GOOD BYE, Mr. JOHNSON
Al fin se
fue Gran Bretaña de la Unión Europea, tras un espectacular portazo dado por el Gobierno
de Boris Johnson. Hhan proliferado al mismo tiempo las expresiones de júbilo de
los partidarios del Brexit y de
tristeza de los que son contrarios a él, así como de los antiguos socios de la
Unión. Yo le he sentido, porque siempre he preferido sumar a restar y la
decisión de Johnson ha sido un auténtico disparate, un acto ucrónico que carece
de sentido, porque el Reino Unido hace tiempo que dejó de ser la “Britania” que gobernaba las olas y no puede regresar al “statu quo ante” de las pasadas grandezas victorianas, y porque el
mundo globalizado en que vivimos deja poco margen de actuación a un país
aislado para encontrar un lugar en el sol en el foro de las naciones frente a las
potencias globales, sus grandes protagonistas.
Obstruccionismo de Gran Bretaña en el seno de la CE/UE
Como se
canta en la popular sevillana, “algo se
muere en el alma, cuando un amigo se va”, pero la cuestión está en saber si
el fugitivo es realmente un amigo, pues bien que se ha esforzado en probar lo contrario. Aunque Winston Churchill fuera
el inventor de lo que hoy es la UE, el Reino Unido no se incorporó a la
Comunidad Europea del Carbón y del Acero, ni a la Comunidad Económica Europea,
y creó la Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA) para contrarrestarla. Como
su intento fracasó, siguió el lema de “if
you cannot beat them, join them” –si no puedes derrotarlos, únete a ellos”-
y pidió en 1961 su ingreso en la CEE. Charles
de Gaulle no permitió el ingreso de Gran Bretaña en la Comunidad y la tuvo en
la sala de espera hasta 1973, fecha en que Georges Pompidou levantó el vetó y permitió
su ingreso.
El Reino
Unido fue un auténtico caballo de Troya dentro del fortín comunitario y trató de
lograr desde dentro lo que no había conseguido desde fuera: dificultar el
proceso de integración europea y reducir la CEE a un simple mercado común.
Cuando no podía parar la adopción de una decisión, conseguía ser exonerada de
las nuevas obligaciones que establecía mediante la introducción de una cláusula
de “opting out”.En paralelo, alentó
la extensión de la Unión a los países de Europa Oriental, aunque no cumplieran
los requisitos mínimos de los criterios de Copenhague, para que -al aumentar el
número de miembros- se dificultara el proceso de integración.
Los hitos principales de esta
maquiavélica política fueron los siguientes: En 1973, Harold Wilson convocó un
referéndum para consultar al pueblo si Gran Bretaña debería continuar en la
Comunidad y el 67% respondió de forma afirmativa; en 1984, Margaret Thatcher
consiguió que la Comisión Europea le devolviera parte de sus contribuciones
mediante el “cheque británico”; en 1992, John Major obtuvo varias exenciones en
la aplicación del Tratado de Maastricht; en 1995, Gran Bretaña no participó en el Acuerdo Schengen sobre
supresión de fronteras interiores de la Unión; en 2002 se excluyó del euro y de
la Unión Económica y Monetaria; en 2009 rebajó el alcance de algunas disposiciones
del Tratado de Lisboa y consiguió nuevas exenciones; en 2012, David Cameron se
negó a firmar el Tratado para la Estabilidad, la Coordinación y la Gobernanza de la UEM y, en 2013, se opuso
al Pacto Europeo para reforzar la disciplina fiscal; en 2016, Cameron obtuvo
nuevas concesiones, que no se llegaron a aplicar al haber votado el pueblo
británica la salida de la UE; tras invocar Theresa May el artículo 55 del TUE
para salir de la Unión, el Parlamento británico rechazó en tres ocasiones el
acuerdo por ella negociado con la Comisión Europea; tanto May como Boris
Johnson se negaron a celebrar un nuevo referéndum, pese a las múltiples irregularidades producidas durante
una consulta, basada en las mentiras de los “brexiter” y las “fake news”…Con
semejante amigo, la UE no necesitaba enemigos.
En opinión de Jean-Claude Juncker,
difícilmente podía producirse un divorcio amistoso cuando nunca había existido
una historia de amor. La relación entre Gran Bretaña y la/UE ha sido la de un
matrimonio de conveniencia y era natural que concluyese con un divorcio
conflictivo, salvo que el consorte comunitario hubiera accedido a las
exigencias de la pareja que abandonaba el hogar conyugal y cedido hasta la
hijuela de sus 27 hijos. Afortunadamente –gracias a San Monnet- la familia comunitaria
se ha mantenida unida y no ha cedido a las presiones de la Pérfida Albión.
Según Miriam González de Clegg,
las Partes están condenadas a debilitarse mutuamente y empieza ahora un camino
de sudor y hierro, en el que ambas van a salir malparadas. El Brexit es responsabilidad de quienes
dieron una mayoría absoluta a Cameron -cuando llevaba en su programa el
referéndum de salida de la UE-, una mayoría simple a May -a pesar de su
incapacidad para solucionar el problema, con su “Brexit is Brexit”- y una mayoría absoluta a Johnson -a pesar de sus
inmensas mentiras-. Todo ello constituye un ejemplo claro del daño tan brutal
que puede infligirse a sí misma una sociedad, cuando sus ciudadanos se
desentienden de su responsabilidad política y se aletargan.
José Ignacio Torreblanca ha
observado que los británicos son como los ratones que siguen al flautista de
Hamelín, cuando toca la melodía de “recuperemos
el control”. Los “brexiter”
basaron su campaña en que había llegado la hora de que Gran Bretaña se librara
del agobiador control de la burocracia de Bruselas y pudiera tomar sus propias
decisiones. Los argumentos claves se centraron en la inmigración, la seguridad
y la sanidad pública, pese a que las dos primeras nunca estuvieron en manos de
la UE y la tercera sirvió de base a la mayor sarta de mentiras sobre las
ingentes ventajas que obtendría cuando el Gobierno británico dejara de abonar
las astronómicas sumas que debía pagar a la Unión. Ahora, el control de la
inmigración sigue en manos del Gobierno -que ha propiciado la xenofobia y el
menosprecio del inmigrante-, la criminalidad ha alcanzado sus cuotas más
elevadas –poniéndose de manifiesto que la inmensa mayoría de los delitos son
cometidos por ciudadanos británicos- y la sanidad pública está de capa caída
por el déficit de médicos y personal sanitario, y acabará por ser controlada
por las grandes empresas médico-sanitarias estadounidenses. Como ha observado
Guillermo Iñiguez, la victoria del Brexit
ha supuesto el triunfo del chovinismo sobre la tolerancia, de la nostalgia
imperial sobre el cosmopolitismo y de las medias verdades sobre los hechos.
Negativas consecuencias del Brexit para Gran Bretaña
El Brexit va a producir nefastas
consecuencias para el Reino Unido y para la UE, aunque más para el primero que
para la segunda, pues –mientras ésta sólo perderá un mercado-, aquél perderá
27, entre los que se encuentran siete de sus diez principales clientes y
proveedores Johnson ha saludado al Brexit como el amanecer de una nueva era
y anunciado que la labor primordial de su Gobierno será unir al país. Falta le
hace, pues los “brexiter ”lo han
dejado dramáticamente dividido en dos mitades y, aunque cuantitativamente se
haya producido una situación de “fifty-fifty”,
no ha sido así cualitativamente, ya que, mientras en el 50% del campo ”brexista” hay una mayoría de personas de
la tercera edad –que están en período de caducidad- y una población
predominantemente rural -que es la que menos valor añadido aporta al progreso
del país-, en el 50% “anti-brexista”
figuran la mayor parte de las nuevas generaciones y los habitantes de las
grandes ciudades cosmopolitas, como Londres.
El proceso ha dejado dos poderosa
bombas con espoleta retardada en Escocia y en Irlanda del Norte. La primera ha recibido
con pesar la noticia y se ha fortalecido el movimiento secesionista- El
Gobierno regional y el Parlamento escocés han pedido la celebración de un
segundo referéndum de autodeterminación, a lo que Johnson se ha opuesto. so
pretexto de que los escoceses ya han expresado su opinión contraria a la
secesión y habrá que esperar al menos una década para que se celebre una nueva
consulta. Johnson ha ignorado, sin embargo, una norma básica del Derecho, cual
es la cláusula “rebus sic stantibus” o
cambio de circunstancias. Cuando los escoceses votaron, Escocia estaba dentro
de la UE al estar integrada en una Gran
Bretaña formaba parte de la misma, y ahora se ve expulsada de ella en contra de
su voluntad por la decisión del Gobierno británico. La Presidenta, Nicola Sturgeon,
ha afirmado que no impulsará un referéndum sin el apoyo del Gobierno británico,
pues la consulta debe ser legal y vinculante para que sea reconocida por la
comunidad internacional. De pasada, ha propinado un pellizco a las autoridades
catalanas al manifestar que Cataluña es la prueba de que, si el proceso no
tiene legalidad, no puede conducir a la independencia.
Mayor aún ha
sido la reprobación en Irlanda del Norte, donde ambos bandos temen que se
vuelva a establecer una frontera física entre las dos Irlandas. Johnson, el
Partido Unionista Democrático y el Parlamento británico -en amor y discordia-
se cargaron la cláusula negociada por May con la UE para garantizar que no se
produjera esta anomalía, pero ahora la situación no está clara y el DUP -que ha roto su alianza con el Partido
Conservador- tampoco está satisfecho con la situación. La líder del Sinn Fein,
Mary Lou McDonald, ha hecho un llamamiento
para la reunificación de Irlanda y pedido la celebración del referéndum
previsto en los Acuerdos del Viernes Santo.
Los líderes
británicos han pasado por alto que el sentimiento antieuropeo que ha llevado a
la ruptura con la UE es minoritario en Escocia y en Irlanda del Norte, y no son
conscientes que, con su frivolidad e irresponsabilidad, pueden provocar la
reducción del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda a una Federación entre
Inglaterra y Gales. Como ha editorializado “El
País”, el eslogan reiterado por los “brexiter”
y presentado como una liberación, podría traducirse en su irrelevancia internacional.
Gran Bretaña ha abandonado la UE en virtud de argumentos que no distinguen la
verdad de la mentira y el coste de sustentar en falsedades una decisión de
tanta transcendencia lo están pagando las instituciones británicas. La vida
democrática que éstas albergaban ha abierto las puertas a partidos extremistas
y a líderes excéntricos, en cuyas manos queda el futuro de un Reino Unido
precipitado por su propia decisión en la intemperie.
Gran Bretaña
ha cometido un grave error de apreciación con su decisión, pues, mientras en la
UE era un “primus inter pares” –si no
más-, ahora, al echarse en los brazos
del primo americano y de su alma gemela –el autocrático y estrafalario Donald
Trump, que desgobierna al mundo a golpe de “twiter”-,
a lo más que podrá aspirar es a ser un fiel escudero del Tío Sam. Cifra todas
sus esperanzas en la conclusión de un acuerdo comercial con Estados Unidos y pronto se dará cuenta que no será nada fácil
negociar con un líder cuyo lema es “América
first”.Ya han surgido discrepancias en relación con la concesión a Huawei
de parte de la infraestructura del sistema 5-G británico. Personalmente, me
satisface que la propia Gran Bretaña haya decidido salir de la UE, con lo que
ha levantado así la hipoteca que sobre ella tenía. Aunque lamente el abandono,
no voy a derramar por ello ni una lágrima, pues –como decía el poeta- “las lágrimas son agua y van al mar”,
aunque sea en el Canal de la Mancha.
Negativas consecuencias del Brexit para la UE
Jonhson ha
presentado la salida de la UE como un éxito de Gran Bretaña al considerar que
la Unión es un proyecto fallido y ssus dirigentes han puesto al mal tiempo
buena cara. Según Úrsula van der Leyen,”nuestra
experiencia nos ha enseñado que la fuerza no se encuentra en el espléndido
aislamiento, sino en la singularidad de nuestra unidad. Trabajaremos juntos en
nuestras prioridades comunes para volver a mostrar que el proyecto europeo
sigue siendo positivo”. Ha expresado su deseo de tener las mejores
relaciones posibles con el Reino Unido, pero éstas no serán obviamente tan
buenas como lo eran hasta ahora. Normalmente, los Estados negocian con otros
Estados para obtener una situación más favorable en sus relaciones, pero en el
presente caso se da la paradoja de que se va a negociar para lograr una
situación más desfavorable. El 3 de febrero, la Comisión presentará el proyecto
de instrucciones para la delegación negociadora presidida por Michel Barnier.
Tras más de tres años de lamentable pérdida de tiempo por la falta de un criterio
claro de lo que el Gobierno británico quería, a Johnson le han entrado las
prisas y –con su habitual prepotencia “trumpiana-
pretende imponer que se negocie el acuerdo en once meses, pero Barnier ya le ha
advertido que ello será prácticamente imposible. El Premier ha expresado sus preferencias por un Acuerdo similar al
firmado por la UE con Canadá, pero olvida que la negociación con dicho país se
prolongó durante varios años.
A corto
plazo, la estampida del Reino Unido va a ser perjudicial para la UE política,
económica y moralmente. Según “El País”, puede que, tras el desplante
británico, se sienta lesionada en su autoestima, pero no han sido cuestionados
sus fundamentos, ni comprometidas las razones para seguir con el proceso de
integración europea. La Unión está basada en unos valores, que son justamente
lo contrario de los exhibidos por los líderes británicos, impregnados de
nacionalismo y de una falsa idea de superioridad. La UE tendrá que definir sus futuras
relaciones con el Reino Unido, pero sus objetivos transcienden esta situación
coyuntural y debería dirigirse a reforzar las instituciones comunitarias y las
políticas comunes, y a afrontar nuevos desafíos como el cambio climático o la
revolución digital.
Además del
problema de las pérdidas económicas que se produzcan, por la reducción de los
intercambios, existe el de la presencia de cientos de miles ciudadanos de
países comunitarios en Gran Bretaña y de británicos en Estados miembros de la
UE, que es de esperar se solucione en el nuevo Acuerdo que regule las
relaciones entre las dos Partes, pues, si no, habría que dejarlo para los
acuerdos bilaterales. España está en una posición ventajosa –como también lo está
en el caso de Gibraltar-, pues el número de británicos en España –unos 350.000-
es superior al de españoles en el Reino Unido y su situación es más precaria,
pues suelen ser personas de edad avanzada, frente a los emigrantes españoles
que son más bien jóvenes y generan pocos gastos sociales.
Uno de los
aspectos más negativos será la disminución del potencial defensivo de la UE, como
consecuencia de la retirada de una de las dos naciones en la Unión que posee
armamento nuclear. Ello no es, sin embargo, tan importante, porque Gran Bretaña
y la mayor parte de los Estados miembros de la UE siguen vinculados a través de
la OTAN. Generará un disminución de su peso específico como candidato a jugar
un papel de protagonista en el mundo
globalizado, junto a Estados Unidos, Rusia y China.
El Brexit tendrá consecuencias negativas a
corto plazo, pero positivas a medio y largo plazo. La salida del Reino Unido puede
servir de acicate contra la desunión de los Estados miembros, quienes –pese a
las discrepancias internas - se han mantenido hasta ahora firmemente unidos en
las negociaciones. Como ha señalóçado Joseph Weiler, ha costado demasiado crear
la UE –que es un proyecto existencial y no sólo económico- como para echarlo a
perder.
Si los
movimientos populistas triunfaran –ha opinado Josep Borrell-, correríamos el riesgo de que se
pusiera fin a la UE tal como la hemos conocido, así como al proyecto de una
globalización justa y gobernada por las normas, en marcos de cooperación e
integración multilateral. Esa eventual quiebra no se produciría en el vacío,
sino que se inscribiría en un contexto más amplio, con la aparición en Eurasia
de centros de poder no pro-europeos ni pro-atlánticos, como Rusia y China, y la
concentración de recursos e influencia en grandes corporaciones tecnológicas
con capacidad para manipular los procesos democráticos y la convivencia en el
seno de nuestra sociedad. El Brexit ha
elevado en varios grados la preocupación por el momento que atraviesa la
integración europea. Por primera vez en la historia de la UE, un Estado miembro
se ha autoexcluido del proceso y preferido desandar el camino emprendido en las
últimas décadas ¿Habrá otros países miembros que quieran seguir el mal ejemplo británico?... Esperemos que no.
A juicio de T.G. Ash, las crisis también
ofrecen oportunidades y el elemento común a todas ellas está en el peligro que
corre la existencia del proyecto europeo. Según Borrell, dicho proyecto sigue siendo clave para nuestro
porvenir. Podemos criticar sus insuficiencias, pero si la UE no existiera,
habría que inventarla, porque -pese a sus defectos- ha conseguido establecer un
gran sistema de regulación, con la dimensión adecuada para encontrar soluciones
a los desafíos globales, desde los flujos migratorios a los retos de la
economía digital, pasando por la protección de los ciudadanos en una
globalización caótica y por la seguridad en un área estratégica inestable. “Los europeos nos jugamos nuestra
supervivencia como civilización, aquélla que combina mejor, a pesar de sus carencias,
la libertad política, la prosperidad económica y la justicia social”.
Parara Joaquín Almunia,
la respuesta a la pregunta sobre el futuro de la UE dependerá de cómo resuelvan
los líderes políticos europeos el dilema de hacer frente a los problemas
ofreciendo una serie de reformas enmarcadas en una estrategia para consolidar y
profundizar un proyecto común, o de dejarse llevar por la alternativa que
ofrecen los populismos alentando el proteccionismo, rechazando la inmigración o
intentando reavivar la soberanía nacional Los políticos necesitan abordar las
cuestiones básicas de la legitimidad democrática de las decisiones que se
adopten en el ámbito comunitario, así como la dimensión social de esas
decisiones y de sus consecuencias. La tarea es difícil y los resultados no se
verán a corto plazo, pero la alternativa sería la vuelta a un pasado que una Europa
unida nos ha ayudado a dejar atrás y al que nadie querría volver.
La UE necesita continuar su
proceso de integración, aunque sea a distintas velocidades y con geometrías
variables, pero no puede detenerse en espera de tiempos mejores. Jacques Delors
comparó la Unión con una bicicleta –“L´Europe
c´est comme le vélo; quand on arrête de pédaler, on tombe-”.El ciclista
debe seguir dándole a los pedales para no caerse.´Sin embargo –a juicio de Ignacio Molina-, la UE se encuentra en
una especie de milagroso equilibrio tenso, que ni el ciclista más hábil sería
capaz de mantener por mucho tiempo. Ya existen las bases y procede
desarrollarlas hasta alcanzar un estado sostenible. El Mercado Único debe
extenderse a la economía digital, a la energía y a los mercados de capitales, y
la UEM ha de ser completada con un pilar fiscal y dotada de capacidad para
hacer frente a nuevas crisis económicas. Entre otras cosas, hay que revisar las
reglas fiscales del euro mediante
cambios que las simplifiquen, interpretar más flexiblemente el Pacto de
Estabilidad y Crecimiento, convertir el Mecanismo Europeo de Estabilidad en un
auténtico Fondo Monetario Europeo, establecer un presupuesto para la UE y crear
un Ministerio de Economía.
¿Es irreversible la salida de Gran Bretaña la UE?
La salida del Reino Unido de la
UE no es irreversible. Un Gobierno, apoyado por una mayoría muy ajustada, ha
tomado la decisión de separarse de la UE. Tendrá que asumir las consecuencias
del divorcio y los cónyuges deberán llevar durante algún tiempo vidas
separadas. ¿Se tratará de una separación temporal de cuerpos o de un divorcio
definitivo sin vuelta atrás? Eso lo podría decidir el pueblo británico, si lo
dejaran expresarse libremente y en unas mínimas condiciones de transparencia.
Si un Gobierno ha decidido salir, otro Gobierno podría decidir regresar, como ya ha ocurrido con anterioridad.
Un Gobierno decidió no entrar en la CEE y otro –reconociendo con pragmatismo el error- optó
años después por solicitar el ingreso de Gran Bretaña en la Comunidad. La
salida ha sido un inmenso error y su mantenimiento lo continuará siendo y, si otro
Gobierno reconociese ese error y decidiese volver al redil, siempre encontrará
abierta la puerta de la Unión. Como ha señalado Miriam González, a la UE
corresponde ayudarle a comprender que estará mejor dentro que fuera, pero no es
algo que se pueda imponer desde fuera, sino que tendrán que ser el Gobierno, la sociedad y el
pueblo británico quienes lleguen a esta conclusión a través de sus experiencias.
Una canción del
Trío los Panchos decía: “No comprendo que
todo acabó, que este sueño de amor terminó, que la vida nos separó sin querer.
Caminemos, tal vez nos veremos después […] yo sigo caminado sin saber si, alguna
vez, la vida nos vuelve a juntar”. Según Weyler, ”dado que los británicos no se consideran conciudadanos europeos, si
quieren irse de la Unión, yo les diría bon
voyage ¡Que se vayan!”. Han decidido marcharse porque han estimado
erróneamente que estarán mejor fuera que
dentro de la UE, pero -como señaló Alfonso Dastis, ”¡Allá ellos! La UE nació sin
el Reino Unido y seguirá adelante sin él”.
Aquí viene a cuento la historieta
del sevillano que, sentado tomando el fresco a la puerta de su casa en un
callejón sin salida del barrio de Santa Cruz, vio pasar a unos turistas que le dijeron “adiós” y él les respondió, con sorna, “hasta la vista”. Cuando a los pocos minutos regresaron, uno de ellos le echó en cara que no les hubiera advertido
que no había salida y el buen hombre le replicó: ”Yo ya les dije que hasta la vista”. Será muy difícil que Gran
Bretaña regrese a la UE, pero no
imposible. Ahora sólo me queda decir, “Good
bye, Mr. Johnson”, que le vaya bien y hasta la vista.
Madrid, 2 de febrero de 2020
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