sábado, 30 de enero de 2021
El octonacionalista Iceta un peligro para la unidad nacional
EL OCTONACIONALISTA ICETA, UN PELIGRO PARA LA UNIDAD NACIONAL
El prohombre socialista vasco Pachi López le preguntó al Presidente del Gobierno si sabía lo que era una nación y Pedro Sánchez -que es un chico aplicado- ha nombrado ministro de Política Catalana y Función Pública a Miquel Iceta para que se 124lo explique, cubriendo así de paso el preceptivo cupo del PSC, al haber devuelto a Cataluña a su incompetente y coitado ministro de Sanidad, Salvador Illa, para que salve la patria catalana. Ha sido un trueque de conformidad con la más pura metodología sanchista: Al que no funcionaba en el Gobierno lo ha mandado a Cataluña y al que no funcionaba en Cataluña lo ha mandado al Gobierno.
La “operación Illa” no es comprensible sin la segunda parte de la maniobra consistente en hacer a Iceta Ministro de Política Territorial. A juicio de Jorge del Palacio, “con Iceta en el Gobierno, el PSOE coloca en el corazón de la Moncloa a cargo de la cuestión territorial, toda la confusión política sobre el federalismo y la nación de naciones que caracteriza al PSC desde la época de Maragall. Un discurso que ha servido al socialismo catalán para simular que hacía política constitucionalista, mientras en realidad ha contribuido para ensanchar el consenso nacionalista sobre la idea de Cataluña como una nación agraviada con la que el Estado español deberá saldar cuentas de alguna manera y cuanto antes”. Ya tenemos en Cataluña el guion para una tragedia perfecta: la canalización de miles de votos del PSC a un nuevo tripartito. “Si la idea de Sánchez era captar voto constitucionalista teatralizando el inicio de una nueva política socialista para Cataluña marcada por la prevalencia del PSOE sobre el PSC, el nombramiento de Iceta hace difícil esconder una realidad de naturaleza muy distinta”.
En la toma de posesión de Iceta, Sánchez ha ensalzado el genio político del flamante ministro, que fue un apoyo fundamental para que recuperara la secretaría general del PSOE. Yo no sé si cabe hablar de conocimiento político, pero sí de experiencia y marrullería políticas de quien ha sido un fontanero de José Montilla, Narcís Serra, Felipe González y el propio Sánchez. Repasemos su extensa e intensa biografía. En 1978 se afilió a las Juventudes Socialistas de Cataluña, de 1987 a 1991 fue concejal de Cornellá –cono Montilla de Alcalde-, de 1991 a 1995 director de Análisis en el Gabinete de la Presidencia del Gobierno –con Serra- y de 1995 a 1996 subdirector de dicho Gabinete –con González-. Diputado en las Cortes de 1996 a 1999 y diputado en el Parlament desde 1999 hasta su disolución en 2020. Primer vicesecretario del PSC de 2004 a 2011 y miembro del Consejo Federal Ejecutivo del PSOE desde 2008. Fue un estrecho colaborador y fontanero mayor de Montilla durante su presidencia de la Generalitat y en 2005 formó parte de la ponencia que elaboró el malogrado Estatuto catalán de 2005. En 2015 el PSC obtuvo sus peores resultados en las elecciones autonómica y el secretario Pere Navarro fue sustituido por Iceta, quien logró parar el desplomé del partido y mejorar su situación, y en 2016 fue elegido líder del mismo. Candidato fallido a la presidencia de la Generalitat fue propuesto como senador en representación autonómica para luego ser elegido presidente del Senado, pero el Parlament rechazó la propuesta por amplia mayoría.
El PSC se creó en 1988 como un partido federado con el PSOE, que le dio un amplio margen de autonomía, siempre que respetara las directrices políticas dictadas por la casa-madre, aunque en los temas relativos a Cataluña era la madre la que seguía a remolque del hijo pródigo en sus veleidades nacionalistas. El partido tenía dos almas: la de la burguesía izquierdista afín al nacionalismo –prevaleciente entre sus dirigentes- y la del complejo obrero inmigrante –calificado despectivamente de “charnego”- que se había establecido en el cinturón rojo de Barcelona y que toleraba el nacionalismo siempre que no degenerara en separatismo. Según Jorge del Palacio, el PSC no era la expresión nacionalista catalana del socialismo español, sino la variante socialista del nacionalismo catalán. La tensión existente entre los dos sectores explica la dificultad que ha tenido el PSOE para mantener un discurso coherente en Cataluña. Para el dirigente de ERC Joan Tardá, el PSC tenía como misión normalizar el independentismo.
El PSC ha mantenido una posición ambigua y contradictoria pretendiendo nadar entre dos aguas. De un lado, ha apoyado el derecho a decidir del pueblo catalán y la celebración de un referéndum acordado con el Gobierno central y, de otro, se ha opuesto a la separación de Cataluña de España. Un maestro en el manejo de esta actitud ambivalente –que, según las circunstancias, se inclinaba más de un lado o de otro, pero que a la larga terminaba por favorecer al nacionalismo- ha sido, y sigue siendo, Iceta, que ha sido considerado como el ideólogo del Estado plurinacional. Propugnó el abandono del Estado de las Autonomías y su sustitución por un régimen federal mediante reforma de la Constitución. Iceta ha seguido una política tan sinuosa como su personalidad, amagando y no dando, o golpeando cuando estimaba oportuno.
Iceta colaboró con el Gobierno tripartito, que estableció la inmersión escolar, continuó la política de catalanización emprendida por Jordi Pujol, exigió una mayor transferencia de competencias e inició una reforma del Estatuto catalán cuando no había demanda social para ello y -con la connivencia del Gobierno de Rodríguez Zapatero- se adoptó un nuevo Estatuto que estaba en abierta contradicción con la Constitución, en cuya elaboración participó. Tras la sentencia del Tribunal Constitucional de 2010 –en la que sólo se declararon inconstitucionales sus principales disposiciones- se unió a Montilla en sus críticas a la sentencia y participó en las manifestaciones en las que se deslegitimó al Tribunal Constitucional.
En las elecciones autonómicas de 2012 se incluyó en el programa del PSC el derecho a decidir a través de un referéndum acordado en el marco de la legalidad. Según Iceta, los referéndums sobre la independencia se deberían poder hacer y se había hecho en las democracias más avanzadas mediante el acuerdo, Se hizo en dos ocasiones en Quebec y se haría en Escocia en 2014. Estas declaraciones eran más falaces y el experimentado político lo sabía. En el primer caso, la Constitución de Canadá permitía el ejercicio de la libre determinación de sus provincias y el Gobierno federal había llegado a un acuerdo con el Gobierno de Quebec para la celebración de los referéndums. En el segundo, silenciaba Iceta que Escocia había sido un Estado independiente antes de haberse incorporado voluntariamente al Reino Unido, que la inexistente Constitución británica no prohibía los referéndums y que los Gobiernos de Londres y de Edimburgo habían acordado celebrar el referéndum.
En 2013, Iceta instó a la adopción de la Declaración de Granada sobre un nuevo pacto territorial, en la que la Asamblea del PSOE se pronunció por la reforma de la Constitución en clave federalista, concesión que el PSC consideró insuficiente. Para dar muestra de la autonomía del partido, sus diputados se negaron en 2016 a obedecer las instrucciones de la Gestora Nacional del PSOE de abstenerse en la votación de la elección de Rajoy como presidente de Gobierno. Iceta apostó por Sánchez para que recuperara la secretaría general del PSOE y éste, en señal de agradecimiento, apoyo la tesis del plurinacionalismo defendida por el PSC, que se plasmó en la Declaración de Barcelona de 2017 “Por el catalanismo y la España federal”, que fue negociada “vis-à-vis” por Sánchez e Iceta. En ella se consagraba la pluralidad nacional de España, se propugnaba una Constitución federalista, se preveía la vuelta al Estatuto de 2005 –algunas de cuyas disposiciones habían sido declarada anticonstitucionales por el Tribunal Constitucional-, se anunciaba la creación de un Consejo General del Poder Judicial catalán y se prometía aumentar la transferencia de competencias a la Generalitat y las inversiones estatales en Cataluña.
El PSOE se dejó vampirizar por el PSC hasta el punto de reconocer el derecho a decidir del pueblo catalán y a considerar a España una nación de naciones. Iceta pidió a Sánchez que acabara con los daños del Gobierno a Cataluña, que impulsara una España distinta que respetara la identidad de la nación catalana, y que respaldara un Estado que defendiera los intereses de los catalanes. Tanto Sánchez como Iceta pasaron por alto que, desde la Constitución de 1812, la soberanía reside en la Nación. La Constitución e 1978 establece que la soberanía reside en el pueblo y se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación, y reconoce el derecho a la autonomía de las nacionalidades y las regiones que la integran. Según el Tribunal Constitucional, nación era un concepto proteico que podía reflejar una realidad cultural, histórica, lingüística, sociológica e incluso religiosa, pero lo más relevante era el elemento jurídico-constitucional y, en este sentido, la Constitución no reconocía más Nación que la española.
Como ha señalado Santiago Muñoz Machado, las nacionalidades tienen su apoyo exclusivo en la Constitución y no pueden subvertirla. La Nación de naciones sólo solo podría materializarse por medio de una confederación. “Se trata de una propuesta sin sentido ni porvenir y los promotores del alboroto plurinacionalista no se han parado un minuto a pensar en lo que han dicho, pues no se han tomado en serio la Constitución”. Según ha observado Juan Claudio de Ramón, en un Estado democrático no cabe la plurinacionalidad. Admitir más de una nación es tanto como admitir varias ciudadanías, algo vedado por el propio ideal democrático Para Javier Redondo, cuando el PSOE coquetea con el término plurinacionalidad emplea –consciente o inconscientemente- tesis separatistas e ignora que la nacionalidad delimita al sujeto de la soberanía. Con su concepción de la plurinacionalidad avanzaba inexorablemente hacia el derecho a decidir y su desorden conceptual nos aproximaba al caos.
Con motivo de los incidentes del referéndum del 1-O, Iceta se mostró muy comprensivo con los participantes en una votación ilegal, calificó de inaceptable cualquier acción policial desproporcionada y pidió que cesaran los intentos de impedir por la fuerza una movilización ciudadana. Instó a que liberaran a los políticos encarcelados preventivamente para que pudieran participar en la campaña electoral y que les aplicaran medidas cautelares que no implicaran prisión. Se mostró asimismo favorable a que se les concediera un indulto en caso de ser condenados, aunque tuvo que replegar velas y reconocer que su petición era prematura dado que no el Tribunal Supremo no había dictado su sentencia sobre el procés. Iceta se negó a que el PSC participara como tal en la magna concentración constitucionalista que tuvo lugar el 8-O tras el providencial discurso del rey Felipe VI. Solo aceptó que sus militantes participaran a título particular y ello gracias a las presiones de auténticos socialistas como Josep Borrell, que fue uno de los principales protagonistas de la marcha.
El PSC era renuente a aplicar el artículo 155 de la Constitución e Iceta se entrevistó varías veces con Carles Puigdemont a fin de tratar de convencerlo para que convocara elecciones para eludir su aplicación, pues el presidente Mariano Rajoy tampoco tenía muchas ganas se recurrir a él, y la vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, había declarado que, si el presidente de la Generalitat disolvía el Parlament, el Gobierno paralizaría el proceso de intervención en Cataluña..
En las elecciones autonómicas posteriores a la destitución del Govern, Iceta tuvo que retirar del programa del PSC el apoyo al derecho a decidir y a la celebración de un referéndum por presión del PSOE ya que no era electoralmente rentable, pero insistió en que el Estado debería reconocer la “identidad nacional” de Cataluña, así como sus peculiaridades, históricas, culturales y lingüísticas -como si no estuvieran suficientemente reconocidas en la Constitución-, así como que España era un Estado plurinacional. Manifestó que era razonable formar un Gobierno de coalición con los comunes y con los independentistas, como el PSC había hecho en el Ayuntamiento y en la Diputación de Barcelona. Tras uns elecciones, en la que el partido quedó en cuarta posición, inició una descarada campaña de “Iceta for president”, presentándose como el “Capitán de la política catalana”, el único político que podría forjar una mayoría al ser el candidato que menos rechazo provocaba, y prometió aparcar diferencias ideológicas y ser el presidente de toda la ciudadanía.. Hizo una serie de promesas populistas poco viables, como la creación de una Hacienda catalana,, una quita de la mayor parte de la ingente deuda de Cataluña y una versión edulcorada del Pacto Fiscal que la asemejara con el Pais Vaco y con Navarra.
El PSC votó en contra de la propuesta de Ciudadanos de destituir al presidente del Parlament, Gerard Torrent, por su reiterada decisión de presentar como candidatos a la presidencia de la Generalitat a personas que no reunían las condiciones para ello. Una vez constituido el Gobierno de Joaquim Torra, Iceta se mostró favorable a que el Gobierno central negociara con la Generalitat y levantara los controles de sus cuentas. Sánchez –para satisfacción se Iceta- volvió a declarar que España era una Nación de naciones, entre las que se encontraban Cataluña, el País Vasco y Galicia, desempolvando su confusa concepción del plurinacionalismo y ultrapasando una línea roja que el propio PSOE había marcado: negarse a reconocer el derecho a decidir y la autodeterminación de las nacionalidades que configuraban España.
En una declaraciones hechas en 2019 a “La Razón”, Iceta volvió a insistir en que España era un Estado plurinacional y que él había contado las naciones y le salían ocho comunidades que consignaban en sus Estatutos que eran nacionalidades históricas o naciones: Andalucía, Aragón , Baleares, Canarias. Cataluña, Comunidad Valenciana, Galicia y el País Vasco. Aún podría salir una más si se contaba el Amejoramiento de Navarra.. “Nación y nacionalidad son términos similares”. Se trataba de una falacia más, pues el artículo 2 de la Constitución.es meridianamente claro al establecer que la Nación española está compuesta de nacionalidades y regiones. El continente no puede confundirse con el contenido, ni, en consecuencia, Nación con nacionalidad.
Iceta se inspiró probablemente en la tesis de Daniel Innerarity, quien afirmaba que las tensiones que sufría España describían un Estado poliárquico muy diferenciado que calificaba de plurinacional y que equivalía a articular la diversidad en una cierta uniformidad. Observaba que en España se seguíamos pensando que a toda nación le correspondía un Estado y que ese Estado de tener un poder soberano, pero nos equivocamos- Aunque la nación fuera un principio político, no significaba que condujera a la consecución de un Estado. Juan Carlo Girauta ha respondido a Iceta con sentido del humor al decirle que Cataluña estaba compuesta por Tabarnia, Tractoria, el valle de Arán y posiblemente Tortosa. No era un comentario tan disparatado puesto que estaba inspirado en la sentencia del Tribunal Supremo canadiense, que señaló que, si Canadá se podía fraccionar, también podía hacerlo Quebec. Reconocer como naciones a Cataluña y a otras ocho comunidades llevaría aparejado su derecho a decidir, el ejercicio de su libre determinación y su eventual independencia.
También en 2019.hizo Iceta unas declaraciones a “Berria”, en las que afirmó que “si el 65% de la población quiere la independencia, la democracia debería encontrar unos mecanismos para encauzar eso, pero no es el último penalti, ni con el 47% ni tampoco con el 51”. Ante Las numerosas críticas recibidas, el político catalán se justificó a medias al decir que a veces le resultaba difícil contenerse. No obstante, siguiendo su incontinencia verbal, un año después declaró a “Catalunya Radio” que, si en las elecciones autonómicas los partidos separatistas alcanzaran más del 50% de los votos tendrían más fuerza para negociar un referéndum. De nuevo erraba Iceta porque pasaba por alto que el artículo 2 de la Constitución –de la que deriva la legitimidad de las nacionalidades- prevé que la Carta Magna se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles y que no se podrá realizar un referéndum sobre la independencia de una nacionalidad mientras no se reformara la Constitución y se introdujera en ella una disposición que lo permitiera, Lo que pasa es que el PSC y los partidos nacionalistas están de acuerdo con el aforismo de Georges Orwell en “Animal Farm” de que “todos los animales son iguales pero que los cerdos –sin ánimo de señalar- son más iguales“. Este sentimiento impregna la sociedad nacionalista catalana y se manifiesta en ese otro aforismo de que “el Barça es más que un club”. Cataluña es más que una nacionalidad e igual a una Nación. Pese a lo que digan el PSC y los partidos nacionalistas catalanes, el problema no estaba tanto en encajar a Cataluña en España, comoo a España en Cataluña, parte integrante de la Nación española, de la que al Estado ha sido expulsado y se ha dejado expulsar.
El nombramiento de Iceta es perfectamente correcto y no hubiera sido motivo de objeción ni puesto en tela de juicio si hubiese sido nombrado para hacerse cargo de cualquier Ministerio que no fuera el de Administración Territorial, que es el competente para mantener las relaciones con las comunidades autónomas y el responsable de toda la estructura administrativa del Estado. Y no ha sido colocado por Sánchez en ese puesto por mero azar, sino que –al igual que en el caso de su antecesora Merirtxell Batet- lo ha hecho con aviesas intenciones, pues bien sabe lo que puede esperar de él. Somos muchos los que dudamos del constitucionalismo del PSC y de su vocación federalista, pues el federalismo asimétrico que preconiza va en contra del principio básico del federalismo que radica en la igualdad de los Estados federados y de todos sus habitantes
Como no tiene un pelo de tonto, Iceta es consciente de las suspicacias y del temor que su apuesta plurinacional produce en muchos españoles, incluidos algunos votantes socialistas y, por ello, ha hecho al tomar posesión, una encendida declaración de amor a España. Ha afirmado que quería una España fuerte en su unidad y orgullosa en su diversidad –“me gusta una España diversa, plural y unida”-, que no sea la una grande y libre de la Falange, y ha enarbolado la bandera del diálogo y del reencuentro propio de un Estado federal como alternativa al procés, pues no había fortaleza más sólida que la que surgía del acuerdo y del pacto. No llegaba con un programa propio, ni iba a haber sobresaltos, inventos ni improvisaciones, y la co-gobernanza era la forma de entender el Gobierno en un Estado complejo
Entre las muchas virtudes del pueblo catalán no figura la de tener buenos políticos, antes al contrario. Es tan mediocre la calidad de los políticos catalanes, que Salvador Illa –que ha sido el epítome de la incompetencia como ministro de Sanidad- figura como favorito en las elecciones del día de los enamorados –si es que se celebran ese día- para acceder a la presidencia de la Generalitat. Los voceros de la Moncloa –liderados por el astuto y hábil Iván Redondo- venden a buen precio la burra tuerta del ex-ministro y mantienen que la cordura se llama Illa y la solución de Cataluña estará en un nuevo Gobierno tripartito con ERC. Illa ya ha mostrado la orejita al asumir que en octubre de 2017 “todos cometimos errores”. En su esclarecida opinión, el Gobierno de Rajoy, los catalanes no nacionalistas y la mayoría de los españoles fuimos co-responsables de que la Generalitat celebrara un referéndum ilegal, que el Parlament derogara la Constitución y el Estatuto catalán y que, no se sabe muy bien quién, declarara la independencia de Cataluña y su secesión de España. Con un mensaje que aboga por el diálogo y que rehúye el cuerpo a cuerpo con el separatismo al que tendrá que recurrir en futuros pactos pasa poder gobernar, Sánchez ha afirmado en Barcelona que “ha llegado el momento de pasar pagina a diez años de enfrentamiento y división” y que con Illa ha empezado el principio del fin del proceso independentista. Illa le ha secundado afirmando que quiere “conseguir el reencuentro de todos los catalanes, que acabe la división y empiece una época de cooperación”.
Según Iñaki Ellacuría, en Cataluña empieza a suceder lo que en el país Vasco se produjo a raíz de la derrota de ETA: la inmunidad del rebaño totalitario. “Inmunes ante la ley, con los golpistas libres para hacer campaña, pero también y sobre todo, frente al necesario juicio moral”. Cuando Sánchez e Illa se disfrazan de ingenuos para hablar de reconciliación, unir a los catalanes y generalizar y socializar la comisión de errores de octubre de 2017, recibe el aplauso de unas élites catalanas que desconoce todo sentimiento de culpa. El nacionalismo teme el reproche moral que le sitúe bajo el espejo de su fascismo, “las firmeza democrática que le muestre que el procés intento en 2017 hacer realidad el sueño de todo tirano: arrebatar a la mitad de los catalanes su condición de ciudadanos, borrar su voluntad, silenciar su palabra, eliminarles como sujetos Jurídicos [… “La ausencia de toda autocrítica entre los cabecillas y la masa vociferante que acompañó sus fechorías inhabilitan todo intento de diálogo tercerista, por muy sincero que éste sea, porque no habrá solución al problema catalán mientras no asuman su culpa y pidan perdón”.
Iceta ayudará desde la retaguardia de Moncloa a que se liberen los “presos políticos” catalanes –Pablo Iglesias “dixit”-, bien concediéndoles un indulto más parecido a una amnistía, b ien rebajando las penas para el delito de sedición mediante la reforma del Código Penal “ad personam”. Alentará la formación de un nuevo Gobierno tripartito con ERC y los Comunes y facilitará la celebración de un referéndum de autodeterminación. No sabemos si los requiebros de Iceta a España son sinceros y genuinos, pues no es trigo limpio. Como dice el Evangelio, “por sus hechos los conoceréis”, y los hechos conocidos de Iceta son para causar, no ya suspicacias, sino temor, pavor y terror. La presencia de Iceta en el Ministerio de Administración Territorial supone colocar una bomba de profundidad en la quilla de la frágil barquichuela del régimen de las Autonomías.
Madrid, 29 de enero de 2021
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