lunes, 14 de diciembre de 2020

El Aiún bien vale un reconocimiento

EL AIÚN BIEN VALE UN RECONOCIMIENTO La conducta de Donald Trump es un caso único en la historia de Estados Unidos. Representante únicamente de sí mismo ha roto todos los cánones sobre el ejercicio de la política exterior de un Estado democrático. En mi tierra nunca tomamos la última copa, sino la penúltima y la penúltima genialidad de Trump a golpe de twitter a tan sólo unas pocas semanas de verse forzado a abandonar muy a su pesar la casa Blanca ha sido reconocer la legalidad de la ocupación del Sáhara Occidental por parta de Marruecos, a cambio de que éste establezca relaciones diplomáticas con Israel. Aún le queda algo de tiempo para decidir el abandono de la ONU o declararle la guerra a China, aunque quizás no convenga darle ideas. Penúltima trapacería de Trump El intercambio de cromos ha sido recibido con indiferencia por la opinión pública internacional, al afectar a dos conflictos incómodos que es preferible olvidar, y tan sólo algunos medios de comunicación han expresado muestras de consternación por la decisión presidencial. Entre ellos figuran los dos principales diarios españoles. “El País” ha afirmado que el reconocimiento de Trump es “un atropello a la legalidad internacional y un gesto equivocada que complica aún más la posibilidad de soluciones negociadas en un conflicto olvidado”. Refuerza la alianza estratégica de Estados Unidos con Marruecos y utiliza el conflicto sahariano como moneda de cambio para impulsar la normalización de las relaciones diplomáticas entre los países árabes e Israel, que “es un objetivo loable; la moneda de cambio para obtenerla no”. Para “El Mundo”, la decisión de Trump supone dar la espalda a la comunidad internacional. Su obsesión ha sido establecer una nueva relación de fuerzas y alianzas en Oriente Próximo y el norte de África, con Israel como principal aliado e Irán como el enemigo a abatir. Como consecuencia del establecimiento de relaciones diplomáticas entre Israel y Marruecos, los sacrificados han sido los palestinos y los saharauis, que han quedado abandonados a su suerte en los campamentos argelinos de refugiados y a los que se les niega el ejercicio de su derecho a la libre determinación reconocido por la ONU y aceptado por todos los Estados, incluido Marruecos. Ha habido un “do ut des” propio del trapicheo en un zoco. En su controvertido twitter, Trump afirmó grandilocuente que se había producido un hecho histórico porque dos de los grandes amigos de Estados Unidos, Israel y Marruecos, habían acordado establecer relaciones diplomáticas, lo que suponía un avance notable para la paz en Medio Oriente. “Marruecos reconoció a Estados Unidos en 1777, por lo que es apropiado que la nación estadounidense reconozca su soberanía sobre el Sáhara Occidental”. ¡Y hay quien dice que Trump es un iletrado que no sabe Historia! El problema es que su interpretación de la misma es algo peculiar. Siguiendo su lógica, Marruecos debería reconocer una eventual anexión de Méjico por los Estados Unidos. La paz a la que se refiere el aún presidente norteamericano es la “Paz Trumpiana” por él ofrecida a instancias de su yernísimo judío, Jared Kushner, que recogía –en una muestra de falta de neutralidad- el 99% de las tesis israelitas. Estados Unidos siempre ha respaldado a Israel influido por el todopoderoso lobby judío , que ha conseguido convencer a las autoridades norteamericanas de que la seguridad del país pasaba por la seguridad de Israel y de que debía anteponer por tanto los intereses israelitas a los estadounidenses. Pese su apoyo a Israel, los anteriores presidentes norteamericanos trataron de mantener las apariencias y respaldaron la legalidad internacional, permanentemente quebrantada por Israel con la ocupación de Cisjordania, Jerusalén, Gaza y los Altos del Golán, y la implantación de colonos en los territorios ocupados, separados por un muro tan infamante como el de Berlín o el del Sáhara Occidental. Incluso Bill Clinton y Barack Obama presentaron propuestas de solución razonables, que contemplaban la creación de un Estado palestino con su capital en Jerusalén-Este. Triunfo de Netanyahu Trump ha roto el “statu quo”y las posibilidades de solucionar el conflicto palestino mediante la adopción de una serie de medidas a cual más devastadoras para la débil Autoridad Palestina presidida por Abu Mazen: Traslado de la sede de la Embajada norteamericana de Tel-Aviv a Jerusalén, condonación de la implantación de colonos en los territorios ocupados –anexión de los asentamientos en el 30% de Cisjordania-, retirada de la ayuda económica a la Autoridad Palestina y a la Agencia de Naciones Unidas para Ayuda a los Refugiados Palestinos (UNRWA), y reconocimiento de la anexión de los Altos del Golán pertenecientes a Siria. El plan de paz suponía el troceo de Cisjordania y su distribución inequitativa entre el ocupante Israel y la ocupada Palestina, de manera que hacía inviable la solución sugerida por la ONU y aceptada de boquilla por Israel de crear un Estado Palestino, con límites claramente establecidos, que coexistiera pacíficamente con el Estado israelita. El presidente norteamericano presionó a los Estados del Golfo para que siguieran los pasos de Egipto y Jordania de firmar la paz con Israel y establecer relaciones diplomáticas. Fruto de estas presiones ha sido el establecimiento de relaciones diplomáticas con Israel por parte de Emiratos Árabes Unidos, Bahrein y Sudán, con la anuencia del Estado hegemónico de la región, Arabia Saudita. Ahora se ha dado un paso más con la decisión de Marruecos y es probable que sigan la misma vía otros Estados árabes -incluida Arabia Saudita-, pese al compromiso asumido en 2002 por los miembros de la Liga Árabe de no establecer relaciones diplomáticas con Israel hasta que no se creara un Estado palestino. Aunque Abu Mazen haya calificado este reconocimiento como una traición a la causa palestina, Mohamed VI le ha asegurado hipócritamente que Marruecos seguirá apoyando dicha causa. Uno de los grandes triunfadores de la jornada ha sido el corrupto e incombustible primer ministro israelita, Benjamin Netanyahu -once años en el poder-,quien ha expresado su vivo agradecimiento a Trump por sus “enormes esfuerzos para traer la paz a Israel” y a Mohamed VI por su “histórica” decisión. ”En la fiesta de Janucá –dijo “Bibi”-, traemos una gran luz de paz para Israel y sus ciudadanos. Siempre creí en esta paz, actué por esta paz y ahora se cumple”. Será la paz de la luz para los israelitas, pero de las tinieblas para los palestinos, la paz de los cementerios. Este feliz o infeliz acontecimiento –según se mire- no ha sido improvisado, ya que Marruecos e Israel llevaban más de dos años negociando bajo el liderazgo de Estados Unidos. Según Sal Emergui, en el marco de la Asamblea General de la ONU de 2018, Netanyahu mantuvo conversaciones secretas con el ministro marroquí de Asuntos Exteriores, Nasser Bourita, acompañados por sus respectivos asesores Meir Ben Shabat y André Azoulay, y por el judío marroquí Yariv Elbaz, bajo los auspicios de Kuschner. El príncipe heredero de EAU, Mohamed bin Zayed, había convencido a Mohamed VI de que una posible Administración Biden sería menos favorable a Marruecos que la de Trump, y ello allanó el camino para lograr el trueque de favores. Éxtasis de Mohamed VI Tras los Acuerdos de Madrid de 1975, por los que España transfirió la administración del Sáhara Occidental a Marruecos y a Mauritania, y el abandono del territorio por el Gobierno español en 1976, el Frente Polisario se alzó en armas contra los ocupantes, obligó a Mauritania a retirarse de su parte del Sáhara –que fue ocupada por Marruecos- y firmó en 1991 un alto el fuego por mediación de la ONU, quien envió al territorio una Misión encargada de supervisar el cese de hostilidades y realizar un referéndum que permitiera al pueblo saharaui decidir su futuro bajo los auspicios de la Organización. La MINURSO no ha podido cumplir su mandato y el referéndum no se ha celebrado por el boicot de Marruecos, respaldado por Estados Unidos y Francia. En mi obra “El Sáhara Español: un conflicto aún por resolver”, he llegado a la conclusión de que la solución del conflicto era sumamente difícil, pero no imposible, si las partes involucradas negociaban de buena fe y estaban dispuestas a hacerse concesiones. Las dos líneas rojas básicas eran, en el plano jurídico, la necesidad de permitir al pueblo saharaui el ejercicio de su derecho de libre determinación y, en el plano político, la negativa de Marruecos, Estados Unidos y Francia a la creación de un Estado Saharaui independiente. La posible solución radicaría en que el pueblo saharaui admitiera su integración en el Reino de Marruecos a cambio de la concesión de una amplia autonomía como la vigente en España. Señalaba que sólo Estados Unidos y, en menor medida Francia, podían influir sobre Marruecos para que éste ofreciera un régimen autonómico suficientemente atractivo para que el pueblo saharaui lo aceptara. Marruecos tenía una posición de fuerza en el plano político porque gozaba del “uti possidetis” del Sáhara Occidental, pero una débil posición jurídica ya que carecía de título legal alguno sobre el territorio, era una potencia ocupante y su soberanía sobre el mismo no había sido reconocida por ningún Estado. Ahora, gracias a la frívola irresponsabilidad de Trump, la situación ha cambiado de forma dramática en favor de Marruecos. Por primera vez, un país –y nada menos que la primera potencia del mundo, Estados Unidos- ha reconocido la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara Occidental y no cabe descartar que otros Estados –incluidos algunos árabes- sigan el mal ejemplo norteamericano. Mohamed VI está que no cabe en sí de gozo al haber obtenido su principal anhelo de reconocimiento jurídico. Aunque Estados Unidos ha apoyado siempre a Marruecos, hasta ahora había mantenido una cierta equidistancia y respetado la legalidad internacional, consagrada en las resoluciones de la Asamblea General y el Consejo de Seguridad y en la presencia “in situ” de la MINURSO, encargada de organizar un referéndum de autodeterminación del pueblo saharaui. El Gobierno norteamericano se había involucrado en la búsqueda de una solución, había apoyado la actuación de Representantes personales del Secretario General de la ONU en el Sáhara Occidental –como James Baker, Christopher Ross o Horst Köhler-, promovido la negociación bilateral entre Marruecos y el Frente Polisario y desempeñado un papel destacado en el “Grupo de Amigos del Sáhara”, en cuyo seno elaboraba los proyectos de resolución del Consejo de Seguridad sobre el territorio. Ahora, con un twitter a destiempo en su condición de pato paralítico, ha saboteado todo este esquema pacientemente elaborado durante años. Habá que ver cómo reacciona Joe Biden quien podría anular de un plumazo la decisión de Trump con otra orden ejecutiva. La situación no es nada fácil pues Biden se enfrenta a problemas sumamente graves y la cuestión del Sáhara Occidental no entrará en la lista de temas preferentes a los que tendrá que hacer frente desde un primer momento. Trump ha removido el tablero en favor de Marruecos y ha incurrido en una contradicción habitual en su modo errático de actuar. Ha afirmado, por un lado, que “la propuesta de autonomía seria, creíble y realista de Marruecos es la única base para una solución justa y duradera para una paz y prosperidad perdurables”, pero, por otro, ha reconocido la soberanía marroquí del territorio, con lo que ha liberado a Marruecos de cualquier presión y le ha alentado a que se mantenga en su intransigente posición negociadora. Francia -más cauta y hábil en guardar las apariencias jurídicas, aunque siempre remando a favor de Marruecos- ha advocado por la búsqueda de una “solución política justa, duradera y aceptable para las dos partes”, y manifestado –arrimando el ascua a la sardina marroquí- que el Plan de Autonomía presentado por Marruecos era “una base de discusión seria y creíble” sobre la que trabajar. El conflicto sahariano implicaba un riesgo permanente de tensiones en la región y Francia estaba comprometida con la búsqueda de una solución política en el marco de la legalidad internacional. El Gobierno francés muy cucamente ha hecho hincapié en el carácter “político” de la solución, aunque guarde las formas al hacer una vaga referencia a la “legalidad internacional”. La propuesta marroquí de autonomía debe constituir un elemento más en la búsqueda de una solución al conflicto, pero no puede ser la única base de la misma por que –a diferencia de lo que ha afirmado Trump- no es seria, creíble o realista. Supone la concesión de un limitado grado de autonomía regional a sus “provincias del sur” dentro de un Reino centralizado que conserva la plenitud de sus competencias, por lo que difícilmente sería aceptado por el Frente Polisario o por el pueblo saharaui, al ser del todo insuficiente. Para que tuviera credibilidad, habría que reformar la Constitución marroquí para establecer un régimen federal o ampliamente descentralizado y, a estos efectos, el Gobierno español podría colaborar activa y eficazmente aportando su experiencia en materia autonómica. Una autonomía como la que disfrutan Cataluña o el País Vasco podría resultar suficientemente atractiva como para que el pueblo saharaui renunciara a su legítimo derecho a la independencia y aceptara integrarse en el Reino alauita. Pero, aunque Mohamed VI haya declarado que su ideal era una Constitución federal del tipo alemán, la realidad de las propuestas hasta ahora presentadas está muy lejos de sus confesados sueños. Si Enrique IV consideraba que París bien valía una misa, Mohamed VI ha estimado que El Aiún bien vale el reconocimiento del Estado de Israel y el establecimiento de relaciones diplomáticas con él, aunque ello suponga traicionar la causa palestina. Su “sacrificio” lleva aparejado considerables ventajas, como los beneficios políticos y económicos ofrecidos por Estados Unidos –que ha abierto un consulado en Dajla y alentado a sus empresas a invertir en el Sáhara Occidental- y la ayuda técnica de Israel, que ha prometido convertir el desierto del Sáhara en un vergel. Habrá que ver cómo reacciona Biden, que cuenta con un equipo en la Secretaria de Estado preparado y solvente. El futuro Secretario de Estado, Anthony Blinken -que fue Embajador en París- es europeísta y “afrancesado”, por lo que cabe esperar que se incline por una solución autonomista a la francesa. Existe también la posibilidad de que Biden, al tener que enfrentarse a problemas más graves y perentorios, y verse presionado por el lobby judío, deje las cosas como están, y que no pueden estar peor. Posibles consecuencias de la consolidación de Mohamed VI Mohamed VI se ha visto consolidado en el trono con la maniobra de Trump y la normalización de las relaciones con Israel. El reconocimiento por Estados Unidos de la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental le incita a mantener su postura radical. No encontrará mayores obstáculos en la ONU -pese al bagaje negativo de resoluciones condenatorias de Marruecos-, que cada día adopta una actitud más pasiva e inoperante, como pone de manifiesto el hecho de que el Secretario General, Antonio Guterres –que en su época de Primer Ministro de Portugal fue un ardiente y exitoso defensor del derecho a la libre determinación del pueblo de Timor Oriental- lleve un año y siete meses sin nombrar a un Representante personal en el Sáhara Occidental en sustitución del dimitido Köhler. Marruecos tiene, sin embargo el hándicap de que la Unidad Africana cuenta a la República Árabe Saharaui Democrática entre sus miembros y el Asesor jurídico de la Organización ha dictaminado que Marruecos ocupa ilegalmente el Sáhara Occidental y le ha pedido que se retire del territorio. Será difícil que la UA acepte la decisión de Estados Unidos de negarle la soberanía a uno de sus Estados miembros y transferírsela a otro Estado asimismo miembro de la Organización. Existe por otra parte el peligro de que, una vez digerida la anexión del Sáhara Occidental por las buenas o por las malas, el monarca alauita se torne hacia otro de los objetivos a los que nunca ha renunciado: la absorción de Ceuta y Melilla. Mohamed VI, como su padre Hassan II, han planteado, o dejado de plantear, la cuestión de los enclaves según les haya convenido en cada momento. Como ha observado Pedro J. Ramírez, el Rey ha percibido la debilidad de un Gobierno dividido, desde cuyo seno se cuestiona la monarquía y la propia integridad territorial de España. Procura evitar un enfrentamiento abierto y confía en que, con la transmutación de la demografía, el fomento de la islamización y la crisis económica, los presidios españoles caerán en sus manos como frutas maduras, y Marruecos se convertirá en el guardián del estrecho de Gibraltar y el aliado preferente de Estados Unidos en el Mediterráneo occidental. Tan pronto como ha recibido de Father Christmas Trump el regalo de Navidad del Sáhara Occidental, Mohamed VI se ha apresurado a cancelar la reunión en la cumbre que debería celebrarse en Rabat el 17 de diciembre, porque Marruecos ya no necesita tanto que España reconozca la situación de facto de su ocupación del territorio y puede permitirse el lujo de “vacilarla” una vez más. El monarca siempre le está buscando las cosquillas a España y trata de importunarla, como ha puesto últimamente de manifiesto con su provocadora política de enviar desde el Sáhara ocupado a cientos de emigrantes económicos a Canarias -en su mayoría de nacionalidad marroquí- debidamente documentados y con medios de subsistencia. El Gobierno español ha reaccionado tarde y mal, y permitido que se desborde la presencia de los emigrantes en el litoral de las islas, que han creado problemas sociales, económicos y de orden público. El impresentable ministro de Interior, Fernando Grande-Marlaska, en vez de devolver a Marruecos a los nacionales de este país debidamente identificados –aprovechando el respaldo dado por el TEDH y el Tribunal Supremo a las devoluciones en caliente-, ha estado un buen tiempo sin hacer nada para aliviar la situación y luego ha trasladado a la península con nocturnidad y alevosía, y de forma ilegal -al violar los confinamientos perimetrales de Andalucía y la Comunidad Valenciana- a muchos de estos emigrantes, sin informar a las autoridades autonómicas o municipales afectadas y dejando libres a los evacuados sin ningún control y, en algunos casos, infestados del Covid-19. Grande-Marlaska ha mentido de forma descarada y negado la evidencia. El Gobierno marroquí ha cerrado los pasos fronterizos de Ceuta y de Melilla, desviado los buques de la “operación paso del estrecho” a puertos marroquíes y tratado de asfixiar económicamente los enclaves. Dada la capacidad inventiva del monarca y el respaldo incondicional de Estados Unidos, Francia e Israel, no sería de extrañar que, cuando lo estime oportuno, lance otra marcha verde contra las dos ciudades españolas. Mohamed VI no ha olvidado, ni perdonado, la humillación que infligió a Marruecos el ejército español en 2002 tras su asalto al islote de Peregil –en el que Estados Unido se puso del lado de España- y está esperando la oportunidad para vengarse. Como decía San Pablo en su epístola a los Romanos, “hora est iam nos de somno surgere” –“ya es hora de levantarse del sueño”. España tiene que abstenerse de poner la otra mejilla ante las continuas provocaciones de Marruecos y dejar de lado el complejo de no hacer nada que pueda molestar al Sultán. Sin incurrir en alarmismos excesivos, debe prepararse política, diplomática e incluso militarmente para hacer frente a las posibles agresiones de un Marruecos envalentonado y con un ejército de más de 100.000 soldados, armados con el más sofisticado equipamiento militar suministrado por Estados Unidos, incluidos los cazas de combate F-35 superiores a los eurofighters. A la ministra de Asuntos Exteriores, Arancha González Laya le sorprendió la noticia cuando estaba en viaje oficial en Israel, ajena a lo que se estaba cociendo ante sus narices. Reaccionó de forma acertada al afirmar que -tras la declaración de Trump- seguía sin resolverse las cuestiones de la paz entre israelitas y palestinos y del Sáhara Occidental, y que, en ambos temas, el Gobierno español estimaba que había que respetar las resoluciones de la ONU para encontrar una vía de solución a las mismas. El responsable de asuntos internacionales de Podemos, el diplomático Santiago Jiménez, ha afirmado que España debe rechazar con firmeza la postura de hechos consumados adoptada por Estados Unidos y Marruecos. Trump ha violado el Derecho Internacional e intentado boicotear el papel negociador de la ONU, y España debía insistir en retornar al proceso negociador y avanzar hacia una solución política justa duradera y mutuamente aceptable. A pesar de mis escasas simpatías con Podemos, creo que esta posición es correcta y la suscribo. España sigue siendo jurídica y moralmente responsable del Sáhara Occidental –aunque no lo sea de facto- en cuanto potencia administradora del territorio, hasta que éste sea descolonizado tras la ejercicio por parte del pueblo saharaui de su derecho a la libre determinación. Como ha señalado “El País”, “la dificultad es extraordinaria, pero ello no es motivo para renunciar” Madrid, 14 de diciembre de 2020

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