lunes, 30 de noviembre de 2015
¿Es el Islam una religión de paz?
¿ES EL ISLAM UNA RELIGIÓN DE PAZ?
Orígenes del yihadismo
Los trágicos asesinatos cometidos por el Estado Islámico (EI) el pasado 13 de Noviembre en París han sacado a la palestra el tema de si el Islam es una religión de paz o de violencia. Como ha observado en Director de Centro cultural Islámico de Madrid, Sami al-Mushtawi, el Islam no incita al odio ni al rencor, y menos aún a actos de barbarie y terror, pues el terrorismo no tiene relación alguna con él. Es la ignorancia de los preceptos de la religión musulmana el principal motivo del extremismo yihadista, que incita a estos jóvenes a llevar a cabo operaciones terroristas. Para el opositor laico sirio, Raed Fares, el Islam es paz y amor y no tiene nada que ver con lo que promueven el EI o al-Qaeda. Ramón Pérez Maura estima, en cambio, que, aunque sean muchos los que hablen de que el Islam es una religión de paz, llevan años asesinando en nombre de Alá y, si es cierto que hay condenas testimoniales, no veo a la Comunidad Islámica -la “Umma”- perseguir, encarcelar o condenar a los que, entre los suyos, practican crímenes como los del Daesh. Según Manuel Núñez Encabo, el origen de los atentados en Paris está en el fundamentalismo religioso del que se sirve el brazo ejecutivo del EI. No se trata de acciones aisladas sino sincronizadas, de una “guerra santa” contra los que los musulmanes consideran que ofenden a su religión. Es un terrorismo basado en justificaciones religiosas que ordenan combatir a los infieles dondequiera que se hallen. Para Santiago González, es una religión en la que quien paga al gaitero pide la tonada, y los que financian al EI son Arabia Saudita y Qatar, mientras que para el nacionalista holandés Geert Widers es esencialmente una ideología política, un sistema que fija reglas detalladas de conducta para la sociedad y para la vida de cada individuo. Según Gabriel Albiac, es una guerra de religión conforme a las reglas de sumisión que atan al musulmán a un Alá cuyos mandatos constituyen la única ley. El mandato coránico es explícito y muy poco concordante con fantasías benévolas. La guerra que los yihadista despliegan contra el mundo infiel es lucha contra una resistencia diabólica al mandato de Alá y, para esa resistencia, el Corán contempla un solo castigo: la muerte. A juicio de Raúl del Pozo, 1.600 millones de musulmanes oyen el tambor de guerra contra los infieles, “a los que es igual que les aconsejes como que no les aconsejes. Creen engañar al eterno. Sus ojos ven tinieblas y les esperar terrible castigo”. Al grito de “Alá akbaru” –Alá es grande-, intentan aplicar la Sharia en toda la tierra por la fuerza de las armas y están dispuestos a izar su bandera por doquier. Javier Gómeze estima que, para el EI, Occidente somos los “cruzados” infieles y, frente a nosotros, no hay una religión sino una ideología que deforma el Islam, pero que sale netamente de él. Según Marcos García Rey, hacer una evaluación religiosa de los atentados de París señalando a la religión islámica como la causa primordial no ayuda al análisis ni a la búsqueda de soluciones. El yihadismo es una corriente ideológica, una especie de nacionalismo religioso transfronterizo, que tiene unos objetivos políticos: la creación de Estados donde se imponga su idea maximalista del Islam. Comparto estas últimas opiniones: el yihadismo es un ideología con un trasfondo religioso y un objetivo político.
Incitación a la “yihad” en el Corán
El Corán incita a la “yihad” cuando afirma: “La yihad es ordenada a los musulmanes aunque les disguste (sura 2:216),”haced yihad por Alá como Él se merece” (22:75) o “no obedezcáis a los infieles y haced yihad contra ellos con toda la fuerza” (25:52). La palabra “yihad” tiene una triple acepción: esfuerzo interior del creyente para domeñar sus pasiones y mantener su fe, esfuerzo por edificar una sociedad musulmana y lucha para propagar el Islam, por medio de la fuerza si fuera preciso. El Corán recurre a menudo a la tercera acepción del término en el contexto del combate de los fieles por su Dios, incluida la lucha armada, la “guerra santa” contra los infieles. Los comentaristas musulmanes se basan en la siguiente sura para mantener que la guerra de la yihad es meramente defensiva y sólo está justificada cuando se produce como reacción al previo ataque de los infieles: “Combatid por Dios contra los que os combaten, pero no os excedáis. Dios no ama a los que se exceden. Matadles donde déis con ellos y expulsadles de donde os hayan expulsado. No combatáis contra ellos junto a la Mezquita Sagrada a no ser que ellos os ataquen. Así que, si combaten contra vosotros, matadles: esa es la retribución de los infieles…Combatid contra ellos hasta que dejen de induciros a la apostasía y se rinda culto a Dios. Si cesan, no haya más hostilidades…Si alguien os agrediere, agredidle en la medida que os agredió” (2:190).
Sin embargo, el Corán está lleno de llamamientos a la lucha armada sin matización alguna: “Combatid por Alá…Puede que Alá contenga el ímpetu de los infieles. Dispone de más violencia y es terrible en castigar” (4:84);”si no marchan por el camino de Alá, atrapadlos y matadlos dondequiera que los encontréis” (4:89); “los infieles son para vosotros un enemigo declarado” (4:101):”los mayores enemigos de los creyentes son los judíos y los asociados” (5:82);”infundiré el terror en los corazones de quienes no creen.¡Cortadles el cuello, pegadles en todos los dedos!”. (8:12);”combatid contra ellos hasta que no haya más persecución y se rinda todo e culto a Alá!” (8:39);
“Profeta ¡Anima a los creyentes al combate!” (8:659;“matad a los asociados –cristianos asociados a Jesucristo- dondequiera que los encontréis “ (9:5);”¡combatid contra ellos!.Dios los castigará a manos vuestras” (9:14);“¡combatid contra quienes, habiendo recibido la escritura, no creen en Alá…ni practican la fe verdadera!” (9:29);”¡Id a la guerra…y luchad por Alá con vuestras haciendas y vuestras personas!” (9:41); ”Profeta:¡Combate contra los infieles y los hipócritas!.!Sé duro con ellos!” (9:73); ”¡combatid contra los infieles que tengáis cerca!”(9:123);”a los que se niegan a creer, golpeadlos en sus cuellos” /47:4);”Mahoma es el mensajero de Alá y los que están con él son despiadados con los infieles” (48:29). El talante beligerante del texto sagrado ha sido corroborado por destacados comentaristas islámicos como Bujari (“El apóstol de Alá dijo: Me ha ordenado combatir a la gente hasta que digan: Nadie tiene derecho a ser adorado sino Alá”), Tabari (“Matar infieles es un tema menor para nosotros”) o Ibn Ishak (“Lucha contra todos en el camino de Alá y mata a los que no creen en Él” o “un Profeta debe masacrar antes que recoger cautivos”). La yihad es una orden que emana de Alá y fue transmitida por Mahoma a sus seguidores. Se trata de un mandato imperativo de carácter universal y permanente hasta que la Humanidad se convierta al Islam, En consecuencia, asesinar infieles ha sido una práctica habitual de los musulmanes desde que el Profeta declaró que era lo más grato a Alá, sólo después de creer en el Dios del Islam. Por ello, la mayoría de los musulmanes creen que la guerra contra los infieles o contra los que no creen en Alá es algo santo.
Concepción actual de la yihad
La situación ha cambiado notablemente en relación con otros tiempos en que los países árabes y el Imperio Otomano se hallaban en guerra permanente con las naciones cristianas, como se puso de manifiesto con los ataques de militantes de al-Qaeda a Estados Unidos en 2001,-para los que Occidente no estaba preparado política, militar, policial o psicológicamente- y en subsiguientes atentados. El “modus operandi” de la yihad ha cambiado por completo. Su ejército en la sombra –según José María Carrascal está compuesto por jóvenes musulmanes que han nacido en los arrabales de París, Londres, Madrid u otras ciudades europeas, que se sienten extraños en ellas, porque los segregan o creen que los segregan. Se trata de una guerra sin cuartel perdida de antemano porque tenemos al enemigo dentro de casa. En opinión del profesor de Nanterre Gilles Ferragu, la radicalización de estos islamistas es resultado de una crisis identitaria. Los jóvenes se buscan a sí mismos y se dejan llevar por un romanticismo revolucionarios para encontrar una causa en sus vidas, que acaba siendo la violencia terrorista. Procuran una identidad que la religión musulmana les ofrece y pasan por una primera fase de radicalización religiosa que les lleva al salafismo y, de allí, a la violencia. En este mismo sentido, la filósofa búlgaro-francesa Julia Kristeva ha afirmado que, a falta de ideales, los jóvenes abrazan uno en forma de una religión que no conocen y adoptan de ella ciertos esquemas y elementos que les permite sacrificarse por una causa, pensando que con ello alcanzarán el paraíso. A ello les alienta el Corán de forma simplista:”A quienes combatieran y fueran muertos los introduciré en los jardines por cuyos bajos fluyen arroyos, recompensa de Alá” (3:195) o “a quien combatiendo por Alá sea muerto, le daremos una magnífica recompensa” (4:74). Al llamar a la guerra santa, las autoridades religiosas otorgan a la lucha armada un carácter religioso, que premia con el paraíso a quienes caigan en el combate y que hace del libro sagrado –en palabras de Javier Villa- un “arma de combate”. No tengo claro –ha observado Raúl del Pozo- si los yihadistas mueren en nombre de Alá como camino al paraíso o están poseídos por el odio a los valores de Occidente o por venganza como respuesta a ser reducidos a ciudadanos sin esperanza. La crueldad de los yihadistas y su afán de matar, sin embargo, no puede justificarse sólo por la marginación y quizás se agarren a coartadas ideológicas, pero –según Enric González- ninguna ideología puede proponer ya nada a quienes se sienten marginados y víctimas de un sistema que consideran injusto, salvo la ideología apocalíptica del islamismo yihadista. Se trata, para Kristeva, de “una especie de perversión del Islam, que libera pulsiones, no de vida, sino de muerte”. Esta actitud no es compartida por la mayoría de los musulmanes, pues –como ha señalado el Presidente iraní, Hasan Rohani, “los terroristas no son leales a ninguna religión” o el Imam de la mezquita del Centro Cultural Islámico de Madrid, Hasan Khoja ,“la matanza de inocentes, musulmanes o no musulmanes, en el nombre del Islam es un crimen contra nuestra religión, opinión que coincide con la del Papa Francisco, para quien utilizar el nombre de Dios para justificar la violencia es una blasfemia. No obstante, a juicio del periodista marroquí Mahi Binebine, constatamos el nacimiento de un Islam yihadista y nihilista, y los ulemas repiten que los líderes de los grupos terroristas tienen razón al ponerse en movimiento para despertar a la “Umma” y revelar la auténtica naturaleza de un Occidente demoníaco. Y Jon Juarista ha añadido que la función de la mayoría del Islam contemporáneo es aplaudir cada nueva salvajada y culpar a las democracias occidentales de los atentados en Nueva York, Londres, Madrid, París o Jerusalén. El Islam –según Albiac- ha declarado la guerra a Occidente.
El suicidio está expresamente condenado en el Corán: “No os matéis….A quien obre así por malicia y siendo injusto, le haremos sufrir en el fuego” (4:29, 30 y 39). El Profeta dicho:”El hombre que se quite la vida por sus propias manos vivirá eternamente en el infierno y será torturado con el medio que usó para suicidarse”. Pese a ello, a partir del establecimiento de un Estado confesional chiita en Irán en 1982, distintas Escuelas teológicas coránicas admiten su licitud moral cuando los terroristas lo utilizan para una “causa islámica”, pues la defensa de la Umma amenazada por los infieles justifica el recurso a cualquier tipo de medio. Las exigencias políticas se han impuesto sobre la literalidad del Corán.
Ataques yihadistas a los musulmanes
Los yihadistas atacan no sólo a los infieles, sino también a otros musulmanes y, según el Centro de Londres para el Estudio de la Radicalización y la Violencia Política, en 2014 el 80% de las víctimas de los atentados fueron musulmanes. Por eso, deberían ser ellos los primeros interesados en subrayar que el islamismo –en palabras de Jeffrey Goldberg- no es un proyecto supremacista, imperial y medieval, con el que no existe convivencia posible. Para Luis María Ansón, los atentados suicidas resultan incontrolables cuando un joven cree que al activar su cinturón de explosivos se irá al paraíso, y no hay servicios de inteligencia ni fuerzas de seguridad capaces de de desbaratar sus propósitos. Para liquidar el terrorismo islámico se precisa un plan político y diplomático que consiga alinear al mundo musulmán contra sus talibanismos internos, especialmente a los mahometanos que se han instalado en las naciones europeas y disfrutan de su bienestar y de sus leyes. Según Javier Gómez, hay quienes argumentan que en el Islam hay dos bandos: “ellos” –los terroristas- y “los otros” –casi todos los musulmanes-, y no haría falta defender el mismo modelo de sociedad ni creer en el mismo Dios para compartir el enemigo común del terrorismo. El 98% de los musulmanes pacíficos deberían rebelarse contra la minoría radical, pero reina la pasividad, por comodidad, cobardía o complicidad. Hace falta una mayor implicación y rotundidad en la condena del terrorismo por parte de los dirigentes del Islam a nivel universal, estatal y local, pero la inexistencia de una autoridad suprema en el islamismo sunita impide una actuación concertada. Para luchar contra el yihadismo y evitar que los jóvenes sean víctimas del fundamentalismo es preciso –a juicio de Kristeva- revaluar la herencia judía, musulmana y cristiana. Es imprescindible –añade Núñez Encabo- proceder a la deslegitimización de la pretendida justificación religiosa de las acciones yihadistas., para lo que deberían reunirse los máximos líderes del Islam, del Cristianismo y del Judaísmo. Las condenas de los dirigentes religiosos a nivel local son necesarias, pero resultan insuficientes. Hay que condenar asimismo a los Estados del Golfo, especialmente a Arabia Saudita, por su política de expandir el fundamentalismo integrista y xenófobo del wahadismo y de financiar generosamente a los movimientos yihadistas, sin parar mientes en sus actividades terroristas. En las escuelas coránica –madrasas- exportadas a distintos Estados musulmanes –como Afganistán, Pakistán y loas antiguos territorios de la URSS en Asia- y costeadas por la dinastía de los Saud, se adoctrina a los alumnos y se les lava el cerebro, se culpa a otras religiones de las maldades del mundo y se inculca el odio al cristianismo y a Occidente, se fomenta la confrontación y la violencia entre las diversas religiones y culturas, se relativiza el valor de la vida y se ensalza la inmolación suicida. En un alarde de cinismo, el monarca saudita creó en 2012 en Viena –con la cándida colaboración de los Gobiernos español y austriaco- el Centro Internacional Rey Abdullah Ibn-Abdulaziz para el Diálogo Interreligioso e Intercultural, con el fin de “posibilitar, potenciar y promover el diálogo de diversas religiones y culturas de todo el mundo”. El pretendido diálogo es sólo de puertas afuera, pues Arabia Saudita es un Estado confesional -cuya Constitución es el Corán y la ley es la Sharia- sólo acepta el sunismo wahabita y no permite en su territorio un solo lugar de culto para cualquier otra religión. El Centro es un círculo de propaganda y proselitismo saudita, encargado de desmontar los “estereotipos y conceptos erróneos” acerca del Islam y ha sido amenazado de cierre por el Canciller austriaco, Werner Faymann, por haberse negado a criticar la sentencia de los Tribunales sauditas que ha condenado a Raif Badawi a 10 años de prisión y a 1.000 latigazos por “insultar al Islam”, ya que no se trata de “un centro de diálogo, sino de silencio”.
Inadaptación de los musulmanes a la sociedad occidental
Los musulmanes no han sabido despojarse de ciertas prácticas que hacen incompatible el ejercicio de su religión con los hábitos occidentales, lo que dificulta su integración en sociedad cuando emigran a las naciones europeas. Hay que tener en cuenta que no se trata sólo del cumplimiento del Corán, sino de las interpretaciones que de sus textos puede hacer cualquier indocumentado mullah y del seguimiento de ciertas tradiciones contrarias a derecho consagradas en la Sharia. Es natural que se conceda a los musulmanes plena libertad para el ejercicio de sus creencias en el ámbito privado, pero no así si transcienden al nivel público y son contrarias a la ley del país de acogida.. Prácticas como la poligamia, la ablación, la pedofilia, la tortura, la lapidación, la amputación o la sumisión total de la mujer, no pueden ser aceptadas por las sociedades occidentales por muy arraigadas que estén en la tradición islámica. Cuando Arabia Saudita fue condenada por el Comité de la ONU contra la Tortura por realizar amputaciones de miembros a los autores de delitos de robo, el Gobierno alegó que dicha práctica formaba parte de una tradición musulmana que databa de 1.400 años. El Estado y la sociedad de los países de acogida deberán evitar las discriminaciones y facilitar la integración de los inmigrantes musulmanes, pero son éstos los que tienen que hacer un gran esfuerzo para adaptarse a las costumbres de su nuevo país, sin tratar de imponer las suyas. No es fácil la asimilación porque los hábitos de unos y otros son como el agua y el aceite, que difícilmente se mezclan. Aparte de la intolerancia religiosa –que incluye la aplicación de la pena máxima en los casos de apostasía- y el respaldo a la yihad, hay un grave problema difícil de superar: el trato denigrante a la mujer. Según el Corán,”los hombres tienen autoridad sobre las mujeres en virtud de la preferencia de Alá que ha dado a uno sobre otras…¡Amonestad a aquéllas de quienes temíais que se rebelen, dejadlas solas en el lecho, pegadles!. Si os obedecen, no os metáis más con ellas” (4:34). Este texto ha sido interpretado de forma constante por la tradición coránica y la práctica islámica en el sentido de consagrar la desigualdad de género, la superioridad del hombre sobre la mujer y la sumisión de ésta, hasta el extremo de que no pueda tomar decisión alguna sin refrendo de varón –padre, esposo, hijo o pariente- y de que su testimonio valga la mitad que el de un hombre.
Aunque la inmensa mayoría de los musulmanes sea pacífica, la actuación nefanda de una ínfima minoría puede llevar a la opinión occidental a tomar el todo por la parte y a criminalizar a toda la Comunidad Islámica. Como ha impetrado Binebine a Occidente, “dejen de incriminar al Islam como una ideología de violencia, porque eso sólo añade agua al molino de los obscurantistas”. Lleva en parte razón el periodista marroquí, pero los dirigentes del Islam deben adoptar una actitud inequívoca de rechazo de la violencia y de defensa de la paz interreligiosa, lo que no suele ser el caso. El Corán no ayuda en esta labor, pues cesa de hablar de lo mismo y de repetir machaconamente el mandato de “¡combatid, combatid, combatid!”, como si el Islam hubiese sido creado sólo para el combate. Tras lo expuesto, no puedo concluir que el Islam sea una religión de paz, antes al contrario, y la experiencia histórica muestra que ha estado o está en lucha constante con todas las confesiones religiosas, ya sean cristianos o judíos, hindúes o budistas, bahais o siks, e incluso musulmanas.
Madrid, 30 de Noviembre de 2015
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario