viernes, 12 de marzo de 2021
Irak, cuna del cristianismo y de la división del Islam
IRAK, CUNA DEL CRISTIANISMO Y DE LA DIVISIÓN DEL ISLAM
Estos últimos días he seguido con interés y una cierta nostalgia el recorrido del Papa Francisco por unos escenarios que compartí durante algo más de cuatro años durante mi época de Embajador en Irak. Se ha tratado de una visita audaz y arriesgada, pero justificada y necesaria. Más de uno se ha preguntado qué pintaba el pontífice visitando un país musulmán que, además de estar sumido en una profunda crisis política que lo ha convertido en un Estado fallido, padece un enfrentamiento religioso sectario entre sunitas y chiitas, y cuando sólo hay en él unos cientos de miles de católicos.
Histórica presencia del cristianismo en Irak
Estas personas no parecen conocer la historia de uno de los países más antiguos de mundo, que ha conocido las civilizaciones sumeria, caldea y asiria. Según la tradición iraquí, el paraíso terrenal estuvo en Qurna, enclave ubicado entre los míticos ríos Tigris y Éufrates. Pero Irak –la antigua Mesopotamia- ha sido también la cuna del cristianismo. De Ur partió hacía Palestina el patriarca Abraham, padre de las tres religiones monoteístas. En Kirkuk se encuentran las tumbas de varios de los profetas menores de la Biblia y en un santuario de Mosul se conservan los restos del profeta Jonás o Yunus –venerado por musulmanes y cristianos-, que fue volado en 2014 por los energúmenos del Estado Islámico durante su ocupación de la provincia de Nínive. Aún recuerdo la impresión que me causó, cuando visité en la colina de Nabi Yunus, la mezquita-iglesia dedicada al patriarca de la ballena y ver la devoción con que rezaban ante sus restos peregrinos musulmanes, cristianos y yazidíes. Irak fue cristianizada por el apóstol Tomás y en él predicó Pablo de Tarso en sus viajes entre Jerusalén y Roma, a través de Asia Menor, Turquía y Grecia.
Los musulmanes son unos relativos “parvenus” en la Historia de Irak, pues sólo consolidaron la ocupación del país en el año 633 tras su victoria sobre los persas en la batalla de Qadisiya. No es de extrañar que de las veinte salas con que contaba el maravilloso Museo Arqueológico de Bagdad, sólo dos estuvieran dedicadas a la cultura islámica. El Papa no ha sido un intruso en tierra extraña, sino que ha visitado un país que le es históricamente familiar y en el que sus ciudadanos cristianos han sido últimamente perseguidos por los islamistas radicales, martirizados y obligados a abandonar sus hogares y a exiliarse. Del millón y medio de católicos que había en Irak a finales del pasado siglo, apenas quedan en la actualidad un par de cientos de miles. Entre los objetivos principales del viaje del Papa, figuraban los de rendir homenaje a los cristianos del país, llevarles un mensaje de esperanza y alentarlos a que permanezcan en su tierra a pesar de las inmensas dificultades a las que se enfrentan.
Escisión del Islam entre sunitas y chiitas
Alí, yerno de Mahoma, accedió al califato el año 656, pero murió cinco años después tras ser derrotado por el sublevado gobernador de Siria Muavilla. Le sucedió su hijo Husein que se tuvo que enfrentar con el califa Yazid, quien lo derrotó en 680 en Kerbala, donde fue muerto y enterrado, Su muerte provocó un cisma en el Islam entre los seguidores de Yazid –sunitas- y los de Husein –chiitas-. No hay diferencias teológicas entre las dos tendencias, pues ambas aceptan los principios básicos del Islam, comparten la creencia en Alá y en el profeta Mahoma, se rigen por los dictados del Corán y de la Sharía, tienen la misma concepción misógina de la mujer y preconizan la “yihad” contra el infiel. Sólo mantienen ligeras divergencias, como las de que el chiismo, tiene un aspecto más sacrificial –que se pone de manifiesto en la fiesta de la Ashura o del sacrificio- y cuenta con una estructura más jerarquizada que el sunismo, dirigida por los grandes ayatollahs.
El la época de Saddam Hussein, Irak era una república laica donde había separación entre la Iglesia y el Estado, y existía libertad religiosa y de culto. El 95% de la población practicaba la religión musulmana, de la cual el 56% era chiita y el 44% sunita. Aunque el Gobierno y la Administración estaban en manos de los sunitas, los chiitas podían practicar sin obstáculos su religión y en el país se encontraban los principales lugares sagrados del chiismo -Kerbala, Najef, Samarra y Khadimiya-, y en él vivían varios grandes ayatollahs. Cuando el gran ayatollah Ruhollah Jomeini fue expulsado de Irán por el Sha Reza Pahlevi, se refugió en Najef, donde permaneció hasta que se firmó el acuerdo de delimitación del Chat-el-Arab, cuando el Pahlevi pidió a Saddam que lo expulsara de Irak a cambio de que Irán dejara de apoyar a los rebeldes kurdos. Jomeini nunca le perdonó a Saddam esta expulsión, lo que contribuyó a aumentar la animosidad entre los dos líderes. En Bagdad había hasta siete obispos cristianos: el caldeo y el asirio –en su doble versión católica y ortodoxa-, el armenio, el latino y el anglicano. El ministro de Asuntos Exteriores, Tarik Aziz, era cristiano y en la Administración otros cristianos ejercían puestos de responsabilidad, como el director general de Artes Musicales, Munir Bashir. No había, sin embargo, ningún cualificado representante del islamismo sunita, aunque si habitaban en el sur varios ayatollahs chiitas, aunque ninguno de ellos tuviera una primacía jerárquica..
Historia reciente de Irak
Cuando Jomeini logró derrocar al Sha en 1979, estableció un régimen teocrático dirigido por los ayatollahs y los mullah”-religiosos-, y trató de exportar la revolución chiita al Próximo Oriente, a lo que se opuso Saddam y se provocó una guerra sangrienta que duró ocho años y terminó en tablas, y de la que ambos Estados salieron malparados. Dentro de Irak, tan sólo el movimiento chiita clandestino “Al-Dawa” se opuso abiertamente a Saddam , aplicando tácticas terroristas como el uso de coches-bombas.
Tras la primera guerra del Golfo, provocada por la invasión iraquí de Kuwait en 1990, el potente ejército iraquí fue fácilmente derrotado por la coalición internacional liderada por Estados Unidos, pero el presidente George H. Bush tuvo el buen criterio de no eliminar a Saddam –por considerarlo un mal menor- y limitarse a cortarle las alas y a controlar férreamente la producción petrolífera iraquí. Tras la segunda guerra del Golfo en 2003, el presidente Georges W. Bush Jr trató de enmendarle la plana a su padre destituyó a Saddam –que sería ejecutado- y, de forma irresponsable, desarboló el Ejército y la Administración iraquíes, y entregó el poder al radical líder de Al-Dawa, Nuri al-Maliki, quien arrojó a los sunitas a las tinieblas exteriores y provocó un conflicto civil entre las dos corrientes del Islam. Los excluidos miembros del ejército –sunitas en su inmensa mayoría- se alzaron contra el Gobierno y al-Maliki armó con la ayuda se Irán milicias chiitas que pasaron a constituir el ejército del nuevo Gobierno.
Entre tanto se había recrudecido la guerra civil en Siria y las milicias sunitas más radicales -que constituirían el Ejército Islámico- se apoderaron de buena parte del este de Siria y del Noroeste de Irak, en connivencia con los insurrectos iraquíes, derrotaron fácilmente a las poco motivadas milicias chiitas y se apoderaron de las provincias de Al- Anbar, Saladino y Nínive, incluida su capital Mosul, donde el dirigente radical, Abu Bakr al-Bagdadi, proclamó el Califato Islámico e inició una campaña de exterminio de los yazidies y de los cristianos. Sólo los “peshmerga” kurdos consiguieron parar la ofensiva del “Daesh” gracias al apoyo aéreo de la coalición internacional dirigida por Estados Unidos. Al-Maliki fue sustituido por el chiita moderado Haider al-Abadi, que trató de reorganizar el ejército y pactar con los sunitas, con lo que mejoró algo la situación, pero se mantuvo la actuación de múltiples milicias paramilitares chiitas, especialmente la controlada por el mullah Muktada al-Sadr.
Le sucedió en 2018 Adil Abdul Mahdi, que tuvo que enfrentarse al deterioro de la situación económica por la caída del precio del petróleo –que supone el 95% de los ingresos de Irak- y los efectos de la epidemia del covid-19, que produjeron un considerable del paro y el consiguiente malestar social. A ello se sumaba la situación estratégica del país como campo de juego del enfrentamiento entre Irán y Arabia Saudita por el liderazgo en la región, y las tensiones de las milicias chiitas con las tropas norteamericanas acuarteladas en Irak . En enero de 2020 se produjo el asesinato mediante un dron norteamericano del general iraní Kasem Soleimani, comandante de la fuerza “Al-Qud”, quien había potenciado las milicias chiitas en Oriente Medio –especialmente la de Hizbollah en Líbano-, desempeñado un papel fundamental en la victoria de Bashar al-Asad en la guerra civil siria, y contribuido a la derrota del Daesh, tanto en este país como en Irak, lo que produjo un empeoramiento de las relaciones de Estados Unidos con Irán y, consiguientemente, con Irak. Se produjeron numerosas manifestaciones y disturbios y Mahdi tuvo que presentar su dimisión.
Transcurrieron seis meses con un Gobierno en funciones que no podía asentar su autoridad y finalmente fue nombrado primer ministro Mustafá al-Kadhimi, abogado, periodista y jefe del Servicio Nacional de Inteligencia –sin adscripción política, pero destacado opositor a Saddam-, que mantenía buenas relaciones con los países occidentales y árabes, y no se llevaba mal con Irán. Aunque consiguió imponer algo de orden, siguieron las manifestaciones y protestas callejeras, y los ataques con misiles por parte de las milicias chiitas a las tropas norteamericanas en diversas bases, incluida la aneja al aeropuerto de Erbil, donde estaba previsto que se celebrara uno de los actos del Papa. En estas condiciones de inestabilidad se presentaba el viaje de Francisco, que estuvo en un tris de ser anulado, pero que se mantuvo una vez que las milicias decidieron una moratoria en sus ataques durante la visita papal. De ahí lo arriesgado del viaje que el pontífice asumió con determinación y espíritu evangélico.
El Papa fue recibido a pie de avión por el presidente de la República, el kurdo Barham Saleh, y el primer ministro Mustafá al-Kadhimi, ante los que resaltó la necesidad de que callaran las armas y cesaran “los intereses externos, que son indiferentes a la población local”, y de que nadie fuera considerado ciudadano de segunda clase. Francisco perseguía con su sorprendente viaje un doble objetivo: animar a la traumatizada población católica iraquí y promover el diálogo entre el cristianismo y el Islam, la conciliación y la paz. A estos efectos, recorrió en apenas tres días Irak de norte a sur y de sur a norte, y visitó Bagdad, Ur, Najef, Mosul, Qarakosh y Erbil.
Aspectos religiosos de la visita
Francisco calificó de emblemático su viaje, que se basaba en “un deber hacia una tierra martirizada durante años”. Pretendía infundir aliento a los cristianos y animarlos a que continuaran con su presencia en Irak, y hacer un llamamiento a los exiliados forzosos a que regresaran al país. Los más de millón y medio de cristianos que vivían especialmente en Bagdad, la región de Nínive –con Mosul, Qarakosh y el monasterio de Mar Behnan- y el Kurdistán -donde se habían refugiado muchos de los perseguidos por los fanáticos del Estado Islámico- habían quedado reducidos a unos 200.000. La población de 50.000 habitantes de Qarakosh –cristianos en su mayoría- había quedado reducida a 20.000 y, de los 45.000 cristianos con que contaba Mosul –la ciudad multi-confesional en la que durante siglos cohabitaron pacíficamente musulmanes, cristianos, yazidis y zoroastrianos- sólo han quedado unas decenas.
El Papa se dirigió especialmente a ellos y les aseguró que era muy cruel que un país como Irak, que había sido la cuna de la civilización cristiana y universal, hubiera sido golpeado por una tormenta de violencia, un golpe bárbaro que dejó los centros de culto destruidos, y donde miles de personas –tanto cristianas como musulmanas o yazidíes- había sido aniquiladas o desplazadas por los terroristas. “La trágica disminución de los discípulos de Jesús, tanto aquí como en el Próximo Oriente –les dijo- supone un daño incalculable para la sociedad que han dejado detrás. Un tejido social tan rico y diverso se ve debilitado. Al igual que ocurre con una alfombra que tiene un diseño intrincado, si se le quita un hilo pequeño, se daña toda ella”. Puso en valor la presencia de la minoría cristiana y señaló que se debería iniciar un proceso de reconstrucción del tejido social y volver a recuperar las raíces culturales comunes que, a lo largo de los siglos, habían construido una historia de tolerancia y convivencia pacífica. “Estoy seguro que hay momentos en los que la fe se debilita, en los que parece que Dios no nos ve o no hace nada. Recordad, Jesús está a vuestro lado, no os rindáis, ni perdáis la esperanza”.
Francisco ha compartido este sentimiento con los líderes políticos y religiosos de Irak. El presidente Saleh defendió la necesidad del retorno de los cristianos que habían huido del país, porque no se podía imaginar un Oriente sin cristianos, que eran los dueños y la sal de esta tierra. El presidente kurdo, Nerchivan Barzani, afirmó que el Kurdistán siempre había apoyado el diálogo y la paz, y creía en la libertad y en la coexistencia. El pluralismo religioso y étnico era una fuerza de riqueza y fortaleza, y los cristianos siempre habían sido “una parte fundamental e inseparable de la región autónoma”, y prometió que su Gobierno haría todo lo posible para protegerlos. Se celebró junto al zigurat de Ur una ceremonia de confraternización ecuménica, a la que asistieron representantes de todas las denominaciones religiosas presentes en Irak y el Papa se entrevistó en Najef con el líder más prestigioso del chiismo, el gran ayatollah Alí al-Sistani, quien puso de manifiesto su interés por asegurar que los cristianos vivieran en paz y seguridad como cualquier otro iraquí, y aseguró que la cúpula chiita les ofrecería protección frente a la injusticia. Francisco agradeció a Sistani que levantase su voz en defensa de los más débiles y perseguidos, y resaltó la importancia de la unidad del pueblo iraquí.
Por muchas que sean las garantías ofrecidas –y no cabe duda de que estas declaraciones constituyen un elemento sumamente positivo- es natural que los cristianos tengan dudas sobre continuar viviendo en Irak o que los que habían tenido que abandonarlo decidan regresar. Como ha observado la monja dominica Lumá Afrén, muchos se han marchado al extranjero y no podemos decirles nada. Los cristianos forman parte de esta tierra, pero el miedo que padecen muchos de ellos es comprensible. “¡Quién se iba a poder imaginar lo que ocurrió en 2014! Y nadie puede prever el futuro de Irak”. Este es el gran problema con que se enfrenta la minoría cristiana, la incertidumbre sobre lo que ocurrirá en el país en un futuro inmediato y, especialmente, la preocupación por la educación de los hijos
La situación religiosa en Irak es poco alentadora, pues su tradicional islamismo laico y dialogante se enfrenta a dos modelos igualmente fanatizados e intransigentes -el chiismo iraní y el wahabismo saudita-, que tratan de imponerse en el país religiosa y políticamente. No sé cuál de los dos es peor, aunque yo me inclino por el radicalismo wahabita, que no sólo oprime a los ciudadanos de Arabia Saudíta, sino que exporta su pérfida doctrina a otros países musulmanes, financia las escuelas coránicas –“madrasas” y los movimientos islámicos más radicales y sectarios –incluidos algunos yihadistas y terroristas-, persigue a los chiitas de su propio país, de Bahrein o de Yemen –incluida la agresión militar a los “huties” de este último país-, y no permite la práctica de culto alguno distinto del Islam. La Arabia de los Saud, uno de los países más autocráticos del mundo, ha tenido la desfachatez de crear en Viena en 2012 el Centro Internacional Rey Abdullah Ibn-Abdulaziz para el Diálogo Interreligioso e Intercultural, con el fin de “posibilitar, potenciar y promover el diálogo de diversas religiones y culturas de todo el mundo”
Aspectos políticos de la visita
En el plano político, el Papa se ha presentado como mensajero de la paz y ha subrayado la importancia de la amistad y colaboración entre todas las comunidades religiosas para que, “cultivando el diálogo con respeto recíproco, se pueda contribuir al bien de Irak”. Ha reiterado el compromiso asumido en el documento en favor de la fraternidad que firmó en 2019 junto con el gran muftí sunita de la mezquita de Al-Athar, Ahmed al-Tayeb, en el que exhortaban a todos los creyentes a que dejasen de utilizar la religión para incitar al odio, a la violencia, al extremismo y al fanatismo ciego, y que se abstuvieran de usar el nombre de Dios para justificar asesinatos, exilios, opresiones o actos de terrorismo. Los terroristas no son leales a ninguna religión y –como ha destacado el papa Francisco, “utilizar el nombre de Dios para justificar la violencia es una blasfemia”.
Sin embargo, esto no es lo que piensan muchos mullahs y fieles musulmanes, sean sunitas o chiitas, que hacen una interpretación literal y ucrónica del Corán, especialmente de las suras sobre la yihad y la lucha permanente contra el infiel. La guerra santa que los yihadistas despliegan contra el mundo infiel es la lucha contra la resistencia diabólica al mandato de Alá, y para esa resistencia el Corán contempla el castigo de la muerte. Al grito de “Alah akbaru!” –“¡Alá es grande!”- los musulmanes radicales intentan aplicar el Corán y la Sharía en toda la tierra de forma violenta si fuera necesario, y se muestran dispuestos a izar su bandera verde por doquier.
El Corán dice que “la yihad es ordenada a los musulmanes aunque les disguste”, “haced la yihad por Alá como Él se merece”, “no obedeced a los infieles y hace yihad contra ellos con toda la fuerza”, “si no marchan por el camino de Alá, atrapadlos y matadlos donde quiera que los encontréis”, ”los infieles son para vosotros un enemigo declarado”, “infundiré el terror en los corazones de quienes no creen, ¡cortadles el cuello!”, “a los que se nieguen a creer, golpeadles en sus cuellos”,
“combatid contra ellos, Dios los castigará a manos vuestras”, combatid con los infieles que tengáis cerca”…
Aunque el suicidio está condenado en el Corán –“el hombre que se quite la vida por sus propias manos vivirá eternamente en el infierno”-, varias escuelas coránicas admiten su licitud moral cuando los suicidas actúan por una “causa islámica”. A ello se suma la exaltación que hace el texto sagrado de los que mueren en combate contra el infiel –“a quienes combatieran y fueran muertos los introduciré en los jardines por cuyos bajos fluyen arroyos, recompensa de Alá” o “a quien combatiendo por Alá sea muerto, le daremos una magnífica recompensa”. Las corrientes más radicales del sunismo –especialmente el wahabismo saudita- y del chiismo relativizan el valor de la vida y ensalzan la inmolación suicida. En las madrasas se adoctrina a los alumnos y se les lava el cerebro, se culpa a otras religiones de todas las maldades del mundo, se inculca el odio al cristianismo y a Occidente, y se fomenta la confrontación y la violencia entre las diversas religiones y culturas. De aquí salen nuevas generaciones que pasan sin solución de continuidad del yihadismo al terrorismo.
La inmensa mayoría de los musulmanes son gente pacífica, pero no así muchos de sus líderes, que pecan por acción –apoyo al yihadismo- o por omisión –abstención en la condena de los actos terroristas-. Si el Corán ya alienta a la “santa violencia”, empeora la situación las interpretaciones sectarias que de él hacen Algunos mullahs, indocumentados y fanáticos, siempre dispuestos, por sí y ante sí, a dictar una “fatwa” de condena a muerte de cualquier infiel. Según Julia Kristeva, a falta de ideales, los jóvenes abrazan una forma de religión que no conocen suficientemente y adoptan de ella ciertos esquemas que les permiten sacrificarse por una causa, pensando que con ello alcanzarán el paraíso. Al llamar a la guerra santa, las autoridades musulmanas otorgan a la lucha armada un carácter religioso y hacen del Corán –en palabras de Javier Villa- un “arma de combate”.
Para contrarrestar esta tendencia, es imprescindible –a juicio de Manuel Núñez Encabo- deslegitimar la pretendida justificación religiosa de las acciones yihadistas. Hay que poner en valor el tronco común “abrahánico” del que se nutren las religiones cristiana, musulmana y judía. El diálogo entre el cristianismo y el islamismo se ve dificultado por la falta en éste de una autoridad mundial y de una jerarquía institucionalizada como la del papado, pero hay que intentarlo en los distintos niveles, como hace del Papa Francisco. Por eso, es digno de encomio su viaje a Irak y sus esfuerzos en pro de un diálogo y una cooperación entre las distintas religiones en beneficio de la paz mundial.
Madrid, 11 de marzo de 2021
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