lunes, 21 de noviembre de 2016

ELECCIONES USA: ¡Y EL GANADOR ES….VLADIMIR PUTIN!



            El pasado día 9 se produjo la temida noticia: Donald Trump fue elegido como 45º Presidente de Estados Unidos. Con una participación de  53% del electorado, Hillary  Clinton ganó las elecciones a nivel nacional  por 234.367 votos de diferencia: 59.942.630 (47,5%) frente a 59.707.667 (45.5%), distribuyéndose el 4.6% restante entre Gary Johnson –Partido Libertario-, Jill Stein –Partido Verde- y Evam McMullin –“Mejor para América”-. Sin embargo, Trump hizo honor a su apellido y triunfó al final, al conseguir mayor número de compromisarios -306 frente a 232-, ya que superó a Clinton en 7 de los “Estados-bisagra” -“swing States-”que se pronuncian  por el Partido Republicano o por el Demócrata según la coyuntura: Arizona, Carolina del Norte, Florida, Iowa, Ohio, Pensilvania y Virginia Occidental. Por grupos raciales, Trump ha conseguido el voto de 58% de los blancos -68% entre los hombres-, 29% de los hispanos y los asiáticos, y 8% de los afroamericanos, y Clinton el  37% de los primeros –especialmente mujeres-, 65% de los segundos –principalmente de los de origen cubano- y 88% de los terceros. Trump ha ganado en las zonas rurales y en las industrializadas en crisis, en el Sur profundo, en el centro del país y en el Medio Oeste, y Clinton en los Estados ribereños del Atlántico y del Pacífico, pero ha perdido algunos de sus feudos en el centro-este, como Pensilvania, Ohio o Michigan. Mientras uno ha conseguido movilizar a sus partidarios para que acudieran a votar, la otra no hizo lo propio, pues la participación de los afroamericanos disminuyó en un 8%, muchos  hispanos no acudieron a las urnas, las féminas no estuvieron a la alturas de las expectativas de Hillary y muchos jóvenes que había apoyado a Bernie Sanders en las primarias se abstuvieron o votaron a candidatos marginales.  Los republicanos han conseguido asimismo la mayoría absoluta en el Senado -53 senadores frente a 47- y en el Congreso -239 diputados frente a 193-. Todos los sondeos -que vaticinaban la victoria de Clinton- han fracasado estrepitosamente, por el pudor de muchos encuestados a declarar un apoyo a Trump considerado “políticamente incorrecto”. El único que ha acertado ha sido Allan Lichtman, que ha elaborado un modelo científico propio que le ha permitido acertar en sus pronósticos desde hace 32 años. Como en Gran Bretaña tras el referéndum sobre el “Brexit”, Estados Unidos  ha quedado escindida en dos mitades radicalmente enfrentadas: campo c/ ciudad, mayores c/menores, personas cultas c/ otras menos educadas, conservadores c/ renovadores…y –como rasgo peculiar estadounidense- blancos c/ minorías de piel más o menos morena.

Fracaso de Hillary Clinton

            Es muy difícil para un europeo hacer un juicio de valor sobre la política y las costumbres de Estados Unidos, y sobre la mentalidad y el comportamiento de sus habitantes, que, si en muchos aspectos son similares a los de Europa, en otros son totalmente distintos. De aquí que debamos ser prudentes al emitir nuestro veredicto. Cabe afirmar que, más que un éxito de Trump, ha sido un fracaso de Clinton, ya que aquél no ha sumado más votos que sus predecesores Mitt Romney y John McCain, mientras que ésta ha sacado bastante menos que Barack Obama. Hillary Rodham ha perdido una ocasión única para haberse convertido en la primera Presidenta norteamericana, cuando los hados estaban a su favor. Buena parte de culpa le corresponde a ella, porque –pese a sus múltiples cualidades- es una mujer fría, distante, ambiciosa y carente de empatía y carisma. Tenía además varios esqueletos en su armario: afinidades peligrosas con las grandes empresas, enriquecimiento rápido y dudoso, problemas de relación con su infiel esposo Bill, utilización irresponsable para sus correos electrónicos de un servidor privado en lugar del oficial en su época de Secretaria de Estado…. Otra parte de la culpa le es ajena  ya que  deriva de su impopularidad por aparecer como el arquetipo del “establishment”. La revista  “The New Yorker” llegó a publicar hace a años un artículo titulado “Odiar a Hillary”, en el que comentaba que se había puesto de moda “poner a caer de un burro” –y nunca mejor empleada la frase-a la que fuera primera dama, Senadora y Secretaria de Estado. No cabe la menor duda que, en cuanto a formación y experiencia, Hillary da ciento y raya a Donald, pero esta circunstancia –que debería haberla favorecido- ha surtido justamente el efecto contrario. Felipe Fernández-Armesto se ha mostrado sorprendido de que el pueblo estadounidense haya elegido para la más alta magistratura de la nación a una persona “vulgar”. A mí, sin embargo, no me ha sorprendido lo más mínimo. Nueva York, San Francisco y otras grandes urbes son partes excepcionales de Estados Unidos, pero el resto del país es bien distinto. En mi opinión, el pueblo norteamericano es en su mayoría –y lo digo con el debido respeto- vulgar y mediocre, desconfía de los intelectuales (“eggheads”) y del “establishment” político, económico y social, y le gusta estar representado por personas vulgares y mediocres como él. Prueba de ello es el fracaso electoral de ilustrados candidatos a la Presidencia como Hubert Humphrey, Adlai Stevenson, Georg McGovern, Mike Dukakis o Al Gore. Como anécdota significativa, puedo mencionar que, hace ya muchos años, me hice amigo en Liberia de un joven diplomático estadounidense que había estudiado en Oxford y en París, hablaba varios idiomas y era extremadamente culto. Un día le auguré un brillante porvenir en su carrera y me dijo que lo veía difícil, porque en su Ministerio le llamaban  “el europeo”, lo que no era precisamente un cumplido. Ha habido un tercer elemento que ha influido de forma decisiva en la derrota de Hillary: la turbia actuación del FBI. Clinton fue investigada por el uso indebido de servidor privado en su época de Secretaria de Estado, pero de la investigación se dedujo que no había cometido ningún delito, sino una mera imprudencia que no había puesto en riesgo la seguridad nacional .Esta reprimenda sirvió a Trump para atacar duramente a su contrincante e incluso la amenazó de encarcelarla si llegaba a ser Presidente. El 28 de Octubre -11 días antes de la celebración de las elecciones- el Director del FBI, James Comey -sin la autorización del Departamento de Justicia del que depende- envió una carta al Senado para informarle de que se habían encontrado nuevos correos enviados en su día por Cliton desde su servidor no oficial y –sin siquiera haber examinado su contenido- afirmó que parecían ser “pertinentes para la investigación”, lo que suministró munición letal a los republicanos para reanudar sus furibundos ataques contra la candidata. Nueve días más tarde -dos antes del día D-, Comey declaró que, tras el examen de los correos, se había llegado a la conclusión de que Clinton no había violado la ley. La aclaración llegaba demasiado tarde y no sirvió para que la agraviada recuperara el terreno perdido –“calumnia, que algo queda”-. Antes de esta maniobra del FBI, Clinton sacaba diez puntos de ventaja a Trump en las encuestas y, después de la filtración de las sospechas sobre una actuación ilegal, se llegó a un empate técnico. Según le acusó el Jefe de la minoría demócrata en el Senado, Harry Reid, Comey había violado la Ley Hatch de 1939, que prohíbe a los altos cargos del ejecutivo interferir en las elecciones e influir en sus resultados. No sé cuál ha podido ser la motivación de Comey y si ha actuado a instancias de alguien, pero “algo huele a podrido en el reino de Dinamarca”. Sin caer en psicosis conspirativas- cabe recordan las irregularidades de la época de Edgard Hoover, cuando el FBI era –y, al parecer, sigue siendo- un Estado dentro del Estado. Es obvio que este episodio ha perjudicado de forma considerable a Clinton y, tras la victoria de Trump, es harto improbable que se investigue la sospechosa e inexplicada conducta de Comey.
“Trump” significa triunfo

Trump es justamente lo contrario a Clinton: un “self-made man”, descendiente de inmigrantes, que con su trabajo e ingenio –y la ayuda de un padre moderadamente millonario- se ha hecho inmensamente rico. Pese a formar parte del “establishment” económico, ha tenido la habilidad de presentarse a la opinión pública como el látigo del corrupto “establishment” político, el “sheriff” de “Sólo ante el peligro”, que se opone en solitario y a cuerpo limpio a los malvados que abusan del poder. Se ha enfrentado con  sus adversarios y sus correligionarios, se ha lanzado a la palestra sin ningún programa, ha hecho declaraciones y promesas contradictorias e imposibles de cumplir, y ha realizado una campaña rabiosamente populista  plena de insultos y descalificaciones. Pese a ello y contra todo  pronóstico, ha logrado la investidura sin el apoyo del aparato del Partido Republicano e incluso con su oposición. “¡Chapeau!”.  Ha recibido entusiastas elogios y feroces críticas dentro y fuera del país. Así,, Paul Krugman ha dicho en “The New York Times” que tanto él como su periódico no entendían en qué país vivían. “Creíamos que nuestros ciudadanos no votarían a un candidato tan manifiestamente carente de calificaciones para tan alto puesto, tan temperamentalmente inestable y tan aterrador, a la par que ridículo. Pensábamos que la nación –pese a no haber superado plenamente el racismo y la misoginia- había llegado a ser más abierta y tolerante. Creíamos que la gran mayoría de los americanos valoraba las normas democráticas y el Estado de Derecho, y resulta que estamos equivocados”. Más duro aún,  ha sido el Director de la revista “The New Yorker”, David Remnick, que ha afirmado que la elección de Donald Trump es una tragedia para la República y para la Constitución, y un triunfo de las fuerzas del parroquialismo, el autoritarismo, la misoginia y el racismo. “Su chocante victoria y su acceso a la Presidencia constituyen  un acontecimiento repulsivo en la historia de Estados Unidos y de la democracia liberal”. Muchos males están por venir con “un Tribunal Supremo cada vez más reaccionario, un envalentonado Congreso controlado por la derecha y un Presidente que ha puesto reiteradamente de manifiesto su desprecio por la mujer y las minorías, las libertades cívicas y los hechos científicos, por no mencionar la simple decencia”. Trump es el epítome de la vulgaridad sin límites, un dirigente nacional ignorante que hará que se desplomen los mercados e inculcará temor en los corazones de los vulnerables y de los débiles- Que haya ganado esta elección es un golpe demoledor para el espíritu. Arrastrará al país a un período de incertidumbre económica, política y social inimaginable. El electorado, en su pluralidad, ha optado por vivir en un mundo de “vanidad, odio, arrogancia, mentira y temeridad”. El desdén de Trump por las normas democráticas “nos conducirá inevitablemente al declive y al sufrimiento”.

            En España tampoco han faltado las críticas aceradas. Arcadi Espada ha dicho que Trump es un agravio a la razón, a la democracia, al progreso, a la cultura y a la convivencia, pues es “un aventurero bravucón, sin más preparación que  su instinto, que ha hecho de la insensatez  su programa”. El daño que pueda hacer está por ver, pero “su tremenda victoria introduce un tóxico letal en las democracias”. Según Rafael Navarro-Valls, Trump ha sabido instrumentar el populismo y presentarse como su héroe, explotar las angustias subterráneas de los norteamericanos sobre la inmigración, el terrorismo o la economía, y encauzar los sentimientos contrarios a la dictadura de lo políticamente correcto. El desaforado cerco informativo y su demonización mediática  han tenido un efecto “boomerang” y lo han hecho aparecer como una víctima, lo que ha  provocado un sentimiento de solidaridad a su favor. Para Melitón Cardona, Trump es un hombre deslenguado e histriónico, carente de modales, pero que “ha demostrado tener un instinto político que le ha permitido conectar con el sentimiento de hastío de una mayoría de ciudadanos, que se consideran divorciados de una clase política asentada que no los representa”. Felipe Fernández-Armesto, ha señalado que los que soñaban con los beneficios de la democracia sufren ahora la pesadilla de una presidencia  peligrosa e impredecible. “Los ciudadanos han votado, no ya un inexistente programa coherente, sino una retórica ruidosa y vacía”. Desde la victoria del populista Andrew Jackson en 1829, Estados Unidos no había elegido como Presidente a un demagogo y el triunfo de Trump ha puesto en evidencia las carencias de la democracia norteamericana. Y concluía diciéndole con ironía: “Enhorabuena señor Trump. Ha conseguido Vd. que, desde hoy, miremos con desconfianza la democracia modélica del mundo”. Lo más grave es que no se trata de una elección cualquiera, sino –como ha observado Luis María Anson- de la elección del hombre más poderoso del mundo, que condiciona la economía mundial y maneja la fuerza militar más abrumadora de la tierra.

Política interior de Trump: Proteccionismo

               Aunque Trump carece de un programa estructurado y coherente, de sus declaraciones se pueden deducir dos rasgos fundamentales que inspirarán su futura política: el proteccionismo en el interior y el aislacionismo en el exterior. Pretende dar un giro de 180º a la política económica y exterior de Estados Unidos. En el plano interno, preconiza el proteccionismo y una limitación de la libertad de comercio, que pueden causar estragos en la economía global. Protegerá las empresas norteamericanas y tomará medidas para disuadirlas de que trasladen su producción al extranjero  –“obligaremos a Apple a fabricar sus malditos ordenadores en casa”-, subirá las tarifas arancelarias existentes y establecerá otras nuevas. Ha prometido denunciar el Tratado Transpacífico de Cooperación Económica, renegociar el Tratado de Libre Comercio con Canadá y Méjico (NAFTA) y otros acuerdos comerciales para mejorar los intereses de Estados Unidos, ralentizar el Tratado Trasatlántico de Libertad de Comercio (TTIP) y luchar contra el “dumping” de China, lo que podría desencadenar una guerra comercial con un país que posee la mayor parte de la deuda norteamericana. Desmontará las restricciones impuestas a Wall Street tras la crisis de las hipotecas-basura, bajará los impuestos a las rentas más altas, potenciará las energías de origen petrolífero en detrimento de las renovables, y mejorará las infraestructuras del país. Suprimirá o reducirá las medidas adoptadas para lucha contra el cambio climático, que considera un mito o un “cuento chino” – “el concepto de calentamiento global fue inventado por los chinos para lograr que la industria norteamericana no sea competitiva”-, como se puede deducir del anunciado nombramiento como Director de la Agencia para la Protección del Medio Ambiente de Myron Ebell, que estuvo en contra a la firma del Convenio de París sobre el Cambio Climático. Ha fomentado el odio racial al convertir a los inmigrantes en los chivos expiatorios de los males del país y se ha comprometido a expulsar a corto plazo a dos millones de inmigrantes condenados por la justicia y, a medio plazo, a otros 11 millones, así como a levantar una “muralla de la vergüenza” en la frontera con Méjico. Habría que recodarle lo que dijo un tal John F. Kennedy en Berlín.  “Ich bin ein Mexicaner”.  Piensa derogar la reforma sanitaria de Obama, lo que supondrá la pérdida de la cobertura médica de 20 millones de ciudadanos, que no disponen de recursos para abonar un seguro. En una palabra, tratará de desarbolar la política seguida por la anterior Administración demócrata y de cambiar en 100 días el país de arriba abajo “para devolver a América su grandeza”.

Política exterior de Trump: Aislacionismo
             Lo que ocurra en el plano interno no me importa demasiado, porque el pueblo soberano norteamericano ha elegido libre y democráticamente a su Presidente y debe atenerse a las consecuencias. Cabría decirles que “con su pan se lo coman” y observar que “sarna con gusto no pica”. Cuestión bien distinta es el ámbito externo que es mucho más preocupante, ya que afecta al futuro del mundo, de Europa y de España. No es fácil adivinar cuál va a ser la política exterior de Trump dadas su total inexperiencia en la materia y su imprevisibilidad. No obstante, hay -como ha señalado Jeremy Shapiro- una cierta consistencia en su inconsistencia. Como consecuencia de su actitud  ultranacionalista y neo- aislacionista  –“América para los [norte]americanos”-,   priorizará los intereses de Estados Unidos sobre los de cualquier alianza, por lo que podría verse cuestionada su tradicional relación trasatlántica con la OTAN y la UE. Ha expresado un deseo genérico de “mantener buenas relaciones con todos los países”, pasando por alto que es el líder de la Alianza occidental. Se ha quejado de que su país paga el 73% de los gastos de la OTAN y ha manifestado que no seguirá financiándola si los demás Estados miembros no aumentan su contribución económica. Se niega a ser el “gendarme del mundo” y a “proteger a países que no paguen nuestros servicios”. Los europeos deberán, pues, pagar por su seguridad militar, porque  -como ha señalado Raúl del Pozo- “las legiones imperiales sólo ayudarán a Europa si son alquiladas como mercenarias”. Se ha inclinado por reducir su grado de compromiso para garantizar la seguridad de los países vecinos de Rusia, con la que parece dispuesto a ser más tolerante y a olvidar sus tropelías en Crimea, Ucrania o Georgia. No es de extrañar que Vladimir Putin esté exultante y haya sido uno de los primeros en felicitarle por su elección, y haya declarado que “un diálogo entre Rusia y Estados Unidos responde a los intereses de los dos países”.  Trump  admira a Putin y éste se aprovecha de ello. Se “han dado el pico” durante la campaña electoral e intercambiado elogiosos mensajes: ”Trump es una persona brillante y con talento, y el líder absoluto de l campaña presidencial” -dijo uno- y “Putin es un gran hombre, muy respetado en su propio país y fuera de él” –replicó el otro.  Harry Reid le ha echado en cara sus estrechos vínculos  “con una potencia extranjera abiertamente hostil a Estados Unidos, a la que elogia cada vez que tiene oportunidad”. La intención de Trump de disminuir la presencia norteamericana  en Europa debilitaría la OTAN y facilitaría que Rusia reforzara su presencia en el flanco oriental. De ahí que el Secretario General de la Alianza, Jens Stoltenberg, se haya apresurado a afirmar que “el liderazgo de Estados Unidos es más necesario que nunca”.

            Siguiendo su trayectoria aislacionista, Trump pretende reducir asimismo su presencia en el Medio Oriente. Ha hecho gala de una actitud antimusulmana militante – prohibición a los musulmanes de acceder al país- y expresado su intención de liquidar por la fuerza al Estado Islámico, para lo que considera conveniente tener buenas relaciones con Rusia y con el Presidente sirio Bachar al-Asad. Se ha opuesto al Acuerdo nuclear con Irán inspirado por Obama, por lo que la eventual retirada de Estados Unidos del mismo tendría consecuencias negativas para el proceso de estabilización de la región. Latino-América no figura entre las prioridades de la política exterior de Trump, si bien su actitud hacia los inmigrantes –restricciones, expulsiones y construcción de una muralla en la frontera sur- va a afectar muy adversamente a Méjico, donde los efectos de su elección ya se han hecho sentir con el desplome del valor del peso. Respecto a Cuba, aunque se había mostrado favorable a la  normalización de las relaciones, la necesidad del voto de los cubano-americanos le hizo cambiar de opinión, por lo que es posible que se congele el deshielo y mantenga el embargo.

Consolidación, exaltación y difusión del populismo
           Uno de los efectos colaterales del “trumpazo” ha sido la consolidación de un populismo de la peor especie. El propio Trump había manifestado que su elección iba a ser un “Brexit plus” y ha recibido el apoyo incondicional del euroescéptico  inglés Nigel Farage, que ha afirmado que el futuro Presidente odia más a la UE que él. Como ha observado Wolfgang Shäuble, “el populismo demagogo no sólo existe en Estados Unidos” y es de temer que el éxito de Trump refuerce a los movimientos populistas en Italia (Cinco Estrellas), Países Bajos (Partido por la Libertad), Francia (Frente Nacional) y Alemania (Alternativa), y cause las derrotas de Matteo Renzi, Mark Rutte, François Hollande y Angela Merkel. Curiosamente, el populismo anida en la derecha en la Europa del Norte (Países Bajos, Francia, Alemania) y en la izquierda en la del Sur (Grecia, Italia, España). Albert Rivera ha comparado a Trump con Podemos, Siyriza y el Frente Nacional, porque “comparten un discurso en el que triunfan el proteccionismo y el egoísmo frente a la libertad y a la sociedad abierta…Los populismos, sean de extrema derecha o de extrema izquierda, se tocan”. Pablo Iglesias ha reaccionado con vehemencia –“el que se pica, ajos come”- negando cualquier parecido con Trump y calificado a Rivera de “cuñadismo de extremo centro” y de ser “la mascota de Mariano Rajoy, a mitad de camino entre la ignorancia y la poca vergüenza”. Según Rosa Díez, hay millones de ciudadanos en el mundo que están dispuestos a apostar con su voto por el modelo de sociedad que defienden Trump y el resto de los populistas de uno y otro lado del Atlántico, y optan por una anti-política que supone negación de la democracia.

           El Partido Republicano va a dominar por completo la vida política de Estados Unidos, pues controla el poder ejecutivo, el legislativo –Congreso y Senado- y el judicial, ya que podrá nombrar jueces conservadores que rompan el equilibrio existente en el Tribunal Supremo. Pero –como ha observado Luis María Ansón- el mando real no corresponde sólo al Presidente, sino también al Pentágono, a los Servicios de Inteligencia y al entramado financiero. Existen además una serie de contrapesos para frenar al poder ejecutivo  y muchos miembros del legislativo –incluidos algunos  republicanos- no están de acuerdo con los postulados populistas de Trump, quien –tras haberse enfrentado a los dirigentes y la estructura de su partido- puede encontrar a la criada respondona. Ya vendrá el Tío Sam con la rebaja y Trump tendrá que tragarse muchas de sus promesas. El populismo deberá dejar paso a la “Realpolitik”. Ha moderado  su lenguaje para ofrecer una mejor imagen mediante su  discurso de aceptación del cargo y con su entrevista con el Presidente Obama. En el primero, se ha mostrado constructivo y tranquilizador, diciendo que será el Presidente de todos los estadounidenses y haciendo un llamamiento para restañar las divisiones y recuperar la unidad del país; con la segunda, ha dado señas de normalidad institucional y de continuidad en la gobernación. Habrá que ver de qué equipo se rodea, pues –según Navarro-Valls- un Presidente sin buenos consejeros es como una tortuga boca arriba, que puede moverse mucho pero no llegará a ninguna parte. Al acceder al Gobierno, los indignados de ayer  se suelen convertir en los moderados de hoy. El mayor error que puede cometer Trump sería dejarle el campo libre a Rusia con la debilitación de la OTAN y un repliegue apresurado de Europa por mor del aislacionismo. Como el Gato de Cheshire en “Alicia”, el viejo zorro de Putin se relame los bigotes y afila las uñas para atrapar los incautos ratones de su entorno. La OTAN debe superar su crisis y la UE impulsar el paralizado proceso de integración, aprovechando el sentimiento de temor que las eventuales decisiones de Trump causarán en los hasta ahora reticentes Estados de Europa Oriental, más atlantistas que comunitarios.


Madrid, 13 de Noviembre de 2016 

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