viernes, 6 de marzo de 2020

Carta abierta de un católico al Presidente de la Conferencia Episcopal Española

CARTA ABIERTA DE UN CATÓLICO AL PRESIDENTE DE LA COMISIÓN EPISCOPAL ESPAÑOLA Su Eminencia Reverendísima Don Juan José Omella y Omella Cardenal Arzobispo de Barcelona Presidente de la Conferencia Episcopal Española Añostro, 1 28033-MADRID Estimado Sr. Presidente: Le envío mi más cordial enhorabuena por su elección como Presidente de la Conferencia Episcopall Española y le deseo todo género de éxitos en su labor pastoral a nivel nacional. Como católico practicante, me pongo a su entera disposición en lo que haya menester. Su nombramiento me ha suscitado, sin embargo, una serie de interrogantes, que le planteo con el mayor respeto y consideración. Soy consciente de que no le ha sido nada fácil ser admitido como Pastor por el sector más nacionalista de su sede barcelonense y ha tenido que hacerse perdonar por no llamarse Joan-Josep, haber nacido a unos pocos kilómetros aquende la línea divisoria entre Aragón y Cataluña –hasta el momento sin rango de frontera- y no ser catalano-parlante de nacimiento. Estoy seguro que tendrá muchas menos dificultades en ser aceptado por los fieles de España. Me satisface oírle decir que ama profundamente a Barcelona y a Cataluña, pero que también ama a España, noble sentimiento que, lamentablemente, no es compartido por algunos de sus colegas en el episcopado catalán., proclives al nacionalismo e incluso al independentismo. El 10 de Octubre de 1987, la Conferencia Episcopal Española publicó una Nota Pastoral, en la que afirmaba que, cuando el nacionalismo no respetaba el bien común de todos los ciudadanos y los valores nacidos de la convivencia, degeneraba en “una ideología y un proyecto político excluyente , incapaz de reconocer y proteger los derechos de los ciudadanos”, y que el nacionalismo totalitario era contrario a la doctrina católica, por poner en peligro la convivencia de los españoles, al negar unilateralmente la soberanía de España, sin valorar las graves consecuencias que dicha negativa podría acarrear, por lo que resultaría inaceptable. La Constitución era el marco jurídico ineludible de referencia para la convivencia entre los españoles, y pretender alterar unilateralmente ese ordenamiento jurídico en función de una determinada voluntad de poder resultaba inadmisible. Era preciso “respetar y tutelar el bien común de una sociedad pluricentenaria”. El 23 de noviembre de 2006, la Conferencia publicó unas “Orientaciones morales sobre la situación actual de España”, en las que –pese a reconocer la legitimidad de las posturas nacionalistas- hacía un llamamiento a la responsabilidad respecto al bien común de toda España, y afirmaba que las propuestas políticas encaminadas a la desintegración unilateral de una unidad forjada a lo largo de la Historia les causaba una gran inquietud. “No puede ser –se afirmaba- que una parte de la ciudadanía de una parte del Estado legítimamente constituido quiera romper unilateralmente la unidad de la Comunidad política”, que era considerada como “un bien moral”. La nota obtuvo 25 votos en contra de los Obispos vascos y catalanes, entre los que no sé si figuraba el suyo. El 20 de septiembre de 2017 –en vísperas de la celebración del ilegal referéndum del 1-O- la Conferencia Episcopal Tarraconense hizo un llamamiento a la sensatez y a la fraternidad, para “avanzar en el camino del diálogo y del entendimiento, y del respeto a a los derechos y a las instituciones, y no a la confrontación”. Una semana más tarde, en su “Declaración institucional sobre la situación que vive actualmente Cataluña –en cuya redacción, a parecer, participó Vd. muy activamente- la Conferencia Episcopal Española apelaba al diálogo y a la salvaguardia de “los bienes comunes de siglos y de los derechos propios de los diferentes pueblos que conforman el Estado”. La Conferencia ofrecía su colaboración para el diálogo y a favor de una pacífica y libre convivencia entre todos, para lo que era preciso recuperar la conciencia ciudadana y la confianza en ls instituciones, en el marco del “respeto a los cauces y principios que el pueblo sancionado en la Constitución”. Vd mismo ha reconocido que medió, a petición de Oriol Junqueras, con Mariano Rajoy –“hice lo que pude hablando con unos y otros”-, pero la Santa Sede, al parecer, no dio su venia a tal mediación y el Papa Francisco dejo translucir su desacuerdo por el desarrollo del proceso separatista. Ya en 2014, el Papa había declarado a “La Vanguardia” que “la secesión de una nación –sin un antecedente de unidad forzosa- hay que tomarlo con muchas pinzas”, y posteriormente condenó sin paliativos los abusos y los excesos de los nacionalismos populistas demagógicos. Sería deseable que la Iglesia española –y especialmente la catalana- siguieran los criterios del Papa. Tras la celebración del referéndum de 1-O, la Conferencia Episcopal Tarraconense deploró la situación de violencia que vivía Cataluña y estimó que había que acabar con los enfrentamientos y encontrar una solución pacífica y democrática. En 2018, hizo un llamamiento a rehacer la confianza mutua y buscar una solución justa a la situación que fuera aceptable para todos, un consenso mínimo “a través del diálogo desde la verdad, con generosidad y en búsqueda del bien común”. Tras la sentencia del Tribunal Supremo que condenó a los autores del referéndum del 1-O, los prelados catalanes pidieron que se respetase a dicha sentencia y se desactivaran las tensiones acumuladas desde 2017, y retornar al único camino posible: ”un serio camino de diálogo entre los Gobiernos español y el catalán, que permita ir encontrando una solución política adecuada”. Vd. ha dicho que quiere ser un hombre de comunión y no de confrontación, un hombre de entendimientos y de pactos. Sería muy bueno no mirar a los demás como enemigos y le ha pedido al Señor que no permita que “caigamos en la tentación de la división, de la confrontación, y de la imposición de nuestras maneras de ver y de construir el mundo”. Todos tienen que trabajar por el “bien común” y buscar fraternidad y puentes, porque, “si tenemos la voluntad de caminar juntos, podemos conseguirlo”. Prácticamente todos los pronunciamientos se centran en dos palabras mágicas: “bien común” y “diálogo·. Respecto al primero ¿cree Vd., realmente, Sr. Presidente, que las autoridades separatistas catalanas buscan el bien común de España? Yo tengo serias duda al respecto, porque sólo persiguen el bien del independentismo y la separación de Cataluña de España, ignorando no sólo a la inmensa mayoría del pueblo español, sino también a la mayoría del pueblo catalán que no comulga con el separatismo. También ha dicho que había que colaborar con el Estado. porque “estamos al servicio del bien común y necesitamos diálogo para colaborar”. Mas, ¿qué pasa cuando un Gobierno no está al servicio del bien común, sino sólo a favor de los intereses particulares se su Presidente? En relación con el diálogo, se trata de un absoluto “must”, que todos preconizan, pero muy pocos practican. No es un fin en sí mismo y, si no se le llena de contenido, se convierte en una cáscara vacía. En cualquier diálogo, hay que saber con quién, qué y cómo se dialoga. Sobre el quién, no se puede dialogar sobre el futuro de Cataluña y de España –como está haciendo el actual Gobierno en su supuesta “Mesa del Diálogo”- sin contar con la mitad de los ciudadanos de Cataluña que no son separatistas, ni con la mitad de los ciudadanos españoles que están en la Oposición al Gobierno. En la mesa del diálogo impuesta por ERC se sientan un Presidente de la Generalitat condenado por desobediencia e inhabilitado por los tribunales, un procesado, tres estrechos asociados del prófugo Puigdemont, tres partidarios del derecho a decidir y un soberanista. ¿Son estas personas representativas de España y de Cataluña? Como ha observado el ex –Ministro socialista de Cultura, César Antonio Molina, este Gobierno ya no defiende ni a los catalanes constitucionalistas, ni a millones de españoles, porque está con la gente que odia a España y a su Constitución. La profesora Teresa Freixes se ha preguntado si se puede dialogar con quienes quieren separar en vez de unir o defienden que sólo aplicarán las leyes que ellos consideren justas, o si se puede llegar a acuerdos con quienes desprecian los procedimientos legales y quieren imponer los que les parezcan adecuados, sin respetar las garantías propias de una toma de decisión democrática, que no puede ser otra que la preestablecida por la ley ¿Es legítimo pactar con quienes desnaturalizan las instituciones jurídicas tergiversando los conceptos y pretendiendo hacer creer a los ciudadanos que sería legal el ejercicio del mal llamado derecho a decidir, que encubre un derecho de autodeterminación que los Secretarios Generales de la ONU han declarado que no es aplicable en las relaciones entre Cataluña y el resto de España? Sobre el qué, es obvio que no se puede negociar sobre lo que pretenden los separatistas: la concesión de una amnistía o un indulto a los políticos condenados por el Tribunal Supremo, la celebración de un referéndum ilegal de autodeterminación o la declaración de la independencia de la República de Cataluña. Incluso si llegaran en el seno de la Mesa a un acuerdo, no tendría fuerza vinculante, pues habría sido adoptado por un órgano carente seguridad jurídica y de legitimidad democrática, que ha usurpado las funciones de las Cortes y del Parlament, órganos que han sido elegidos democráticamente por el pueblo. En cuanto al cómo, para poder dialogar se requieren una serie de condiciones mínimas como son el respeto mutuo, la buena fe, el no recurso a la mentira, la lealtad constitucional, el cumplimiento de la ley y el espíritu de compromiso. En el presente caso, no creo que se cumpla ni uno solo de estos requisitos. El más graves de los agravios es, sin duda, la ignorancia –cuando la violación- de la Constitución, que –por imposición de la parte separatista- ni siquiera se menciona en la convocatoria de la Mesa, haciéndose una vaga referencia al “marco de la seguridad jurídica”, en el que –en opinión de los independentistas- no se encuentra comprendida, por haber quedado superada y –según las Leyes de desconexión- dejado de tener vigor en Cataluña. Vd ha afirmado que la Iglesia camina con el pueblo y traicionaría sus raíces si no hiciera caso a lo que el pueblo dice. Aquí habría que determinar qué se entiende por pueblo. ¿Acaso hay un sole poble” encarnado por los catalanes independentistas? ¿Los catalanes que se consideran españoles –que siguen siendo mayoría en Cataluña- no forman parte del pueblo? ¿Está excluida la grey constitucionalista del rebaño catalán? Vd., como buen pastor, ¿sólo debe cuidar las ovejas separatistas y expulsa del aprisco a las constitucionalistas? Por otra parte, un pastor responsable no puede seguir lo que diga el pueblo cuando ello sea inviable o ilícito. El pueblo no puede cuestionar el teorema de Pitágoras o la ley de la gravedad, ni impulsar acciones ilícitas, como la restauración de la esclavitud. En este sentido, el pueblo catalán no puede pronunciarse por sí solo sobre el futuro de España o decidir sobre su desintegración, ni tampoco puede negar los derechos de, o menospreciar a, los catalanes que no sean independentistas. A finales de de octubre de 2017, Vd. afirmó que, como pastor de Barcelona, compartía el dolor y sufrimiento de la gente. No especificó por qué gente lloraba su corazón, pero me temo que fuera en sentido único. Me gustaría conocer su opinión sobre las afirmaciones del Cardenal Antonio Cañízares de que la unidad de España era un bien superior que había que defender porque de ello dependía credibilidad social de la propia Iglesia, o del Cardenal Antonio María Rouco de que un cristiano debía seguir las exigencias de su conciencia moral y no romper unilateralmente la unidad de España, lo que no era compatible con una conciencia católica correctamente formada. En el otro extremo, ¿qué opina Vd. sobre el Obispo de Solsona, que invocó a la Virgen María para justificar la independencia de Cataluña?. Mons. Xavier Nonell afirmó en 2016 que “la Virgen del Claustro se dio cuenta de que muchas banderas adornan los balcones de Solsona. y va a sorprenderse de ver tantas esteladas. María del Claustro, nacida en un país ocupado y oprimido, que ha conocido la persecución y el exilio, y ha sufrido la condena injusta de Jesús a muerte, sabe bien lo que significan estas banderas ¿Qué le debemos explicar nosotros de deseos nobles y justos de independencia de un pueblo?. Pasado mañana en Barcelona una gran manifestación reclamará la independencia de Cataluña, próximo Estado de Europa. Ante estos hechos puede preguntarse cuál es la postura de la Iglesia. La Iglesia no es ajena a los gozos y las esperanzas, los llantos y las angustias de los hombres contemporáneos, Más aún, no hay nada verdaderamente humano que no resuene en mi corazón. La Iglesia reconoce el derecho de los pueblos a la autodeterminación”. .El Cardenal emérito Lluis María Martínez Sistach ha dicho que el catalán era un pueblo “con la voluntad de mantener sus esencias como nación”, el Arzobispo de Tarragona, Jaume Pujol, que debía encontrar el “camino de la afirmación nacional”, y el Abad de Montserrat, Josep Maria Soler, que “Cataluña es una nación evidentemente y, si lo es, tiene derecho a decidir su futuro”. Vd. mismo, en el sermón de la misa de San Jordi de 2017, re refirió a Cataluña -probablemente debido a la presión ambiental- como “una nación a cuyo pueblo comenzaba a conocer y a querer”. Semejante aserto no era una mera “technicality” o un problema de lenguaje, sino que implicaba serias consecuencias jurídicas y políticas. Toda nación tiene derecho a un Estado y, si Cataluña es una nación, llevaría razón el Abad Soler cuando decía que tenía “derecho a decidir” y, en consecuencia, a proclamar unilateralmente su independencia. ¿Cree Vd. que España es una Nación de Naciones –como mantienen el PSOE, inducido por el PSC- y que Cataluña es una de esas Naciones, con todas sus consecuencias que de ello se derivan? Se ha ofrecido Vd. a rezar por el Gobierno socialista-comunista, con incrustaciones separatistas, que padecemos los españoles por nuestros muchos pecados. Yo, aunque procuro ser un buen cristiano, no he llegado a ese grado de virtud heroica y me limitaré a rezar por Vd. y por el pueblo catalán, especialmente por los catalanes constitucionalistas, que necesitan la ayuda divina, porque la humana ya se la han negado las autoridades independentistas de Cataluña. Como fiel católico, creo que su elección a la jefatura del Episcopado español ha sido un acierto; como ciudadano, no me atrevo a decir lo mismo. En cualquier caso, le doy el beneficio de la duda, a la espera de ver cómo actúa Vd. desde su nuevo puesto. Reciba, Sr. Presidente, un cordial y respetuoso saludo de su hermano en Cristo José Antonio de Yturriaga Barberán Embajador de España

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