LA
IGLESIA CATALANA CONTAMINADA POR EL VIRUS DEL
NACIONALISMO
Rasgos de la Iglesia catalana
La Iglesia catalana tiene una
falsa aura de progresismo que viene de la época de la oposición al franquismo
de una parte de ella representada por el
Abad del Monasterio de Montserrat Aureli María Escarré. Desde que la “Moreneta” fue entronizado en 1947, el
Monasterio se convirtió en el Monte Sinaí del catalanismo. Escarré hizo unas
declaraciones a “Le Monde” en 1963,
en las que afirmaba que “el régimen
español se llama cristiano pero no lo es, porque no obedece a los principios
básicos del cristianismo”, e hizo una afirmación fundamental para comprender
la situación actual del catolicismo en Cataluña:”Defender la lengua [catalana] no sólo
es un deber sino una necesidad, porque, cuando se pierde la lengua, la religión
se va detrás”. Ello explica la confusión entre la religión y la lengua
catalana, y la exclusión de la asamblea religiosa regional de los
castellano-parlantes e incluso de los catalano-parlantes no nacionalistas. Su
declaración y sus continuos altercados con las autoridades del Gobierno de
Franco costó a Escarré el exilio en 1965 y no regresó a España hasta 1968 para
morir en Montserrat. A sus multitudinarias exequias asistieron todos los
políticos nacionalistas y de la oposición, y unos años más tarde –en 1974
exactamente- Jordi Pujol creó en el propio Monasterio el partido de
Convergencia, que sería el principal motor del movimiento nacionalista que
derivó de forma planificada hacia el soberanismo. En efecto, Pujol planeó desde
el principio una hábil estrategia dirigida, lenta pero implacablemente, a
conseguir la independencia por etapas de Cataluña.
El espíritu
de libertad y aperturismo estuvo encarnado por la revista “El Ciervo”, fundada en 1951 por Lorenzo, Joan y Joaquim Gomis, y en
la que colaboraron escritores como Alfonso Carlos Comín y Jordi Maluquer. Era
una publicación sin adscripción política alguna orientada al ámbito político y
cultural desde una perspectiva religiosa basada en una teología renovadora que
se reflejaría en el Concilio Vaticano II. El grueso de la Iglesia catalana hacía honor
a sus antecedentes carlistas y era conservadora y excluyente. Éste fue al
ambiente en que se crió el ex-Presidente de la Generalitat,
Carles Puigdemont, en su pueblo natal de Amer, donde el General Ramón Cabrera
–el “Tigre del Maestrazgo”- capituló
en 1849 tras la “guerra de los matiners”,
dando por concluido el segundo conflicto civil carlista. El carlismo
mayoritario en Cataluña –“Dios, Patria y Rey”-
se oponía a la separación entre Iglesia y Estado, y a la libertad de conciencia
y de cultor, y era profundamente antiliberal, reaccionario y absolutista. Como
ha observado con ironía José Antonio Zorrilla, si en el momento carlista se hubiese respetado el ámbito
catalán o vasco de decisión habría ganado el carlismo, porque liberales en
aquellos territorios había más bien pocos.
En opinión de Conxa Rodríguez, Puigdemont
y sus seguidores están muy cerca del movimiento carlista, sólo que los
independentistas católicos de siempre hacen ahora piña con los anticlericales
de la CUP en la
causa común de la independencia. Ha prevalecido el sentimiento secesionista y
se ha prescindido de Dios.
Aunque
culturalmente siga siendo católica, Cataluña es la región española que más se
ha descristianizado y secularizado. Sólo el 50% de la población se declara católica
-13.7% practicante-, 30% ateo o agnóstico y el resto de otras religiones –hay
una importante minoría musulmana formada principalmente por marroquíes-. No obstante,
en el centro del altar mayor de la
Basílica de la Sagrada
Familia, detrás de la
Cruz, hay una enorme señera,
que simboliza la unión carlista de Iglesia y Estado, como si la esencia de
Cataluña y de la fe fuera la misma cosa. Según José Manuel Vidal, es como si la
identidad catalana llegase al altar y pretendiera quedarse, “sólo ella y en exclusiva”. En contraste,
los aliados anti-natura de los nacionalistas conservadores de la CUP prodigan sus gestos
antirreligiosos y sus cachorros de Arran pretenden convertir la Catedral de Barcelona en
un almacén de ultramarinos.
El
sentimiento de fusión entre lengua y religión ya existía antes de que se
iniciara el sunami soberanista. Recuerdo que la primera vez que pasé un verano
en Cataluña en 1971 era difícil asistir a una misa en castellano. Se decían
misas en inglés, en francés y e alemán, e incluso en latín, pero pocas en
lengua española, para desesperación de mi madre. Cuando recalamos en el Delta
del Ebro –donde seguimos veraneando desde hace 43 años- se resolvió nuestra cuita religiosa, pues el
Párroco de Sant Jaume d’Enveijá, el castellonense Mosén Vicent, era bilingüe
y no nacionalista, y decía misa en ambas lenguas.
La Biblia del catalanismo
religioso fue redactada en 1985 por el Obispo nacionalista Joan Carrera bajo el
título “Les arrels cristianes de
Catalunya”, en la que trataba de las relaciones entre el catolicismo y la
sociedad catalana. En 2010, la Conferencía Episcopal
Tarraconense la actualizó en el documento “Al
servir del nostre poble”, en el que se reiteró el compromiso de la Iglesia catalana con su
pueblo. Este documento sirve a los sectores más radicales para reivindicar la
autodeterminación y a los más moderados para apoyar el nacionalismo sin
necesidad de romper con España.
De los 14 prelados catalanes, cinco son independentistas:
Los Arzobispos de Tarragona -Jaume Pujol-, y de Seo de Urgell y Co-Príncipe de Andorra - Joan Enric-, los
Obispos de Solsona -Xavier Novell-, y de Gerona -Francesc Pardo-, y el Obispo
Auxiliar de Barcelona y Administrador Apostólico de Mallorca -Sebastiá
Taltavull-. Son catalanistas y nacionalistas moderados los restantes: El
Arzobispo de Barcelona -Juan José Omella- y sus Obispos Auxiliares -Sergi Gordo
y Antoni Vadell-, y los Obispos de Lérida -Salvador Jiménez-, Tortosa, -Enrique
Benavent-, Vich , -Román Casanova-, Tarrasa –José Ángel Sáiz – y San Feliú de
LLobregat –Agustín Cortés-. El independentista más militante es Xavier Novell,
que actúa a su aire en plan kamikaze, al margen de la línea marcada por la Conferencia
Tarraconense, moderada desde la Santa
Sede. Como
señaló el Cardenal Omella –que tiene que hacerse perdonar haber nacido en
Aragón -aunque sea en la raya fronteriza y hable catalán- y a quien los celosos
custodios de la ortodoxia lingüística han hecho que se rebautice como Joan-Josep-,
“la Iglesia
cambia con el pueblo”, y afirmó lo
siguiente:”Yo soy un pastor y vengo con
las siglas del Evangelio. Traicionaría mis raíces si no hiciera lo que decida
el pueblo de Cataluña”.
Relaciones entre la Iglesi Catalana la Iglesia Española
La cuestión
de las relaciones entre España y Cataluña ya se planteó en 2006 en la Conferencia Episcopal
Española, que adoptó una Declaración sobre “Orientaciones
morales ante la situación actual de España”. Aún reconociendo la
legitimidad en principio de las posturas nacionalistas, la
Conferencia hizo un llamamiento a la responsabilidad respecto
al bien común de toda España. En su opinión, ninguno de los pueblos o regiones
que formaban parte de España podría entenderse si no hubiera formado parte de
la larga historia y de la unidad y cultura política de esa antigua nación que era España. Las propuestas
políticas encaminadas a la desintegración unilateral de esta unidad les causaba
una gran inquietud . Por ello, exhortaron
al diálogo entre todos los interlocutores políticos y sociales. para preservar
el bien de la unidad, a la par que el de la rica diversidad de los pueblos de
España. “No puede ser que una parte de
los ciudadanos de una parte de un Estado legítimamente constituido quiera
romper unilateralmente la unidad de la comunidad política”. La Conferencia consideró la unidad de España como un
“bien moral”. La Declaración fue
aprobada por 53 votos a favor y 25 en contra, entre los que se encontraba previsiblemente
la inmensa mayoría de los Obispos catalanes, si no la totalidad. Algunos de
estos prelados afirmaron que no se debía
sacralizar la unidad de España, ni estigmatizar a los nacionalismos.
Según el
jesuita José Ignacio González Faus, residente en Cataluña, “en este terreno no se puede apelar a la
moral, porque ni la unidad de España ni la independencia tienen nada que ver
con la moral. En todo caso, la moralidad podría estar en el modo en que se
gestione, pero no en el hecho. Por ejemplo, que en las iglesias se dediquen a
poner banderas, con estrella o sin ella, como si la casa de Dios no fuera casa
de oración para todas las gentes”. El Papa Francisco ha manifestado en público
y, sobre todo, en privado su oposición a la desintegración de España y a la
independencia de Cataluña. En unas declaraciones que hizo a “La
Vanguardia” afirmó:
que “la secesión de
una nación sin un antecedente de unidad forzosa hay que tomarla con muchas
pinzas”.
Lo que la
inmensa mayoría consideró una velada advertencia sobre su desaprobación de una
eventual independencia de Cataluña, fue interpretada en sentido contrario por
algunos de los apologetas de la secesión como el Padre Hillari Raguer –autor
del libro “Ser independentista no es
pecado”- quien mantuvo que las
palabras del Papa no suponían una
condena del independentismo catalán sino que, antes bien, lo abonaba ,dado que -en
este caso-, se trataba de una unidad
impuesta a la fuerza desde 1714 y a lo largo de tres siglos hasta el
presente, “con ininterrumpidos
movimientos de protesta y sus mártires”. Una muestra más de la capacidad
tergiversadora de la Historia
de los independentistas catalanes de la
conversión de la mentira más burda en una “post-verdad
“. Como ha señalado el hispanista británico John Elliot, los políticos catalanes
manipulan y tergiversan el pasado, con lo que han generado una
victimización que perdura desde 1714.
Así , según Raguer, es doctrina universal de la Iglesia que el cuarto
mandamiento que manda honrar a nuestros padres exige asimismo amar y servir a
la patria, pues –como dijo Pío XI- el patriotismo era la forma más amplia de la
caridad cristiana , pero que había pueblos y gobiernos que sacrílegamente se
arrogaban el derecho de imponer a otros su propia patria. “No hay autoridad humana, ni civil ni tampoco eclesiástica, que pueda
dictarme cuál es mi patria. Esto sólo puede salir de lo más hondo de mi
conciencia”.
Inicio del proceso
independentista
Tras la
negativa en 2013 del Presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, a la
petición del Parlament de que se
concediera a Cataluña de un régimen fiscal similar al que gozaban en el País
Vasco en Navarra, el Presidente de la Generalitat, Artur Mas, se lanzó al monte e
inició la deriva hacia la independencia, pese a que su partido, Convergencia y
Unió, nunca había incluido en su programa electorale la independencia de la Comunidad. Tras
la escisión de Unió Democrática de Cataluña por su desacuerdo con la política
pro-independista del President,
Convergencia Democrática de Cataluña se transformó sucesivamente en Partido
Democrático de Cataluña, Junts pel Sí –en coalición con Esquerra Democrática de
Cataluña- y Juntos por Cataluña, en una errática huida hacia la independencia
imposible. Mas inició en 2014 el proceso independentista con la convocatoria de
un referéndum de libre determinación que –tras su prohibición por el Tribunal
Constitucional- se convirtió en el seudo-referéndum del 9-N.
El Obispo
Novell se desentendió de la línea de prudencia recomendada por la Conferencia Episcopal
Tarraconense y se pronunció abiertamente a favor del “procés” y pidió a sus fieles
que no permanecieran ajenos a él y
acudieran a votar el 9-N, pues el Gobierno central estaba usando la ley para
impedir un derecho fundamental de los
ciudadanos catalanes que era anterior y superior a la Constitución. El
problema de hasta donde llega el “derecho a decidir” del pueblo catalán deriva
de que se considere o no a Cataluña como una nación, aunque el Tribunal Constitucional
(TC) dejó bien claro en su sentencia de 2010 que no había más nación que la
española.
Reconocimiento de
Cataluña como nación
Si bien Novell
ha sido el más explícito de los Obispos catalanes, todos ellos han reconocido
que Cataluña es una nación . No es una tesis, es una realidad, y tiene, por
tanto, derecho a decidir su futuro. El Obispo de Solsona recurrió nada menos
que a la Virgen María
para fundamentar el derecho del pueblo catalán a la libre determinación. “La Virgen del Claustro se dio cuenta de las muchas
banderas que adornan los balcones de la ciudad de Solsona. Va a sorprenderse de
ver tatas esteladas. María del Claustro, nacida en un país ocupado y oprimido, que
ha conocido la persecución y el exilio,
y ha sufrido la condena injusta de Jesús a muerte, sabe bien lo que significan
estas banderas. ¿Qué le debemos explicar nosotros sobre deseos nobles y justos
de independencia de un pueblo? Pasado
mañana en Barcelona una gran manifestación reclamará la independencia de
Cataluña. ‘Cataluña próximo Estado de Europa’. Ante estos hechos puede
preguntarme ¿cuál es la palabra de la Iglesia?”. La Iglesia no es ajena a los gozos y las esperanzas,
los llantos y las angustias de los hombres contemporáneos. Más aún. ‘No hay
nada verdaderamente humano que no resuene en mi corazón’. La Iglesia reconoce el derecho
de los pueblos a la autodeterminación”. Se trata de un texto surrealista,
casi de realismo mágico a lo Gabriel García Márquez, que recuerda a la
invocación a la Virgen
del Arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, para justificar la próxima huelga de las
mujeres feministas. Si el Catecismo nos prohíbe invocar el santo nombre de Dios
en vano, semejante prohibición debería extenderse asimismo a su Santa Madre.
Como ha
manifestado González Faus, la
Iglesia defiende la autodeterminación de las colonias, pero,
cuando se trata de la separación o escisión de un territorio, confiesa no saber si también se aplica esta
doctrina al caso. El padre jesuita tiene escasos conocimiento de Derecho
Internacional e ignora, por tanto, que
el principio de libre determinación reconocido por la ONU se aplica a los
territorios bajo dominación colonial o a los pueblos que estén sometidos a
graves violaciones de los derechos humanos. Por mucha que sea la capacidad mistificadora
de los nacionalistas, resulta difícil mantener que Cataluña sea una colonia española
o que los catalanes vean permanentemente violados sus derechos humanos. Pero
incluso en el caso harto improbable de que se reconociera a Cataluña como un
territorio dependiente pendiete de descolonización, la “Declaración sobre concesión de la independencia a los países y pueblos
coloniales” establece que “toda
tentativa encaminada a destruir parcial o totalmente la integridad territorial
de un país es incompatible con los fines y principios de la Carta de las Naciones Unidas”.
El
Arzobispo Emérito de Barcelona, Cardenal
Lluis María Martinez Sistach ha afirmado:”Somos un pueblo vivo y por ello cambiante, pero también permanente, con
la voluntad de mantener nuestras esencias como nación”. El Arzobispo de
Tarragona, Jaume, Pujol, pidió a la “Moreneta” que iluminara a la tierra
catalana en estos momentos de su Historia
“para que encuentre el camino de
la afirmación nacional”. Según
el Abad de Montserrat, Josep María Soler, “Cataluña
es una nación evidentemente y, si lo es, tiene derecho a decidir su futuro”. La Conferencia Episcopal
Tarraconense ha reconocido la “realidad nacional de Cataluña” y afirmado que “conviene
que sean valorada su singularidad
nacional”. Incluso el “charnego” Omella se vio obligado en la misa de
San Jordi,-ante Puigdemonto, Junqueras y el Govern
en pleno- a referirse a Cataluña como una nación,
a cuyo pueblo empezaba a conocer y querer. Este ambiente se ha trasladado
parcialmente a la propia Conferencia Episcopal Española, que publico en 2017 una nota –cuyo texto había
sido consensuado por Blázquez, Osoro y Omella- en la que se apelaba al dialogo
salvaguardando “los bienes comunes de
siglos y los derechos propios de los
diferentes pueblos que conforman el
Estado”. Ya no esgrimía la unidad de España como un “bien moral” y parecía
que se instaba a realizar un diálogo entre iguales. El Cardenal Antonio
Cañizares y otros prelados españoles, sin embargo, siguen manteniendo que la
unidad de España en un “bien superior” que hay que defender, porque de ello
depende también la credibilidad social de la propia Iglesia.
Referéndum ilegal del
1-O
Las
relaciones entre las dos Conferencias se tensaron con la preparación, la
celebración y las secuelas del referéndum de autodeterminación del 1 de Octubre
de 2017. La Iglesia
catalana, en sus distintos niveles, colaboró activamente en la preparación y
realización del referéndum que había sido declarado ilegal por el TC: Se
escondió material electoral en las
iglesias, se prestaron locales parroquiales y escolares -e incluso algunos
templos- para que se instalaran en ellos mesas electorales, se realizaron
escrutinios en varias iglesias incluso durante la celebración de la misa…etc.
De nuevo, Monseñor Novell fue el que sobresalió por su mayor protagonismo. En
una Carta Pastoral defendió el independentismo en Cataluña y destacó la
injusticia que suponía que se negara e impidiera a los catalanes el ejercicio
de la autodeterminación. Afirmaba que “los
Presidentes del Parlament y de la Generalitat, los Consejeros y muchos Diputados,
Alcaldes y altos cargos de la
Generalita están arriesgando su libertad, carrera y patrimonio
para ofrecernos, por primera vez en la Historia, la posibilidad de votar para forzar la
independencia”. Se trataba de un derecho inalienable de toda la nación, una
mayoría social lo quería ejercer y era el punto primero de los programas
electorales de los partidos políticos que habían ganado las últimas elecciones
autonómicas. El Parlamento había adoptado la ley que regulaba su ejercicio y la Generalitat había convocado el referéndum que lo hacía posible, a pesar de
que todo parecía indicar que no reuniría las condiciones internacionales
establecidas para su reconocimiento, y la sociedad se estaba defendiendo contra
todos los ataques imaginables, y criticó la declaración de la Conferencia Episcopal
Española sobre la unidad de España.
La Conferencia
Tarraconense, en cambio, fue más objetiva y neutral, pues no
se inclinó por ninguna de las opciones y pidió sensatez y fraternidad para “avanzar en el camino del dialogo y del
entendimiento, del respeto a los derechos y a las instituciones, y no de la
confrontación”. En la misma longitud de onda, la Conferencia Española
reivindicó el diálogo como solución al conflicto derivado del referéndum del
1-O, y pidió que se evitaran “decisiones
y actuaciones irreversibles de graves consecuencias”, que situaran a las
administraciones y a los partidos al margen de la práctica democrática. Ofreció
su colaboración sincera al diálogo a favor de una pacífica y libre convivencia
entre todos e invitó a la oración por todos los que tenían responsabilidades en
el Gobierno y en las distintas Administraciones Públicas para que fueran “guiados por la sensatez”. Era preciso
recuperar la conciencia ciudadana y la confianza en las instituciones, en el
marco del “respeto de los cauces y
principios que el pueblo ha sancionado e la Constitución”. La referencia a la Carta Magna era una menció
significativa que se echaba en falta en el mensaje de la Conferencia
Tarraconense.
En
contraste, unos 480 sacerdotes y
religiosos lanzaron un manifiesto en el que hacían un llamamiento a los
ciudadanos para que acudieran a votar y lo hicieran por la autodeterminación y
la independencia, y enviaron una carta al Papa pidiéndole que mediara ante el
Gobierno español para que permitiera la celebración el referéndum. Los
peticionarios decían no favorecer la independencia sino el “derecho a decidir”,
aunque su argumentario coincidía plenamente
con el del Govern. El referéndum era el último grito de
dignidad “ante la imposibilidad de pactar las condiciones para llevarlo a cabo de
forma acordada” (¿?). Calificaban de legítima y necesaria la consulta, y
afirmaban moverse por “valores
evangélicos y humanitarios” y por su “amor
sincero al pueblo”, al que querían servir. La falacia argumental no podía
ser más patente. El “animus negotiandi”
de la Generalitat se
había limitado a “referéndum sí o sí”
y, como única concesión, ofrecieron la posibilidad de acordar la fecha de su
celebración. En cuanto a las leyes en que se basaba el citado referéndum
–adoptadas por el Parlament con alevosía
y nocturnidad en horas 24 y violando el Reglamento de la Cámara- eran contrarias a la Constitución –que era
derogada por una ley autonómica- y a cualquier norma de Derecho Internacional o
Constitucional.
El párroco de Calella, Cinto Busquet, advirtió
que, si cerraban las escuelas, dejaría su parroquia para que se votase, pues no
dejarles expresase libremente el 1-O era una vulneración de los derechos
humaos. Afirmó que “Jesús fue condenado a muerte en base a la ley vigente y ninguna persona
sensata lo consideraría algo legítimo o moral. En Cataluña también se quería
impedir a la gente votar cumpliendo una ley, pero esa legalidad atentaba contra
la dignidad y la libertad de las personas”. El TC y las fuerzas del orden
estaban violando los derechos humanos y pisoteando la dignidad de Cataluña, por
lo que exigía al Gobierno español “escuchase
las legítimas aspiraciones del pueblo
catalán”. La votación del 1-O estaba avalada por el mismo Evangelio, pues
la doctrina de la Iglesia
anteponía a cualquier ley la dignidad de las personas, tanto a nivel personal
como colectivo. “El Evangelio es nuestra
legalidad. El cristianismo enseña que cada ser humano ha sido creado con
libertad y que nadie puede imponer su
voluntad sobre el otro. Es inmoral lo que está haciendo España. Hay un 80% de
catalanes que quiere votar y se les está reprimiendo esgrimiendo la Constitución”.
Pero el mayor enfrentamiento se
produjo tras el conato de celebración del referéndum y los incidentes que se
produjeron como consecuencia de la actuación de las fuerzas de seguridad del
Estado en el cumplimiento del mandato recibido del Tribunal Superior de
Cataluña de impedir que se celebrara la votación. Pero incluso unos días antes del
1-O, el 28 de Septiembre, ya una docena de entidades cristianas catalanes –entre
las que se encontraban la poderosa Unión de Religiosos de Cataluña, el
Movimiento de Profesionales Cristinanos, la Fundación de Escuelas
Parroquiales de Cataluña o “Justicia y Paz”- hicieron pública una Nota en la
que reiteraron que-de acuerdo con la doctrina social de la Iglesia- los Obispos
catalanes habían había afirmado que debían ser escuchadas las aspiraciones del
pueblo catalán a que se estimara su singularidad nacional, defendieron la
legitimidad moral de todas las opciones políticas que se basasen en el respeto
a la dignidad de las personas y de los pueblos, e hicieron un llamamiento a la
población a que se sumase a las manifestaciones cívicas, pacíficas y democráticas
convocadas en todo el país en defensa de sus instituciones
El Obispo de Gerona, Francés
Pardo, condenó la violencia que sufría el pueblo catalán y pontificó que la
resistencia no se vencía con la violencia, sino con un diálogo sincero y
pacífico. Monseñor Novell se desmelenó y calificó de agresión la intervención
de los policías –a los que llamó “guerrilleros”- ante los que se acantonaban
frente a los centros electorales para obstaculizar su actuación. Exigió a los
políticos que articularan una salida pacífica y justa para la nación catalana
que respetara los derechos legítimos del pueblo, entre los que sobresalía el de
la autodeterminación, sin ignorar lo que había pasado y teniendo en cuenta el
resultado de las urnas. La reacción de la Conferencia fue menos
drástica, pues declaró que la situación de violencia que vivía Cataluña era
deplorable y que había que detener dicha violencia y los enfrentamientos, y
encontrar una salida pacífica y democrática. La declaración era un tanto
ambigua y equidistante, pues situaba en pie de igualdad a quienes atacaban al
Estado y a quienes lo defendían. Mantuvo, sin embargo, una actitud de perfil
bajo siguiendo las instrucciones de la Santa
Sede, que desaprobaba los intentos de los separatista de
fracturar España y Europa. Asimismo los Obispos catalanes mostraron en privado
su malestar y disgusto por el apoyo de los sacerdotes y religiosos al
referéndum del 1-O. Señalaron que aquéllos podían pensar lo que quisiesen como
ciudadanos, siempre que respetaran los principios morales, pero no podían hacer
valer ante su comunidad su condición sacerdotal para apoyar cualquiera de las
dos opciones en presencia. Suponía una extralimitación de su misión dado que
era una cuestión autónoma desde el punto de vista del discernimiento político,
sobre la cual carecían de autoridad y de competencia para decidir si el
referéndum era legal o ilegal y si se debía celebrar o no.
.
El 3 de Octubre se produjo el
acertado y oportuno discurso del Rey Felipe VI, que se apartaba del bla-bla de
los Obispos sobre diálogos imposibles y señalaba la obligación de los políticos
catalanes de respetar la
Constitución, las leyes y las sentencias de los Tribunales.
Junqueras buscó la mediación Omella para
encontrar una salida sin perder la cara del avispero en que se había metido la Generalitat
y el Cardenal se mostró dispuesto a intervenir, pero se topó con el “non placet” del Vaticano e igual
resultado obtuvo la propuesta del “lehendakari” Iñigo Urkullu de que mediase el
Arzbispo de Bolonia, Matteo Zuppi. El Papa Francisco dejó traslucir su
desagrado por el desarrollo del proceso separatista en Cataaluña.
Encarcelamiento de
políticos catalanes
En el ínterin, los Tribunales
siguieron el lento curso de la
Justicia y los Magistrados Instructores de la Audiencia Nacional,
Carmen Lamela, y del Tribunal Supremo, Pablo Llerena, ,imputaron a los antiguos
componentes del Govern y de la Mesa del Parlament, así como a los Presidentes de la Asociación Nacional
Catalana y de Omnium Cultural por los
delitos de rebelión, sedición y malversación de caudales públicos, que
provocaron el encarcelamiento de Junqueras, del ex –Consejero de Interior
Joaquim Forn y lde os Jordi, -Sánchez y Cuixart-, la fuga poco gloriosa de
Puigsdmont y cuatro antiguos Consejeros
a Bruselas –donde ha establecido su Corte Republicana de los Milagros- y la
puesta en libertad -con o sin fianza- del resto de los encausados.
La reacción de la Iglesia catalana ante
estos eventos ha sido vehemente. El Obispo de Solsona dijo en una homilía que
los dirigentes del Govern habían
tratado de encontrar caminos para “cumplir
un programa electoral por la vía del diálogo y la legalidad (¿?), y que no
era justo que, por la vía de la fuerza, se impidiera a un pueblo decidir su
futuro y se encarcelara a sus líderes. “No
os confundáis sobre esta cuestión –advirtió a sus fieles-. Será todo lo legal que queráis, pero los
cristianos no nos guiamos ni tenemos criterios en función de leyes positivas,
sino de aquello que es verdadero, justo y digno, y el encarcelamiento de los
líderes catalanes no lo es ”. La
periodista Emilia Landaluce preguntó al Arzobispo Emérito de Madrid y antiguo
Presidente de la Conferencia Episcopal
Española, Antonio María Rouco, si se podía ser católico y defender el
independentismo, y el Cardenal le contestó lo siguiente:”Un católico sigue las exigencias de la conciencia moral, en la que el
valor de la justicia y el valor de la caridad ocupan un lugar central […] No debe actuar rompiendo la unidad de una
forma unilateral […] No es
conciliable con la conciencia católica
rectamente formada”. Y ha añadió a modo de conclusión que “la
Iglesia debe
respetar el orden jurídico legítimo”.
En un comunicado del pasado
18 de Febrero, la Conferencia Episcopal
Tarraconense hizo un llamamiento general para rehacer la confianza mutua y
buscar una solución justa a la situación creada que fuera aceptable para
todos, reclamado un consenso de mínimos
“a través de del diálogo desde la verdad,
con generosidad y en búsqueda del bien común” , y pedido que, “en estos momentos de complejidad, seamos
instrumentos de paz y conciliación en medio de la sociedad”, donde reine la
paz y la justicia. Defendió la legitimidad de las diversas opciones sobre la
estructura política de Cataluña “que se
basen en el respeto de la dignidad inalienable de las personas y de los pueblos, y que sean defendidas de forma
pacífica y democrática”, y
estimó que la independencia era un bien tan moral como la unidad de España.
Afirmó que “es necesario que, con
voluntad de servicio, los parlamentarios escogidos el 21 de Diciembre impulsen
los mecanismos democráticos para la formación de un nuevo Gobierno de la Generalitat, que actúe
con sentido de responsabilidad para con todos los colectivos del país y
especialmente los más necesitados de superar las consecuencias de la crisis
institucional, económica y social que vivimos”. En cuanto a la prisión
preventiva de algunos antiguos miembros del Govern y de los dirigentes de movimientos
sociales, solicitó, “sin entrar en
debates jurídicos […] una reflexión
serena sobre este hecho en vistas a propiciar un clima de diálogo que tanto
necesitamos y en la que no se dejen de considerar las circunstancias personales
de los afectados”. Los Obispos no
citan a nadie por su nombre, ni piden explícitamente la liberación de los
encarcelados, pero lo insinúan implícitamente.
La declaración episcopal está
bien en la teoría, pero presenta varias insuficiencias en la práctica: 1) No se
pueden pasar por alto consideraciones jurídicas, porque los políticos catalanes
no han sido encarcelados o declarados prófugos por su ideología
independentista, sino por haber cometido presuntamente graves delitos; 2)
Resulta obvio que es necesario que reinen en Cataluña la paz y la justicia,
pero es asimismo indispensable que también reine la ley. 3) Los Obispos no
piden reflexión alguna sobre la desobediencia de los políticos catalanes a las
leyes y a las sentencias judiciales, la huida de Puigdemont y varios ex
–Consejeros, la falta de arrepentimiento y la reiteración en la conducta
delictiva por parte de los políticos incriminados, el menosprecio de la
oposición , el tratamiento discriminatorio prestado por las instituciones a los
catalanes no nacionalistas, la continuada campaña denigratoria contra España y
todo lo español, o la negativa a los niños castellano-parlantes a ser educados
en su lengua materna ,que es el idioma oficial de España. Hay efectivamente
muchos temas sobre los que reflexionar, pero los prelados catalanes centran su
reflexiva atención en sólo una pequeña parcela del problema.
Consecuencia inmediata de la
declaración episcopal fue la redacción por el Centro de Pastoral Litúrgica de
la plegaria que se rezó el domingo siguiente en muchas iglesias de Cataluña:”Por
recomendación de nuestros Obispos, y
ante el problema político que vive nuestro país, rogamos por la paz y la
justicia en Cataluña. Por que se encuentre una solución justa y aceptable para
todos, un gran esfuerzo de diálogo desde la verdad, con generosidad y búsqueda
del bien común. Por la rápida formación de un Gobierno. Por los que están en
prisión preventiva y porque los católicos seamos instrumentos de paz y
reconciliación en medio de la sociedad catalana”.
El párroco de Santa Eulalia de
Mérida (Hospitalet de Llobregat), Josep María Romaguera, pronunció la siguiente
homilía:”Mientras tengamos presos políticos no podremos hacer vida
normal […] No podemos olvidar a aquellas
personas a las que una gran multitud ha
empujado a dar la cara y han acabado en la prisión. No podemos olvidarlos,
tanto si los hemos votado como si no, porque no es ésta la manera de hacer
frente a los conflictos sociales y políticos .No podemos aceptar como normal
que haya habido palos para impedir un acto pacífico. No podemos aceptar como
normal que grupos fascistas aparezcan haciendo ostentación de violencia, amenazando
y agrediendo por todos lados. No podemos aceptar como normal que se ignoren
derechos humanos como los de libertad de expresión o de confrontación de
proyectos políticos en libertad”. El
fraile del Monasterio de Poblet, Lluis Sola, ha afirmado que, en estos tiempos
ominosos llenos de ignominia, “me he
acostumbrado a rezar los salmos imprecatorios poniendo nombre y rostros a nuestros enemigos”.
Doscientos sacerdotes ha escrito una carta
abierta a todos los católicos de España, en la que les piden que hagan todo lo
que esté a su alcance para no sólo la liberación inmediata de los políticos
encarcelados, sino también para que se retiren las querellas presentadas contra
ellos. La ANC ha
organizado ayunos colectivos en el Monasterio de Montserrat y en el Convento de
los Capuchinos de Sariá –famoso por el
encierro estudiantil de 1966- para protestar contra la falta de libertades y
exigir la liberación de los presos políticos.
Siguen presentes las banderas esteladas y los lazos amarillos en las iglesias
catalanas, así como pancartas en pro de la democracia y del “derecho a decidir”
en los templos, incluido el de la Sagrada Familia Una buena parte del clero catalán
bendice el “proces”, es parte activa
en el mismo y alienta a los fieles a que participen en él. Como ha comentado
con sorna Oriol Trillas, al final del “proces”
sólo quedarán los curas. Es cierto que hay muchos sacerdotes que son contrarios
al proceso independentista y que no siguen las directrices del pensamiento religioso
único establecido por el Centro Pastoral de Liturgia, y algunos de ellos han creado en el portal “Germinans germinavit” una secció titulada “Moniciones de la misa diaria para olvidarse de los del CPL”.A mayor
politización de sus rectores, más vacías están las iglesias y se produce más
asistencia a los servicios en español que a los realizados en catalán. La
división producida por el nacionalismo en la sociedad catalana –concluye
Trillas- se ha patentizado también en su Iglesia.
Conclusiones
La Iglesia catalana,
siguiendo su tradición y antecedentes carlistas, es conservadora, “parroquiana”
y excluyente. Lejos del sentido etimológico de la palabra “Eclesia” de universalidad y apertura
al mundo, está cerrada sobre sí misma y sobre su identidad idiomática y
cultural catalana ,y rechaza lo que es ajeno a ella, especialmente si procede
de España. No ha estado a la altura de su misión ecuménica y se ha replegado
sobre sus fieles catalana-parlantes. Ha inspirado y apoyado la inmersión
lingüística y el adoctrinamiento cultural identitario, especialmente a través
de la Unión de
Religiosos de Cataluña -compuesta por 6.000 miembros-, y de la Fundación de Escuelas
Parroquiales. Ha ignorado y dejado al
margen a, por lo menos, el 50% de la sociedad catalana hispano-parlante a la
que ha discriminado. La mayoría de la Iglesia catalana –con su jerarquía al frente- se
ha sumado al proceso de autodeterminación
e independencia de Cataluña. Los excesos verbales de Monseñor Novell –es
natura que el hombre, como se aburre en su minúscula sede episcopal, tenga que
decir y hacer cosas sonadas para que se hable de él, aunque sea mal- resultan
excesivos, pero no son reacciones aisladas y reflejan el sentir de buena parte
de los católicos catalanes. El nacionalismo es u virus, un veneno sumamente
peligroso, que ha causado numerosos
conflictos internos e internacionales –especialmente las dos guerra mundiales-
y ahora está renaciendo en Europa con nuevo vigor a través de los populismos
demagógicos. El Papa Francisco ha condenado sin paliativos los excesos y abusos
de los nacionalismos, y sería sumamente conveniente que la Iglesia catalana hiciera
autocrítica y siguiera sus sabios consejos.
Madrid, 6 de Marzo de
2008