domingo, 23 de abril de 2023

XXV aniversario del Acuerdo de Paz del Viernes Santo

XXV ANIVERSARIO DEL ACUERDO DE PAZ DEL VIERNES SANTO El pasado día 10 se celebró el XXV aniversario de la firma del Acuerdo Constitucional de Paz en Irlanda del Norte, que puso fin, por el momento, al enfrentamiento armado sectario entre unionistas y nacionalistas, y permitió la formación de un Gobierno de coalición bipartidista, actualmente en suspenso por la negativa del líder del Partido Democrático del Ulster (DUP), Jeffrey Donaldson, a formar pareja en posición subalterna con la presidenta del Sinn Fein (SF), Michelle O’Neill, que fue el partido más votado en las elecciones de 2022. Estas fechas coinciden con la publicación de una nueva edición de “Matar en Irlanda: El IRA y la lucha armada”, libro publicado en 2003 por Rogelio Alonso, profesor de la Universidad Rey Juan Carlos -a la sazón investigador en la Queen’s University de Belfast-, en la que culpa casi en exclusiva al Ejército Republicano de Irlanda (IRA) de la situación de enfrentamiento que ha prevalecido en el Ulster durante los últimos años. Me parece una apreciación excesivamente simplista, que no coincide del todo con la realidad, al describir de forma sesgada una situación muy compleja. Puede que yo no sea completamente objetivo, porque -como Joe Biden- tengo una bisabuela irlandesa -Magdalena Clancy, originaria de Limerick- y, como el presidente norteamericano ha confesado, su abuelo le decía “recuerda, Joey, que la mejor gota de sangre que tienes es irlandesa”. Para poder apreciar la realidad, conviene examinar -aunque sea de forma sucinta- la trágica Historia del pueblo irlandés. Breve Historia de Irlanda Irlanda ha estado históricamente dominada por la vecina Inglaterra y, pese a sus denodados esfuerzos, no lograba hoy estaba en coche el coche hoy iba dentro del periódico de liberarse del yugo británico. Para menoscabar la posición de los irlandeses -católicos en su inmensa mayoría- el Gobierno de Inglaterra envió a partir de 1609 numerosos colores ingleses y escoceses presbiterianos -los “planters”-, que se instalaron en el nordeste de la isla y a los que les entregó las tierras de cultivo arrebatadas a los nativos. En1641, éstos se rebelaron y consiguieron hacerse con el poder y formar un Gobierno de “Irlandeses Católicos Confederados” durante un breve espacio de tiempo, ya que el Lord protector, Oliver Cromwell -responsable de la ejecución del rey Carlos I-, se encargó con celo de sofocar la rebelión a sangre y fuego entre 1649 y 1653. Su represión fue atroz, como se puso de manifiesto en el asalto a las villas de Drogheda y de Wexford. En la primera ejecutó a 3.500 ciudadanos y, para justificarlo, afirmó: “Este es el castigo de Dios para los bárbaros que se han manchado de sangre inocente”. Exterminó o mandó al exilio al 20% de la población -incluidos unos 54.000 hombres, que huyeron a España y a Francia, los famosos “wild geese”-, prohibió el catolicismo y asesinó a numerosos sacerdotes y religiosos, confiscó las tierras de los campesinos y las repartió entre los colonos y sus soldados, dictó leyes penales inhumanas contra los católicos -a los que prohibió que se asentaran en las ciudades, y estableció un dominio completo sobre la isla. Este dominio fue consolidado años después por Guillermo II de Orange, quien había destronado Jacobo II, al que derrotó en la batalla del río Boyne, el 12 de julio de 1690. De ahí viene la tradición de los desfiles que organiza cada año la Orden de Orange en esa fecha, para conmemorar la efeméride y provocar a los católicos. Entre 1845 y en 1849, se produjo la catástrofe de la hambruna de la patata, a causa de la plaga de mildiu que arrasó la producción de la papa, alimento básico de la población. Aunque el país producía otros productos -como cereales, quesos y mantequilla-, que podrían haber sustituido el habitual consumo patatero, estos productos -propiedad de titulares ausentes- se exportaban a Inglaterra. Pese a ser una isla, los irlandeses eran poco aficionados a la pesca, salvo la de los ríos donde retozaba el preciado salmón, que estaba vedada a los locales al pertenece los ríos a los ingleses. Los intentos del primer ministro, Sir Robert Peel, de ayudar desde el Estado a los hambrientos encontraron la oposición de los partidarios de la libertad de mercado y de los malthusianos -que se quejaban del peligro de superpoblación- y no tuvieron éxito. En esos años, el censo pasó de 8.2 a 6.5 millones de habitantes, produciéndose la muerte de casi un millón de personas y la emigración de otros tantos, especialmente Estados Unidos, incluidos los ancestros de Biden. En “The Last Conquest of Ireland”, John Mitchel afirmó que el trato dado por el Gobierno a la hambruna fue un asesinato deliberado de irlandeses. “Dios mandó la plaga de la patata, pero los ingleses crearon la hambruna”. Michel fue acusado de traición y desterrado a las Bermudas. Hasta 1922 no consiguió el país acceder una independencia limitada como “Estado libre de Irlanda”, no sin antes haber escindido Inglaterra de Eire los seis condados de Ulster en los que había una mayoría protestante. En el momento de la independencia, los católicos solo constituían el 35% de la población de Irlanda del Norte. Se produjo entonces una absurda y sangrienta guerra civil entre los nacionalistas que aceptaban la independencia y los que se negaban a ella por la segregación del Ulster, y en la que resultaron vencedores los primeros. Una pequeña parte del fracturado Ejército irlandés, el IRA, atacó a los ingleses en el Ulster con escaso éxito. En Irlanda del Norte los católicos eran discriminados en la educación, en la vivienda, en el trabajo, e incluso en el ejercicio de los derechos políticos. Ello provocó el nacimiento de un Movimiento de Derechos Civiles que, a partir de 1968, inició una serie de manifestaciones pacíficas de protesta -al estilo del Mahatma Gandhi y de Martín Luther King-, que fueron reprimidas de forma inusitadamente violenta por los efectivos de la Royal Ulster Constabulary (RUC), y atacadas por los grupos paramilitares unionistas de la Fuerza de Voluntarios del Ulster (UVF) y la Asociación en Defensa del Ulster (UDA). En 1971 se dictó una norma que permitía el arresto e internamiento de ciudadanos sin necesidad de mandato judicial, lo que hizo que aumentaran las protestas. Fue el periodo denominado eufemísticamente “the troubles” –“los problemas”-. En agosto de 1969, se produjo en Derry la batalla de Bogside, en la que la policía reprimió con dureza una manifestación pacífica, pero la tensión llegó al máximo el 30 de enero de 1972 cuando, en el “Domingo sangriento”, se se produjeron en Derry 14 civiles católico muertos y 30 heridos. Un informe elaborado en 2010 por Lord Saville llegó a la conclusión de que dichas muertes fueron injustificables. Solo en 1978, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos dictó cinco sentencias condenatorias del Reino Unido por detención o internamiento sin juicio, violación del secreto de correspondencia, e incumplimiento de las Convenciones sobre interdicción de la tortura y los tratos degradantes, y sobre el derecho a una buena administración de Justicia. Los desórdenes se extendieron a Belfast y el Gobierno británico sacó las tropas a la calle. La llegada del Ejército fue acogida favorablemente por los nacionalistas, que pensaron que adoptaría una actitud neutral, pero pronto se vieron defraudados cuando comprobaron que los soldados hacían causa común con la RUC y con los militantes unionistas. Al ver que los métodos pacíficos no producían efectos, algunos nacionalistas pidieron ayuda al IRA, que hasta entonces apenas había intervenido y que -aunque estaba bien implantado en Derry- tenía escasa presencia en la capital. Alonso ha negado que los miembros del IRA fueran patriotas que luchaban por la liberación de su país del yugo británico y por la reunificación de Irlanda, y que eran unos meros terroristas, pero de todo había en la viña del Señor. El IRA radicalizó su posición y recurrió al terrorismo puro y duro, lo cual era sin duda condenable, pero también lo era el terrorismo de los paramilitares unionistas -del que Alonso apenas habla-, e incluso el terrorismo de Estado, similar al que se produjo en España en el caso del GAL, con la diferencia de que, a causa de la errónea actitud del Gobierno de Felipe González, terminaron en la cárcel el ministro del Interior, José Barrionuevo, y algunos de sus colaboradores, mientras que en Irlanda del Norte no se produjo ninguna condena. En 1994, me correspondió presidir la delegación española en la Conferencia Mundial sobre Delincuencia Transnacional Organizada que se celebró en Nápoles y en ella tuve que enfrentarme con algunos Estados miembros de la UE, que aceptaban la existencia de un “terrorismo bueno” justificado por sus motivaciones. Mantuve que no existía tal y que lo importante para la tipificación del terrorismo era la comisión de actos terroristas con independencia de su intencionalidad política, porque el fin no justificaba los medios. Obligué al colega de Alemania -que ejercía la presidencia- a que citara en su discurso en nombre de la Unión el artículo k-9 del Tratado de Maastricht, que se refería el compromiso los Estados miembros de “cooperación policial para la prevención y la lucha contra el terrorismo”. El terrorismo del IRA era, por tanto, tan condenable como el de la UVF o el de la UDA. Percepciones personales sobre la situación en Irlanda del Norte Me van a permitir hacer algunas consideraciones personales que, aunque puedan parecer anecdóticas, creo que son significativas para mejor entender la situación en el Ulster. Cuando a finales de 1987 me incorporé a mi puesto de embajador en Irlanda, solicité visitar al primado de la Iglesia católica de Irlanda, y el cardenal Tomas O’Fiaich me invitó a tomar el té y me pidió que fuera acompañado por mi familia. Se habían intensificado las actividades terroristas del IRA, qua había puesto unas bombas en Enniskillen que habían causado 11 muertos y 63 heridos, matanza que creó una sensación de inseguridad en toda la isla. Como el cardenal tenía su sede en Armagh (Ulster) -lo que suponía reconocer que Irlanda seguía siendo una unidad-, tuve que solicitar un permiso del Gobierno británico para hacer el viaje. Conduje el coche de la embajada en compañía de mi mujer Mavis y de y mis hijas Ana y María Victoria. Cruzamos el puesto fronterizo irlandés y nos internamos en la tierra de nadie existente entre las dos Irlandas y -como íbamos sobrados de tiempo- nos paramos en un bosquecillo para tomarnos unos bocadillos de tortilla de patatas. En medio de un silencio ominoso sentimos una sensación extraña y de pronto nos vimos rodeados por una patrulla de soldados armados hasta los dientes, que había acudido a ” rescatar” al embajador de España de un secuestro del IRA. Los guardias fronterizos irlandeses habían avisado a sus colegas del norte de que el coche del embajador había cruzado la frontera y -como tardábamos en llegar- los norirlandeses se temieron lo peor. Tras el susto, oí al jefe de la patrulla que informaba a su superior de que ”they are having a bloody picnic”. Fuimos al palacio arzobispal escortados por la patrulla, lo que me pareció una exageración, si bien comprendí las razones cuando, unos días después, el IRA explotó unas bombas en la vecina ciudad de Omagh, que causaron numerosos muertos y heridos, incluida una estudiante española. Unos días más tarde el IRA envió un comando a Gibraltar para cometer un atentado y la policía española le pasó la información a la gibraltareña, que les tendió una trampa y los mató sin contemplaciones cuando accedieron al Peñón, aunque ni siquiera fueran armados. A partir de ese día empezamos a recibir en la Embajada anónimos y amenazas de bomba. Ante esta delicada coyuntura, fui a hablar con Gerry Adams y le aseguré -con la boca pequeña- que la policía española no había tenido nada que ver con el soplo, y le informé que el Gobierno español repatriaría a Irlanda los cadáveres de las víctimas, como así se hizo, con lo que la situación volvió a la normalidad. Meses después, recibí de la Federación Española de Fútbol una invitación para asistir en Belfast a un partido entre España e Irlanda del Norte calificatorio para la Copa de Europa. Me dijeron que dejarían las entradas en un hotel cercano al campo donde se celebraría el encuentro. Fui en coche desde Dublín con una de mis hijas y, cuando llegué al hotel de marras, vi que estaba rodeado de planchas metálicas y alambradas. Di una vuelta en coche torno al hotel, pero no encontraba la puerta de entrada. Di otra vuelta a pie y seguía sin encontrarla y no se veía en la calle ni un alma a quien poder preguntar. Me recordaba la novela de Frantz Kafka, “El castillo”, en la que protagonista K podía contemplar el edificio, pero no conseguía acceder a él. Al fin puede encontrar en una esquina, escondido tras un árbol, un portillo por el que penetrar en la fortaleza. Llegamos al estadio cuando el partido ya había comenzado y, estábamos sentándonos, cuando el equipo español marcó su primer gol. Después del encuentro, dimos una vuelta por el centro de la capital y el espectáculo era deprimente: altos muros de separación entre los barrios católicos y protestantes, “graffitis” amenazantes, y una sensación mezcla de odio, miedo y opresión. Tomamos con rapidez el camino hacia Dublín y, cuando cruzamos el puesto fronterizo, pudimos respirar de nuevo. “Home, sweet home”. Negociación y firma del Acuerdo de Paz La situación conflictiva en Irlanda del Norte seguía agudizándose, llegando a producirse más de 3.500 muertos; lo que obligó al Gobierno británico a intervenir directamente en la gobernación del territorio. También se deterioraron las relaciones entre los dos Irlandas y entre el Reino Unido y la República. En 1973 se firmó el Acuerdo de Sunningdale, que daba voz al Gobierno irlandés en el conflicto del Ulster, pero el acuerdo fue rechazado por los unionistas. En 1993, el “premier” John Major y el primer ministro irlandés, Albert Reynolds, invitaron a protestantes y católicos a que cesaran las actividades armadas y, un año después, el IRA anunció un alto el fuego provisional -según Alonso por la debilidad del movimiento ante la actuación militar y policial-, aunque se negó a entregar las armas como le exigía el Gobierno autonómico. Los elementos menos radicales del IRA se dieron cuenta de que la práctica de la violencia y del terrorismo les estaba enajenando el apoyo de los nacionalistas a ambos lados de la frontera, como probaba la ilegalización de aquél en las dos Irlandas, y en 1997 restauró el alto el fuego. El 9 de septiembre, el presidente del SF declaró solemnemente que su partido rechazaba la violencia como instrumento político y aceptaba los métodos democráticos. Esta declaración salvo los últimos obstáculos y Tony Blair aceptó la presencia del SF en las negociaciones, en las que actuó de mediador el senador estadounidense George Mitchell. Como ha observado Biden, “fueron 700 días de fracaso y uno de éxito”, y el 10 de abril de 1998 se firmó el Acuerdo de Paz por parte de Gerry Adams, David Trimble -líder del Partido Unionista del Ulster-, John Hume -presidente del Partido Socialdemócrata y Laborista-, Tony Blair y el primer ministro irlandés, Bertie Ahern. El Acuerdo reconoció el derecho a la autodeterminación de Irlanda del Norte y restauró el régimen de autonomía, estableció un Gobierno compartido de unionistas y nacionalistas y la aplicación de la regla de la “doble mayoría”, previó algunos cambios en la Constitución de Irlanda y reconoció que para la reunificación de la isla se requeriría el consentimiento del pueblo norirlandés, y acordó la excarcelación de los presos políticos, la entrega de las armas por ambos bandos en un plazo de dos años, la retirada de las tropas británicas y la sustitución de la RUC por una policía neutral en la que se integraran agentes católicos. El único partido que se negó a firmar el acuerdo fue el DUP, aunque su líder -el intransigente Ian Paisley- declarara más tarde que Irlanda del Norte había alcanzado un tiempo de paz, un tiempo en el que ya no primaria el odio. “En política, como en la vida, no siempre puedes conseguir el 100% de lo que deseas. Llega un momento en que hay que conformarse con lo ganado y seguir hacia adelante”. Trimble afirmó que ya no habría confrontación sino diálogo, y el n° 2 del SF, Martin McGuinnes, destacó que había llegado al Ulster una nueva era de paz y de reconciliación. En mayo, las dos Irlanda aprobaron el Acuerdo en sendos referéndums por amplia mayoría -71% en el norte y 94% en el sur- y, en octubre, Trimble y Hume recibieron conjuntamente el premio Nobel de la Paz. Alonso ha sido más papista que el Papa y criticado acerbamente el Acuerdo, al señalar que anteponía los intereses partidistas a la moral y a la lógica que se debían imponer en la política. Prevaleció una ética incómoda que consistía en aceptar un mal menor para conseguir un bien superior, y en integrar a los que practicaban la violencia pese a que siguieran matando, pero en la realidad “no se ha producido la integración, sino que se ha subvertido el sistema para adaptarlo a quienes reniegan de él y lo deslegitiman”. Se implantó la lógica de la coacción, la amenaza y el chantaje, que permitió que los terroristas, aunque perdieran la guerra, ganaran la paz, “porque se lo han puesto en bandeja los Gobiernos británico e irlandés, al aceptar una lógica pragmática que propone mirar para otro lado con tal de que no nos sigan matando”. Se aceptaba una paz imperfecta en la que se daba la íbienvenida a las instituciones democráticas al brazo político de una organización terrorista y se posibilitaba que el fracaso de su violencia no fuera presentado como tal, sino como su valiente y heroica decisión de abandonar las armas. El mero hecho de haberse sentado a hablar con el SF suponía en sí una legitimación de la violencia, y la Historia no debía permitir que se enterrara en el olvido el rotundo fracaso de la lucha armada del IRA. Especialmente duro ha sido Alonso con la concesión de indultos y la liberación de presos. En su artículo “La política antiterrorista: las lecciones de Irlanda del Norte”, afirmó que la excarcelación de presos por delitos de terrorismo se justificó como una medida necesaria para la pacificación y la normalización, pero “la impunidad política, jurídica y moral que ha garantizado dista mucho de haber favorecido dichos objetivos”. La pacificación así defendida se convirtió en un nuevo espectáculo en el que lo importante no era realmente lograr la paz, la normalización y la reconciliación, sino la proyección pública de que se asistía a un proceso histórico. “De esta forma, se consigue que el proceso de paz se vuelva en contra de una auténtica paz”. El IRA logró recuperar por la vía política lo que había perdido por la vía policial. “El terrorismo ha obtenido réditos políticos al aceptarse el diálogo bajo la presión de la violencia”. Aparte de que Alonso limite el terrorismo al practicado por el IRA, no comparto sus opiniones sobre la liberación de presos. Para superar enfrentamientos sectarios enquistados, ha habido que recurrir a la equidad más que a la justicia, como ocurrió en España, donde el proceso histórico de superación de la guerra civil y del franquismo, así como de reconciliación nacional, se inició con la Ley de Amnistía de 1977. Es curioso que el Gobierno socio-comunista de Pedro Sánchez y sus aliados de Bildu y ERC traten de derogar ahora dicha norma a través de la malhadada Ley de Memoria Democrática, con la que se pretende volver al enfrentamiento entre las dos Españas, entre buenos y malos. Aplicación del Acuerdo del Viernes Santo No resultó nada fácil poner en funcionamiento el Acuerdo por la profunda desconfianza existente entre los dos bandos. Los unionistas exigían la entrega de las armas y la disolución del IRA, y los nacionalistas la retirada de las tropas británicas. Al final se llegó a un compromiso para la entrega de armas a través de una Comisión Internacional de Desarme presidida por un general canadiense. En 2005 el IRA declararía el fin definitivo de la lucha armada y en 2008 acordaría su disolución, aunque algunos elementos aislados -el IRA auténtico- no la aceptaron y mantuvieron la actividad paramilitar. El 2 de diciembre de 1999 se adoptó la ley de Transferencia del Poder, que restableció la autonomía de Irlanda del Norte y se estableció un Gobierno de coalición de unionistas y nacionalistas, en el que Trimble era presidente y McGuinness vicepresidente. Los Gobiernos compartidos funcionaron mal que bien hasta que se produjo el Brexit -al que se había puesto la mayoría de los norirlandeses- y la firma del Protocolo de Irlanda del Norte, que mantenía a ésta dentro del mercado común de la UE e impedía el restablecimiento de una frontera física entre las dos Irlanda, pero al que se pusieron los unionistas. La ministra principal, Arlene Foster (DUP), dimitió en 2021 y un año después ganó las elecciones el SF de Michelle O’Neill, pero el líder del DUP, Jeffrey Donaldson, se ha negado a integrarse en el Gobierno Irlanda del Norte, que lleva más de un año sin gobierno y con el Stormont paralizado. Con motivo del XXV aniversario del Acuerdo, el presidente Biden ha visitado fugazmente las dos Irlandas y declarado que “el Acuerdo de Viernes Santo no solo mejoró las vidas de la gente en Irlanda del Norte, sino que tuvo un significativo impacto en la República de Irlanda. La paz es preciosa y no podemos permitir que la violencia política vuelve a echar raíces en estas islas”. Ha dicho que esperaba que el Parlamento y el Ejecutivo fueran restaurados pronto y que funcionaran el resto de las instituciones que facilitaban las relaciones norte-sur y este-oeste, y hecho un llamamiento a los líderes norirlandeses para que enterraran sus rencillas y formaran un Gobierno de unidad y de poder compartido. Las espadas siguen en alto. Madrid, 22 de abril de 2023

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