían.
Estados Unidos se ha comprometido plenamente con la defensa de Ucrania
mediante el suministro de armamento cada vez más sofisticado y la financiación del mismo, así como su respaldo político, como se ha puesto de manifiesto con la visita sorpresa de Joe Biden a Kiev y sus afirmaciones de que “Ucrania nunca será víctima de Rusia ¡Nunca!” y de que “Kiev resiste, Ucrania resiste, la democracia resiste”.
Ante el fiasco de su “blitzkrieg”, Putin ha tenido que cambiar su estrategia y pasar de una “operación técnica” a -aunque sin reconocerlo, pues pronunciar la palabra nefanda, es un delito que acarrea amplias penas de cárcel- una guerra total para impedir el ataque de Ucrania a Rusia con la connivencia de la OTAN, y optado por bombardear de forma sistemática objetivos civiles sin valor militar -hospitales, escuelas, bloques de viviendas -y, de forma especial, las infraestructuras energéticas para privar a la población del suministro de electricidad, agua y calefacción, con el fin de dejarlos en una situación humanitaria intolerable que le fuerce a rendirse sin condiciones. Como ha observado Pilar Bonet en “El País”, el glorioso Ejército ruso destruye Ucrania, ataca a la población civil y a las infraestructuras básicas, y sus soldados torturan, roban el patrimonio cultural, y facilitan la deportación de niños para su adoctrinamiento.
Las tropas rusas -especialmente la punta de lanza de los mercenarios del grupo Wagner y de los voluntarios chechenos- no solo violan el “ius ad bellum” -ya que la guerra está prohibida por la Carta de las Naciones Unidas, salvo en el supuesto de la legítima defensa, cual es el caso de Ucrania-, sino también el “ius in bello” -contenido especialmente los Convenios de Ginebra-, e infringen a diario el Derecho Internacional y el Derecho Humanitario, cometiendo crímenes de lesa humanidad como las masacres de Bucha, Mariupol, Irpin o Izium. El Parlamento Europeo -que tiene contabilizados 34.000 crímenes de guerra debidamente documentados cometidos por los soldados rusos- ha calificado a Rusia de Estado promotor del terrorismo y lo ha acusado de cometer atrocidades contra la población ucraniana. La Fiscalía del Tribunal Penal Internacional ya ha iniciado una investigación al respecto. Según Araceli Mangas, se trata de una guerra de una atrocidad inusitada por parte del agresor -Rusia-, que parece calcada de las brutalidades cometidas por Hitler y los nazis en las zonas ocupadas entre 1939 y 1945. La Asamblea General ha reconocido esa brutalidad “en proporciones que la comunidad internacional no había visto en Europa desde hacía décadas”.
Los ataques de Rusia trascienden a Ucrania
El mismo 25 de febrero de 2022, Zelenski afirmó que era “el inicio de una guerra contra Europa. Una guerra contra la seguridad de Europa, contra los derechos humanos fundamentales en Europa, contra la coexistencia pacífica de los países de Europa, y contra la negativa de los Estados europeos a emplear la fuerza para resolver los conflictos fronterizos”. La agresión de Rusia trasciende a Ucrania, porque no se trata de un mero conflicto entre países vecinos, sino que el objetivo mesiánico de Putin es devolver a su país el status de gran potencia, no ya del período de la URSS estalinista, sino de la Rusia imperial de Catalina y de Pedro el Grande, y -para eso- Ucrania no puede seguir siendo un Estado soberano e independiente, sino una parte integrante de la madre Rusia o, a lo sumo, un Estado-tapón dentro de su esfera de influencia. Putin aspira a construir un perímetro de seguridad en torno a Rusia que coincide con los límites del antiguo Imperio y, de ahí, que haya exigido a la OTAN que retire las instalaciones militares de los Estados que formaron parte de la URSS -como los Estados Bálticos- e incluso de los que formaron parte del Pacto de Varsovia, para regresar al “statu quo” anterior a su ingreso en Alianza. Como ha señalado Juan Manuel Faramiñán, Putin viene realizando desde hace años una política de expansión bien planificada, y movido con frialdad a sus peones mediante la ocupación de zonas de influencia en la proximidad de sus fronteras. Incita a movimientos rebeldes a que se rebelen contra el Gobierno central y se declaren independiente bajo su hospicios -como en los casos de Abjazia, Obsetia del Sur y el Donbass-o simplemente los anexiona -como en el caso de Ucrania-, lo que está haciendo saltar por los aires el tablero sobre el que se asienta la seguridad y la paz mundiales. Ahí está la raíz de la guerra y no en la ampliación de la OTAN.
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Para Ana Palacio, el reto de Europa es interiorizar que la guerra es también suya, que los miramientos para ”no enfadar a la bestia” no tienen ningún sentido, porque la bestia ya está fuera de sí. Los Estados Bálticos y la mayoría de los antiguos miembros del Pacto de Varsovia llevan tiempo advirtiendo sobre la amenaza existencial que Rusia representa para ellos, pero en París, Berlín y otras capitales no se ve esta situación con la misma claridad. Es preciso, por tanto, tomar conciencia plena de que la seguridad del proyecto europeo está inexorablemente vinculada a la resolución favorable del conflicto ucraniano. “La sociedad abierta, la razón y la libertad es lo que está en juego en el frente de Ucrania” Con Ucrania en pie, con sus ciudadanos dispuestos a morir por su libertad sin merma, mientras Estados Unidos lidere a fondo su compromiso y respaldo geopolítico, para el resto de los occidentales -en particular para los europeos- solo hay una postura: apoyar a Ucrania..
Según el director de “El Mundo”, Joaquín Manso, la agresión de Putin ha dado paso al embrión de la Europa geopolítica. Según una encuesta publicada por ECFR, un porcentaje creciente de ciudadanos europeos prefieren una derrota total de Rusia en la guerra aunque eso signifique prolongarla, pues son conscientes de que es mejor detener ahora a Putin que hacerlo después en el Báltico, o someterse de por vida a su chantaje nuclear. De aquí que hayan soportado este año, sin apenas contestación las consecuencias económicas de los inéditos paquetes de sanciones, la inflación récord o las costosas medidas para aliviar la dependencia energética del gas ruso; de ahí la acogida favorable al incremento exponencial del gasto en defensa; de ahí el viraje histórico de Alemania en su política de seguridad, la solicitud de ingresar en la OTAN de Suecia y Finlandia o la histórica concesión del estatuto de país candidato a ingresar en la UE a Ucrania. “Solo nuestro país padece en el Gobierno a elementos prorrusos que se oponen a ese camino”. Macron y Scholz se han mostrado preocupados porque Putin pueda perder la cara, pero -como ha dicho el ministro ucraniano de Asuntos Exteriores, Dimitri Kuleba- “debemos perder el miedo a derrotar a Rusia”.
Necesidad de negociaciones de paz
Según una editorial de “El País”, son abundante las voces que demandan negociar la paz, a las que se ha añadido la del Gobierno de China. Desde distintos países democráticos se reclama con urgencia la paz, pero Putin -que es el que han iniciado el conflicto- no muestra ninguna intención de renunciar a las armas y al diseño imperialista de las fronteras. “La diplomacia no puede descartarse, pero las democracias no pueden bajo ningún concepto abandonar a Ucrania a su suerte, y la única forma de responder con eficacia es su mantenimiento de la unidad y fortaleza ante un inquietante panorama de destrucción que no da señales de remitir”.
Muchas personas bien intencionadas claman por lograr la paz a cualquier precio para impedir que siga aumentando la tremenda pérdida de vidas humanas. Así, Enrique Gomáriz ha manifestado que, para poner término a la catástrofe humanitaria, hay que sentarse inmediatamente a negociar la paz y que, para lograrla, las partes tienen que hacer concesiones, y que todos los Estados son responsables de conseguirla. Creo que se debe matizar esta afirmación. Por supuesto que la diplomacia debe jugar un papel fundamental, que -tarde o temprano- las partes interesadas tendrán que sentarse a negociar y que todos los Estados deben cooperar para que se alcance la anhelada paz, pero no todos tienen la misma responsabilidad en este loable empeño.
Las propuestas que solicitan la negociación sin matices parten del gran error de situar en pie de igualdad al agresor y el agredido, lo cual es profundamente injusto. No se puede colocar en el mismo plano a Rusia, que ha invadido y agredido a un país soberano sin motivo alguno, alegando su derecho a una guerra preventiva para impedir un supuesto ataque de Ucrania en connivencia con la OTAN, y al país que ha sido agredido y solo trata de defenderse. Según la profesora Mangas, la manipulación rusa pretende diluir su propia agresión en la legítima defensa, pero, para poder invocarla, es indispensable que se haya producido un previo ataque o una amenaza inminente y grave, y Ucrania no ha hecho tal cosa. “La guerra preventiva es ilegal e inmoral. Por eso, Ucrania está en el lado bueno del derecho y está facultada para usar la fuerza armada para repeler al agresor ruso en todo su territorio”. Aún más, un Estado agredido tiene derecho a recabar la ayuda de otros Estados para hacer posible su legítima defensa y -según manifestó el Tribunal Internacional de Justicia en 1986- existe un deber general de todos los Estados de cooperar por medios lícitos para poner fin a la violación de una norma internacional imperativa. La entrega de armamento a un Estado agredido es legítima y conforme con el Derecho Internacional,
Putin ha acusado a Occidente de facilitar material militar, por lo que ha pasado a ser co-beligerante en el conflicto, acusación que carece de cualquier fundamento. En las guerras habidas, los Estados vendieron o donaron armas a alguna de las partes contendientes sin que se les considerara por ello beligerantes. Recuerdo, por ejemplo, que durante la guerra irano-iraquí de 1982-1988 infinidad de Estados suministraron armas de todo tipo a los contendientes y, en el caso de las muy neutrales Austria y Suiza -y también de España- las vendieron a los dos contendientes. Hay una línea roja que no se debe traspasar, cual es la de participar directamente en los combates con medios humanos, pues, de hacerlo, los Estados que lo hicieran pasarían a ser beligerantes. Tanto Estados Unidos como la OTAN han declarado taxativamente que no tienen intención de enviar personal militar a Ucrania y solo intervendrían militarmente sí Rusia atacara a un Estado miembro de la Alianza.
Es de especial interés el artículo titulado “Por qué es éste el momento adecuado de negociar la paz”, publicado por Jürgen Habermas en el “Suddeutsche Zeitung”, en el que da una de cal y otra de arena. Empieza por afirmar que si Occidente suministrara armas a Ucrania -y tiene buenas razones para hacerlo-, con ello se haría corresponsable del curso de la guerra y de sus consecuencias. Discrepo de esta afirmación por las razones anteriormente expuestas. El filósofo se suma a las voces que piden el inicio del difícil camino hacia las negociaciones, porque lo importante radica en que el carácter preventivo de unas conversaciones a tiempo puede evitar una larga guerra que se cobre aún más vidas, cause más destrucción y acabe enfrentando a Occidente con la disyuntiva de intervenir en el conflicto o de abandonar a Ucrania a su suerte para no provocar una guerra entre potencias dotadas de armas nucleares. En la amenaza de Putin de recurrir a ellas se basa precisamente su chantaje, y la opinión se divide entre los que creen que va de farol y los que estiman que estaría dispuesto a utilizarlas en última instancia de forma suicida, ya que produciría la mutua destrucción masiva.
Mantener -como hace Occidente- que el Gobierno ucraniano es el único que puede decidir el calendario y el objetivo de las posibles negociaciones carece de sentido en opinión de Habermas, pues ello compete a las dos partes en el conflicto. Los Gobiernos occidentales deben tener en cuenta, además de sus propios intereses y los de Ucrania, los de las otras partes. Tienen una corresponsabilidad moral por las víctimas y por las destrucciones causadas por las armas que suministran, y no pueden trasladar al Gobierno ucraniano la responsabilidad de las brutales consecuencias de una prolongación de las hostilidades, que solo es posible gracias a su apoyo militar a Ucrania. A este falaz argumento cabe replicar que las armas que facilita Occidente a Ucrania son para su defensa frente al agresor, que es el único responsable de las consecuencias de su agresión, y que las destrucciones de las que hipócritamente se lamenta se producen en territorio ucraniano y no ruso, y son causadas principalmente por los bombardeos del Ejército ruso.
Habermas se pregunta si la finalidad de la entrega de armas a Ucrania es para que ésta no pierda la guerra o más bien para lograr la victoria sobre Rusia. Creo que la respuesta es obvia. El objetivo de la ayuda en armamento es para que Ucrania no pierda la guerra y es evidente que, si lo consiguiera, habría logrado una victoria sobre el agresor. Considera que la guerra no debería existir, pero existe y no por culpa de Ucrania sino de Rusia. Añade que si no se pudiera evitar el estallido de conflictos armados, la alternativa necesaria frente a una continuación de la guerra -que cada día produce más víctimas- sería la búsqueda de “compromisos tolerables”. ¿Tolerables para quién? ¿para los rusos agresores, para los ucranianos agredidos o para terceros que ven los toros desde la barrera?
Afirma el comentarista que si Ucrania aceptara el regreso al “statu quo ante”, se abriría el camino a la negociación y lleva razón, porque -al implicar la renuncia de Ucrania a Crimea y a los territorios sublevados del Donbass- debería acabarse el conflicto. Insiste en que la situación debería invitarnos a presionar para que se hagan esfuerzos enérgicos con el fin de iniciar negociaciones y buscar una solución de compromiso que no otorgue a Rusia ninguna ganancia territorial posterior al inicio de la guerra y que, al mismo tiempo, le permita salvar la cara. Esta solución no puede ser más favorable para Rusia, ya que consolidaría la posesión de Crimea, se mantendría la situación de independencia “de facto” de Donetsk y de Lugansk, e incluso podría conseguir algunos de los territorios ocupados que Ucrania ha logrado recuperar con su contraofensiva. Por otro lado, ¿a santo de qué debe permitirse al agresor que salve la cara? De forma increíble, todas las concesiones sugeridas se imponen a la parte agredida. ¿qué concesiones haría el agresor? ¿que iba a dejar de atacar y de bombardear cualquier objetivo? ¡Menuda concesión! ¿que respetaría la independencia y la integridad territorial de Ucrania? Ya lo hizo al entregarle Ucrania su arsenal nuclear por el Tratado de Jarkov -del que eran garantes Estados Unidos y Gran Bretaña-, y ya hemos visto lo que ha durado ese compromiso y la inoperancia de la garantía de las dos potencias occidentales. Y además ¿qué valor tiene la palabra de Putin o de Rusia?
China ha echado su cuarto a espadas en un supuesto esfuerzo mediador. Por supuesto que este hecho es positivo y loable, pero lo sería aún más si fuera objetivo y tuviera algún contenido concreto. Pone en pie igualdad al agresor y al agredido, lo que es del todo inaceptable, y califica al conflicto de crisis, como si se tratara de un fenómeno meteorológico. Parte del principio de que “deben garantizarse efectivamente la soberanía, la independencia y la integridad territorial de todos los países”, pero no saca las consecuencias de semejante aserto, pues no condena al que ha violado abiertamente ese principio, elude hablar de invasión y considera legítimas las preocupaciones de seguridad de Rusia por la expansión de la OTAN hacia la Europa del Este. Afirma que “las sanciones unilaterales y la presión extrema no solo no resolverán los problemas, sino que crearán otros nuevos. Los países relevantes deben dejar de abusar de las sanciones unilaterales y desempeñar un papel el enfriamiento de la crisis”. Añade que “se debe cumplir estrictamente el Derecho Internacional humanitario y abstenerse de atacar a civiles y a instalaciones civiles. Se debe proteger eficazmente la seguridad de los civiles y establecer corredores humanitarios para las evacuaciones en la zona de guerra”. Todo esto está muy bien, pero se queda en deseos piadosos cuando no condena al que no lo respeta. También declara que ”las armas nucleares no se pueden usar y la guerra nuclear no se puede librar. Hay que oponerse al uso o a la amenaza de armas nucleares, así como al desarrollo de armas biológicas y químicas por cualquier país bajo cualquier circunstancia”. Una vez más, China se limita a hacer unas declaraciones genéricas y no señala al único Estado que ha amenazado con recurrir a dichas armas. Pese a sus notables insuficiencias, Zelenski ha acogido favorablemente la propuesta china y expresado su disposición a entrevistarse con XI Yinping, pero éste no ha mostrado ningún interés por el encuentro.
En un artículo titulado “La paz, pero ¿qué paz?”, Lluis Basset ha afirmado que sin libertad y sin justicia no puede haber paz. La guerra ha llevado la muerte y la destrucción a Ucrania, pero le ha quitado a los rusos la poca libertad y la escasa justicia que todavía tenían. La guerra de Putin es ilegal, injusta y criminal, y no puede considerarse de izquierdas la desatención a las peticiones de ayuda de quienes se defienden ante la agresión. No puede dejárseles desarmados e inermes para que tengan que aceptar la paz de los cementerios. “Si dejamos solos a los ucranianos, la guerra será breve y Putin vencerá, pero no habrá paz, porque la guerra de agresión seguirá y desbordará a Ucrania“.
Ninguno de los dos bandos puede ganar por completo la guerra en el campo de batalla, por lo que hay que negociar la paz, pero no a cualquier precio. Ha de tratarse de una paz justa y no lo sería si se aplicara el criterio de “paz por territorios”, que obligaría al agredido a hacer concesiones territoriales al agresor. Cómo ha concluido Manso, una paz justa pasa por garantizar la soberanía, la integridad territorial y la independencia de Ucrania. Impedir que el Kremlin cante victoria es un imperativo ético. Lo contrario enviaría un mensaje de debilidad que puede acelerar la próxima confrontación o provocar la imitación de cualquier tirano. “Por eso, la guerra de Zelenski es nuestra guerra. La guerra por la libertad”
Actitud de España hacia Ucrania
La actitud del Gobierno español en la guerra de Ucrania ha estado llena de oscilaciones y contradicciones, porque una parte del mismo apoya a Zelenski y otra a Putin. Por la influencia de Podemos, el Gobierno adoptó al principio una actitud reticente para apoyar abiertamente a Ucrania y enviarle armas, pero -tras los toques pertinentes de Bruselas- Sánchez expresó su apoyo al país agredido y envió ayuda humanitaria y armas no demasiado letales. El rey Felipe VI ha afirmado que “apoyaremos y respaldaremos al pueblo ucraniano en su legítima defensa, su libertad y su integridad territorial”. Podemos, en cambio, ha criticado el envío de armas e incluso la aplicación de sanciones, y respaldado la celebración de negociaciones sin condiciones y sin distinguir entre el agresor y el agredido. Su secretaria general, Ione Belarra, ha afirmado que ”es evidente que la escalada bélica es un error que no ha ayudado en nada a Ucrania. Lo mejor para parar los pies a Putin es abrir una negociación”. ¿De verdad quiere Podemos parar los pies a Putin? Pues no lo parece. Su “gurú”, Pablo Iglesias, ha señalado que los europeístas más sensatos -como él- piensan que es imprescindible una solución negociada cuanto antes, por supuesto en pie de igualdad.
Sánchez fue el último de los presidentes europeos en visitar Kiev, donde fue ninguneado por Zelenski. Tras la visita impromptu de Biden, Sánchez siguió su ejemplo para chupar cámara, y se presentó en Ucrania -en su calidad de futuro presidente rotatorio del Consejo de la UE- el día del aniversario de la invasión rusa, para reafirmar el apoyo de España “frente a la ilegal e injustificada guerra de agresión de Putin”. Allí dijo que “Ucrania nunca fue un riesgo para la seguridad de Rusia” y que España siempre había estado a su lado desde el comienzo de la invasión y había prestado todo tipo de apoyo, desde armamento de alta gama y ayuda financiera, hasta un gran paquete humanitario, palabras que no se atreve a pronunciar en España para que no lo corra a gorrazos su socio de Gobierno. Prometió sumar cuatro tanques oxidados a los seis ya comprometidos, y dijo que estudiaría con sus socios de la UE y la OTAN el suministro de los aviones solicitados, con la tranquilidad de que España no dispone de ellos.
Según Iñaki Ellakuría, Sánchez se presentó en Kiev para, después de fotografiarse con Zelenski, mentir en inglés a un pueblo con la misma frialdad, cinismo y efectividad con que suele engañar al pueblo español en su propia lengua. Allí afirmó que “toda España” estaba con Ucrania, unanimidad que no se da en el Gobierno que él preside, donde Putin se sienta en el Consejo de Ministros a través de Podemos, sucursal española de esa diplomacia que defiende una paz injusta, que solo contempla la renuncia de Ucrania a su integridad territorial y al derecho a defenderse frente al terrorismo del Estado ruso. Presumió de una ayuda económica y militar que resulta insignificante y se vanaglorió de una solidaridad española con los refugiados, que partió de la iniciativa privada. Tuvo que recordar a Podemos que es el presidente del Gobierno el que fija su política exterior, pero no hace nada para controlar a los irresponsables que tiene en el seno de su propio Gobierno.
Como ha señalado Basset, no se equivoca el Gobierno español cuando envía armas a Ucrania, sino esta izquierda agarrotada por el dogma de creer que las armas con las que las víctimas se defienden solo prolongarían su sufrimiento en vez de aliviarlo. No se puede dejar desamparados a los ucranianos para que se vean forzados a aceptar “velis, nolis” una paz injusta, que sería contraria al Derecho Internacional.
Madrid, 5 de marzo de 2023
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