domingo, 11 de diciembre de 2022
Falta de credibilidad del Gobierno de Sánchez ante la masacre de Melilla
FALTA DE CREDIBILIDAD DEL GOBIERNO DE SANCHEZ ANTE LA MASACRE DE MELILLA
El ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, se encuentra en la cuerda floja por la actuación del Gobierno en los luctuosos sucesos producidos el pasado 24 de junio en la valla fronteriza de Melilla. El ministro ha sido acusado por todos los partidos políticos -salvo el PSOE- de no decir la verdad sobre lo ocurrido, o al menos toda la verdad, al afirmar que los hechos se produjeron “fundamentalmente” en territorio marroquí y que no hubo que lamentar ningún “hecho trágico” en territorio español, y señalar que “los hechos se produjeron en el territorio nacional de un país soberano y solo de forma tangencial se produjeron en España” ¿Qué quiere decir “fundamentalmente” o “de forma tangencial”? ¿ Se produjeron o no “hechos trágicos” -eufemismo para referirse a muertos y heridos- en territorio español? Según los datos oficiales, fallecieron 23 personas con motivo del asalto, pero según las ONG -incluida la Asociación Marroquí de Derechos Humanos- y los medios de comunicación, murieron al menos 70 personas. Es significativo que ascienda a 75 el número de los desaparecidos. Nadie cree a Marlaska, ni las Cortes -salvo los diputados socialistas-, ni el Defensor del Pueblo, y -en el mejor de los casos- caben dudas razonables sobre lo que realmente ocurrió en territorio español.
Descripción de los sucesos
Una periodista de acreditada profesionalidad -como Ángeles Escrivá- ha hecho en “El Mundo” la siguiente descripción de los hechos ocurridos: El 20 de junio, las fuerzas de seguridad marroquíes cercaron y dejaron sin comida a los migrantes que se habían ocultado en el Gurugú y en otros montes cercanos, y les dieron un ultimátum para que en 24 horas cruzaran la frontera o regresaran a Nador. El día 24, la Guardia Civil advirtió que una multitud de unas 1.700 personas acercaba a la frontera por el Barranco del Lobo. Iban armados de mazas, instrumentos cortantes y palos, y daban muestras de una extraordinaria agresividad y beligerancia. Actuaban conforme a un plan previamente elaborado y estaban perfectamente organizados Las fuerzas marroquíes no les impidieron el paso y, cuando estaban cerca de la valla, los atacaron por la espalda con gran violencia -porras, piedras, gases lacrimógenos y disparos- y los migrantes forzaron la puerta del puesto de control que daba acceso al Barrio Chino, treparon por las vallas -que se colapsaron por el peso de los asaltantes- y cayeron en territorio español, provocando una avalancha. Los que lograron llegar a territorio español atacaron con saña a los pocos guardias civiles que estaban de retén -unos 120-, que temieron por su vida y tuvieron que replegarse tras ser heridos varios de ellos.
Los gendarmes marroquíes acudieron en ayuda de sus colegas españoles que se habían visto desbordados por los asaltantes, y se produjeron devoluciones en caliente -un centenar según Interior, 470 según el Defensor del Pueblo-. Según el testimonio de un guardia civil presente, se llevaron a los hombres que iban expulsando y también trasladaron decenas de cuerpos de muertos y de heridos a un descampado adjunto a las instalaciones fronterizas, donde los dejaron al sol durante cuatro o cinco horas, sin proporcionarles ningún tipo de ayuda, pese a las numerosas ambulancias que había en la zona. Finalmente, los muertos fueron enterrados en fosas comunes sin haberles hecho previamente la autopsia, ni ser identificados, y los vivos fueron trasladados en autobuses y abandonados en un lugar situado a seis horas de recorrido de la valla fronteriza. Desde diversas fuentes, se ha dado por probado que al menos uno de los asaltantes -el sudanés Anwar Yaziz Yacoub- había muerto en suelo español. Según un comunicado conjunto publicado el 31 de octubre por el Grupo de Trabajo de Expertos sobre Personas de Ascendencia Africana y por el relator especial de la ONU sobre Ejecuciones Extrajudiciales, Morris Tiball-Minz, “al menos 37 africanos murieron y varias decenas más resultaron heridos, debido al uso excesivo y letal de la fuerza por parte de las fuerzas del orden marroquíes y españolas”.
En opinión de José Ignacio Torreblanca, no se entiende bien el empeño de Marlaska en situar su línea de defensa en el hecho de que en el asalto no hubiera muertos en territorio español, pues -observando las imágenes de caos y violencia- la posibilidad de que fuera por caídas, por aplastamiento o por las acciones de la policía marroquí, no resultaba descabellado que se hubiera producido algún fallecimiento en territorio español, sin mediar por ello responsabilidad directa de nuestras fuerzas de seguridad. La línea de defensa ministerial parece pretender que, al haberse producido las muertes del lado marroquí, las autoridades españoles estarían exentas de responsabilidad, como si unos metros marcaran la diferencia acerca de la aceptabilidad de unas muertes. Aunque hubieran fallecido del lado marroquí, el Ministerio del Interior tenía una gran responsabilidad, pues debía velar porque las personas que intentaran entrar en España tuvieran un trato humano y ajustado a Derecho. Habría que exigir responsabilidades a Marruecos por una desgraciada intervención policial, pero ello no exoneraría a España de parte de esa responsabilidad, porque “convalidamos sus acciones aceptándolas como imprevisibles, inevitables o incompetentes, confirmando un modelo de subcontratación de la gestión fronteriza sin derechos ni dignidad, que no es aceptable”.
Hay que distinguir, de un lado, entre el hecho de un asalto ilegal y violento a una frontera española -que es también frontera de la Unión Europea- y el derecho y el deber de las fuerzas de seguridad españolas de repelerlo utilizando la fuerza legítima y, de otro, la responsabilidad que pudiera tener el Gobierno español por su insatisfactoria intervención en la defensa de Melilla. Con su proverbial chulería, el portavoz de Vox, Javier Ortega, preguntó durante el debate “¿y si hubiera habido muertos, qué?”. Mejorando el lenguaje, la pregunta era pertinente. Llevaba razón Marlaska al decir que ningún Estado podía permitir un asalto violento a sus fronteras. En tal caso, tendría derecho a defenderse con todos los medios legales a su disposición y sí, como consecuencia de ello, se producían víctimas mortales, el Estado que ejerciera su legítima defensa no incurriría en responsabilidad. En una sentencia de 2020, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos declaró la responsabilidad personal de los individuos que participaban de forma ilegal en los asaltos a las vallas de Melilla, recurriendo a la fuerza y al efecto de masa, y reconoció el derecho del Gobierno español a detener a los asaltantes y devolverlos a Marruecos de forma inmediata.
Responsabilidad del Gobierno por acción u omisión en la defensa de su territorio
Cuestión bien distinta es si un Gobierno pueden incurrir en responsabilidad por el modo en que ejerza la defensa de sus fronteras. Como ha observado Torreblanca, habría que dilucidar hasta qué punto la imprevisión, la falta de comunicación o la carencia de medios humanos, materiales y sanitarios que se produjeron en el lado español de la frontera merecerían algún tipo de acción y eventual sanción. Si examinamos la política migratoria del Gobierno de Sánchez y su proceder para defender la seguridad de sus fronteras en las ciudades de Ceuta y Melilla, cabe concluir que el “Debe” supera con creces al “Haber” y que el saldo es tremendamente deficitario. Veamos algunas de estas deficiencias.
1.-Errática política del Gobierno sobre los refugiados
Ya desde el principio, el Gobierno inició una política populista y demagógica en materia de migración con el “show” de la recepción por todo lo alto en 2018 en Valencia de los 629 náufragos salvados por el buque “Aquarius”. Sánchez presumió de gran benefactor de los inmigrantes, apoyado por políticos progresistas, como la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, que colgó en la fachada del Ayuntamiento un gran cartel con el lema de “Refugees Welcome”. Todo quedó, sin embargo, en pura escenificación y propaganda, y encima produjo un “efecto llamada“. Pese a todas sus alharacas, el Gobierno solo concedió asilo a 18 inmigrantes sirios. La situación de los refugiados en España es lamentable. Los procesos para la concesión de asilo o de protección se eternizan, y se conceden con cuentagotas. Aunque se permita su estancia en España, no se les facilita un permiso de trabajo, por lo que son carne de explotación laboral por empresarios desaprensivos o están abocados a la delincuencia.
Un problema especial plantean los menores no acompañados (MENA), especialmente los que vienen de África vía Ceuta, Melilla o Canarias. Los estabulan en Centros de Internamiento mal dotados, que más parecen reformatorios. Cuando acceden a la mayoría de edad o se escapan de los Centros siendo aún menores, se ven libres en las calles sin una formación profesional adecuada, ni un permiso de trabajo, y a menudo con escaso conocimiento de la lengua española, por lo que se tienen que dedicar al trapicheo o a la pequeña delincuencia. De ahí que tengan mala fama y sean acusados de maleantes, en muchas ocasiones sin motivo, si bien es cierto que crean muchos problemas por su indisciplina, y a veces generan conflictos, como en el caso del Centro de la Casa de Campo en Madrid. El Gobierno y las Comunidades Autónomas se culpan mutuamente de la situación, pero hacen bien poco para resolver este delicado problema.
2.-Inexistencia de una política migratoria racional
Pese a ser España uno de los países con más baja tasa de natalidad del mundo, el Gobierno ha sido incapaz de establecer una política migratoria adecuada para compensar, mediante una inmigración reglada y controlada, las insuficiencias del crecimiento vegetativo natural. Lejos de fomentar la inmigración -especialmente la procedente de los países iberoamericanos y de Europa oriental-, el Gobierno pone pegas a la misma y la dificulta con una burocracia exacerbada. Amén de no existir una política migratoria acordada entre el Gobierno de la Nación y las Comunidades Autónomas, se produce también una falta de coordinación en el seno del propio Gobierno entre los distintos departamentos interesados: Presidencia, Interior, Migraciones, Trabajo, Educación y Asuntos Exteriores.
Una muestra de esta descoordinación se produjo cuando Canarias se vio invadida por migrantes enviados por Marruecos desde el Sáhara Occidental para chantajear a España por su acogida por motivos humanitarios al secretario general del Frente Polisario, Brahim Ghali. Los ministros especialmente concernidos, Marlaska y Escrivá, dieron pruebas de su incompetencia e inoperatividad. Mientras aquél se oponía a que algunos de los inmigrantes ilegales fueran trasladados a la península ante la saturación de los centros canarios de acogida, aquél organizó vuelos secretos para enviarlos, sin avisar de antemano a las autoridades de las Comunidades en las que eran depositados al margen de cualquier control.
3.-Actuación poco eficaz ante las mafias traficantes
El Gobierno tampoco se ha esforzado por luchar contra las mafias que explotan el lucrativo negocio del tráfico ilegal de migrantes, cuyos responsables operan con impunidad desde sus lujosas mansiones en Marbella, Sotogrande o Algeciras. Los tradicionales contrabandistas de tabaco se han modernizado y utilizan sus bien engrasadas rutas para el tráfico de drogas y de migrantes. El Campo de Gibraltar se ha convertido en una réplica del “Far West” sin ley, en el que las fuerzas de seguridad actúan en situación de inferioridad ante los narcotraficantes reconvertidos, tanto por las insuficiencias en personal -escaso y mal equipado- como en material.
Cabe preguntarse cómo es que, siendo el Peñón de Gibraltar la población más cercana a Marruecos, no llega a él ni una sola patera con inmigrantes. La respuesta podría encontrarse en que la “Royal Navy” del democrático Reino Unido no las deja acercarse ni a una milla de su costa y las espanta a cañonazos. España tiene que hacerse perdonar sus muchas culpas y en vez de librarse de los indeseados invasores, los recibe con carteles en los que les dice -con la boca chica- que son bienvenidos.
4.-Escasa presencia de fuerzas de seguridad e insuficiente equipamiento de las mismas
Si las insuficiencias policiales son notorias en la Bahía de Algeciras, aún lo son mucho más en las ciudades de Melilla y Ceuta, de lo que es especialmente responsable el ministro del Interior y su equipo. Lejos de reforzar las vallas fronterizas para dificultar los asaltos de los inmigrantes ilegales, y de aumentar la presencia de fuerzas de seguridad debidamente equipadas, ha hecho justamente lo contrario, a pesar de haberse producido miles de asaltos en las dos ciudades. Movido por su buenismo progresista, el Gobierno ha quitado de las vallas los elementos más disuasorios -como los alambres de espino, las concertinas y las cuchillas- para facilitar el asalto con menos riesgos para los intrusos, comprometiéndose en contrapartida el Ministerio del Interior a reforzar considerablemente las vallas, cosa que hasta ahora no ha hecho.
Las fuerzas de seguridad son insuficientes y están pobremente equipadas, al no disponer de material antidisturbios de última generación. Se les ha negado chalecos antibalas, cascos antidisturbios, escudos protectores adecuados y cámaras de grabación individuales, e incluso se les restringe el uso del material del que disponen. Como ha observado el secretario de la Asociación de la Guardia Civil JUCIL, Agustin Leal, las promesas de Marlaska para reforzar las defensas de Melilla y de Ceuta, y de renovar los equipos de las fuerzas de seguridad, ni están ni se les espera. Carecen, por otra parte, de instrucciones claras y precisas, y se han visto desamparadas por el Gobierno cuando han sido llevados ante los tribunales por cumplir con su deber. De ahí, que los agentes estén poco motivados y tengan baja la moral.
5.-Escasa voluntad política para defender las plazas de soberanía
Según Leal, el control de la migración no es una cuestión de dinero sino de voluntad política, y ésta es -a mi juicio- escasa en el actual Gobierno. Podemos y algunos sectores del PSOE son partidarios de la entrega de Ceuta y Melilla a Marruecos, como ha puesto claramente de manifiesto la ex-ministra socialista de la Vivienda, María Antonia Trujillo, e insinuado el propio José Luis Rodríguez Zapatero. Según Trujillo, la presencia española en las dos ciudades es “una supervivencia anacrónica del colonialismo en África”, que supone “una afrenta a la integridad territorial de Marruecos”, por lo que su reivindicación está plenamente justificada.
Pero, lo que es aún mucho más grave, es la política de apaciguamiento y sumisión de Sánchez al sátrapa Mohamed VI, como se ha revelado con su misiva al monarca, en la que le informaba del giro copernicano de España en su posición sobre el Sáhara Occidental y sobre su apoyo a las tesis autonomistas de Marruecos, contrarias al Derecho Internacional y a las resoluciones de la ONU. Ha cedido a su chantaje sin obtener nada positivo a cambio, pues al Sultán sigue negándose a reconocer la soberanía de España sobre Ceuta y Melilla, y exige su entrega a Marruecos, cuyo delegado en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU ha llegado afirmar que su país no tenía límites terrestres con España. Sánchez no permite que el rey Felipe VI visite las dos ciudades de soberanía para no enojar al déspota marroquí.
La UE financiará con 500 millones de euros a Marruecos hasta 2027 para que proteja la frontera sur de la Unión. El Gobierno español le ha regalado otros 30 millones y le facilitado material moderno para que mejore sus fuerzas de seguridad, mientras se lo niega a sus propias fuerzas estacionadas en las dos ciudades. Me recuerda la película de “La naranja mecánica” de Stanley Kubrick, en la que al final los delincuentes son nombrados policías. España y la Unión han externalizado en cierta medida la defensa de sus fronteras y, consecuencia de ello, ha sido la brutal intervención de los gendarmes marroquíes contra los asaltantes subsaharianos. El propio Sánchez declaró a bote pronto que los gendarmes marroquíes habían resuelto la situación de forma satisfactoria. El Gobierno no puede sorprenderse hipócritamente de lo ocurrido en Melilla, porque -como dice el refrán- “el que con niños se acuesta…”. Si dejas las defensas de tus fronteras en manos de las fuerzas de seguridad de un Estado autocrático, no es de extrañar que actúen de la forma como actuaron en Melilla.
6.-Responsabilidad cualificada del ministro del Interior
Aunque el responsable último de la situación sea el presidente Sánchez, el principal culpable ha sido el ministro Marlaska, que ha dado un recital de actuaciones a cuales más lamentables, y ha mostrado como alguien que fue un juez digno y prestigioso, puede degenerar en un político indigno, que sigue bovinamente la trayectoria sectaria de su jefe de filas. No puede ahora lavarse las manos y está obligado a esclarecer la tragedia ocurrida en Melilla, pero -en vez de hacerlo- se ha caracterizado por su silencio inicial, su falta de colaboración con las Cortes y con el Defensor del Pueblo, y la sarta de mentiras proferidas, de las que no se mueve un ápice pese a las pruebas aportadas en los vídeos grabados por el helicóptero de la Guardia Civil y por las cámaras de seguridad, así como por un documental de la BBC y por las investigaciones del Consorcio de “Lighthouse Reports”.
Marlaska se ha negado a colaborar, por lo que ha sido acusado por el PP de ocultación, obstruccionismo y falsedad. No facilitó los vídeos grabados y, cuando se vio forzado a hacerlo, los entregó incompletos y debidamente censurados. Ante la presión de los partidos políticos -incluidos Podemos y sus aliados nacionalistas y filoetarras- tuvo que permitir a algunos diputados el visionado de los mismos en la sede del Ministerio y aceptar la creación de una Comisión Parlamentaria, que viajó a Melilla para comprobar la situación y recabar testimonios “in situ”. Si bien afirmó que asumía toda la responsabilidad por lo sucedido, ahora se escuda detrás de la Guardia Civil y repite como un papagayo que su actuación fue legal y proporcionada El representante de Ciudadanos, Miguel Gutiérrez, ha comentado que lo que les contó el ministro no tenía nada que ver con lo que vieron en los vídeos, pues las imágenes corroboraban que efectivos marroquíes habían entrado en el perímetro español para auxiliar a la Guardia Civil, y que hubo heridos de gravedad en su suelo, causados por el desplome de la valla que provocó una avalancha. Lo realmente grave fue, no tanto que se hubieran producido heridos y eventualmente muertos, como la pertinaz negativa de Marlaska a reconocer los hechos, a pesar de la evidencia de los vídeos. Nadie de la Comisión -aparte del diputado del PSOE- le ha creído, ni siquiera su socio de Gobierno, ni sus aliados Frankenstein, y el representante de Bildu ha pedido que se cree una Comisión de Investigación en el Congreso. No debe tener el ministro la conciencia muy tranquila, cuando se ha negado a comparecer en el Parlamento Europeo para dar explicaciones de lo ocurrido en Melilla. Como ha declarado el portavoz de Podemos, Jaume Asens, “Marlaska debe aceptar la dura realidad, o la dura realidad acabará con Marlaska”.
Aunque al principio Sánchez avaló a Marlaska, del que dijo que en su trayectoria siempre había hecho gala de un cumplimiento estricto de la legalidad, con su habitual instinto de supervivencia, ha empezado a arrojar lastre. Dado que su principal objetivo es mantenerse en el poder, para conseguirlo está dispuesto a entregar a Marruecos, no solo Ceuta y Melilla, sino también el propio Madrid, “castillo famoso que del Moro alivia el miedo”, en palabras de Nicolás Fernández de Moratín. Fue patética la soledad del ministro en su comparecencia en el Congreso, en la que no se sentó en el Banco Azul ni uno solo de sus colegas en el Gobierno para arroparlo.
Según Eduardo Álvarez, a Marlaska a estas alturas parece no guiarle más motivación personal que la de la supervivencia política al coste que sea, por más que se haya pasado media legislatura como un muerto viviente. Por qué va a dimitir ahora por sus flagrantes mentiras en el nauseabundo drama migratorio de Melilla, si no ha hecho otra cosa que protegerse tras el bulo en casos precedentes como el de la destitución del jefe de la UCO, Pérez de los Cobos, o el del fabricado informe en el famoso Desfile del Orgullo Gay, que le tendrían que haber inhabilitado para la política hace años. “Que le consideren indigno, pero que al menos no quepa duda de su coherencia sobrevenida como gran converso que aceptó ser ministro de Pedro Sánchez”. A tal señor, tal honor.
Como ha comentado Javier Redondo, “Marlaska, abandonado por Sánchez, se apaga envuelto en la primera versión de Sánchez, aunque su espectro ocupe todavía su sitio en el Consejo de Ministros a la espera del veredicto de Bruselas. Marlaska, de alfil a peón”. Continuando con el lenguaje ajedrecístico, el ministro del Interior no es más que un peón, pero Sánchez sigue siendo el rey y, por tanto, es el principal responsable del terrible desaguisado que se ha producido en Melilla. Mientras no haya nadie que sea capaz darle un jaque-mate, el pueblo español se verá castigado con el terrible mal que últimamente padece. Ha hecho patente, una vez más, la falta de credibilidad de su Gobierno ante la opinión pública española, la UE y la comunidad internacional.
Madrid, 10 de diciembre de 2022
sábado, 3 de diciembre de 2022
Del Brexit a la "permacrisis" en el Reino Unido
DEL “BREXIT” A LA “PERMACRISIS” EN ELREINO UNIDO
Sobre el Reino Unido se cierne de aquí a Navidades lo que la prensa ha calificado de “gran disrupción”, algo parecido a una especie de huelga general no declarada, en la que participarán el personal sanitario, los empleados de Correos y de los ferrocarriles privatizados, los conductores de autobuses y de ambulancias, los bomberos y los maestros y profesores de Universidad. Esta situación es reflejo del creciente malestar social y económico, que se ha plasmado en el palabro “permacrisis”. El Diccionario Collins ha declarado este término como la palabra del año 2022, y la ha definido como “periodo extenso de inestabilidad e inseguridad consecuencia de una serie de acontecimientos catastróficos”. Según el director de “Collins Learning”, Alex Beecroft, el lenguaje es el espejo que refleja lo que ocurre en la sociedad. El neologismo “permacrisis” revela la incertidumbre y la preocupación producida tras atravesar Gran Bretaña un período de sobresalto causado por el Brexit, la pandemia, la climatología rigurosa, la guerra de Ucrania, la inestabilidad política, la crisis energética y el aumento del coste de la vida. Define a la perfección lo ocurrido en 2022, porque es la horrible sensación que tiene mucha gente. “No salimos de un reto y ya tenemos otro” y el lenguaje se limita a describir lo que sucede.
Carlos Fresneda ha incluido entre tales circunstancias, el Brexit, el Covid, la guerra, la crisis energética, climática y política, la inflación, la recesión, el sobresalto constante, la disrupción permanente, la máxima ansiedad, el caos que no cesa, y el temor a que todo pueda ir a peor. El “neo-término” encarna perfectamente la situación vertiginosa vivida en los últimos meses en Gran Bretaña, mientras la gente se pregunta qué nuevos horrores nos esperan a la vuelta de la esquina. Ha surgido un pesimismo que produce en la sociedad global el sentimiento de que no hay salida a la vista y que nuestra civilización está a punto de colapsarse. No se trata de un fenómeno de generación espontánea, sino que ha seguido unos lineamientos que ya habían sido percibidos desde hace años. No en vano, la palabra del año escogida por Collins en 2016 fue “Brexit” y en 2017 “noticias falsas”-. “Permacrisis”-apócope de “crisis” y “permanente”- ha vencido a otras como “party-gate”, “lawfare- o Kiev, y refleja el sentir de que todas estas crisis que se están produciendo han llegado para quedarse y no parece vérseles un fin inmediato.
Hannah Arendt ya había presagiado algo de esto en su libro “Crisis de la cultura”, donde afirmaba que cualquier crisis -dondequiera que se produjera- podía extenderse a cualquier otro lugar del mundo, debido a la globalización y a la interdependencia. Se producía un “efecto dominó” que acentuaba su duración y su efecto disruptivo. Algunas de estas crisis se han generado en el Reino Unido y otras han venido de fuera, pero el cúmulo de las mismas y su permanencia en el tiempo han hecho que surtan un especial efecto en este país, debido a su voluntad de distanciarse de la UE a través del Brexit. Eran pocos en la pérfida Albión y parió la abuela Putin con su agresión a Ucrania.
Origen y desarrollo del Brexit
El Brexit no es el único culpable de la grave situación que atraviesa la Gran Bretaña en estos momentos, pero ha contribuido de forma notable a agravarla. Partió de una gran falacia y consiguió triunfar -aunque solo fuera por los puntos- gracias a la mentira, al fraude y a la manipulación de unos políticos exacerbados, que -pese a haber reconocido sus fechorías- se niegan a rectificar cuando aún se está a tiempo de regresar al “statu quo ante”. Una cosa que me ha sorprendido sobremanera ha sido persistencia en el error de un pueblo famoso por su pragmatismo. Personalidades contrarias al Brexit y partidarias de continuar en la UE -como David Cameron, Theresa May o Liz Truss- cambiaron de parecer y apoyaron la nueva situación en base al poco convincente argumento de que “Brexit is Brexit”.
La historia viene de lejos dado que Gran Bretaña nunca se sintió cómoda dentro de la CEE/UE. Fue contraria a la creación de la CECA y de la CEE, y trató de combatirlas desde fuera y, cuando fracasó en su intento, ingreso en la Organización para combatirla desde dentro. Hizo cuanto pudo para frenar el proceso de integración, al obstaculizar la adquisición de mayores competencias y la adopción de nuevas políticas; tratar de que se devolvieran a los Estados miembros competencias ambientales, financieras, presupuestarias, laborales, migratorias o pesqueras; y alentar la ampliación de la Comunidad para que -al contar con más miembros- se ralentizara el proceso integrador. Cuando no conseguía imponer su opinión, se liberaba de esos compromisos mediante el “opting-out” -auto-exclusión del sistema Schengen y de la Unión Monetaria y del euro-. Dio muestras de insolidaridad, como la imposición del cheque británico, su oposición a los pactos de estabilidad y contra la crisis, y la reducción de los presupuestos pese al aumento de Estados miembros. Boicoteó el Tratado sobre la Constitución Europea, rebajó el alcance del Tratado de Lisboa, y se opuso al nombramiento de Jean-Claude Juncker como presidente de la Comisión Europea por considerarlo demasiado europeísta. Defendió que hubiera distintas opciones en una Unión “a la carta”, y consiguió en ocasiones el apoyo de Estados nórdicos o de Europa oriental a su política tendente a hacer de la UE una Organización meramente económica y comercial.
En su forcejeo con Bruselas para debilitar a la UE y mejorar la posición británica dentro de la misma, Cameron anunció que celebraría en 2013 un referéndum para que el pueblo británico decidiera sobre sí quería que la Gran Bretaña continuará siendo miembro de la Unión. Gracias a su chantaje, obtuvo de Bruselas nuevas concesiones, que no se llegaron a aplicar porque -en contra de lo previsto- los británicos votaron por la mínima a favor del Brexit y del abandono de la UE. Como ya le había advertido el europeísta, Michel Heseltine, la convocatoria de un referéndum era un juego innecesario y frívolo, que podría traer graves consecuencias. Así ocurrió, en efecto, ya que Cameron, excesivamente confiado en su fácil triunfo, hizo una desastrosa campaña electoral, y se dio el caso poco habitual de un Gobierno que perdió un referéndum desde el poder. Frente a la pasividad del Gobierno, los partidarios del Brexit -liderados por el antiguo alcalde de Londres, Boris Johnson realizaron una campaña sumamente activa, plena de medias verdades, grandes mentiras y falsas noticias. Su lema fue que había llegado la hora de que el Reino Unido se liberara del dominio de los burócratas de Bruselas y pudiera adoptar sus propias decisiones. La campaña estuvo basada en los temas de sanidad, seguridad e inmigración, ninguno de los cuales era por cierto competencia de la UE. Los “brexiteros” mintieron descaradamente al afirmar sin rubor que, con el ahorro de las fabulosas sumas que Gran Bretaña pagaba la Unión, se podría mejorar considerablemente la sanidad nacional e invertir en políticas -industria, transportes, comercio, turismo o educación-que beneficiaran a los ciudadanos británicos. Los resultados, sin embargo, no han podido ser más negativos, pues ha empeorado considerablemente el sistema de sanidad nacional -que se ha visto privado de gran número de médicos y personal sanitario de origen comunitario-, ha disminuido la seguridad y aumentado la criminalidad, y no se ha podido controlar el flujo migratorio, pese a las medidas un tanto racistas adoptadas, como la de pretender enviar a campamentos en Ruanda a los inmigrantes que solicitaran asilo en el país. Según Guillermo Iñiguez, el Brexit ha supuesto el triunfo del chauvinismo sobre la tolerancia, de la nostalgia imperial sobre el cosmopolitismo y de las medias verdades sobre los hechos.
Consecuencias del Brexit
El Brexit y la “espantá” de Gran Bretaña han sido muy perjudiciales para la UE, pero lo han sido aún más para aquélla, al producir grandes inconvenientes. En el plano doméstico, ha provocado una fracción del país al 50%, si bien entre los partidarios del Brexit se encuentran los sectores menos dinámicos del Reino Unido -personas de edad avanzada e inferior cultura, y población agrícola-. En su contra se ha manifestado la mayoría de los ciudadanos de Escocia y de Irlanda del norte. Políticamente, se ha producido una situación bastante desestabilizadora con el nombramiento en poco tiempo de cuatro primeros ministros no elegidos por el pueblo, sino por los órganos burocráticos del Partido Conservador y el partido se niega a convocar elecciones -cómo debería hacerse dadas las circunstancias- por temor a perderlas, pues todos los sondeos dan una clara ventaja al Partido Laborista.
A Cameron le sucedió May, quien -pese a haber hecho campaña en contra del abandono de la UE- asumió los resultados del referéndum y negoció con Bruselas un Acuerdo para retirada ordenada de Gran Bretaña, que fue rechazado en tres ocasiones por el Parlamento, con la connivencia de su ministro de Asuntos Exteriores, Johnson, que la sucedió en el puesto tras su dimisión. Lejos de tratar de aunar a los dos grandes bloques opuestos que se habían formado, el flamante “premier” siguió una política demagógica y marcadamente antieuropea. Firmó con la UE un nuevo Acuerdo de salida, que él mismo incumplió al modificar unilateralmente el Protocolo sobre Irlanda del Norte. Johnson tuvo que pechar con la pandemia del Covid y siguió una política errática, que tuvo su culminación en el abierto incumplimiento de las severas normas adoptadas por su Gobierno, con el vergonzoso escándalo del “Party-gate”, que al final le forzó a abandonar el puesto.
Le sucedió Truss -otra conversa al Brexit-, que siguió a medias con su secretario del Tesoro, Kwasi Kwarteng, una política económica y fiscal disparatada, que hundió la libra esterlina y requirió la intervención urgente del Banco de Inglaterra para evitar una catástrofe financiera. Como ha comentado con sorna José Ignacio Torreblanca, los partidarios del Brexit estaban íntimamente convencidos de que -liberado de la garra burocrática de Bruselas- el Reino Unido iba a florecer como la gran capital financiera del mundo libre, pero “ese Singapur atiborrado de esteroides flotando en el Atlántico con el que soñaban los conservadores se ha mostrado no solo como una quimera, sino como una peligrosísima aventura”. Truss no tuvo más remedio que dimitir, batiendo el récord Guinness de estancia más breve y fugaz en la historia de la Presidencia del Gobierno británico.
El sucesor de las sucesora, el millonario inglés de origen indio e hindú de religión, Rishi Sunak, fue cooptado como “premier” por sus pares en la Cámara de los Comunes, en medio del ludibrio generalizado de los medios de comunicación, incluidos los tabloides más conservadores. Con su habitual menosprecio por los países del sur de Europa, los periódicos británicos hablaron de la “britalización” de la política en el Reino Unido. Incluso el sesudo “The Economist” tituló un artículo ”Welcome to Britaly”, en el que indicaba que Gran Bretaña se había dejado atrapar por la triple red de la inestabilidad política crónica, el bajo crecimiento económico y la subordinación del mercado a los bonos. Curiosamente, en el manifiesto euroescéptico “Britannia Unchained”, se señalaba a Italia como el ejemplo a evitar, pero el vicegobernador del Banco de Inglaterra, Charles Bean, han declarado que el Reino Unido había pasado de no ser muy distinto de Alemania o de Estados Unidos a parecerse más a Italia y a Grecia. Según el ex-secretario del Tesoro, Larry Summers, la quinta economía mundial se está comportando como un mercado emergente. Al propio Carlos III, se le escapó un “Oh, dear” durante su entrevista con Sunak y, en un chiste aparecido en “El Mundo”, se ve al Rey decir, tras estrecharle la mano al nuevo “premier”, “!El siguiente!”.
Para el “Financial Times”, en un artículo sobre ”El efecto del Brexit”, el impacto económico de la salida de la UE ha supuesto para cada familia británica una pérdida de £870 al año. Según el directivo del Banco de Inglaterra, Michael Sanders, la economía del Reino Unido se ha visto dañada de forma permanente por el Brexit. La necesidad de aumento de los íncubos y los recortes de gastos no habrían existido si el Brexit no hubiera reducido tanto la producción potencial de la economía, y el daño ha afectado especialmente las empresas pequeñas. La libra se ha devaluado más que el euro en relación con el dólar. La economía británica ha entrado ya en recesión en el tercer trimestre de 2022 ,y podría permanecer en esta situación hasta finales de 2024. La inflación ha llegado al 10.1% y los intereses de las hipotecas subieron en octubre al 6.65%. El Director del Instituto de Estudios Fiscales, Paul Johnson -quizás influenciado el campeonato mundial de fútbol de Qatar-, ha afirmado que el Brexit fue un “autogol económico”. Los autogoles suelen ser accidentales, aunque también puede ser voluntarios y, como en el presente caso, pueden producirse por desviar un tiro del equipo contrario, despejar mal un balón o un error de cálculo. ”A los políticos se les hace aún la boca agua hablando de las oportunidades del Brexit, pero lo cierto es que los británicos han salido perdiendo; la inflación supera ya el 11% y la familia media va a perder el 7% de su poder adquisitivo”. Al haber abandonado la UE, Gran Bretaña ha perdido el paraguas protector del Banco Central Europeo y de las instituciones comunitarias.
Sunak, partidario del liberalismo económico, había criticado acerbamente la política financiera de Truss, y lo primero que hizo en cuanto a recibió su nombramiento fue mantener como secretario del Tesoro a Jeremy Hunt, quien ya había iniciado un giro copernicano en la política económica de Truss y modificado dicha política al 100%. Ha derogado las propuestas de bajar los impuestos a la rentas más elevadas y las considerables subvenciones previstas, y decidido aumentar los impuestos. Pese a ello, tendrá que hacer frente a un agujero fiscal de más de 50.000 millones heredado del presupuesto de Truss, y ya anunciado la imperiosa necesidad hacer severos recortes en el gasto público. Sunak ha sido partidario del Brexit desde el principio y no parece haber aprendido la lección, pues sigue en sus trece al haber afirmado que “yo voté por el Brexit, creo en el Brexit y sé que puede suponer grandes beneficios y oportunidades para el país, empezando por el control apropiado de la inmigración”. Resulta paradójico que esto lo diga un inmigrante, que has expresado su intención de enviar a Ruanda a las personas que han entrado ilegalmente en Gran Bretaña a pesar de los obstáculos judiciales. El “Sunday Times” ha lanzado el globo sonda de que el Gobierno estaba sopesando la idea de reducir las fricciones comerciales con la UE mediante la negociación de un acuerdo similar al que la Unión tiene con Suiza, pero Sunak que se ha apresurado a desmentir esa posibilidad y afirmado que su Gobierno no tenía la menor intención de mantener una relación con la UE que supusiera su alineamiento con las reglas comunitarias. Y lo peor es que el líder de la oposición y más que posible primer ministro, Keir Starmer -que se había opuesto al Brexit como la mayoría del Partido Laborista- ha declarado que, si llegara al poder, no renegociaría la salida de Gran Bretaña de la Unión. Es probable que Sunak abandone, o suavice al menos, la política de hostilidad hacia la UE de sus predecesores y trate de llegar a algún tipo de acuerdo, aunque siempre desde fuera de la Unión.
En el ámbito político, el Brexit ha generado al Reino Unido dos graves problemas, cuáles son los de Irlanda del Norte y de Escocia, territorios ambos en los que la mayoría de sus habitantes se opusieron al abandono de la UE. En el Ulster, las últimas elecciones regionales fueron ganadas por el partido nacionalista irlandés católico Sinn Fein y, pese al compromiso asumido el Acuerdo del Viernes Santo de 1998, por el que éste y el partido nacionalista probritánico protestante -el Partido Unionista del Ulster- se habían comprometido a formar un Gobierno de coalición, el PUU se ha negado a integrarse en un Gobierno dual. Su presidente, Jeffrey Donaldson, ha declarado que su partido no entrará en el Gobierno hasta que no se elimine el Protocolo sobre Irlanda del Norte firmado por Gran Bretaña y la UE. Boris Johnson trató de modificar unilateralmente el Protocolo por él firmado y dictó normas internas contrarias a sus disposiciones. La UE ha denunciado la violación por el Reino Unido de un tratado internacional y le ha abierto un procedimiento de infracción. Las espadas siguen en alto y -aunque la Unión se haya mostrado dispuesta a hacer algunas concesiones para atender a las preocupaciones del partido unionista - mantiene lo esencial del Acuerdo, de conformidad con el principio de Derecho Internacional “pacta sunt servanda”. El secretario británico para Europa, Leo Docherty, ha declarado que su Gobierno esperaba poder negociar un pacto que atendiera a los intereses de los irlandeses del norte y de todas las partes, al mismo tiempo mantuviera la integridad del mercado único europeo, pero las posiciones Gran Bretaña y de la UE parecen irreconciliables. Si no se lograra un acuerdo, se iniciaría una guerra comercial entre las dos partes y, sobre todo, podría ponerse en riesgo la aplicación del Acuerdo de 1998, que puso fin al cruento enfrentamiento entre las dos comunidades, y provocar la reanudación del conflicto guerra-civilista. El empecinamiento del PUU a negarse a entrar en un Gobierno de coalición va a obligar a que se celebren en breve nuevas elecciones regionales, con la posibilidad de que las gane de nuevo el Sinn Féin y que éste reclame con mayor intensidad la reunificación de las dos partes de Irlanda. Como consecuencia del Brexit, se ha puesto en riesgo la aplicación del delicado pacto para la pacífica convivencia de las dos comunidades y existe el peligro de que se vuelvan a producir los enfrentamientos sectarios.
En Escocia, la situación no es menos preocupante. Cameron accedió a que se celebrara en Escocia en 2014 un referéndum de autodeterminación para que el pueblo escocés decidiera sobre si quería mantener la integración en el Reino Unido o declarar la independencia, y el Sí prevaleció sobre el No por 55.3% frente al 44.7%. Ahora, el Partido Nacionalista Escocés, liderado por Nicola Sturgeon -primera ministra del Gobierno de Escocia- ha solicitado la venia del Gobierno británico para celebrar en 2024 un nuevo referéndum, alegando la clausula “rebus sic stantibus” -cambio de circunstancias-, pues la mayoría de los escoceses había votado a favor de la permanencia Escocia en el Reino Unido, que a la sazón formaba parte de la UE, pero ahora -a causa del Brexit- el país ha dejado de formar parte de la Unión en contra de su voluntad. El Gobierno de Londres ha negado su autorización para la celebración del solicitado referéndum y el Gobierno escocés ha recurrido esta decisión ante el Tribunal Supremo del Reino Unido, que ha decidido por unanimidad de sus jueces que el Parlamento escocés no tenía facultad para convocar una consulta soberanista sin la anuencia de Westminster, de conformidad con la sección 30 del Acta de Escocia. Pese a estar en desacuerdo con la sentencia, Sturgeon la ha acatado, reconociendo que cualquier vía hacia la independencia debería ser legal y renunciando implícitamente a una solución unilateral “a la catalana”. Ha señalado, sin embargo, que no renunciará a la celebración de un referéndum de autodeterminación al que Escocia tiene derecho y que convertirá las elecciones de 2024 en un referéndum “de facto” sobre independencia de Escocia. La población escocesa está escindida en dos mitades irreconciliables -45% a favor de la independencia y 45% en contra, con un 10% de indecisos. Cualquiera que sea la solución que finalmente prevalezca, las consecuencias del Brexit no han podido ser más dañinas para la ciudadanía escocesa.
Como ha observado Pol Morillas, desde el Brexit toda la política británica ha girado en torno a él. Se ha producido un solapamiento de diversas crisis de distinta índole, pero la de mayor incidencia ha sido la del abandono de la UE, porque no se han cumplido las expectativas británicas de que fuera de la Unión al país le iría mejor. El Reino Unido se ha instalado en una situación de inestabilidad y confusión. Según los sondeos, una ligera mayoría de la población británica considera que el Brexit ha sido negativo para Gran Bretaña y que ésta se encuentra actualmente peor política y económicamente que cuando era miembro de la UE, pero el orgullo impide a sus dirigentes rectificar su error y reconsiderar la situación. Muchos analistas estiman que al país le convendría mejorar sus relaciones con la Unión, e incluso volver a reincorporarse a ella, pero Sunak ha rechazado “inequívocamente” la posibilidad de una renegociación con Bruselas, y Starmer le ha ido a la zaga. Según ha editorializado “El Mundo”, seis años después del referéndum sobre el Brexit, el Reino Unido asiste a la implosión del Partido Conservador. “La apuesta de los tories por una fantasía divorciada de la realidad, en manos de inexpertos y sin otro fundamento político que una serie de consignas simplistas contra Europa, ha resultado un clavo en el ataúd de la formación, y ha hundido al país en el caos económico y en un progresivo aislamiento”. En efecto, la vieja y desgastada Britannia, hundida en su espléndido aislamiento y en estado de crisis permanente, se resiste a darse cuenta de que ya no gobierna las olas.
Madrid, 2 de diciembre de 2022
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