lunes, 24 de agosto de 2015
¿Constituye el nombramiento de Wert un abuso?
¿CONSTITUYE EL NOMBRAMIENTODE WERT UN ABUSO?
En Junio de 2015, José Ignacio Wert cesó como Ministro de Educación, Cultura y Deportes y, unos meses más tarde, fue nombrado Embajador-Representante Permanente de España ante la OCDE. Este nombramiento ha sido objeto de las más acerbas críticas por parte de la oposición, que lo ha calificado de abuso de poder.
“Zapatero, a tus zapatos”
Los Gobiernos son libres para nombrar a los Jefes de sus Misiones y lo normal es que la designación recaiga sobre miembros de la Carrera Diplomática, especialmente preparados para desempeñar esta función. Como ha observado Ángel Ballesteros, en el campo exterior resulta obvio el “gap” existente entre la experiencia y los conocimientos de los políticos “aficionados” en relación con los “profesionales”, por lo que debería reconocerse la legitimación de los diplomáticos para ocuparse de la diplomacia. Alguno pensará malévolamente que es natural que esto lo diga un diplomático, pero un profesor como Roberto Mesa -que no tenía especial inclinación hacia la Carrera- afirmó que era razonable pensar que los funcionarios de Asuntos Exteriores eran los más capacitados para cubrir los puestos en razón de su preparación y de su conocimiento de la política exterior y de las relaciones internacionales. Según Marcel Merle, en la política exterior, su concepción y dirección corresponden al ejecutivo, pero su ejecución incumbe a un personal especializado compuesto de profesionales, mejor cualificados que los políticos o los amateurs para tratar con las potencias extranjeras. De conformidad con la Ley de 2014 sobre la Acción Exterior y el Servicio Exterior del Estado, la jefatura de la Misión Diplomática será ejercida por un Embajador Extraordinario y Plenipotenciario, que ostentará la representación y máxima autoridad de España ante el Estado receptor, y será designado por Real Decreto acordado en Consejo de Ministros a propuesta del Ministro de Asuntos Exteriores y acreditado por el Rey. A los funcionarios de la Carrera diplomática –por su preparación específica- les están encomendadas las funciones de naturaleza política, diplomática y consular, y están adscritos con carácter exclusivo al ejercicio de tales funciones. Todos ellos serán nombrados conforme al procedimiento de libre designación, de acuerdo con los principios de igualdad, mérito y capacidad. Los Jefes de Misión serán designados entre funcionarios de la carrera diplomática, sin perjuicio de que el Gobierno, en ejercicio de su potestad discrecional, pueda designar Embajadores a personas no pertenecientes a dicha carrera, “atendiendo a criterios de competencia profesional y experiencia”.
Carácter excepcional del nombramiento como Embajadores de no diplomáticos
Así pues, la norma general es la designación como Embajadores de miembros de la Carrera diplomática y hay Estados, como Italia, en los que esta norma se aplica a rajatabla, de manera que sólo los funcionarios diplomáticos pueden ser designados jefes de Misión. La excepción es el nombramiento de Embajadores “políticos”. Esta excepcionalidad deja de serlo en la mayoría de los países en desarrollo, que suelen nombrar Embajadores a personalidades políticas, económicas o sociales, bien por carecer de un Servicio Diplomático profesional, bien por consideraciones de tipo político. Mención especial merece el caso de Estados Unidos, que sigue el método del “spoil system”, pues –aunque cuenta con una eficiente carrera diplomática-, muchas de sus Embajadas son cubiertas por personas que tienen afinidades políticas con su Presidente o han contribuido económicamente de forma sustancial a la campaña electoral que lo llevó al poder. El nombramiento de Embajador es así un premio para recompensar los servicios políticos o económicos prestados. La insuficiente preparación e inexperiencia de estos improvisados Embajadores se compensan con la ayuda inestimable de los miembros de la carrera –especialmente del Ministro Consejero- que arropan al jefe de Misión. En España, todos los Gobiernos –con independencia de su ideología- han nombrado Embajadores a ex-Ministros y a otros altos cargos de la Administración, con carácter excepcional y limitado. Desde el régimen de Franco –Laureano López Rodó, Alfredo Sánchez Bella o Juan Antonio Samaranch- a UCD –Jose Lladó o Alberto Ullastres-; del PSOE –Cristina Narbona, María Jesús San Segundo o Joan Clos-, al PP –Federico Trillo o José Ignacio Wert-. Por regla general, estas personalidades son destinadas a Embajadas de 5 estrellas y sólo recuerdo una excepción: la de José Luis Graullera, que aceptó un destino en Guinea Ecuatorial a instancias de Adolfo Suárez. El recurso ocasional a personas no pertenecientes a la Carrera diplomática resulta aceptable, e incluso encomiable, siempre que haya una razón que lo justifique y cuando los elegidos cuenten con las debidas “competencia profesional y experiencia”. Fue acertado, por ejemplo, el nombramiento de Embajador en Washington de Antonio Garrigues, que –además de persona competente- era amigo personal de la familia Kennedy, en un momento en que España intentaba salir del aislamiento diplomático en el que se encontraba. También resultaba lógico el nombramiento como Embajador en la República Dominicana y en Colombia de Alfredo Sánchez Bella, que había sido Presidente del Instituto de Cultura Hispánica, aunque no tanto su posterior nombramiento en Italia. Tampoco lo fue el del Profesor Emilio García Gómez, insigne arabista, como Embajador en Turquía, en vez de en cualquier Estado árabe, lo que estaría justificado No resultan aceptables semejantes designaciones sin un motivo que las justifique. El PSOE –que tanto ha criticado el nombramiento de Wert- ha recurrido con harta frecuencia a esta práctica, no sólo con antiguos Ministros, sino también con profesores –Jorge de Esteban, Raúl Morodo, Julián Santamaría o Emilio Menéndez del Valle-, ex-Alcaldes –Francisco Vázquez o el propio Clos-, diputados –Rafael Estrella o Miguel Ángel Cortizo-, e incluso personas sin especial cualificación, como Eduardo Foncillas, nombrado Embajador en Bonn sin más méritos que ser miembro del Partido y hablar alemán. Desempeñó durante ocho años la jefatura de esa Misión y, cuando fue relevado de su cargo, se quejó amargamente por lo injusticia que con él se cometía. Aunque no recibieran Embajadas, también cabe mencionar los importantes puestos facilitados en Organizaciones Internacionales a Magdalena Álvarez, Leire Pajín o Bibiana Aído, a pesar de su contrastada incompetencia.
¿Entra el nombramiento de Wert dentro de la excepción o es abusivo?
Con anterioridad a su nombramiento como Ministro, Wert fue profesor de Teoría de la Comunicación en la Universidad Complutense y de Sociología Política en la Universidad Autónoma de Madrid, Concejal, Diputado, Subdirector del Centro de Investigaciones Sociológicas y Presidente de Demoscopia y de la Fundación Europea de Gestión de Calidad. No ha sido un buen Ministro, pese a que en su haber cuente con la elaboración de la LOMCE, que contiene elementos muy positivos y que –frente a las desaforadas críticas de la oposición- estimo que, si peca de algo, es de haberse quedado corta. Ha sido un mal político, de talante poco conciliador –aunque se encontró con una oposición y un sector del mundo educativo cerril y cerrado a cualquier posible diálogo o negociación-, que ha concitado bastante animadversión. No obstante, es un profesional de prestigio internacional, que está muy por encima de muchos de los Embajadores nombrados por los Gobiernos del PSOE. Resulta hipócrita y desproporcionado que partidos, que han avalado nombramientos inadecuados, se rasguen las vestiduras por el suyo. Admitiendo, como excepción, la relevancia de su designación, lo más adecuado, hubiera sido su nombramiento como Embajador ante la UNESCO y no ante la OCDE, para lo que carece de la cualificación que tiene para aquélla. Resulta además poco presentable, ética y estéticamente, su envío a una Organización en la que trabaja su antigua colaboradora y actual esposa, Montserrat Gomendio.
Playa de Amposta, 24 de Agosto de 2015
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