El pasado
día 9 se produjo la temida noticia: Donald Trump fue elegido como 45º
Presidente de Estados Unidos. Con una participación de 53% del electorado, Hillary Clinton ganó las elecciones a nivel nacional por 234.367 votos de diferencia: 59.942.630
(47,5%) frente a 59.707.667 (45.5%), distribuyéndose el 4.6% restante entre Gary
Johnson –Partido Libertario-, Jill Stein –Partido Verde- y Evam McMullin –“Mejor
para América”-. Sin embargo, Trump hizo honor a su apellido y triunfó al final,
al conseguir mayor número de compromisarios -306 frente a 232-, ya que superó a
Clinton en 7 de los “Estados-bisagra” -“swing
States-”que se pronuncian por el
Partido Republicano o por el Demócrata según la coyuntura: Arizona, Carolina
del Norte, Florida, Iowa, Ohio, Pensilvania y Virginia Occidental. Por grupos
raciales, Trump ha conseguido el voto de 58% de los blancos -68% entre los
hombres-, 29% de los hispanos y los asiáticos, y 8% de los afroamericanos, y
Clinton el 37% de los primeros
–especialmente mujeres-, 65% de los segundos –principalmente de los de origen
cubano- y 88% de los terceros. Trump ha ganado en las zonas rurales y en las
industrializadas en crisis, en el Sur profundo, en el centro del país y en el
Medio Oeste, y Clinton en los Estados ribereños del Atlántico y del Pacífico,
pero ha perdido algunos de sus feudos en el centro-este, como Pensilvania, Ohio
o Michigan. Mientras uno ha conseguido movilizar a sus partidarios para que
acudieran a votar, la otra no hizo lo propio, pues la participación de los
afroamericanos disminuyó en un 8%, muchos hispanos no acudieron a las urnas, las féminas
no estuvieron a la alturas de las expectativas de Hillary y muchos jóvenes que
había apoyado a Bernie Sanders en las primarias se abstuvieron o votaron a
candidatos marginales. Los republicanos han
conseguido asimismo la mayoría absoluta en el Senado -53 senadores frente a 47-
y en el Congreso -239 diputados frente a 193-. Todos los sondeos -que
vaticinaban la victoria de Clinton- han fracasado estrepitosamente, por el
pudor de muchos encuestados a declarar un apoyo a Trump considerado
“políticamente incorrecto”. El único que ha acertado ha sido Allan Lichtman,
que ha elaborado un modelo científico propio que le ha permitido acertar en sus
pronósticos desde hace 32 años. Como en Gran Bretaña tras el referéndum sobre
el “Brexit”, Estados Unidos ha quedado escindida en dos mitades radicalmente
enfrentadas: campo c/ ciudad, mayores c/menores, personas cultas c/ otras menos
educadas, conservadores c/ renovadores…y –como rasgo peculiar estadounidense- blancos
c/ minorías de piel más o menos morena.
Fracaso de Hillary
Clinton
Es muy
difícil para un europeo hacer un juicio de valor sobre la política y las costumbres
de Estados Unidos, y sobre la mentalidad y el comportamiento de sus habitantes,
que, si en muchos aspectos son similares a los de Europa, en otros son
totalmente distintos. De aquí que debamos ser prudentes al emitir nuestro
veredicto. Cabe afirmar que, más que un éxito de Trump, ha sido un fracaso de
Clinton, ya que aquél no ha sumado más votos que sus predecesores Mitt Romney y
John McCain, mientras que ésta ha sacado bastante menos que Barack Obama.
Hillary Rodham ha perdido una ocasión única para haberse convertido en la
primera Presidenta norteamericana, cuando los hados estaban a su favor. Buena
parte de culpa le corresponde a ella, porque –pese a sus múltiples cualidades-
es una mujer fría, distante, ambiciosa y carente de empatía y carisma. Tenía
además varios esqueletos en su armario: afinidades peligrosas con las grandes
empresas, enriquecimiento rápido y dudoso, problemas de relación con su infiel
esposo Bill, utilización irresponsable para sus correos electrónicos de un
servidor privado en lugar del oficial en su época de Secretaria de Estado….
Otra parte de la culpa le es ajena ya
que deriva de su impopularidad por
aparecer como el arquetipo del “establishment”.
La revista “The New Yorker” llegó a publicar hace a años un artículo titulado “Odiar a Hillary”, en el que comentaba
que se había puesto de moda “poner a caer de un burro” –y nunca mejor empleada
la frase-a la que fuera primera dama, Senadora y Secretaria de Estado. No cabe
la menor duda que, en cuanto a formación y experiencia, Hillary da ciento y
raya a Donald, pero esta circunstancia –que debería haberla favorecido- ha
surtido justamente el efecto contrario. Felipe Fernández-Armesto se ha mostrado
sorprendido de que el pueblo estadounidense haya elegido para la más alta
magistratura de la nación a una persona “vulgar”. A mí, sin embargo, no me ha
sorprendido lo más mínimo. Nueva York, San Francisco y otras grandes urbes son
partes excepcionales de Estados Unidos, pero el resto del país es bien distinto.
En mi opinión, el pueblo norteamericano es en su mayoría –y lo digo con el
debido respeto- vulgar y mediocre, desconfía de los intelectuales (“eggheads”) y del “establishment” político, económico y social, y le gusta estar
representado por personas vulgares y mediocres como él. Prueba de ello es el
fracaso electoral de ilustrados candidatos a la Presidencia como
Hubert Humphrey, Adlai Stevenson, Georg McGovern, Mike Dukakis o Al Gore. Como
anécdota significativa, puedo mencionar que, hace ya muchos años, me hice amigo
en Liberia de un joven diplomático estadounidense que había estudiado en Oxford
y en París, hablaba varios idiomas y era extremadamente culto. Un día le auguré
un brillante porvenir en su carrera y me dijo que lo veía difícil, porque en su
Ministerio le llamaban “el europeo”, lo
que no era precisamente un cumplido. Ha habido un tercer elemento que ha
influido de forma decisiva en la derrota de Hillary: la turbia actuación del
FBI. Clinton fue investigada por el uso indebido de servidor privado en su
época de Secretaria de Estado, pero de la investigación se dedujo que no había
cometido ningún delito, sino una mera imprudencia que no había puesto en riesgo
la seguridad nacional .Esta reprimenda sirvió a Trump para atacar duramente a
su contrincante e incluso la amenazó de encarcelarla si llegaba a ser
Presidente. El 28 de Octubre -11 días antes de la celebración de las
elecciones- el Director del FBI, James Comey -sin la autorización del
Departamento de Justicia del que depende- envió una carta al Senado para
informarle de que se habían encontrado nuevos correos enviados en su día por
Cliton desde su servidor no oficial y –sin siquiera haber examinado su
contenido- afirmó que parecían ser “pertinentes para la investigación”, lo que
suministró munición letal a los republicanos para reanudar sus furibundos
ataques contra la candidata. Nueve días más tarde -dos antes del día D-, Comey
declaró que, tras el examen de los correos, se había llegado a la conclusión de
que Clinton no había violado la ley. La aclaración llegaba demasiado tarde y no
sirvió para que la agraviada recuperara el terreno perdido –“calumnia, que algo
queda”-. Antes de esta maniobra del FBI, Clinton sacaba diez puntos de ventaja
a Trump en las encuestas y, después de la filtración de las sospechas sobre una
actuación ilegal, se llegó a un empate técnico. Según le acusó el Jefe de la
minoría demócrata en el Senado, Harry Reid, Comey había violado la Ley Hatch de 1939, que
prohíbe a los altos cargos del ejecutivo interferir en las elecciones e influir
en sus resultados. No sé cuál ha podido ser la motivación de Comey y si ha
actuado a instancias de alguien, pero “algo huele a podrido en el reino de
Dinamarca”. Sin caer en psicosis conspirativas- cabe recordan las
irregularidades de la época de Edgard Hoover, cuando el FBI era –y, al parecer,
sigue siendo- un Estado dentro del Estado. Es obvio que este episodio ha perjudicado
de forma considerable a Clinton y, tras la victoria de Trump, es harto improbable
que se investigue la sospechosa e inexplicada conducta de Comey.
“Trump” significa triunfo
Trump es justamente lo contrario
a Clinton: un “self-made man”, descendiente
de inmigrantes, que con su trabajo e ingenio –y la ayuda de un padre
moderadamente millonario- se ha hecho inmensamente rico. Pese a formar parte
del “establishment” económico, ha
tenido la habilidad de presentarse a la opinión pública como el látigo del
corrupto “establishment” político, el
“sheriff” de “Sólo ante el peligro”, que se opone en solitario y a cuerpo limpio
a los malvados que abusan del poder. Se ha enfrentado con sus adversarios y sus correligionarios, se ha
lanzado a la palestra sin ningún programa, ha hecho declaraciones y promesas
contradictorias e imposibles de cumplir, y ha realizado una campaña rabiosamente
populista plena de insultos y
descalificaciones. Pese a ello y contra todo
pronóstico, ha logrado la investidura sin el apoyo del aparato del Partido Republicano e incluso con su oposición. “¡Chapeau!”. Ha recibido entusiastas elogios y feroces
críticas dentro y fuera del país. Así,, Paul Krugman ha dicho en “The New York Times” que tanto él como su
periódico no entendían en qué país vivían. “Creíamos
que nuestros ciudadanos no votarían a un candidato tan manifiestamente carente
de calificaciones para tan alto puesto, tan temperamentalmente inestable y tan
aterrador, a la par que ridículo. Pensábamos que la nación –pese a no haber
superado plenamente el racismo y la misoginia- había llegado a ser más abierta
y tolerante. Creíamos que la gran mayoría de los americanos valoraba las normas
democráticas y el Estado de Derecho, y resulta que estamos equivocados”.
Más duro aún, ha sido el Director de la
revista “The New Yorker”, David
Remnick, que ha afirmado que la elección de Donald Trump es una tragedia para la República y para la Constitución , y un
triunfo de las fuerzas del parroquialismo, el autoritarismo, la misoginia y el
racismo. “Su chocante victoria y su
acceso a la Presidencia
constituyen un acontecimiento repulsivo
en la historia de Estados Unidos y de la democracia liberal”. Muchos males
están por venir con “un Tribunal Supremo
cada vez más reaccionario, un envalentonado Congreso controlado por la derecha
y un Presidente que ha puesto reiteradamente de manifiesto su desprecio por la
mujer y las minorías, las libertades cívicas y los hechos científicos, por no
mencionar la simple decencia”. Trump es el epítome de la vulgaridad sin límites,
un dirigente nacional ignorante que hará que se desplomen los mercados e inculcará
temor en los corazones de los vulnerables y de los débiles- Que haya ganado
esta elección es un golpe demoledor para el espíritu. Arrastrará al país a un
período de incertidumbre económica, política y social inimaginable. El
electorado, en su pluralidad, ha optado por vivir en un mundo de “vanidad, odio, arrogancia, mentira y
temeridad”. El desdén de Trump por las normas democráticas “nos conducirá inevitablemente al declive y
al sufrimiento”.
En España tampoco
han faltado las críticas aceradas. Arcadi Espada ha dicho que Trump es un
agravio a la razón, a la democracia, al progreso, a la cultura y a la
convivencia, pues es “un aventurero
bravucón, sin más preparación que su
instinto, que ha hecho de la insensatez
su programa”. El daño que pueda hacer está por ver, pero “su tremenda victoria introduce un tóxico letal
en las democracias”. Según Rafael Navarro-Valls, Trump ha sabido
instrumentar el populismo y presentarse como su héroe, explotar las angustias
subterráneas de los norteamericanos sobre la inmigración, el terrorismo o la economía,
y encauzar los sentimientos contrarios a la dictadura de lo políticamente
correcto. El desaforado cerco informativo y su demonización mediática han tenido un efecto “boomerang” y lo han hecho
aparecer como una víctima, lo que ha provocado un sentimiento de solidaridad a su favor.
Para Melitón Cardona, Trump es un hombre deslenguado e histriónico, carente de
modales, pero que “ha demostrado tener un
instinto político que le ha permitido conectar con el sentimiento de hastío de
una mayoría de ciudadanos, que se consideran divorciados de una clase política
asentada que no los representa”. Felipe Fernández-Armesto, ha señalado que
los que soñaban con los beneficios de la democracia sufren ahora la pesadilla
de una presidencia peligrosa e
impredecible. “Los ciudadanos han votado,
no ya un inexistente programa coherente, sino una retórica ruidosa y vacía”.
Desde la victoria del populista Andrew Jackson en 1829, Estados Unidos no había
elegido como Presidente a un demagogo y el triunfo de Trump ha puesto en
evidencia las carencias de la democracia norteamericana. Y concluía diciéndole
con ironía: “Enhorabuena señor Trump. Ha conseguido Vd. que,
desde hoy, miremos con desconfianza la democracia modélica del mundo”. Lo más
grave es que no se trata de una elección cualquiera, sino –como ha observado
Luis María Anson- de la elección del hombre más poderoso del mundo, que
condiciona la economía mundial y maneja la fuerza militar más abrumadora de la
tierra.
Política interior de
Trump: Proteccionismo
Aunque Trump carece de un
programa estructurado y coherente, de sus declaraciones se pueden deducir dos
rasgos fundamentales que inspirarán su futura política: el proteccionismo en el
interior y el aislacionismo en el exterior. Pretende dar un giro de 180º a la
política económica y exterior de Estados Unidos. En el plano interno, preconiza
el proteccionismo y una limitación de la libertad de comercio, que pueden
causar estragos en la economía global. Protegerá las empresas norteamericanas y
tomará medidas para disuadirlas de que trasladen su producción al extranjero –“obligaremos
a Apple a fabricar sus malditos ordenadores en casa”-, subirá las tarifas
arancelarias existentes y establecerá otras nuevas. Ha prometido denunciar el
Tratado Transpacífico de Cooperación Económica, renegociar el Tratado de Libre
Comercio con Canadá y Méjico (NAFTA) y otros acuerdos comerciales para mejorar
los intereses de Estados Unidos, ralentizar el Tratado Trasatlántico de
Libertad de Comercio (TTIP) y luchar contra el “dumping” de China, lo que podría desencadenar una guerra comercial
con un país que posee la mayor parte de la deuda norteamericana. Desmontará las
restricciones impuestas a Wall Street
tras la crisis de las hipotecas-basura, bajará los impuestos a las rentas más
altas, potenciará las energías de origen petrolífero en detrimento de las
renovables, y mejorará las infraestructuras del país. Suprimirá o reducirá las
medidas adoptadas para lucha contra el cambio climático, que considera un mito
o un “cuento chino” – “el concepto de
calentamiento global fue inventado por los chinos para lograr que la industria
norteamericana no sea competitiva”-, como se puede deducir del anunciado
nombramiento como Director de la
Agencia para la
Protección del Medio Ambiente de Myron Ebell, que estuvo en contra
a la firma del Convenio de París sobre el Cambio Climático. Ha fomentado el
odio racial al convertir a los inmigrantes en los chivos expiatorios de los
males del país y se ha comprometido a expulsar a corto plazo a dos millones de
inmigrantes condenados por la justicia y, a medio plazo, a otros 11 millones,
así como a levantar una “muralla de la vergüenza” en la frontera con Méjico.
Habría que recodarle lo que dijo un tal John F. Kennedy en Berlín. “Ich bin
ein Mexicaner”. Piensa derogar la
reforma sanitaria de Obama, lo que supondrá la pérdida de la cobertura médica
de 20 millones de ciudadanos, que no disponen de recursos para abonar un
seguro. En una palabra, tratará de desarbolar la política seguida por la
anterior Administración demócrata y de cambiar en 100 días el país de arriba
abajo “para devolver a América su
grandeza”.
Política exterior de Trump: Aislacionismo
Lo que ocurra en el plano interno
no me importa demasiado, porque el pueblo soberano norteamericano ha elegido
libre y democráticamente a su Presidente y debe atenerse a las consecuencias.
Cabría decirles que “con su pan se lo coman” y observar que “sarna con gusto no
pica”. Cuestión bien distinta es el ámbito externo que es mucho más
preocupante, ya que afecta al futuro del mundo, de Europa y de España. No es
fácil adivinar cuál va a ser la política exterior de Trump dadas su total
inexperiencia en la materia y su imprevisibilidad. No obstante, hay -como ha
señalado Jeremy Shapiro- una cierta consistencia en su inconsistencia. Como
consecuencia de su actitud
ultranacionalista y neo- aislacionista
–“América para los [norte]americanos”-, priorizará los intereses de Estados Unidos
sobre los de cualquier alianza, por lo que podría verse cuestionada su
tradicional relación trasatlántica con la OTAN y la UE. Ha expresado un deseo genérico de “mantener buenas relaciones con todos los países”,
pasando por alto que es el líder de la Alianza occidental. Se ha quejado de que su país
paga el 73% de los gastos de la
OTAN y ha manifestado que no seguirá financiándola si los demás
Estados miembros no aumentan su contribución económica. Se niega a ser el
“gendarme del mundo” y a “proteger a
países que no paguen nuestros servicios”. Los europeos deberán, pues, pagar
por su seguridad militar, porque -como
ha señalado Raúl del Pozo- “las legiones
imperiales sólo ayudarán a Europa si son alquiladas como mercenarias”. Se ha
inclinado por reducir su grado de compromiso para garantizar la seguridad de
los países vecinos de Rusia, con la que parece dispuesto a ser más tolerante y
a olvidar sus tropelías en Crimea, Ucrania o Georgia. No es de extrañar que
Vladimir Putin esté exultante y haya sido uno de los primeros en felicitarle
por su elección, y haya declarado que “un
diálogo entre Rusia y Estados Unidos responde a los intereses de los dos países”.
Trump admira a Putin y éste se aprovecha de ello. Se
“han dado el pico” durante la campaña electoral e intercambiado elogiosos
mensajes: ”Trump es una persona brillante
y con talento, y el líder absoluto de l campaña presidencial” -dijo uno- y
“Putin es un gran hombre, muy respetado
en su propio país y fuera de él” –replicó el otro. Harry Reid le ha echado en
cara sus estrechos vínculos “con una potencia extranjera abiertamente
hostil a Estados Unidos, a la que elogia cada vez que tiene oportunidad”. La
intención de Trump de disminuir la presencia norteamericana en Europa debilitaría la OTAN y facilitaría que Rusia
reforzara su presencia en el flanco oriental. De ahí que el Secretario General
de la Alianza ,
Jens Stoltenberg, se haya apresurado a afirmar que “el liderazgo de Estados Unidos es más necesario que nunca”.
Siguiendo su trayectoria
aislacionista, Trump pretende reducir asimismo su presencia en el Medio
Oriente. Ha hecho gala de una actitud antimusulmana militante – prohibición a
los musulmanes de acceder al país- y expresado su intención de liquidar por la
fuerza al Estado Islámico, para lo que considera conveniente tener buenas
relaciones con Rusia y con el Presidente sirio Bachar al-Asad. Se ha opuesto al
Acuerdo nuclear con Irán inspirado por Obama, por lo que la eventual retirada
de Estados Unidos del mismo tendría consecuencias negativas para el proceso de
estabilización de la región. Latino-América no figura entre las prioridades de
la política exterior de Trump, si bien su actitud hacia los inmigrantes
–restricciones, expulsiones y construcción de una muralla en la frontera sur-
va a afectar muy adversamente a Méjico, donde los efectos de su elección ya se
han hecho sentir con el desplome del valor del peso. Respecto a Cuba, aunque se
había mostrado favorable a la
normalización de las relaciones, la necesidad del voto de los cubano-americanos
le hizo cambiar de opinión, por lo que es posible que se congele el deshielo y mantenga
el embargo.
Consolidación, exaltación y difusión del populismo
Uno de los efectos colaterales del “trumpazo” ha sido la consolidación de un
populismo de la peor especie. El propio Trump había manifestado que su elección
iba a ser un “Brexit plus” y ha
recibido el apoyo incondicional del euroescéptico inglés Nigel Farage, que ha afirmado que el
futuro Presidente odia más a la UE
que él. Como ha observado Wolfgang Shäuble, “el populismo demagogo no sólo existe en Estados Unidos” y es de temer
que el éxito de Trump refuerce a los movimientos populistas en Italia (Cinco
Estrellas), Países Bajos (Partido por la Libertad ), Francia (Frente Nacional) y Alemania
(Alternativa), y cause las derrotas de Matteo Renzi, Mark Rutte, François
Hollande y Angela Merkel. Curiosamente, el populismo anida en la derecha en la Europa del Norte (Países
Bajos, Francia, Alemania) y en la izquierda en la del Sur (Grecia, Italia,
España). Albert Rivera ha comparado a Trump con Podemos, Siyriza y el Frente
Nacional, porque “comparten un discurso
en el que triunfan el proteccionismo y el egoísmo frente a la libertad y a la
sociedad abierta…Los populismos, sean de extrema derecha o de extrema
izquierda, se tocan”. Pablo Iglesias ha reaccionado con vehemencia –“el que
se pica, ajos come”- negando cualquier parecido con Trump y calificado a Rivera
de “cuñadismo de extremo centro” y de
ser “la mascota de Mariano Rajoy, a mitad
de camino entre la ignorancia y la poca vergüenza”. Según Rosa Díez, hay
millones de ciudadanos en el mundo que están dispuestos a apostar con su voto
por el modelo de sociedad que defienden Trump y el resto de los populistas de
uno y otro lado del Atlántico, y optan por una anti-política que supone negación
de la democracia.
El Partido Republicano va a dominar
por completo la vida política de Estados Unidos, pues controla el poder
ejecutivo, el legislativo –Congreso y Senado- y el judicial, ya que podrá
nombrar jueces conservadores que rompan el equilibrio existente en el Tribunal
Supremo. Pero –como ha observado Luis María Ansón- el mando real no corresponde
sólo al Presidente, sino también al Pentágono, a los Servicios de Inteligencia
y al entramado financiero. Existen además una serie de contrapesos para frenar
al poder ejecutivo y muchos miembros del
legislativo –incluidos algunos republicanos- no están de acuerdo con los
postulados populistas de Trump, quien –tras haberse enfrentado a los dirigentes
y la estructura de su partido- puede encontrar a la criada respondona. Ya vendrá
el Tío Sam con la rebaja y Trump tendrá que tragarse muchas de sus promesas. El
populismo deberá dejar paso a la “Realpolitik”.
Ha moderado su lenguaje para ofrecer una
mejor imagen mediante su discurso de
aceptación del cargo y con su entrevista con el Presidente Obama. En el
primero, se ha mostrado constructivo y tranquilizador, diciendo que será el
Presidente de todos los estadounidenses y haciendo un llamamiento para restañar
las divisiones y recuperar la unidad del país; con la segunda, ha dado señas de
normalidad institucional y de continuidad en la gobernación. Habrá que ver de
qué equipo se rodea, pues –según Navarro-Valls- un Presidente sin buenos
consejeros es como una tortuga boca arriba, que puede moverse mucho pero no
llegará a ninguna parte. Al acceder al Gobierno, los indignados de ayer se suelen convertir en los moderados de hoy.
El mayor error que puede cometer Trump sería dejarle el campo libre a Rusia con
la debilitación de la OTAN
y un repliegue apresurado de Europa por mor del aislacionismo. Como el Gato de Cheshire
en “Alicia”, el viejo zorro de Putin
se relame los bigotes y afila las uñas para atrapar los incautos ratones de su
entorno. La OTAN
debe superar su crisis y la UE
impulsar el paralizado proceso de integración, aprovechando el sentimiento de
temor que las eventuales decisiones de Trump causarán en los hasta ahora reticentes
Estados de Europa Oriental, más atlantistas que comunitarios.
Madrid, 13 de Noviembre de 2016
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