miércoles, 29 de agosto de 2012

Comercialización y politización del fútbol

COMERCIALIZACIÓN Y POLITIZACIÓN DEL FÚTBOL




El pasado día 19 el Chelsea de Londres venció en la tanda de penaltis al Bayern de Munich en la final de la Liga Europea de Campeones, y el 25 el Barcelona se impuso en buena lid al Atlético de Bilbao en la Copa de España, .



Triunfo del cerrojo



La final de la ”Champions” fue un partido soso y de escasa calidad, en el que el fútbol creativo del equipo muniqués se estrelló contra la férrea muralla erigida por su rival londinense. Ha supuesto la exaltación del “catenaccio”, exportado a Inglaterra por entrenadores italianos –como Ancelotti, Capello o Di Matteo-, que han desnaturalizado el tradicional juego británico de ataque. Todos los augures habían previsto una final entre los favoritos Barça y Real Madrid, pero estos equipos pecaron de prepotencia vendiendo la piel del oso antes de cazarlo, y hubo sorpresas. El Bayern es un buen equipo con vocación ofensiva que fracasó en su propio estadio, pues –pese a llevar la iniciativa y acorralar a su adversario- falló a la “hora de la verdad”.



El Chelsea, con un juego rácano y ultra-defensivo, no mereció ganar la final. Tras nueve años y unos mil millones de euros desembolsados por su propietario ruso Roman Abramovich, ha consumado su sueño de ganar la Copa de Campeones gracias a sus veteranos, dos de los cuales fueron los héroes de la jornada. El checo Petr Cech –que sufrió en 2006 una fractura de cráneo y tiene que jugar con una funda protectora- logró parar tres de los cinco penaltis germanos, y el costa-marfileño Didier Drogba fue a sus 34 años el protagonista del encuentro al lograr empatar el partido con un magistral cabezazo a dos minutos de final, cometer un penalti durante la prórroga, y marcar el gol decisivo en la serie de castigos máximos. El Chelsea jugó con un cerrojo descarado y a la espera de una oportunidad a balón parado, lo que es legítimo,pero estéticamente impresentable. Esta actitud contrastó afortunadamente con la adoptada en la Copa española por el Barça y el Athletic, que realizaron un juego ofensivo brillante, con el que el fogueado equipo blau-grana arrasó a los jóvenes e inexpertos jugadores roji-blancos, que en ningún momento arrojaron la toalla pese al K.O. técnico.



Comercialización del fútbol



El fútbol es un gran deporte que, tras su excesiva profesionalización y comercialización, ha perdido sus valores de superación olímpica y se ha convertido en un espectáculo de masas y en un negocio. Es un fenómeno sociológico difícilmente comprensible. Levanta la pasión de millones de espectadores que colman los estadios o se apalancan tras los televisores, no para disfrutar del deporte –que, por supuesto, no practican- sino para ver ganar como sea a su equipo, lo que incita al “resultadismo”. El triunfo a cualquier precio viene avalado por la conversión del fútbol en un negocio, que es a veces de dudosa legalidad, de Gil a Lopera o de Sanz a Del Nido. Los pequeños clubes se han transformado en gigantescas S.A. o en entidades subvencionadas por oligarcas y jeques multimillonarios. El fútbol, como deporte, ha pasado a peor vida.



Para mantener su preeminencia, los equipos económicamente potentes gastan ingentes sumas de dinero en fichajes, traspasos y sueldos, que resultan obscenos e imposibles de asumir–especialmente en épocas de crisis-, pero que no parecen importar a sus aficionados, aunque sean “mileuristas” o estén en el paro. Al tratar de mantener este ritmo, los clubes menos afortunados terminan en la bancarrota, siendo esta situación paradigmática en la Liga española comandada por el oligopolio Madrid-Barcelona, en la que los demás equipos participan como comparsas. El negocio se multiplica con la publicidad, que convierte a los jugadores en hombres-anuncio. La TV es el gran filón que distribuye su maná entre los endeudados equipos, aunque los primeros clasificados sean los que se llevan la parte del león. El ejercicio del deporte es muy positivo pues desarrolla el cuerpo y la mente de sus practicantes, y debe ser propiciado y estimulado, especialmente entre los jóvenes. La TV es un excelente instrumento para alentar su práctica, pero, en la española, el deporte parece limitarse al fútbol y, en menor medida, al tenis, al automovilismo y al motociclismo. Ignora otros deportes en los que España es primera potencia como baloncesto, balonmano, water-polo, ciclismo, vela o hockey sobre hierba o patines. La mayor parte del espacio deportivo de los telediarios se dedica al fútbol y apenas si se conceden unos segundos a otros deportes. Por no hablar del deporte femenino, totalmente ausente de las pantallas.



Politización del fútbol



El espectáculo futbolístico se ha convertido en un “refugium pecatorum” en el que la inmensidad de las gradas y el anonimato de la multitud convierten al espectador –normalmente correcto y pacífico- en “hombre lobo”, y le permiten desfogarse de sus frustraciones y desinhibirse de sus pasiones. Éstas se alientan, de forma interesada e irresponsable, fomentando artificiales rivalidades y viscerales confrontaciones. La gente no concibe que se sea hincha del Barça y del Madrid o que –como es mi caso- se pueda ser simpatizante del Sevilla y del Betis. La animosidad llega a la paranoia cuando se enfrentan el Madrid y el Barcelona, o el “centralismo español” y la autonomía catalana. La esquizofrenia nacionalista lleva a la politización del fútbol, como cuando se considera que el Barça es “más que un club”, o la plantilla del Athletic, como tal, participa en manifestaciones políticas. Esta politización se ha puesto de manifiesto con el llamamiento del filo-etarra Amaiur a hacer de la final de la Copa del Rey entre el Barcelona y el Athletic un día de “afirmación nacional”, y aprovechar la ocasión para abuchear al Príncipe y silbar el himno de España, y semejante provocación fue incomprensiblemente avalada en las Cortes por ERC, BNG, ICV e incluso CIU y PNV. Se ha repetido el bochornoso espectáculo de la final de Mestalla de hace tres años de pitada generalizada contra la Corona y el himno de la Nación, aunque con circunstancias agravantes: respaldo de numerosos partidos políticos, tolerancia –cuando no complicidad- de las directivas de los dos clubes, pasividad de la Federación Española de Fútbol e insultos graves a la Presidenta de la Comunidad anfitriona. Hay quienes –en el colmo del cinismo- responsabilizan a Aguirre de las pitadas, como los pirómanos que acusan a los bomberos del fuego provocado por ellos o con su colaboración.



Una vez salido el genio de la botella es muy difícil para el aprendiz de brujo volver a encapsularlo. El desfogue de tetosterona puede llevar incluso a conflictos bélicos, como la “guerra de las 100 horas”, que se produjo entre Honduras y el Salvador en 1969, tras unos partidos clasificatorios para el Mundial de Fútbol de Méjico, porque “el himno y la bandera de Honduras habían sido insultados y profanados en San Salvador”. Sin llegar a tales extremos, Nicolás Sarkozy tomó medidas legales para que no se repitieran pitidos a la “Marsellesa” en partidos internacionales, previendo la suspensión de los mismos en caso de producirse. Ante la inducción nacionalista a la comisión de un delito tipificado por el Código Penal, me siento más cerca de Sarkozy o Aguirre, que de Tardá, Pachi López , Urkullu o Basagoiti. Si se puede susprender un encuentro porque parte del público profiera insultos racistas contra jugadores, ¿por qué no cabe hacer lo mismo ante manifestaciones de racismo político nacionalista realizadas con premeditación y alevosía contra los símbolos de la Nación ?. Son difíciles de aceptar estas muestras de animadversión, que ponen de manifiesto la catadura moral de unos hinchas energúmenos y de sus valedores. Son actos de deslealtad política y de manipulación partidista del deporte. ¡Qué lejos están estas conductas de la espontánea explosión popular de júbilo tras los éxitos de la “Roja”, con despliegue sin complejos de la enseña nacional y al grito unánime de “yo soy español, español, español”!.

















































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