lunes, 12 de marzo de 2018

La Iglesia catalana contaminada por el virus del nacionalismo

LA IGLESIA CATALANA CONTAMINADA POR EL VIRUS DEL NACIONALISMO

Rasgos de la Iglesia catalana

            La Iglesia catalana tiene una falsa aura de progresismo que viene de la época de la oposición al franquismo de una parte de ella  representada por el Abad del Monasterio de Montserrat Aureli María Escarré. Desde que la  “Moreneta” fue entronizado en 1947, el Monasterio se convirtió en el Monte Sinaí del catalanismo. Escarré hizo unas declaraciones a “Le Monde” en 1963, en las que afirmaba que “el régimen español se llama cristiano pero no lo es, porque no obedece a los principios básicos del cristianismo”, e hizo una afirmación fundamental para comprender la situación actual del catolicismo en Cataluña:”Defender la lengua [catalana]  no sólo es un deber sino una necesidad, porque, cuando se pierde la lengua, la religión se va detrás”. Ello explica la confusión entre la religión y la lengua catalana, y la exclusión de la asamblea religiosa regional de los castellano-parlantes e incluso de los catalano-parlantes no nacionalistas. Su declaración y sus continuos altercados con las autoridades del Gobierno de Franco costó a Escarré el exilio en 1965 y no regresó a España hasta 1968 para morir en Montserrat. A sus multitudinarias exequias asistieron todos los políticos nacionalistas y de la oposición, y unos años más tarde –en 1974 exactamente- Jordi Pujol creó en el propio Monasterio el partido de Convergencia, que sería el principal motor del movimiento nacionalista que derivó de forma planificada hacia el soberanismo. En efecto, Pujol planeó desde el principio una hábil estrategia dirigida, lenta pero implacablemente, a conseguir la independencia por etapas de Cataluña.

            El espíritu de libertad y aperturismo estuvo encarnado por la revista “El Ciervo”, fundada en 1951 por Lorenzo, Joan y Joaquim Gomis, y en la que colaboraron escritores como Alfonso Carlos Comín y Jordi Maluquer. Era una publicación sin adscripción política alguna orientada al ámbito político y cultural desde una perspectiva religiosa basada en una teología renovadora que se reflejaría en el Concilio Vaticano II. El grueso de la Iglesia catalana hacía honor a sus antecedentes carlistas y era conservadora y excluyente. Éste fue al ambiente en que se crió el ex-Presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, en su pueblo natal de Amer, donde el General Ramón Cabrera –el “Tigre del Maestrazgo”- capituló en 1849 tras la “guerra de los matiners”, dando por concluido el segundo conflicto civil carlista. El carlismo mayoritario en Cataluña –“Dios, Patria y Rey”- se oponía a la separación entre Iglesia y Estado, y a la libertad de conciencia y de cultor, y era profundamente antiliberal, reaccionario y absolutista. Como ha observado con ironía José Antonio Zorrilla, si en el momento  carlista se hubiese respetado el ámbito catalán o vasco de decisión habría ganado el carlismo, porque liberales en aquellos territorios había más bien pocos.  En opinión de Conxa Rodríguez,  Puigdemont y sus seguidores están muy cerca del movimiento carlista, sólo que los independentistas católicos de siempre hacen ahora piña con los anticlericales de la CUP en la causa común de la independencia. Ha prevalecido el sentimiento secesionista y se ha prescindido de Dios.

            Aunque culturalmente siga siendo católica, Cataluña es la región española que más se ha descristianizado y secularizado. Sólo el 50% de la población se declara católica -13.7% practicante-, 30% ateo o agnóstico y el resto de otras religiones –hay una importante minoría musulmana formada principalmente por marroquíes-. No obstante, en el centro del altar mayor de la Basílica de la Sagrada Familia, detrás de la Cruz, hay una enorme señera, que simboliza la unión carlista de Iglesia y Estado, como si la esencia de Cataluña y de la fe fuera la misma cosa. Según José Manuel Vidal, es como si la identidad catalana llegase al altar y pretendiera quedarse, “sólo ella y en exclusiva”. En contraste, los aliados anti-natura de los nacionalistas conservadores de la CUP prodigan sus gestos antirreligiosos y sus cachorros de Arran pretenden convertir la Catedral de Barcelona en un almacén de ultramarinos.

            El sentimiento de fusión entre lengua y religión ya existía antes de que se iniciara el sunami soberanista. Recuerdo que la primera vez que pasé un verano en Cataluña en 1971 era difícil asistir a una misa en castellano. Se decían misas en inglés, en francés y e alemán, e incluso en latín, pero pocas en lengua española, para desesperación de mi madre. Cuando recalamos en el Delta del Ebro –donde seguimos veraneando desde hace 43 años-  se resolvió nuestra cuita religiosa, pues el Párroco de Sant Jaume d’Enveijá, el castellonense Mosén Vicent, era bilingüe y  no nacionalista, y  decía misa en ambas lenguas.

            La Biblia del catalanismo religioso fue redactada en 1985 por el Obispo nacionalista Joan Carrera bajo el título “Les arrels cristianes de Catalunya”, en la que trataba de las relaciones entre el catolicismo y la sociedad catalana. En 2010, la Conferencía Episcopal Tarraconense la actualizó en el documento “Al servir del nostre poble”, en el que se reiteró el compromiso de la Iglesia catalana con su pueblo. Este documento sirve a los sectores más radicales para reivindicar la autodeterminación y a los más moderados para apoyar el nacionalismo sin necesidad de romper con España.
De los 14 prelados catalanes, cinco son independentistas: Los Arzobispos de Tarragona -Jaume Pujol-, y de Seo de Urgell  y Co-Príncipe de Andorra - Joan Enric-, los Obispos de Solsona -Xavier Novell-, y de Gerona -Francesc Pardo-, y el Obispo Auxiliar de Barcelona y Administrador Apostólico de Mallorca -Sebastiá Taltavull-. Son catalanistas y nacionalistas moderados los restantes: El Arzobispo de Barcelona -Juan José Omella- y sus Obispos Auxiliares -Sergi Gordo y Antoni Vadell-, y los Obispos de Lérida -Salvador Jiménez-, Tortosa, -Enrique Benavent-, Vich , -Román Casanova-, Tarrasa –José Ángel Sáiz – y San Feliú de LLobregat –Agustín Cortés-. El independentista más militante es Xavier Novell, que actúa a su aire en plan kamikaze, al margen de la línea marcada por la Conferencia Tarraconense, moderada desde la Santa  Sede.  Como señaló el Cardenal Omella –que tiene que hacerse perdonar haber nacido en Aragón -aunque sea en la raya fronteriza y hable catalán- y a quien los celosos custodios de la ortodoxia lingüística han hecho que se rebautice como Joan-Josep-, “la Iglesia cambia con el pueblo”,  y afirmó lo siguiente:”Yo soy un pastor y vengo con las siglas del Evangelio. Traicionaría mis raíces si no hiciera lo que decida el pueblo de Cataluña”.

Relaciones entre la Iglesi Catalana  la Iglesia Española

            La cuestión de las relaciones entre España y Cataluña ya se planteó en 2006 en la Conferencia Episcopal Española, que adoptó una Declaración sobre “Orientaciones morales ante la situación actual de España”. Aún reconociendo la legitimidad en principio de las posturas nacionalistas, la Conferencia hizo un llamamiento a la responsabilidad respecto al bien común de toda España. En su opinión, ninguno de los pueblos o regiones que formaban parte de España podría entenderse si no hubiera formado parte de la larga historia y de la unidad y cultura política de esa antigua  nación que era España. Las propuestas políticas encaminadas a la desintegración unilateral de esta unidad les causaba una gran  inquietud . Por ello, exhortaron al diálogo entre todos los interlocutores políticos y sociales. para preservar el bien de la unidad, a la par que el de la rica diversidad de los pueblos de España. “No puede ser que una parte de los ciudadanos de una parte de un Estado legítimamente constituido quiera romper unilateralmente la unidad de la comunidad política”. La Conferencia consideró la unidad de España como un “bien moral”. La Declaración fue aprobada por 53 votos a favor y 25 en contra, entre los que se encontraba previsiblemente la inmensa mayoría de los Obispos catalanes, si no la totalidad. Algunos de estos prelados  afirmaron que no se debía sacralizar la unidad de España, ni estigmatizar a los nacionalismos.

            Según el jesuita José Ignacio González Faus, residente en Cataluña, “en este terreno no se puede apelar a la moral, porque ni la unidad de España ni la independencia tienen nada que ver con la moral. En todo caso, la moralidad podría estar en el modo en que se gestione, pero no en el hecho. Por ejemplo, que en las iglesias se dediquen a poner banderas, con estrella o sin ella, como si la casa de Dios no fuera casa de oración para todas las gentes”. El Papa Francisco ha manifestado en público y, sobre todo, en privado su oposición a la desintegración de España y a la independencia de Cataluña. En unas declaraciones que hizo a “La Vanguardia” afirmó:
que “la secesión de una nación sin un antecedente de unidad forzosa hay que tomarla con muchas pinzas”.

            Lo que la inmensa mayoría consideró una velada advertencia sobre su desaprobación de una eventual independencia de Cataluña, fue interpretada en sentido contrario por algunos de los apologetas de la secesión como el Padre Hillari Raguer –autor del libro “Ser independentista no es pecado”- quien mantuvo que las palabras del Papa  no suponían una condena del independentismo catalán sino que, antes bien, lo abonaba ,dado que -en este caso-, se trataba de una unidad  impuesta a la fuerza desde 1714 y a lo largo de tres siglos hasta el presente, “con ininterrumpidos movimientos de protesta y sus mártires”. Una muestra más de la capacidad tergiversadora de la Historia de los independentistas catalanes  de la conversión de la mentira más burda en una “post-verdad “. Como ha señalado el hispanista británico John Elliot, los políticos catalanes manipulan y tergiversan el pasado, con lo que han generado una victimización  que perdura desde 1714. Así , según Raguer, es doctrina universal de la Iglesia que el cuarto mandamiento que manda honrar a nuestros padres exige asimismo amar y servir a la patria, pues –como dijo Pío XI- el patriotismo era la forma más amplia de la caridad cristiana , pero que había pueblos y gobiernos que sacrílegamente se arrogaban el derecho de imponer a otros su propia patria. “No hay autoridad humana, ni civil ni tampoco eclesiástica, que pueda dictarme cuál es mi patria. Esto sólo puede salir de lo más hondo de mi conciencia”.

Inicio del proceso independentista

            Tras la negativa en 2013 del Presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, a la petición del Parlament de que se concediera a Cataluña de un régimen fiscal similar al que gozaban en el País Vasco  en Navarra, el Presidente de la Generalitat, Artur  Mas, se lanzó al monte e inició la deriva hacia la independencia, pese a que su partido, Convergencia y Unió, nunca había incluido en su programa electorale la independencia de la Comunidad. Tras la escisión de Unió Democrática de Cataluña por su desacuerdo con la política pro-independista del President, Convergencia Democrática de Cataluña se transformó sucesivamente en Partido Democrático de Cataluña, Junts pel Sí –en coalición con Esquerra Democrática de Cataluña- y Juntos por Cataluña, en una errática huida hacia la independencia imposible. Mas inició en 2014 el proceso independentista con la convocatoria de un referéndum de libre determinación que –tras su prohibición por el Tribunal Constitucional- se convirtió en el seudo-referéndum del 9-N.

            El Obispo Novell se desentendió de la línea de prudencia recomendada por la Conferencia Episcopal Tarraconense y se pronunció abiertamente a favor del “procés”  y pidió a sus fieles que no permanecieran ajenos a él  y acudieran a votar el 9-N, pues el Gobierno central estaba usando la ley para impedir un derecho fundamental  de los ciudadanos catalanes que era anterior y superior a la Constitución. El problema de hasta donde llega el “derecho a decidir” del pueblo catalán deriva de que se considere o no a Cataluña como una nación, aunque el Tribunal Constitucional (TC) dejó bien claro en su sentencia de 2010 que no había más nación que la española.

Reconocimiento de Cataluña como nación

            Si bien Novell ha sido el más explícito de los Obispos catalanes, todos ellos han reconocido que Cataluña es una nación . No es una tesis, es una realidad, y tiene, por tanto, derecho a decidir su futuro. El Obispo de Solsona recurrió nada menos que a la Virgen María para fundamentar el derecho del pueblo catalán a la libre determinación. “La Virgen del Claustro se dio cuenta de las muchas banderas que adornan los balcones de la ciudad de Solsona. Va a sorprenderse de ver tatas esteladas. María del Claustro, nacida en un país ocupado y oprimido, que ha conocido la persecución y  el exilio, y ha sufrido la condena injusta de Jesús a muerte, sabe bien lo que significan estas banderas. ¿Qué le debemos explicar nosotros sobre deseos nobles y justos de independencia de un pueblo?  Pasado mañana en Barcelona una gran manifestación reclamará la independencia de Cataluña. ‘Cataluña próximo Estado de Europa’. Ante estos hechos puede preguntarme ¿cuál es la palabra de la Iglesia?”. La Iglesia no es ajena a los gozos y las esperanzas, los llantos y las angustias de los hombres contemporáneos. Más aún. ‘No hay nada verdaderamente humano que no resuene en mi corazón’. La Iglesia reconoce el derecho de los pueblos a la autodeterminación”. Se trata de un texto surrealista, casi de realismo mágico a lo Gabriel García Márquez, que recuerda a la invocación a la Virgen del Arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, para justificar la próxima huelga de las mujeres feministas. Si el Catecismo nos prohíbe invocar el santo nombre de Dios en vano, semejante prohibición debería extenderse asimismo a su Santa Madre.

            Como ha manifestado González Faus, la Iglesia defiende la autodeterminación de las colonias, pero, cuando se trata de la separación o escisión de un territorio,  confiesa no saber si también se aplica esta doctrina al caso. El padre jesuita tiene escasos conocimiento de Derecho Internacional e ignora,  por tanto, que el principio de libre determinación reconocido por la ONU se aplica a los territorios bajo dominación colonial o a los pueblos que estén sometidos a graves violaciones de los derechos humanos. Por mucha que sea la capacidad mistificadora de los nacionalistas, resulta difícil mantener que Cataluña sea una colonia española o que los catalanes vean permanentemente violados sus derechos humanos. Pero incluso en el caso harto improbable de que se reconociera a Cataluña como un territorio dependiente pendiete de descolonización, la “Declaración sobre concesión de la independencia a los países y pueblos coloniales” establece que “toda tentativa encaminada a destruir parcial o totalmente la integridad territorial de un país es incompatible con los fines y principios de la Carta de las Naciones Unidas”.

            El Arzobispo Emérito de Barcelona, Cardenal  Lluis María Martinez Sistach ha afirmado:”Somos un pueblo vivo y por ello cambiante, pero también permanente, con la voluntad de mantener nuestras esencias como nación”.  El Arzobispo de Tarragona, Jaume, Pujol, pidió a la “Moreneta” que iluminara a la tierra catalana en estos momentos de su Historia  “para que encuentre el camino de la afirmación nacional”. Según el Abad de Montserrat, Josep María Soler, “Cataluña es una nación evidentemente y, si lo es, tiene derecho a decidir su futuro. La Conferencia Episcopal Tarraconense ha reconocido la “realidad nacional de Cataluña” y afirmado que “conviene que sean valorada su singularidad nacional”. Incluso el “charnego” Omella se vio obligado en la misa de San Jordi,-ante Puigdemonto, Junqueras y el Govern en pleno- a referirse a Cataluña como una nación, a cuyo pueblo empezaba a conocer y querer. Este ambiente se ha trasladado parcialmente a la propia Conferencia Episcopal Española, que  publico en 2017 una nota –cuyo texto había sido consensuado por Blázquez, Osoro y Omella- en la que se apelaba al dialogo salvaguardando “los bienes comunes de siglos  y los derechos propios de los diferentes pueblos que conforman el Estado”. Ya no esgrimía la unidad de España como un “bien moral” y parecía que se instaba a realizar un diálogo entre iguales. El Cardenal Antonio Cañizares y otros prelados españoles, sin embargo, siguen manteniendo que la unidad de España en un “bien superior” que hay que defender, porque de ello depende también la credibilidad social de la propia Iglesia.

Referéndum ilegal del 1-O

            Las relaciones entre las dos Conferencias se tensaron con la preparación, la celebración y las secuelas del referéndum de autodeterminación del 1 de Octubre de 2017. La Iglesia catalana, en sus distintos niveles, colaboró activamente en la preparación y realización del referéndum que había sido declarado ilegal por el TC: Se escondió  material electoral en las iglesias, se prestaron locales parroquiales y escolares -e incluso algunos templos- para que se instalaran en ellos mesas electorales, se realizaron escrutinios en varias iglesias incluso durante la celebración de la misa…etc. De nuevo, Monseñor Novell fue el que sobresalió por su mayor protagonismo. En una Carta Pastoral defendió el independentismo en Cataluña y destacó la injusticia que suponía que se negara e impidiera a los catalanes el ejercicio de la autodeterminación. Afirmaba que “los Presidentes del Parlament y de la Generalitat, los Consejeros y muchos Diputados, Alcaldes y altos cargos de la Generalita están arriesgando su libertad, carrera y patrimonio para ofrecernos, por primera vez en la Historia, la posibilidad de votar para forzar la independencia”. Se trataba de un derecho inalienable de toda la nación, una mayoría social lo quería ejercer y era el punto primero de los programas electorales de los partidos políticos que habían ganado las últimas elecciones autonómicas. El Parlamento había adoptado la ley que regulaba su ejercicio y la Generalitat había convocado  el referéndum que lo hacía posible, a pesar de que todo parecía indicar que no reuniría las condiciones internacionales establecidas para su reconocimiento, y la sociedad se estaba defendiendo contra todos los ataques imaginables, y criticó la declaración de la Conferencia Episcopal Española sobre la unidad de España.

            La Conferencia Tarraconense, en cambio, fue más objetiva y neutral, pues no se inclinó por ninguna de las opciones y pidió sensatez y fraternidad para “avanzar en el camino del dialogo y del entendimiento, del respeto a los derechos y a las instituciones, y no de la confrontación”. En la misma longitud de onda, la Conferencia Española reivindicó el diálogo como solución al conflicto derivado del referéndum del 1-O, y pidió que se evitaran “decisiones y actuaciones irreversibles de graves consecuencias”, que situaran a las administraciones y a los partidos al margen de la práctica democrática. Ofreció su colaboración sincera al diálogo a favor de una pacífica y libre convivencia entre todos e invitó a la oración por todos los que tenían responsabilidades en el Gobierno y en las distintas Administraciones Públicas para que fueran “guiados por la sensatez”. Era preciso recuperar la conciencia ciudadana y la confianza en las instituciones, en el marco del “respeto de los cauces y principios que el pueblo ha sancionado e la Constitución”.  La referencia a la Carta Magna era una menció significativa que se echaba en falta en el mensaje de la Conferencia Tarraconense.

            En contraste, unos 480 sacerdotes  y religiosos lanzaron un manifiesto en el que hacían un llamamiento a los ciudadanos para que acudieran a votar y lo hicieran por la autodeterminación y la independencia, y enviaron una carta al Papa pidiéndole que mediara ante el Gobierno español para que permitiera la celebración el referéndum. Los peticionarios decían no favorecer la independencia sino el “derecho a decidir”, aunque su argumentario coincidía plenamente  con el del Govern.  El referéndum era el último grito de dignidad  “ante la imposibilidad de pactar las condiciones para llevarlo a cabo de forma acordada” (¿?). Calificaban de legítima y necesaria la consulta, y afirmaban moverse por “valores evangélicos y humanitarios” y por su “amor sincero al pueblo”, al que querían servir. La falacia argumental no podía ser más patente. El “animus negotiandi” de la Generalitat se había limitado a “referéndum sí o sí” y, como única concesión, ofrecieron la posibilidad de acordar la fecha de su celebración. En cuanto a las leyes en que se basaba el citado referéndum –adoptadas por el Parlament con alevosía y nocturnidad en horas 24 y violando el Reglamento de la Cámara- eran contrarias a la Constitución –que era derogada por una ley autonómica- y a cualquier norma de Derecho Internacional o Constitucional. 

  El párroco de Calella, Cinto Busquet, advirtió que, si cerraban las escuelas, dejaría su parroquia para que se votase, pues no dejarles expresase libremente el 1-O era una vulneración de los derechos humaos.  Afirmó que “Jesús fue condenado a muerte en base a la ley vigente y ninguna persona sensata lo consideraría algo legítimo o moral. En Cataluña también se quería impedir a la gente votar cumpliendo una ley, pero esa legalidad atentaba contra la dignidad y la libertad de las personas”. El TC y las fuerzas del orden estaban violando los derechos humanos y pisoteando la dignidad de Cataluña, por lo que exigía al Gobierno español “escuchase  las legítimas aspiraciones del pueblo catalán”. La votación del 1-O estaba avalada por el mismo Evangelio, pues la doctrina de la Iglesia anteponía a cualquier ley la dignidad de las personas, tanto a nivel personal como colectivo. “El Evangelio es nuestra legalidad. El cristianismo enseña que cada ser humano ha sido creado con libertad y que nadie puede  imponer su voluntad sobre el otro. Es inmoral lo que está haciendo España. Hay un 80% de catalanes que quiere votar y se les está reprimiendo esgrimiendo la Constitución”.

Pero el mayor enfrentamiento se produjo tras el conato de celebración del referéndum y los incidentes que se produjeron como consecuencia de la actuación de las fuerzas de seguridad del Estado en el cumplimiento del mandato recibido del Tribunal Superior de Cataluña de impedir que se celebrara la votación. Pero incluso unos días antes del 1-O, el 28 de Septiembre, ya una docena de entidades cristianas catalanes –entre las que se encontraban la poderosa Unión de Religiosos de Cataluña, el Movimiento de Profesionales Cristinanos, la Fundación de Escuelas Parroquiales de Cataluña o “Justicia y Paz”- hicieron pública una Nota en la que reiteraron que-de acuerdo con la doctrina social de la Iglesia- los Obispos catalanes habían había afirmado que debían ser escuchadas las aspiraciones del pueblo catalán a que se estimara su singularidad nacional, defendieron la legitimidad moral de todas las opciones políticas que se basasen en el respeto a la dignidad de las personas y de los pueblos, e hicieron un llamamiento a la población a que se sumase a las manifestaciones cívicas, pacíficas y democráticas convocadas en todo el país en defensa de sus instituciones

El Obispo de Gerona, Francés Pardo, condenó la violencia que sufría el pueblo catalán y pontificó que la resistencia no se vencía con la violencia, sino con un diálogo sincero y pacífico. Monseñor Novell se desmelenó y calificó de agresión la intervención de los policías –a los que llamó “guerrilleros”- ante los que se acantonaban frente a los centros electorales para obstaculizar su actuación. Exigió a los políticos que articularan una salida pacífica y justa para la nación catalana que respetara los derechos legítimos del pueblo, entre los que sobresalía el de la autodeterminación, sin ignorar lo que había pasado y teniendo en cuenta el resultado de las urnas. La reacción de la Conferencia fue menos drástica, pues declaró que la situación de violencia que vivía Cataluña era deplorable y que había que detener dicha violencia y los enfrentamientos, y encontrar una salida pacífica y democrática. La declaración era un tanto ambigua y equidistante, pues situaba en pie de igualdad a quienes atacaban al Estado y a quienes lo defendían. Mantuvo, sin embargo, una actitud de perfil bajo siguiendo las instrucciones de la Santa Sede, que desaprobaba los intentos de los separatista de fracturar España y Europa. Asimismo los Obispos catalanes mostraron en privado su malestar y disgusto por el apoyo de los sacerdotes y religiosos al referéndum del 1-O. Señalaron que aquéllos podían pensar lo que quisiesen como ciudadanos, siempre que respetaran los principios morales, pero no podían hacer valer ante su comunidad su condición sacerdotal para apoyar cualquiera de las dos opciones en presencia. Suponía una extralimitación de su misión dado que era una cuestión autónoma desde el punto de vista del discernimiento político, sobre la cual carecían de autoridad y de competencia para decidir si el referéndum era legal o ilegal y si se debía celebrar o no.
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El 3 de Octubre se produjo el acertado y oportuno discurso del Rey Felipe VI, que se apartaba del bla-bla de los Obispos sobre diálogos imposibles y señalaba la obligación de los políticos catalanes de respetar la Constitución, las leyes y las sentencias de los Tribunales. Junqueras buscó la mediación  Omella para encontrar una salida sin perder la cara del avispero en que se había metido la Generalitat y el Cardenal se mostró dispuesto a intervenir, pero se topó con el “non placet” del Vaticano e igual resultado obtuvo la propuesta del “lehendakari” Iñigo Urkullu de que mediase el Arzbispo de Bolonia, Matteo Zuppi. El Papa Francisco dejó traslucir su desagrado por el desarrollo del proceso separatista en Cataaluña.

Encarcelamiento de políticos catalanes

En el ínterin, los Tribunales siguieron el lento curso de la Justicia y los Magistrados Instructores de la Audiencia Nacional, Carmen Lamela, y del Tribunal Supremo, Pablo Llerena, ,imputaron a los antiguos componentes del Govern y de la Mesa del Parlament, así como a los Presidentes de la Asociación Nacional Catalana y de Omnium Cultural por los delitos de rebelión, sedición y malversación de caudales públicos, que provocaron el encarcelamiento de Junqueras, del ex –Consejero de Interior Joaquim Forn y lde os Jordi, -Sánchez y Cuixart-, la fuga poco gloriosa de Puigsdmont  y cuatro antiguos Consejeros a Bruselas –donde ha establecido su Corte Republicana de los Milagros- y la puesta en libertad -con o sin fianza- del resto de los encausados.

La reacción de la Iglesia catalana ante estos eventos ha sido vehemente. El Obispo de Solsona dijo en una homilía que los dirigentes del Govern habían tratado de encontrar caminos para “cumplir un programa electoral por la vía del diálogo y la legalidad (¿?), y que no era justo que, por la vía de la fuerza, se impidiera a un pueblo decidir su futuro y se encarcelara a sus líderes. “No os confundáis sobre esta cuestión –advirtió a sus fieles-. Será todo lo legal que queráis, pero los cristianos no nos guiamos ni tenemos criterios en función de leyes positivas, sino de aquello que es verdadero, justo y digno, y el encarcelamiento de los líderes catalanes  no lo es ”. La periodista Emilia Landaluce preguntó al Arzobispo Emérito de Madrid y antiguo Presidente de la Conferencia Episcopal Española, Antonio María Rouco, si se podía ser católico y defender el independentismo, y el Cardenal le contestó lo siguiente:”Un católico sigue las exigencias de la conciencia moral, en la que el valor de la justicia y el valor de la caridad ocupan un lugar central […] No debe actuar rompiendo la unidad de una forma unilateral […] No es conciliable  con la conciencia católica rectamente formada”. Y ha añadió a modo de conclusión que “la Iglesia debe respetar el orden jurídico legítimo”.

 En un comunicado del pasado 18 de Febrero, la Conferencia Episcopal Tarraconense hizo un llamamiento general para rehacer la confianza mutua y buscar una solución justa a la situación creada que fuera aceptable para todos,  reclamado un consenso de mínimos “a través de del diálogo desde la verdad, con generosidad y en búsqueda del bien común” , y pedido que, “en estos momentos de complejidad, seamos instrumentos de paz y conciliación en medio de la sociedad”, donde reine la paz y la justicia. Defendió la legitimidad de las diversas opciones sobre la estructura política de Cataluña “que se basen en el respeto de la dignidad inalienable de las personas y de los pueblos, y que sean defendidas de forma pacífica y democrática”, y estimó que la independencia era un bien tan moral como la unidad de España. Afirmó que “es necesario que, con voluntad de servicio, los parlamentarios escogidos el 21 de Diciembre impulsen los mecanismos democráticos para la formación de un nuevo Gobierno de la Generalitat, que actúe con sentido de responsabilidad para con todos los colectivos del país y especialmente los más necesitados de superar las consecuencias de la crisis institucional, económica y social que vivimos”. En cuanto a la prisión preventiva de algunos antiguos miembros del Govern  y de los dirigentes de movimientos sociales, solicitó, “sin entrar en debates jurídicos […] una reflexión serena sobre este hecho en vistas a propiciar un clima de diálogo que tanto necesitamos y en la que no se dejen de considerar las circunstancias personales de  los afectados”. Los Obispos no citan a nadie por su nombre, ni piden explícitamente la liberación de los encarcelados, pero lo insinúan implícitamente.

La declaración episcopal está bien en la teoría, pero presenta varias insuficiencias en la práctica: 1) No se pueden pasar por alto consideraciones jurídicas, porque los políticos catalanes no han sido encarcelados o declarados prófugos por su ideología independentista, sino por haber cometido presuntamente graves delitos; 2) Resulta obvio que es necesario que reinen en Cataluña la paz y la justicia, pero es asimismo indispensable que también reine la ley. 3) Los Obispos no piden reflexión alguna sobre la desobediencia de los políticos catalanes a las leyes y a las sentencias judiciales, la huida de Puigdemont y varios ex –Consejeros, la falta de arrepentimiento y la reiteración en la conducta delictiva por parte de los políticos incriminados, el menosprecio de la oposición , el tratamiento discriminatorio prestado por las instituciones a los catalanes no nacionalistas, la continuada campaña denigratoria contra España y todo lo español, o la negativa a los niños castellano-parlantes a ser educados en su lengua materna ,que es el idioma oficial de España. Hay efectivamente muchos temas sobre los que reflexionar, pero los prelados catalanes centran su reflexiva atención en sólo una pequeña parcela del problema.

Consecuencia inmediata de la declaración episcopal fue la redacción por el Centro de Pastoral Litúrgica de la plegaria que se rezó el domingo siguiente en muchas iglesias de Cataluña:”Por recomendación de nuestros Obispos, y ante el problema político que vive nuestro país, rogamos por la paz y la justicia en Cataluña. Por que se encuentre una solución justa y aceptable para todos, un gran esfuerzo de diálogo desde la verdad, con generosidad y búsqueda del bien común. Por la rápida formación de un Gobierno. Por los que están en prisión preventiva y porque los católicos seamos instrumentos de paz y reconciliación en medio de la sociedad catalana”.

El párroco de Santa Eulalia de Mérida (Hospitalet de Llobregat), Josep María Romaguera, pronunció la siguiente homilía:”Mientras tengamos presos políticos no podremos hacer vida normal […]  No podemos olvidar a  aquellas personas a  las que una gran multitud ha empujado a dar la cara y han acabado en la prisión. No podemos olvidarlos, tanto si los hemos votado como si no, porque no es ésta la manera de hacer frente a los conflictos sociales y políticos .No podemos aceptar como normal que haya habido palos para impedir un acto pacífico. No podemos aceptar como normal que grupos fascistas aparezcan haciendo ostentación de violencia, amenazando y agrediendo por todos lados. No podemos aceptar como normal que se ignoren derechos humanos como los de libertad de expresión o de confrontación de proyectos políticos en libertad”.  El fraile del Monasterio de Poblet, Lluis Sola, ha afirmado que, en estos tiempos ominosos llenos de ignominia, “me he acostumbrado a rezar los salmos imprecatorios poniendo nombre y  rostros a nuestros enemigos”.

 Doscientos sacerdotes ha escrito una carta abierta a todos los católicos de España, en la que les piden que hagan todo lo que esté a su alcance para no sólo la liberación inmediata de los políticos encarcelados, sino también para que se retiren las querellas presentadas contra ellos. La ANC ha organizado ayunos colectivos en el Monasterio de Montserrat y en el Convento de los  Capuchinos de Sariá –famoso por el encierro estudiantil de 1966- para protestar contra la falta de libertades y exigir la liberación de los presos políticos. Siguen presentes las banderas esteladas y los lazos amarillos en las iglesias catalanas, así como pancartas en pro de la democracia y del “derecho a decidir” en los templos, incluido el de la Sagrada Familia Una buena parte del clero catalán bendice el “proces”, es parte activa en el mismo y alienta a los fieles a que participen en él. Como ha comentado con sorna Oriol Trillas, al final del “proces” sólo quedarán los curas. Es cierto que hay muchos sacerdotes que son contrarios al proceso independentista y que no siguen las directrices del pensamiento religioso único establecido por el Centro Pastoral de Liturgia,  y algunos de ellos han creado en el portal “Germinans germinavit”  una secció titulada “Moniciones de la misa diaria para olvidarse de los del CPL”.A mayor politización de sus rectores, más vacías están las iglesias y se produce más asistencia a los servicios en español que a los realizados en catalán. La división producida por el nacionalismo en la sociedad catalana –concluye Trillas- se ha patentizado también en su Iglesia.

Conclusiones

La Iglesia catalana, siguiendo su tradición y antecedentes carlistas, es conservadora, “parroquiana” y excluyente. Lejos del sentido etimológico de la  palabra “Eclesia” de universalidad y apertura al mundo, está cerrada sobre sí misma y sobre su identidad idiomática y cultural catalana ,y rechaza lo que es ajeno a ella, especialmente si procede de España. No ha estado a la altura de su misión ecuménica y se ha replegado sobre sus fieles catalana-parlantes. Ha inspirado y apoyado la inmersión lingüística y el adoctrinamiento cultural identitario, especialmente a través de la Unión de Religiosos de Cataluña -compuesta por 6.000 miembros-, y de la Fundación de Escuelas Parroquiales.  Ha ignorado y dejado al margen a, por lo menos, el 50% de la sociedad catalana hispano-parlante a la que ha discriminado. La mayoría de la Iglesia catalana –con su jerarquía al frente- se ha sumado al proceso de autodeterminación  e independencia de Cataluña. Los excesos verbales de Monseñor Novell –es natura que el hombre, como se aburre en su minúscula sede episcopal, tenga que decir y hacer cosas sonadas para que se hable de él, aunque sea mal- resultan excesivos, pero no son reacciones aisladas y reflejan el sentir de buena parte de los católicos catalanes. El nacionalismo es u virus, un veneno sumamente peligroso,  que ha causado numerosos conflictos internos e internacionales –especialmente las dos guerra mundiales- y ahora está renaciendo en Europa con nuevo vigor a través de los populismos demagógicos. El Papa Francisco ha condenado sin paliativos los excesos y abusos de los nacionalismos, y sería sumamente conveniente que la Iglesia catalana hiciera autocrítica y siguiera sus sabios consejos.

Madrid,  6 de Marzo de 2008




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