PUGNA ENTRE ARABIA SAUDITA E IRÁN POR LA HEGEMONÍA EN EL GOLFO
En los últimos meses se han producido dos acontecimientos importantes para la evolución política en el Golfo Arábigo/Pérsico: el triunfo en las elecciones a la presidencia de Irán del moderado Hasan Rohani y la presencia en la zona del Presidente Donald Trump, que pretende establecer una nueva "pax americana" en la región basada en el apoyo incondicional a Israel, el pacto con las monarquías autocráticas sunitas del Golfo lideradas por Arabia Saudita para luchar contra el terrorismo del Estado Islámico y la condena de Irán, considerada como promotora y encubridora del terrorismo en el Próximo Oriente.
Evolución de Irán
Irán es un Estado musulmán no árabe en el que la inmensa mayoría de su población profesa la versión chiita del Islam. Tras el derrocamiento del Shaj Mohamed Reza Pahlevi en la rebelión de 1979, el Ayatollah Rahollah Jomeini se erigió en Guía Supremo de la Revolución, instauró un Etado teocrático dando un salto atrás en el túnel de la Historia y trató de exportar de forma agresiva el chiismo en la región. Esta actitud fue una de las causas principales del conflicto armado irano-iraquí entre 1980 y 1987, pues el Presidente de Irak, Saddam Husein se opuso por las armas a su ancestral enemigo persa para evitar que le disputara su hegemonía en el Golfo. La larga y sangrienta guerra fue un fracaso para los dos países, que terminaron exhaustos política, económica y humanamente, ante el desinterés de los Estados que se lucraron considerablemente con el suministro de armas a los contendientes y la impotencia de la ONU, que sólo al final consiguió que los dos líderes, ante la exhaución mutua, aceptaran poner término al conflicto.
Jomeini se centró en la consolidación de la estructura de un Estado chiita bajo el control de los los dirigentes religiosos y disminuyó su entusiasmo proselitista, aunque logró algún éxito como el reforzamiento en Líbano de la milicia chiita de Hizbollah, que provocó la ruptura del delicado equilibrio político-religioso establecido en el país de los cedros.Sucedió a Jomeini el Ayatollah Ali Jamenei, un clérigo prestigioso pero carente de del carisma de su predecesor. Fue elegido Presidente de la República el pragmático Hashemi Rafsanyani, que siguió un programa de conservadurismo religioso, intransigencia política y liberalismo económico para tratar de reconstruir el país desvastado por la guerra. Como no puede haber una revolución permanente, con el transcurso del tiempo el ardor revolucionario fue disminuyendo hacia el exterior, aunque se intensificó hacia el interior con la imposición de un severo régimen de control de los ciudadanos ajeno a los derechos humanos y a las libertades fundamentales.
En 1997 fue elegido Presidente el moderado Mohamed Jatami, que intentó liberalizar algo la situación pero fracasó ante la oposición del Guía Supremo y de los distintos Consejos controlados por el estamento religioso.. Fue sustituido por el radical Mahmud Ahmadineyad -Alcalde de Teherán, que había sido uno de los ocupantes de la Embajada de Estados Unidos- quien, durante sus dos mandatos, reprimió con mano dura cualquier conato de liberalización y adoptó una actitud agresiva hacia el exterior. Se mostró intransigente con Israel -que "debería ser borrado del mapa"-, intensificó la ayuda a Hizbollah y a Hamas, y reanudó el programa nuclear, lo que provocó que se aplicaran a Irán sanciones internacionales. En las elecciones de 2013, el Consejo de Guardianes de la Revolución vetó a todos los candidatos moderados o pragmáticos -incluido Rafsanyani- y resultó elegido el menos radical de los candidatos, Hasan Rohani -ex- Secretario del Consejo de Seguridad Nacional-, que siguió la senda aperturista de Jatami e hizo todo lo posible para mejorar las relaciones con Occidente y tratar de salir del aislamiento y de las sanciones económicas. La piedra de toque era el programa nuclear iraní. Aquí es de justicia señalar que -.como pude comprobar en mi época de Embajador Representante Permanente ante el Organismo Internacional de Energía Atómica- Irá ha sido tratado por el Organismo con mucha mayor severidad que otros Estados nucleares de hecho -como Israel, India o Pakistán-, que ni siquiera eran partes en el tratado de no Proliferación Nuclear, como sí lo era Irán, que además solía cumplir sus preceptos. La Comunidad internacional no estaba dispuesta a consentir que Irán accediera al armamento nuclear y mantuvo una tremenda presión sobre él. Finalmente, los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad y Alemania firmaron en 2015 un Acuerdo por el que Irán se comprometía a hacer un uso exclusivamente pacífico de la energía nuclear y a no dotarse de armas atómicas, a cambio de que se fueran reduciendo gradualmente las sanciones económicas y de otra índole que le habían sido impuestas. Ello constituyó un importante y positivo paso para normalizar las relaciones entre Irán y la Comunidad internacional, pero Donald Trump ha condenado el Acuerdo y se ha mostrado dispuesto a incumplirlo.
Involución de Arabia Saudita
A diferencia de Irán -que ha ido dando pequeños pasos hacia la creación de un Estado de Derecho-, Arabia Saudita ha seguido la senda opuesta y se halla instalado en el siglo VII, pues , como el cangrejo, camina marcha atrás hacia la Edad de Piedra.. Ha pasado de la jaima al rascacielos y de camello al Masseratti y el "smartphone" sin solución de continuidad, pero mentalmente ha quedado anclado en la época de Mahoma, cuyo mensaje sigue interpretando en su literalidad sin tener el cuenta el devenir histórico y el natural cambio de circunstancias. Sigue profesando el "wahabismo", que es la versión más radical y retrógada del islamismo sunita. Es el peor paradigma de lo peor del Islam: machismo patriarcal y opresión de la mujer, exaltación de la "yihad" , desprecio y persecución de los no creyentes -aunque sean seguidores del Libro, cristianos judíos, a los que el Corán dice que debe dárseles un trato especial-, oposición a la libertad de culto -no permite la existencia en su territorio de templos de confesiones no musulmanas ni la presencia de sus ministros-, rigorismo e intransigencia -"ojo por ojo y diente por diente"-, falta de empatía y de clemencia -mantenimiento de las amputaciones por delitos de robo y de lapidaciones por delitos sexuales o adulterio-, desigualdad y explotación de extranjeros...etc. Su actitud excluyente hacia los no wahabitas afecta incluso a otros musulmanes como los chiitas, a los que discrimina en su propio país, persigue en Bahrein e incluso ataca como a los hutíes de Yemen, a los que está masacrando impunemente mediante bombardeos de la población civil.
Arabia Saudita basa su actitud en supuestos motivos religiosos que enfrentan a sunitas y chiitas, pero la división entre ellos es más histórica que religiosa y se remonta al momento de la sucesión de Mahoma.
Alí, yerno del Profeta, accedió al Califato en el año 656 pero fue asesinado, como lo fue su hijo Husein, matado en Kerbala en 680 por los seguidores del Califa omeya Yazid. Desde entonces, los seguidores de éste fueron llamados sunitas y los de aquél chiitas. Aunque existe algunas diferencias, éstas no son de tipo ideológico sino práctico y , durante siglos, unos y otros han cohabitado en amor y compaña. Ylya U. Topper ha afirmado que no existen diferencias teológicas entre las dos principales ramas del Islam, ya que creen en el mismo Dios/Alá, se rigen por los dictados del Corán y comparte el fundamentalismo, la teocracia, la religión, la Sharía, las mezquitas, la concepción misógina de la mujer y la oposición radical al infiel. A diferencia del chiismo, el sunismo carece de una jerarquía institucionalizada, lo que ha facilitado la proliferación de imames y mullahs que interpretan a su antojo el Corán, inducen a la violencia lanzan "fatwas" en las que condenan a muerte a infieles por insultar al Profeta o mancillar el Libro sagrado.
Los monarca descendientes del Rey Saúd son los Custodios de los Santos Lugares del Islam -La Meca y Medina-, por lo que tienen un gran prestigio y ascendencia entre los musulmanes, pese a su mediocridad humana. Lo malo de estos monarcas no es tanto que profesen e imponga en Arabia Saudita y en los Estados del Golfo el wahabismo, como que lo exporten a todo el mundo enviando misioneros enfervorizados y financiando las madrasas o escuelas coránicas, donde lavan el cerebro a los alumnos, les inculcan el odio al cristianismo y a la cultura occidental, se promociona el fundamentalismo integrista, se relativiza el valor de la vida y se ensalza la inmolación suicida. He podido comprobar estas lamentables experiencias en Pakistán y en algunas República musulmanas de la antigua Unión Soviética. Los "comando wahabitas" colman el vacío dejado por las falta de atención escolar de los Gobiernos y, a través de sus centros, expanden su "mala nueva". En estas Repúblicas, el islamismo tenía predominantemente un carácter identitario y cultural, y era abierto y tolerante. Hoy, la semilla wahabita ha germinado en odio contra el infiel y en yihadismo suicida. Los distintos Reyes sauditas han practicado la "diplomacia de la chequera". Sea por convicción o por hacerse perdonar sus muchos pecados, se han mostrado dispuestos a financiar cualquier movimiento musulmán aunque sea terrorista, ya directamente o a través de sus instituciones, empresas o nacionales.
Política inadecuada de Trump en Próximo Oriente
En su gira por Oriente Próximo, Trump ha estado a partir un piñón con los sátrapas sunitas del Golfo. En su errática y voluble política, ha pasado de "el Islam nos odia" a considerarlo una gran confesión. El mismo líder que trata de negar la entrada en Estados unidos a los nacionales de ciertos países árabes del Medio Oriente ha propuesto a sus líderes la formación de una alianza para lucha contra el terrorismo del Daesh y de Irán (¿?). Según ha dicho, "ésta no es una batalla entre diferentes credos, sectas o civilizaciones, sino entre los criminales bárbaros que buscan destruir la vida humana y a la gente decente de todas las religiones que trata de protegerlas. Es la lucha del bien contra el mal". Y añadió que no podía dejar dejar de mencionar al "Gobierno que proporciona a los terroristas el puerto seguro, el respaldo financiero y la coyuntura social necesaria para el reclutamiento. Un régimen que es responsable de gran parte de de la inestabilidad que vive la región. Hablo, por supuesto, de Irán". Y siguió con su increíble fervorín: "Del Líbano a Irak o Yemen Irán financia armas y entrena terroristas, milicias y otros grupos extremistas que provocan la destrucción y el caos en la región. Durante décadas, Irán ha alimentado las llamas de conflicto sectario y el terror. Es un Gobierno que habla abiertamente de asesinatos en masa, que promete la destrucción de Israel y la muerte de América, y amenaza con la ruina a muchos líderes y naciones presentes en esta sala". Por ello era indispensable "hacer un frente común ante el terror del Islam radical y de Irán".
El conflicto israelita-palestino es genuino porque se basa en la pugna de dos pueblos por un territorio que legítimamente les pertenece y que no quieren, o no pueden, compartir en paz y armonía. La confrontación entre sunitas y chiitas, en cambio, es artificial y falsa, y obedece a una descarnada lucha política entre Arabia Saudita e Irán por la hegemonía en el Golfo, para lo que se sirven de la religión al ser respectivamente los líderes espirituales de las dos principales ramas del Islam. El equilibrio entre las dos confesiones lo rompió Georges Bush Jr. en Irak cuando expulsó a los sunitas del Gobierno, de la Administración, de Ejército e incluso de la sociedad civil. Con el nombramiento como Presidente del Gobierno del líder chiita de al-Dawa Nuri al Maliki, se propició la guerra civil entre sunitas y chiitas, que hasta entonces habían cohabitado en relativa paz. Las líneas religiosas se entrecruzan y confunden, sin embargo, en función de la conveniencia política. Irán da su apoyo tanto a los chiitas de Hizbollah en Líbano como a los sunitas de Hamas en Gaza, y Arabia Saudita respalda al chiita Irak contra el sunita Daesh, que persigue por igual a unos y otors si no están de acuerdo con sus postulados. Arabia Saudita -que teme la influencia negativa del Estado Islámico y la propia subsistencia de su monarquía- se ha unido de mala gana a la calición internacional liderada por Estados Unidos. Irán, igualmente temeroso del Daesh, apoya con las armas a Irak y colabora "de facto" con la coalición internacional. ¿Cómo puede Trumpo poner en la dina de sus ataques a un país qee está luchando junto a Estados Unidos contra el Estado Islámico y situar a ambos en el mismo nivel?.
En su confusión mental, Trump se ha equivocado de enemigo y de amigo. Ha asegurado a su cuate Benjamin Netanyahu que el "terrible" Acuerdo de 2015 ha propiciado el enriquecimiento de los Ayatollahs y fortalecido su régimen, pero que "Irán nunca tendrá armamento nuclear". Ha afirmado que su Administración estará siempre con Israel para impedir que Irán lo destruya. "No con Donald J. Trump, creedme". Si estuviera tan preocupado, como dice, por el ingreso de Irán en el "Club de de los Países con Armamento Nuclear", la vía más eficaz sería la que ha abierto precisamente el citado Acuerdo,que permite el control por el OIEA del proceso nuclear iraní -tras el compromiso formalmente asumido por Irán-, en vez de sabotearlo e incriminar a este país por terrorismo. ¿Acaso pretende forzar a Irán a que actúe como la República Popular de Corea?. Irán no debería ser el enemigo de Estados Unidos, sino su aliado estable en el futuro. En cuanto al supuesto amigo, ¿cómo puede pedir a Arabia Saudita que se convierta en el látigo contra el terrorismo yihadista cuando ha sido quien lo ha potenciado y financiado?. Me resulta incomprensible que uno de los Estados más autócrata, corrupto y violador de los derechos humanos no sólo no sea excluido de la Comunidad internacional, sino que sea cortejado por la misma. Ya sé que "poderoso caballero es Don Petróleo", pero de ahí a considerar a Arabia Saudita como un baluarte de la civilización occidental hay un abismo difícil de superar. Ya es hora de que Estados Unidos, la Unión Europea y los países democráticos dejen de condonar la inadmisible conducta de la tiranía de los Saúd, pongan coto a su impunidad, dejen de considerarlo un aliado imprescindible e influyan para que se convierta en un Estado menos autocrático que inicie el camino hacia su conversión en un Estado de Derecho.
Perspectivas sobre el conflicto irano-saudita en el Próximo Oriente
No es ésta, por desgracia, la política que Trump parece va a seguir en el Próximo Oriente. Ha roto el equilibrio entre Arabia Saudita e Irán en la pugna por la hegemonía en el Golfo ha demonizado a éste poniéndolo al mismo nivel que el Estado Islámico. Es cierto que a Irán aún le queda un largo camino por recorrer para poder incorporarse con normalidad a la Comunidad internacional, pero se encuentra en la buena vía a diferencia de Arabia Saudita. Tiene en su contra la archiconservadora estructura política, administrativa y religiosa -Guía Supremo, Consejo de Guardianes de la Revolución, Judicatura, Milicia de Pasdaranes- y a su favor el apoyo de la juventud, las mujeres, el empresariado y los pequeños comerciantes del Bazar. Cuenta con una cierta tradición liberal, una sociedad civil y una clase media estables y unas minorías ilustradas, y disfruta de un mínimo de libertades y derechos que son inconcebibles en Arabia Saudita y en las monarquías del Golfo. El proceso de apertura iniciado por Jatami y seguido por Rohani va ganando terreno lentamente y hay que potenciarlo desde fuera en vez de obstaculizarlo. Conviene impulsar la aplicación del Acuerdo Nuclear en vez de sabotearlo y -si Irán cumple sus compromisos como hasta ahora vienen haciendo- acabar con las sanciones económicas contra el país para que mejore su empantanada economía y para que el pueblo pueda apreciar que la política aperturista está justificada y resulta provechosa. Las autoridades iraníes deberán abandonar su "infantilismo revolucionario", reconocer a Israel, normalizar las relaciones con sus vecinos, dejar de apoyar de forma incondicional a Bashar al-Asad en Siria y ayudara buscar una fórmula para poner término al fratricida conflicto civil, y abrirse decididamente a la cooperación internacional. Irán es recuperable, mientras que Arabia Saudita me temo que no lo es, a no ser que cambie de forma radical su actual conducta política y religiosa. Trump debería reflexionar sobre quiénes son realmente los enemigos de la civilización occidental y quiénes sus aliados para poder luchar eficazmente contra el terrorismo internacional del Estado Islámico y de al-Qaeda.
Madrid, 29 de Mayo de 2017
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