miércoles, 18 de agosto de 2021

Los cubanos merecen al menos respeto

LOS CUBANOS MERECEN ALMENOS RESPETO El pasado 11 de julio salieron a las calles decenas de miles de cubanos en todo el país sin más coordinación que el llamamiento a través de las redes sociales, en un espectáculo admirable por lo inhabitual, que se truncó cuando comenzó la implacable represión del Gobierno. El presidente, Miguel Díaz-Canel, llamó de manera inequívoca al enfrentamiento, la violencia y la represión contra unos pacíficos manifestantes. “La orden de combate está dada: a la calle los revolucionarios”. Poco después, las fuerzas de seguridad y los paramilitares “boinas negras” agredieron a los manifestantes causando varios heridos, un muerto, y numerosas detenciones y encarcelamientos, seguidos de juicios sumarísimos exprés sin las mínimas garantías: ausencia de proceso y de acusación, sustitución de los fiscales por los policías, negativa de defensa o condicionamiento a la actuación de los abogados, simulacros de juicios a puerta cerrada y sentencias orales. Díaz-Canel calificó de delincuentes a los manifestantes y una fiscal llegó a afirmar que gritar “Patria y Vida” era constitutivo de un delito, punible con penas de hasta 20 años.. Causas de las protestas Según los escritores cubanos Jorge Ferrer y Ginés Górriz, hemos asistido en Cuba a un levantamiento popular como no se había conocido otro en los últimos años. La inercia y el miedo generados por décadas de un cocktail siniestro mezcla de entusiasmo y represión, saltaron por los aires el 11 de julio bajo el empuje de una generación de jóvenes que se niegan a ser parte de un sistema que ya sólo les brinda la espuria ilusión de la excepcionalidad. Son cubanos que quieren vivir en un país más próspero y más justo, y que –espoleados por el hambre de pan y de libertad, unido a la preocupación por la desastrosa gestión sanitaria de la pandemia- están planteando una rebelión que sitúa a la juventud cubana en el mismo diapasón de anhelos que manifiestan jóvenes de todo el mundo. Como ha comentado el reguetonero Yomil, “de tanta hambre que pasamos, nos hemos comido el miedo”. En su artículo “La juventud cubana toma la palabra” - publicado en “El País”-, Mauricio Vicent ha señalado que “nuestros padres nos enseñaron a hablar bajito, pero eso ya se acabó. Hay una generación descreída, frustrada y golpeada por la crisis que no siente que le deba nada a la Revolución”. En opinión de la escritora Alina López, los jóvenes -que constituyen el 35% de la población cubana- son clave del futuro de la nación y hay que contar con ellos. No tienen memoria de las etapas iniciales más positivas en política social de la época revolucionaria, y los logros de las primeras décadas no les dice nada. Necesitan y reclaman unos cambios no sólo socioeconómicos, sino también políticos, que no ven que se les les ofrezcan, y ya no aceptan una posición subordinada con respecto al Estado. Estas protestas, aunque no sean suficientes por el momento, marcan un antes y un después. El 1 de enero de 1959 se consumó el triunfo del Movimiento 26 de Julio, liderado Fidel Castro, que derrocó el régimen corrupto del dictador Fulgencio Batista. El cambio fue favorablemente recibido por la mayoría de lo Gobiernos y de la opinión pública, y el Gobierno revolucionario fue reconocido por Estados Unidos y los países iberoamericanos y occidentales, pero Castro defraudó las expectativas que había generado al declararse marxista y establecer un régimen comunista de partido único. En el ámbito socioeconómico, el Gobierno de Castro obtuvo importantes éxitos al mejorar ls condiciones de vida del pueblo cubano, especialmente en los campos de la educación y de la sanidad. No así en el ámbito político, dado que estableció un régimen comunista bajo los auspicios de la Unión Soviética y en abierto enfrentamiento con Estados Unidos, que decretó un embargo de las relaciones comerciales con Cuba. Son innegables los avances conseguidos por el Gobierno cubano en el plano social y su fracaso en los planos político y económico. De un lado, instauró una dictadura comunista carente de libertades fundamentales y opresor de los derechos humanos; de otro, estableció una economía estatalizada, que se mantuvo gracias a la ayuda de la URSS de 63.000 millones de dólares, una cifra superior a la ayuda prestada por Estados Unidos a Europa tras la II Guerra Mundial a través del Plan Marshall. Ya el 23 de enero de 1990, el diputado español Jaime Ignacio del Burgo envió una carta abierta a Fidel Castro a raíz de un artículo que publicó en “El Independiente”, titulado “Peretsroika, go home”, en el que decía lo siguiente:”¿Cuál es el saldo de su Revolución? La salida forzosa del país de cientos de miles de cubanos discrepantes del modelo marxista-leninista- La instauración del terror como instrumento de actuación del Estado para reprimir a los que tuvieron el valor de oponerse a la prostitución de las esperanzas del pueblo cubano, convencido de que la desaparición del dictador Batista iba a significar la devolución real de las libertades y el desarrollo de una sociedad más justa y más próspera .En definitiva, el pueblo cubano vio cómo se sustituía una dictadura corrupta por la tiranía de un régimen que, después de largos años de sufrimiento, lo ha conducido a una situación de enorme indigencia de la que únicamente se libran los privilegiados detentadores del poder”. Más recientemente, José Ignacio Torreblanca ha afirmado que el eslogan “Patria o Muerte” dejaba bien claro cuál era la oferta última del régimen a los cubanos. No te damos de comer, ni nos ocupamos de tu salud y, por supuesto, te arrebatamos la libertad. A cambio, te ofrecemos morir por la patria, pero tranquilo. Si no estás dispuesto a ello, ya nos ocuparemos nosotros: la patria está dispuesta a matarte, detenerte, torturarte o exiliarte. Así pues, “los cubanos son macabramente libres de elegir la manera en la que quieren prestar su consentimiento al poder: por la fe en una ideología caduca e incompetente. o por miedo a que esa ideología lo mate o te torture. Vivir bajo un Estado –se dice- es peor que vivir en libertad, pero mejor que hacerlo bajo una banda de ladrones. Cuando el Estado sólo te ofrece la fe o el miedo, lo más seguro es que –como está pasando en Cuba- acabes perdiendo ambos”. Según ha comentado Maite Rico en “El Mundo”, Cuba está regida desde hace 62 años por el Partido Comunista dirigido por la familia Castro. No hay elecciones libres, ni libertad de expresión, de prensa o sindical, y “reprime y castiga cualquier forma de disenso”, según Human Rights Watch. El Gobierno cubano controla la ruinosa economía y espía a sus ciudadanos con redes de delatores, Somete a sus críticos a tácticas que van de la denigración pública y la privación de viajar, hasta el despido, la detención arbitraria y la cárcel. Los tribunales están sometidos al Gobierno y no existe el debido proceso, Hay 126 presos políticos y miles de detenidos por actividades “predelictivas”, y las torturas y los malos tratos están a la orden del día. El Gobierno persigue y censura a artistas, intelectuales y periodistas independientes, y en las clasificaciones por derechos políticos y libertades, se codea con Yemen, Laos, Burundi y Sudán. El régimen culpa de la ruina a un “bloqueo” de Estados Unidos que no existe. Hay, sí, un embargo impuesto desde 1962, que impide a las empresas norteamericanas comerciar con Cuba, que no afecta al sector agroalimentario -la isla importa de su vecino el 60% de los alimentos que consume- o al médico-farmacéutico, ni le impide negociar con el resto del mundo. La devastación es obra de un régimen comunista inoperante y corrupto. Fidel Castro convirtió ls tercera economía de Iberoamérica en un erial africano con hambrunas recurrentes. Las tierras que hasta 1958 exportaban hortalizas están ociosas y los ingenios azucareros son hoy vestigios oxidados. “Los únicos logros del castrismo son el parasitismo y la represión”. Pese a que la epidemia del Covid-19 esté desbocada, el Gobierno ha priorizado la “reafirmación revolucionaria” a los cuidados médicos y anda organizando actos multitudinarios y obligatorios para los empleados públicos con el fin de contrarrestar las protestas. Tras la disolución de la URSS, Mijail Gorvachoc cortó el grifo de los subsidios rusos y Cuba encontró un cirineo en los Gobiernos bolivarianos de Venezuela de Hugo Chaves y Nicolás Maduro, que le facilitaron en especie –petróleo y gas- las ayudas necesarias para cubrir las necesidades más básicas. El Gobierno cubano pagaba los servicios recibidos exportando ideología, comisarios políticos, maestros, médicos y –en ocasiones- soldados de lance, que participaron en conflictos armados tan recónditos como los de Angola o Etiopía. He visto actuar en Irak a los médicos cubanos, que tenían por lo general un nivel formativo bajo, pero una gran empatía en el desempeño de sus funciones. Sus sueldos eran percibidos por la Embajada cubana –que les cedía unas sumas modestas para sus gastos, aparte de la manutención- y los comisarios políticos los tenían vigilados y controlados. Aún así, eran felices porque podían vivir mejor que en la madre patria. Es de justicia señalar la gran labor realizada por los maestros cubanos en la Union Soviética, que –durante el amplio período en el que España apenas mantuvo relaciones con el Gobierno ruso- mantuvieron el fuego sagrado de la enseñanza del español en ese país, aunque fuera con acento caribeño. Lo que más me impresionó de Cuba cuando viajé a La Habana para participar en unas negociaciones sobre transporte marítimo –que no fructificaron por la disparidad de los sistemas económicos vigentes en uno y otro Estado- fue la tristeza y el pesimismo de buena parte de un pueblo vital y alegre. La Revolución –que en su inicio había alentado sus expectativas y sus ilusiones- se había convertido en una dictadura opresora. A la muerte de Fidel Castro surgió la esperanza de que el régimen evolucionara y permitiera una mejora de la situación socioeconómica, que acabara por provocar una mayor libertad política, pero –salvo a algunos fugaces escarceos de las requeridas reformas- todo volvió a ser más de lo mismo, con la diferencia de que sus sucesores –su hermano Raúl y Díaz-Canel- carecen de la personalidad y el carisma de Fidel y son unos simples burócratas del partido único que actúan con prepotencia e impunidad.. El régimen se ha visto desbordado ante el inesperado brote de generalizadas protestas de los sectores más jóvenes del país y –fieles a su “modus operandi”-las ha reprimido con mano dura para que sirva de escarmiento y “aviso a navegantes”, pese a la repulsa de la comunidad internacional, no siempre expresada de forma suficiente. La oposición democrática se ha quejado de la tenue reacción de los países latinoamericanos y occidentales, del silencio de la ONU, de la tibieza del Papa y de las ambigüedades de la UE y-sobre todo- de España. Ante el cúmulo de críticas recibidas, el Canciller cubano, Bruno Rodríguez, ha quitado importancia a la revuelta que ha calificado de actos aislados, negado que haya habido represión y afirmado que ha visto peores actuaciones de las fuerzas de seguridad contra manifestantes en Europa. Siempre ha habido represión en la Cuba castrista, pero de forma individualizada y no en la forma masiva de ahora. Según el Observatorio Cubano de Derechos Humanos, se está produciendo una ola represiva y de violación de los derechos fundamentales sin precedentes en la historia de Cuba. Lamentable reacción del Gobierno español El presidente estadounidense, Joseph Biden, ha condenado de forma inequívoca las detenciones masivas y la simulación de procesos judiciales en los que se condena injustamente a penas de prisión a quienes se atrevieron a alzar su voz, en un esfuerzo por intimidar y amenazar al pueblo cubano para acallarlo. Tiene ést derecho a la libertad de expresión y de reunión pacífica, y Estados Unidos apoya a los cubanos valientes que han salido a la calle para oponerse a 62 años de represión bajo un régimen comunista. Estados Unidos y otro 20 países afines –incluidos algunos miembros de la UE- han adoptado una declaración en la que afirman que hacían “un llamamiento al Gobierno cubano para que respete los derechos y libertades legalmente garantizados del pueblo cubano, sin temor a ser arrestados y detenidos. Instamos al Gobierno cubano a que libere a los detenidos por ejercer su derecho a protestar pacíficamente. Hacemos un llamamiento por la libertad de prensa y por la restauración total del acceso a Internet. Instamos al Gobierno cubano a que escuche las voces y demandas del pueblo cubano”. España y otros miembros de la UE no se han adherido a esta impecable comunicado con el poco convincente pretexto de que la Unión estaba elaborando su propia declaración. El Parlamento Europeo -tan parlanchín él- no ha dicho ni esta boca es mía y el Alto Comisario Europeo, Josep Borrell, no ha estimado necesario condenar la terrible represión del Gobierno cubano y se ha limitado a pedir a Dìaz-Canel que respete el derecho de los cubanos manifestarse. Según el eurodiputado José Ramón Bauzá, el PSOE actúa como defensor del Gobierno castrista en Bruselas, boicotea los intentos del Grupo parlamentario liberal para que el Parlamento condene la actuación del Gobierno cubano e influye sobre Borrell para que la UE adopte una actitud “equidistante”. Desde 1996, y a instancias del Gobierno de José María Aznar, la Unión adoptó una posición común respecto a Cuba por la que condicionaba sus relaciones con este país al respeto de los derechos humanos. Esta posición fue abandonada en 2017 a petición del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, a cambio de la falaz promesa del Gobierno cubano de impulsar reformas políticas y sociales, y de dar voz a la sociedad civil. Según Ferrer y Górriz, estamos asistiendo con estupor e indignación a la renuncia del Gobierno español a adoptar una posición clara y rotunda en favor de los manifestantes y en contra del régimen autoritario de La Habana. “La renuncia hiriente y patética a reconocer que en Cuba impera una dictadura que priva a los ciudadanos de derechos humanos elementales, las piruetas verbales de dirigentes de los principales partidos de izquierda en España que ostentan los más altos cargos en el Gobierno –Pedro Sánchez, Nadia Calviño, Yolanda Díaz, Isabel Rodriguez…- para evitar una denuncia clara y rotunda de un régimen despreciable, no parece casar bien con políticos y partidos que con tanta pasión proclaman defender la ampliación de derechos ciudadanos y que se enfrascan en la denuncia de la dictadura que padeció España durante décadas”. Al Ministerio de Asuntos Exteriores le pilló la crisis cubana en el momento de cambio de sus titular y emitió el 13 de julio un comunicado inocuo y anodino, en el que decía que España, como país iberoamericano, seguía con mucho interés y muy de cerca la situación en Cuba tras los acontecimientos registrados, y estaba “a la expectativa” de ver como evolucionaba dicha situación. Defendía el derecho fundamental de todos los ciudadanos a manifestarse libremente y pedía a las autoridades cubanas que lo respetaran. Con carácter exculpatorio, señalaba que la isla sufría una crisis en la que confluían diversos elementos tales como la crisis económica y la caída del turismo derivada del Covid. El texto no podía ser menos empático y la actitud de expectativa adoptada parecía referirse a un incidente meteorológico como un ciclón o un terremoto en un lejano lugar. Ni una palabra de aliento a los manifestantes cubanos, ni una crítica a la terrible represión que estaba llevando a cabo el Gobierno de Cuba. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, comentó que él mismo había solicitado al Gobierno cubano que iniciara las transformaciones y reformas necesarias para que los cubanos pusieran ellos solos, sin injerencias de nadie, encontrar su camino para disfrutar de los derechos y las libertades de las que gozaba España. Aunque admitió que el régimen cubano no era evidentemente una democracia, se abstuvo de calificarlo de dictadura. Asimismo señaló que las protestas en Cuba no se debían sólo a la naturaleza del régimen castrista y que habían influido en ellas la crisis del Covid y sus efectos negativos sobre el turismo. Según la vicepresidenta Nadia Calviño, no era productivo dedicarse a calificar y poner etiquetas a las cosas y no sólo en el tema cubano, pues “me parece que no aporta valor añadido”. Había que centrarse en lo sustancial, que era apoyar al pueblo cubano y defender las libertades de expresión y de manifestación. Todos sentíamos el sufrimiento que estaba pasando por la pandemia y por la caída de los ingresos del turismo. Se trataba de una expresión de buenos deseos en abstracto, sin tener en cuenta los sufrimientos concretos infligidos a los cubanos por la feroz represión de su Gobierno. Para Jorge Bustos, la primerísima muestra de apoyo que demandaba el pueblo cubano del Gobierno español era que llamara dictadura a lo que les pasaba, porque la solución a los problemas empieza por su correcto diagnóstico. Era vergonzoso que Calviño redujera un debate sobre valor añadido la descripción del entramado criminal que apaleaba, secuestraba, torturaba y silenciaba a los cubanos a diario desde hacía seis décadas. Por boca de la vicepresidenta fuimos informados de que etiquetar no aportaba valor añadido, “A ver si revienta el troquel rojilila de una santa vez y podemos volver a llamar dictadura al castrismo y democracia al régimen del 78”. La vicepresidenta morada, Yolanda Díaz ha señalado que los estándares sobre democracia los define la ONU y ahí lo dejaba. Al parecer ignora la existencia de la Comisión de Venecia que no ha dejado la menor duda sobre el carácter dictatorial del régimen cubano. Como ha comentado con sorna Rosa Díez, para mostrar su solidaridad marxista con el pueblo cubano, Yolanda debería proponer cambiar el entrañable lema de la Revolución por el de “Matria y Muerte”, para estar a la altura de los tiempos. Otra vicepresidenta, Teresa Rivera, ha afirmado que lo importante es trabajar para que las cosas salgan bien en Cuba y no caer en este tipo de mensajes un tanto complicados para buscar soluciones. ¿Pero sabe Ribera lo que ha pasado últimamente en Cuba? ¿Hace falta una solución para salir de la dictadura aunque sea complicada? El ministro-Director de Consumo cree que no es necesario, porque “Cuba es un ejemplo de país” y su Gobierno da a cada cubano todo lo que necesita para vivir. Los manifestantes tenían que ser reprimidos por las fuerzas del orden a todo coste porque eran un peligro para el Estado. “Los comunistas somos gente humilde que respetamos todo para el pueblo. Mi respeto y admiración por el Gobierno de Cuba”. Para Rosa Díaz, lo que ocurre en Cuba es nuestro problema, aunque sea su drama. Si callamos, si no reaccionamos y nos limitamos a llorar o a emocionarnos, seremos cómplices de lo que están sufriendo los cubanos. Según “El Mundo”, los centenarios lazos con Cuba deslegitiman la tentación de mantener un perfil bajo ante esta crisis. El Gobierno debería condenar tajantemente la dictadura y favorecer la democracia en la isla. ¿Acaso no es Cuba una dictadura? El Gobierno español tiene reparos en mencionar la dictadura castrista y el PSOE rechazó en el Congreso condenar la represión en Cuba para soslayar el uso de esa nefanda palabra. Según Maite Rico, el envilecimiento después del esperpento ofrecido por el comunicado de Exteriores, que sigue con mucho interés la crisis cubana como si fuera una serie de Netflix, o las contorsiones dialécticas de Calviño y Ribera, según la directriz de Moncloa de ”decir chorradas antes de decir dictadura”. Un Gobierno no debe emplear términos que obstaculicen las relaciones diplomáticas, pero tampoco dar sensación de complicidad con la tiranía. A la pregunta en boca de todos los periodistas de si Cuba era una dictadura, la portavoz del Gobierno, Isabel Rodríguez ha recurrido al método Olendorf para contestar que España era una democracia plena que respetaba los derechos y las libertades, aunque sus socios de Gobierno no parezcan estar de acuerdo con este aserto. Los cubanos han vencido el hambre, el miedo y la apatía y se han lanzado a la calle a protestar contra una dictadura, de la que nuestro Gobierno lo máximo que se atreve a decir es que no es una democracia. ¿Qué es entonces?, se ha preguntado Javier Redondo. El debate no es vacuo –como ha sostenido la ministra “podemita” Ione Belarra-, porque marca la frontera entre la norma y la excepción, lo constitucional y lo arbitrario, la contención y la represión. Cuba es un Estado policial en el que no se respetan los derechos humanos. Para nuestro Gobierno, la naturaleza del régimen cubano está en el limbo. La equidistancia es contradicción, confusión y complicidad. A juicio de Ricardo F, Colmenero, el Gobierno ha decidido resolver la crisis cubana mediante una definición. Mientras los cubanos esperaban una respuesta diplomática, o humanitaria que pudiera impulsar el derrocamiento de un régimen, España se sumerge en el debate del “sexo de los ángeles” sobre lo que es Cuba. Una parte de su Gobierno dice que no es una democracia y la otra parte que no es una dictadura. Ante la imposibilidad de pronunciar la palabra dictadura con respecto a Cuba por no ser políticamente correcto, los miembros del Gobierno y los periodistas patrios se han dedicado a decir lo que Cuba no es; una democracia, un emirato, una república islámica o un papado. El Gobierno español es incapaz de distinguir una democracia de una dictadura. Concuerdo con Colmenero cuando afirma que uno está bajo una dictadura cuando no puede decirlo. Según Rafa Latorre, un régimen de partido único donde no hay libertad de prensa o de asociación es una dictadura. “Ergo”, en román paladino, Cuba es una Dictadura, con mayúscula. Ferrer y Górriz han dicho que los cubanos no piden compasión, ni siquiera solidaridad, sino simplemente “respeto por quienes se enfrentan a un régimen armado hasta los dientes con la sola fuerza de sus cuerpos y la voz con que gritan, conscientes de la naturaleza y tamaño del monstruo que enfrentan ¡Abajo la dictadura!” Playa de Amposta, 18 de agosto de 2021

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