DOBLE ESTÁNDAR DE LA COMUNIDAD
INTERNACIONAL HACIA IRÁN
La autocracia chiita de Irán no
es santo de mi devoción, entre otras razones porque, durante mi época de
Embajador en Irak en 1985, sufrí en carne propia las consecuencias de sus misiles sobre Bagdad. Uno de ellos cayó cerca
del Instituto Hispano-Árabe de Cultura, si bien por fortuna sólo produjo daños
materiales. Sin embargo, tengo que reconocer que la Comunidad Internacional ha tratado –y sigue
tratando- a Irán de forma discriminatoria y ha aplica un doble estándar en la
apreciación de su conducta interna e internacional.
Doble estándar aplicado a Irán en materia nuclear
Pese a ser parte en el Tratado de
No Proliferación y aceptar las inspecciones del Organismo Internacional de la
Energía Atómica –incluidos los no forzosos previstos en un Protocolo
complementario-, Irán ha sido tratado peor que otros Estados nucleares –como
Israel, India, Pakistán e, incluso, Corea del Norte-, que ni son parte en el
TNP, ni aceptan inspección internacional alguna. Irán tiene derecho a
desarrollar su industria nuclear con fines pacíficos y a enriquecer el uranio
que estime necesario para dicho desarrollo.
Cuestión distinta sería que con
ello el Gobierno iraní pretendiera fabricar bombas atómicas. La Comunidad Internacional no
estaba dispuesta a que tal cosa sucediera y ejerció una gran presión sobre
Irán, a diferencia de la actitud abstencionista y tolerante que permitió la
adquisición de armamento nuclear por parte de Francia, China, Israel, India ,
Pakistán y –probablemente- Corea del Norte. Cuando el Gobierno iraní inició el
proceso de enriquecimiento de uranio al que estaba legítimamente autorizado, recibió
la condena del Consejo de Seguridad de
la ONU, y Estados Unidos y varios países de la UE le impusieron sanciones
económicas. El Presidente moderado Mohamed Jatami suspendió el programa nuclear
en 2004, pero, un año después, el radical Mahmud Ahmadineyad lo reanudó e
intensificó, lo que provocó una renovación de las sanciones económicas,
incluido el embargo de petróleo. El Secretario norteamericano de Defensa, León
Panetta, anunció que Irán podría disponer de la bomba atómica el año 2012.
Las cinco miembros permanentes
del Consejo de Seguridad –China, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y Rusia-
más Alemania iniciaron -con la ayuda de la UE- negociaciones con Irán, que se
plasmaron en la adopción en Lausana, en Abril de 2005, de un Acuerdo preliminar
para disminuir el enriquecimiento de uranio por parte de Irán, y el Acuerdo
definitivo se firmó unos meses después en Viena. Irán se comprometía a
restringir su programa nuclear –bajo estricto control del OIEA-, y a
desconectar dos tercios de sus centrifugadores, exportar el 98% de su uranio
enriquecido –especialmente a Rusia- y cegar con cemento su principal reactor de
plutonio. En contrapartida, Estados Unidos y la UE levantarían gradualmente las
sanciones económica y de cualquier otro tipo que se habían impuesto a Irán. La
Comunidad Internacional acogió favorablemente un Acuerdo que permitía frenar
las veleidades nucleares de carácter militar de Irán y propiciaba un deshielo
de las relaciones de este país con Occidente. El Presidente Barack Obama
ensalzó el tratado y la única nota discordante la dio el primer Ministro
israelita, Benjamín Netanyahu, que afirmó que “Israel no aceptará un Acuerdo que permite que un país que quiere
aniquilarnos desarrolle armas nucleares”.
Política de Donald Trump en contra de Irán
Tras su elección a la presidencia
de Estados Unidos, Donald Trump siguió la política de George Bush Jr. y situó a
Irán en el eje del mal. En su primera gira por Oriente Próximo, alentó a Israel
y a Arabia Saudita a formar una alianza para luchar contra el terrorismo del Daesh y contra Irán, cuyo Gobierno era
responsable de gran parte de la inestabilidad que vivía la región y que
proporcionaba a los terroristas un puerto seguro, respaldo financiero y la
coyuntura social necesaria para el reclutamiento. ”Del Líbano a Irak o Yemen, Irán financia armas y entrena terroristas,
milicias y otros grupos extremistas que provocan la destrucción y el caos en la
región. Durante décadas, Irán ha alimentado las llamas del conflicto sectario y
el terror. Es un Gobierno que habla abiertamente de los asesinatos en masa y
que promete la destrucción de Israel y la muerte de América”. Criticó el
Acuerdo nuclear con Irán, amenazó con
retirar a Estados Unidos del mismo y se jacto de que, con él, Irán jamás
tendría armamento nuclear. Netanyahu denunció en la ONU que el Gobierno iraní
tenía un plan nuclear secreto, sin aportar prueba alguna y en contra de los
informes de los inspectores del OIEA, que dejaban constancia de que cumplía
fielmente con los compromisos asumidos.
En Enero de 2018, Trump dio un ultimátum
a los co-signatarios del Acuerdo para que corrigieran sus defectos e incluyeran
en él nuevas cláusulas relativas a la capacidad nuclear de Irán y a su programa
de misiles balísticos, que nada tenía que ver con el tratado. Con su
provocadora verborrea habitual, Trump señaló que “aquellos que por cualquier razón decidan no trabajar con nosotros,
estarán del lado de las ambiciones nucleares del régimen iraní y en contra de
la gente de Irán y de las naciones pacificas del mundo”. Cuando la UE, Rusia y China se negaron a aceptar este “diktat”, Estados Unidos denunció el
Acuerdo, volvió a aplicar duras sanciones a Irán y anunció represalias contra
las empresas que comerciaran con dicho país . El Gobierno iraní pidió a los demás
Estados Parte que compensaran de alguna manera los enormes perjuicios
económicos que le estaban causando el boicot norteamericano, pero éstos -aunque
siguieron respetando sus compromisos de conformidad con el Acuerdo- fueron
incapaces o carecieron de la voluntad política suficiente para hacerlo. En
consecuencia y tras varias advertencias, el Gobierno iraní se desentendió de
sus compromisos y aumento el enriquecimiento de uranio por encima de los
límites establecidos.
Trump entró
como un ciclón tropical en la sensible área del Oriente Medio y rompió el
precario equilibrio existente en el conflicto israelo-palestino, al trasladar
su embajada de Tel-Aviv a Jerusalén, abandonar la tesis generalmente aceptada
de la coexistencia de dos Estados con una capital compartida, y retirar su
ayuda a la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos (UNWRA). Asimismo
desequilibró la frágil balanza existente en la hegemonía en la región del Golfo
entre Irán y Arabia Saudita, y se inclinó por ésta de forma incondicional.
Las inexactas y simplistas
descalificaciones de Irán por parte de Trump podían tener una cierta explicación
en el pasado, pero carecen de cualquier justificaión en el presente. Una vez
derrocado el Sha, Reza Pahlevi, el Ayatollah Rahollah Jomeini instauró un
Estado teocrático en Irán, dando un salto atrás en el túnel de la Historia, y
trató de exportar de fuerza el chiismo a otros países de la región donde había
mayorías –Irak, Bahrein- o minorías chiitas –Siria, Líbano, Arabia Saudita-, lo
que provocó la cruenta guerra con Irak entre 1980 y 1988, y prestó apoyo a la
Siria de Bashar al-Assad y a las milicias de Hizbollah en Líbano o de Hamad en
Palestina. Como no cabe mantenerse una revolución de forma permanente, el ardor
revolucionario fue disminuyendo hacia el exterior, al tiempo que se intensificaba
hacia el interior con la imposición de un severo régimen de control de los
ciudadanos por parte de los Ayatollahs y los Guardianes de la Revolución, ajeno
a los derechos humanos y las libertades fundamentales. Aún así, el régimen se
ha ido abriendo discreta y paulatinamente hacia el establecimiento de un Estado
de Derecho, con una ciudadanía basada en una clase media educada, que goza de
derechos desconocidos en los Estados vecinos del Golfo, especialmente en Arabia
Saudita. La actitud de Estados Unidos está dando la razón y argumentos a los
radicales y obstaculizando la labor de los aperturistas, que recibieron con
júbilo la firma del Acuerdo nuclear y el inicio de la normalización de las
relaciones con Occidente, y ahora se sienten abandonados.
Apoyo incondicional de Trump a Arabia Saudita
El duelo entre Irán y Arabia Saudita,
aunque tiene un trasfondo religioso –el primero es líder del chiismo y la
segunda del sunismo-es fundamentalmente político: la lucha por la hegemonía en
la región del Golfo, en la que, en el tradicional enfrentamiento entre árabes
–Irak- y persas –Irán-, Arabia Saudita ha sustituido en el liderazgo del
sunismo a un Irak que –tras la traumática guerra civil- ha pasado a ser
gobernada por el chiismo.
Resulta
comprensible que Estados Unidos –que siempre ha estado del lado de Israel,
aunque en ocasiones haya tratado de disimularlo y aparentado adoptar una
actitud neutral entre judíos y palestinos- se haya inclinado de forma
incondicional de la mano de Trump en favor de aquéllos. El “lobby” judío en Norteamérica es
potentísimo y condiciona incluso la política interior del país. Israel es el
único Estado democrático de la región y el más seguro y fiel aliado con el que
cuenta Estados Unidos, y se muestra como la “víctima” de la agresividad de los
países árabes y musulmanes, ya que ha sido atacado en diversas ocasiones y continúa formalmente en guerra con algunos
de ellos, no ha sido reconocido como Estado, y está amenazado de aniquilación
–entre otros por Irán-. Por ello, la Comunidad Internacional le tolera todas
sus tropelias y continuas violaciones del Derecho Internacional –especialmente
con la ocupación ilegal de territorios palestinos o sirios, la instalación de
colonos y la expulsión de los naturales de dichos territorios y la
expro`piación de sus propiedades-, porque goza de la protección incondicional
del Gran Hermano. En el tema nuclear, Israel no es Parte en el TNP, no admite
explícitamente que sea una potencia atómica y se niega a que los técnicos del
OIEA hagan inspección alguna de sus instalaciones nucleares.
No cabe
decir lo mismo de Arabia Saudita el otro gran aliado de Estados Unidos en la
región. Se trata un país feudal, autocrático y socialmente regresivo, que tiene
el Corán como Constitución y la “Sharía” como ley civil y penal. Está regido
por un monarca absoluto, Defensor de los Creyentes y del “wahadismo”, la versión más retrógrada e intolerante del Islam, que
hace especial hincapié en la “yihad”
contra el infiel. La monarquía saudita –tradicional aliada de Occidente- apoya
política y financieramente los movimientos integristas radicales –incluidos los
terroristas- y ha exportado el fundamentalismo wahabita a Afganistán, Pakistán,
Irak y los países y regiones musulmanes de la antigua URSS. Ha facilitado
dinero y personal a sus escuelas coránicas –“madrasas”-, en las que se lava el cerebro a los alumnos, se les
inculca el odio al cristianismo y a la cultura occidental, se promociona el fundamentalismo integrista, se
relativiza el valor de la vida y se ensalza la inmolación suicida. No permite
la libertad de religión y de culto y, a pesar de contar con una población de
unos 800.000 cristianos –en su mayoría trabajadores procedentes de Filipinas y
de India- no autoriza ni una sola iglesia en el país, mientras exige libertad
de culto para los musulmanes en Occidente y su derecho a construir templos. Los
Gobiernos occidentales consienten este doble estándar, porque –parafraseando a Francisco de Quevedo- “poderoso caballero es Don Petróleo”.
Arabia Saudita es uno de los
países más retrógrados y corruptos del mundo, que promociona el integrismo, el
fundamentalismo, la xenofobia y la expansión de las distintas formas de
“talibanismo”. La mujer carece de los más elementales derechos y la aplicación
de las leyes coránicas permite la tortura, la mutilación, la ejecución de los
de los que abjuren del Islam y de menores de edad y la prisión de los homoxesuales.
Para hacerse perdonar sus muchos pecados, la monarquía de los Saúd suele
recurrir a la “diplomacia de la chequera” y se ofrece a financiar cualquier
organización o movimiento pretendidamente islámico, incluidos grupos terroristas,
como el caso de “ “Al Qaeda”. Éste
impresentable Estado –que ha pasado sin solución de continuidad del camello al
Masserati, de la jaima al rascacielos, y del papiro a la tecnología 5-G, pero
que sigue comportándose como si viviera en la época de Mahoma- es el campeón de
Estados Unidos en el Golfo y el líder de la alianza occidental contra el
terrorismo. ¡Que Alá nos pille confesados!.
Violación de la libertad de tránsito en los estrechos de
Gibraltar y de Ormuz
La última
fechoría cometida por Irán ha sido el apresamiento el pasado 19 de Julio dentro
de sus aguas jurisdiccionales en el estrecho de Ormuz, del petrolero británico
“Stena Impero”, que ha llevado a la
Comunidad Internacional a rasgarse las vestiduras y a condenar sin paliativos
la acción iraní. El diario “El Mundo”
ha afirmado que la República Islámica parece decidida a estirar la cuerda en
una desesperada estrategia de “cuanto
peor, mejor”, porque desde hace
semana trata de chantajear al mundo con el bloqueo del estratégico estrecho de
Ormuz, por el que circula cada día un tercio del petróleo mundial, para forzar
a las potencias occidentales a adoptar medidas que suavicen las sanciones que
le aplica Estados Unidos tras denunciar el Acuerdo nuclear y que están
estrangulando su economía. Irán ha apresado el buque como represalia por la
retención realizada el 4 de ese mes por el Reino Unido en el estrecho de
Gibraltar del petrolero iraní “Gracee-1”
-en coordinación con Estados Unidos-,
por llevar presuntamente crudo a Siria en violación de las sanciones impuestas
por la UE a este país. Concluía el periódico su editorial expresando su
confianza en que la Comunidad
Internacional “sea capaz de hacer ver a Irán
que no tiene nada que ganar y sí mucho que perder por el chantaje y la fuerza”.
La acción
de “apresar” un buque en el estrecho de Ormuz por las autoridades iraníes es
ilegal, pero cuenta con el atenuante de que supone una represalia contra el
acto asimismo ilegal de las autoridades británicas de “retener” otro buque en
el estrecho de Gibraltar. De conformidad con el artículo 38 de la Convención de
las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar de 1982 –precisamente derivado de
una propuesta del Reino Unido-, los buques gozan del derecho de paso en
tránsito por los estrechos utilizados para la navegación internacional entre
una parte del alta mar o una zona económica exclusiva y otra parte del alta mar
o de una ZEE, paso que no podrá ser obstaculizado ni interrumpido por el Estado ribereño. Tal es el caso que se
ha producido tanto en el estrecho de Ormuz como en el de Gibraltar. Aún cuando
el hecho que provocó el apresamiento del “Stena
Impero” fuera legal –el Gobierno iraní ha alegado que el petrolero violó
las reglas de navegación en el estrecho, colisionó con un pesquero y no
respondió a las advertencias de las autoridades marítimas-, la detención del
buque y la retención del mismo y de sus tripulantes en el puerto de Bandar
Abbas son ilegales. Pero lo mismo cabe decir del apresamiento y retención del “Grace-1” y su tripulación en Gibraltar,
con el añadido de que el motivo alegado por el Gobierno británico es de dudosa
legalidad, ya que las sanciones impuestas por la UE a Irán que justificaron la
acción no fueron aprobadas por el Consejo de Seguridad.
La
Comunidad Internacional condonó el apresamiento del primero por considerarla
“legal”, mientras condenó la del segundo por calificarla de “ilegal”,
recurriendo una vez más al doble estándar en relación con Irán. Francia, Alemania
y la UE se han solidarizado con Gran Bretaña y solicitado al Gobierno de
Teherán que ponga fin a la “captura ilegal” del “Stena Impero”. Estados Unidos ha enviado un contingente de unos 500
soldados a Arabia Saudita como elemento disuasorio adicional para garantizar “la capacidad de defender a nuestras fuerzas
en la región de amenazas crecientes y creíbles” –según un comunicado del
Comando Central norteamericano-, y propuesto a sus aliados el envío de una
flota conjunta para velar por la
libertad de navegación por el estrecho de Ormuz. Es cierto que últimamente se
han producido algunos incidentes con la colocación de minas en algunos petroleros
en tránsito por el estrecho de Ormuz, acciones de las que Estados Unidos ha
acusado a Irán sin aportar las debidas pruebas, pero resulta exagerado hablar
de bloqueo iraní del citado estrecho por el que pasan a diario cientos de
buques –incluidos quince con pabellón británico- cuando sólo se ha detenido a
uno.
En una
situación de interinidad en el Reino Unido con el tránsito del Gobierno de
Teresa May al de Boris Johnson, el entonces Ministro de Asuntos Exteriores y
último contendiente de Johnson por la jefatura del Gobierno, Jeremy Hunt,
reaccionó con moderación, al afirmar que su Gobierno no contemplaba opciones
militares, sino acciones diplomáticas para solucionar el conflicto, pero “es esencial que se mantenga la libertad de
navegación y que todas las embarcaciones puedan moverse con seguridad”. Parece
ser que el ya ex-Ministro –al que Johsnon ha apartado de su flamante Gobierno-
estaba más preocupado por la libertad de tránsito por el estrecho de Ormuz que
por el de Gibraltar. En su errática y provocativa política exterior, Trump
ordenó despegar a sus aviones de combate para bombardear Irán a raíz del
derribo de un avión no tripulado que violó el espacio aéreo iraní, pero poco
después canceló la operación para evitar –con su conocida generosidad- que se
produjeran víctimas inocentes. El Presidente norteamericano está determinado a
liquidar el régimen iraní mediante sanciones económica, presiones políticas e
incluso acciones militares, y a promover el liderazgo saudita en la región.
Está por ver si Jonhnson, el “Trump británico” –Trump “dixit”- se alineará con la actitud belicosa de su alma gemela en el
acoso a Irán.o seguirá la línea prudente de Hunt de respaldar la política de la
UE der mantener en vigor el Acuerdo nuclear y dar oportunidad al Gobierno iraní
para que vuelva a cumplir con sus compromisos internacionales.
La actitud
de Estados Unidos legitimaría las ambiciones del sector duro del Gobierno iraní
de dotarse de armas nucleares, porque demostraría que sólo son vulnerables y
pueden ser atacados los Estados que carecen de armamento nuclear, como se ha
puesto de manifiesto con Corea del Norte. Gran Bretaña y los países de la UE
deberían, por el contrario, apoyar a Hasan Rohani y al sector moderado del
Gobierno y de la sociedad de Irán, para que éste adopte una actitud más
cooperadora en Siria, Líbano, Yemen o Palestina, y normalice sus relaciones con
el mundo democrático. Deberán asimismo ser más objetivos en sus apreciaciones y
evitar aplicar un doble estándar a Irán en la evaluación de su política.
Madrid, 27 de Julio de 2019