lunes, 9 de abril de 2018

La tragicomedia de Cataluña

 LA TRAGICOMEDIA DE CATALUÑA

            Los separatistas siguen intentando llevar adelante el lamentable proceso de creación de una República independiente en Cataluña.  En las últimas semanas  se han producido algunos acontecimientos relevantes como el Auto de procesamiento por parte del Magistrado Instructor del Tribunal Supremo (TS), Pablo Llarena, de varias autoridades catalanes –y ulterior encarcelamiento de Jordi Turull, Josep Rull, Raul Romeva, Dolors Bassa y  Carme Forcadell-, la detención en Alemania de Carles Puigdemont y los intentos del Presidente del Parlament, Roger Torrent, de presentar tres candidatos enjuiciados para su  investidura como Presidentes de la Generalitat.

Menos mal que Montesquieu no ha muerto

            Según Felipe González, hemos judicializado la política porque, como políticos, somos unos inútiles. Nos amparamos en las togas a ver di alguien nos resuelve los problemas y, “cuando perdemos, vamos a que lo resuelvan los jueces. En efecto, desde la Declaración de soberanía del Parlament en 2013, el Gobierno central ha escurrido el bulto y dejado en manos de los jueces la respuesta al desafío separatista. Como ha observado Lucía Méndez, los independentistas fueron dando pasos de gigante en su desobediencia a las leyes y a las sentencias en una abierta insumisión al Estado de Derecho ante la inacción del Gobierno, por lo que se fueron éstos creciendo en vista de la impunidad con la que podían actuar. Resulta curioso que, en el recurso presentado al TS contra el  auto de su procesamiento, Puigdemont haya alegado que, hasta la causa del 9-N por la celebración del primer seudo-referéndum ilegal de 2014, nunca se había criminalizado la desobediencia a las decisiones del Tribunal Constitucional (TC). Por
ello se habían sentido impunes y siguieron incumpliendo las sentencias.

Efectivamente, la lenidad de los sucesivos Gobiernos centrales ante el flagrante incumplimiento del las sentencias de los Tribunales por parte de la Generalitat llevó a los dirigentes catalanes a considerarse impunes, por lo que se sorprendieron sobremanera cuando a principios de este año los jueces Carmen Lamela y Pablo Llarena pusieron entre rejas al “procés” con las primeras decisiones sobre prisiones preventivas de líderes políticos y sociales. Si del Gobierno hubiera dependido, no se habrían producido encarcelaciones de políticos, pues está deseando dejar de aplicar en Cataluña  el artículo 155 de la Constitución para atender al chantaje del PNV, con el fin de que  los votos de sus cinco diputados permitan la aprobación de los Presupuestos Generales de este año, como se ha puesto de manifiesto con la propuesta del Fiscal General, Julián Sánchez Melgar, de liberar al ex –Consejero de Interior, Joaquín Forn, pocos días después de haber defendido motivadamete lo contrario. El impecable auto de Llarena es una prueba de cargo de la incapacidad del Gobierno para detener la rebelión de unos políticos oportunistas al ampara de las instituciones autonómicas. Por fortuna –y mal que le pese a Alfonso Guerra- el Barón de Montesquieu sigue vivo y coleando. El TC y el TS –y de forma especial el Magistrado Instructor Llarena- han echado a sus espaldas la defensa del Estado de Derecho y a liderar el combate contra los que pretenden desguazarlo. El propio Ministro de Asuntos Exteriores, Alfonso Dastis, lo ha reconocido al afirmar que “lo que ha sido una victoria del Estado ha sido la actuación continuada de los jueces”. Como señaló en su día John F. Kennedy, en un Gobierno de leyes, “ningún hombre tiene derecho a desafiar a un tribunal de justicia”, por lo que cabe deducir que el de la Generalitat no era un “Govern de leyes”.

 Como ha señalado “EL Mundo”, el separatismo buscó, alentó y perpetró un choque frontal con la democracia. Por ello, la decisión adoptada por Llarena de prisión incondicional de Turull, Rull, Romeva, Bassa y Forcadell era la consecuencia lógica de su auto de procesamiento. En él afirmaba que el separatismo había realizado un ataque al Estado constitucional “que integra una gravedad y persistencia inusitadas, y sin parangón en ninguna democracia de nuestro entorno”. Habían construido la tramoya necesaria para proclamar una República independiente, “siendo conscientes de que se podrían producir hechos violentos”. Como consideró que el independentismo reanudaría su diseño criminal una vez que recuperara el pleno control de las competencias autonómicas, advirtió al Gobierno de que debería analizar con cuidado el riesgo que conllevaría levantar la aplicación del artículo 155, ya que la acción emprendida para vulnerar el marco constitucional no era un acto del pasado, sino que continuaba vivo. Al apreciar grave riesgo de fuga de los procesados dada la continuidad de la deriva separatista –como quedó probado con la realizada por Marta Rovira-.el Instructor mantuvo la prisión preventiva incondicional.

Ya al conocer la convocatoria de Llarena  a los encausados, el Presidente del Parlament, Roger Torrent, convocó con nocturnidad y alevosía un Pleno extraordinario y urgente para investir a Turull con Presidente de la Generalitat, pero la abstención de la CUP en la votación desbarató sus propósitos. La detención de Puigdemont en Alemania ha trastocado la dinámica del “procés” y va a obligar a los separatistas a buscar –tras los fracasos de las candidaturas de Puigdemont, Jordi Sánchez y Turull-   una fórmula “D” que les permita imponer en la Presidencia de la Generalitat  a un candidato independentista que trate de culminar el proceso de creación de la República.

Detención de Puigdemont en Alemania

            En su ansia de seguir atacando la credibilidad de España y aprovechándose de la tolerancia –cuando no connivencia- de algunos Gobiernos como el belga, el danés o el suizo, Puigdemont ha estado revoloteando por Europa hasta que, víctima de su arrogancia y su exceso de confianza, tras abandonar Finlandia de forma rocambolesca al saber que el Código Penal de este país condenaba la rebelión, ha caído en manos de la  justicia de Alemania, donde es probable que encuentre la horma de sus volatineros zapatos. Horas antes de su arresto, la ninfa egeria del independentismo de TV-3, Pilar Rahola, lanzó un mensaje triunfalista en el que afirmaba que Puigdemont era “el puto amo” y que se había marchado de Finlandia para eludir la Orden Europea de Detención y Entrega (OEDE). Sin embargo, “a cada cerdo le llega su San Martín” y “a cada Napoleón le llega su Waterloo”, y Puigdemont ha concluido su periplo en una  prisión de Alemania, país en el que –como decía Julio Camba- “no se juega con las leyes” y que cuenta con una de las justicias más rigurosas de Europa.

            Como ha observado Enrique Gimbernat, en la tramitación de la OEDE no intervienen los Gobiernos, sino las autoridades judiciales, siempre que el delito por el que se solicita figure en un catálogo cerrado, en el que figuran la malversación pero no la rebelión. Para que se pueda aplicar a este supuesto se requiere la doble tipificación, tanto por parte del Estado solicitante como del  solicitado, y el delito de rebelión se corresponde con el de alta traición en el Código Penal alemán. Según su artículo 81, “el que con violencia o con amenaza de violencia tratare de menoscabar la integridad de la República Federal de Alemania o modificar el orden constitucional basado en la Ley Fundamental, será castigado con prisión perpetua o prisión no inferior a diez años. En casos menos graves, la pena será de privación de libertad de uno a diez años”. Para el profesor madrileño, el auto de Llarena contiene unos antecedentes de hecho tan minuciosamente elaborados y jurídicamente motivados, que la entrega del prófugo a los Tribunales españoles parece imparable.

            El Juzgado competente de Neumünster decretó la prisión incondicional de Puigdemont hasta que la Audiencia Territorial de Schlewig-Holstein decida sobre la OEDE, porque “no puede garantizar que el detenido permanezca en 
































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