lunes, 25 de enero de 2016
´¿Está la política exterior española a la altura de los tiempos?
¿ESTÁ LA POLÍTICA EXTERIOR ESPAÑOLA A LA ALTURA DE LOS TIEMPOS?
El Director-adjunto del Consejo Europeo de Relaciones Internacionales en Madrid, Francisco de Borja Lasheras, publicó el pasado 15 de Enero en “El Mundo” un interesante artículo titulado “España ante una nueva era mundial”. En él planteó una serie de cuestiones sobre la adecuación de la política exterior española a las circunstancias actuales en el mundo. Contiene comentarios acertados y otros no tanto, pues a veces son imprecisos, confusos y, en ocasiones, contradictorios. El principal mérito del artículo es que ofrece “food for thought”, motivos para reflexionar sobre dicha política, condicionada en gran medida por la pertenencia de España a la UE.
Introspección en la política exterior de España
El punto de partida del artículo es que los líderes políticos pueden influir el presente y diseñar el futuro de un país, gobernando para su generación inmediata y, en parte, para la siguiente. Para ello deben asumir la difícil responsabilidad de preparar a la sociedad para nuevos desafíos en un momento en que los dirigentes que ahora llegan a la palestra heredan un Estado, una democracia y un mundo en crisis. Uno de los graves riesgos de la España posterior a las elecciones del 20-D es que sus gobernantes y ciudadanos ahonden en la introspección política y social de nuestro Estado. El tozudo ensimismamiento ibérico ha sido, con escasas excepciones, la regla general en la España moderna y post-moderna.
Esta introspección se ha trasladado a Europa, que mira al mundo que la rodea llena de inseguridad y con miedo a cualquier cambio en su estilo de vida. Mientras la UE profundiza en sus divisiones y alcanza la irrelevancia global, el mundo entra en una era insegura que mantiene en vilo a la España política. Un segundo riesgo, ligado al anterior, es el continuismo de algunos “totems” dogmáticos de pensamiento y de inercias que han solido condicionar la aproximación de nuestras élites a las relaciones internacionales y marcado la política exterior de España. Estos totems se traducen en errores de diagnóstico sobre el escenario internacional con continuos frenos a una acción exterior minimamente ambiciosa o en repentinos vaivenes que dilapidan la credibilidad de España. Nuestra visión de la política exterior sigue a menudo presa, bien de lugares comunes y dogmas sobre Europa, la OTAN, Rusia o la política de alianzas, bien de polvorientos conceptos de un Derecho Internacional más propios de 1945 que del siglo XXI. No explica Lasheras , sin embargo, cuáles son esos totems o dogmas acerca de temas básicos de la política exterior española –como Europa o la política de defensa-, ni a qué obsoletos concepto del Derecho Internacional se refiere.
Parámetros de la política exterior española
Los objetivos básicos de nuestra política exterior fueron claramente expuestos en 1992 por el entonces Ministros de Asuntos Exteriores, Francisco Fernández Ordóñez, cuando afirmó:”Una vez abierta la puerta, superados el encogimiento y el ensimismamiento –el sueño hipnótico del que hablaba Unamuno-, el camino que se dibuja ante nosotros nos lleva de manera natural hacia donde precisamente estamos hoy: la integración en Europa, la proyección iberoamericana, la solidaridad mediterránea y el vínculo atlántico”. Estos vectores han sido seguidos en lo esencial por los Gobiernos de la Monarquía, la República, el franquismo o la democracia, pese a los cambios de Gobierno e incluso de régimen. Los Gobiernos introducían ligeras variaciones de conformidad con su orientación política y las circunstancias del momento, pero el núcleo principal permanecía invariable, porque –como mantenía Charles-Maurice de Talleyeirand- los intereses del Estado son permanentes y no deben ser supeditados a convicciones o veleidades ideológicas. Esto es lo que sucedió durante los Gobiernos de José Luis Rodríguez Zapatero, que volvieron como un guante la política tradicional seguida por José María Aznar: cambio de actitud en las cuestiones de Gibraltar y del Sahara Occidental, enfriamiento de las relaciones con Estados Unidos y con la OTAN, apoyo al socialismo “bolivariano”, menor presencia y protagonismo en la UE, internacionalismo “buenista”…A estos cambios significativos en la política exterior española sí le serían aplicables las críticas de Lasheras, aunque no haya precisado cuál es su alcance completo. Más cuestionable sería su extensión a la política del último Gobierno, que retornó su orientación tradicional.
En cuanto al Derecho Internacional, no se ha aplicado el clásico que se basaba en la exclusividad de la soberanía nacional, cuando el ingreso de España en las Comunidades Europeas/Unión Europea supuso –políticas comunes, unidad de mercado, libertad de movimiento-, sigue suponiendo –unión monetaria y adopción del euro- y deberá suponer aún más importantes cesiones de soberanía a una institución supranacional –unión financiera y económica, política exterior y defensa comunes-. Si de algo cabe acusar a España y a sus socios de la UE es de su renuencia a ceder más soberanía para avanzar en el proceso de integración hasta lograr una auténtica unión económica y política. Sólo así podría la UE competir en pie de igualdad con las grandes potencias tradicionales –Estados Unidos, Rusia, China, Japón- y con las emergentes –India, Brasil, Méjico-. El proceso de integración, doloroso como todo parto, se ha visto dificultado desde dentro por miembros como la Gran Bretaña –auténtico “caballo de Troya”-, que ha puesto toda clase de obstáculos e inconvenientes al propugnar la incorporación a la UE de Estados insuficientemente preparados, obstaculizar el consenso y –cuando no lograba frenar el proceso- imponer la cláusula de exclusión –“opting-out-, que ha forzado la “Europa a varias velocidades” y debilitado a la Unión. Para ello ha contado con la complicidad de algunos países escandinavos y de Europa Oriental. La eventual salida del Reino Unido de la Unión tendría como punto positivo, en compensación a los muchos negativos, la supresión del obstruccionismo que actualmente provoca.
Actitud de España en relación con las cuestiones de Kosovo y Siria
Lasheras añade a los problemas citados la “incontenible tentación demagógica de marcar frívolos puntos en casa con dossieres tan complejos como Kosovo (Cataluña) o Siria (Azores)”. ¿Qué quiere decir con esto?. España ha adoptado una actitud correcta respecto a Kosovo y quien se ha equivocado ha sido la mayoría de los miembros de la UE, bajo el impulso de Estados Unidos, Gran Bretaña y Alemania. La autoproclamación de la independencia kosovar –tolerada, cuando no alentada por Occidente- ha supuesto, en el plano jurídico, una flagrante violación del Derecho Internacional clásico y moderno y, en el plano político, una negación del principio de integridad territorial de los Estados y una trasgresión de la inviolabilidad de las fronteras europeas consagrada en el Acta de Helsinki. Ha dado respaldo a las pretensiones de autodeterminación de Cataluña y otras regiones de España y de Europa, y sentado un grave precedente.
En relación con a Siria, confieso que no entiendo la referencia al archipiélago portugués. La guerra civil siria constituye –junto con el permanente y estancado conflicto árabe-israelita en Palestina- el mayor peligro para la estabilidad en Oriente Medio e incluso en Europa, como se ha visto con la crisis de los refugiados. En este tema, la UE ha dado muestras de su irrelevancia, pese a haber sido dos de sus socios –Francia y Gran Bretaña- los principales responsables de los conflictos en la región tras su presencia colonial en Siria, Líbano, Irak y el Golfo Arábigo-Pérsico. En su “Estrategia Regional para Siria, Irak y la amenaza del Daesh”, la Unión ha hecho un acertado diagnóstico de la situación del enfermo y sugerido la terapia adecuada para solucionar sus males –incluido el envío de misiones civiles y militares-, pero se ha negado a implicarse en operaciones armadas, dejando esta tarea a la heterogénea alianza formada por Estados Unidos y a los aliados de Bashar al-Asad, Rusia e Irán. Vladimir Putin apoya incondicionalmente al impresentable líder sirio, no sólo por convicción o conveniencia, sino también como baza para recuperar el protagonismo perdido en la escena internacional tras la condena de Occidente y el aislamiento al que ha sido sometida Rusia tras su intervención en Ucrania. Irán es, por otra parte, un factor clave para la solución del conflicto sirio. Su reciente Acuerdo Nuclear con el Grupo de los 5 + 1 lo está sacando del lazarillo en el que se encuentra y permitido el gradual levantamiento de las sanciones internacionales. El Acuerdo ha encontrado la oposición de Israel por razones obvias –Irán sigue negándose a reconocerlo- y del otro gran aliado de Estados Unidos en la región, Arabia Saudita, que lidera la mayoría árabe sunita y pugna por la hegemonía en el Golfo con Irán, cabeza de la minoría árabe chiita. España y la UE deberían apoyar la normalización de las relaciones con Irán y tratar de que modere su infantilismo revolucionario y acepte la existencia de Israel, cuya seguridad debe ser garantizada por Occidente, a la par que el ejercicio del derecho del pueblo palestino a la libre determinación y a la constitución de un Estado propio.
España ante la política exterior común en la Unión Europea
En opinión de Lasheras, la política exterior y la diplomacia tienden al mantenimiento del “status quo”, pero la nueva política propugna y los nuevos tiempos requieren una regeneración colectiva cuyo primer paso consistiría en abrir nuestro pensamiento político a otras visiones vigentes en Europa y en el mundo actual, y en hacer un replanteamiento de algunos de estos dogmas, lugares comunes y tentaciones simplistas. De nuevo hace referencia a tales dogmas, pero no explica a qué pensamientos o dogmas se refiere. También critica el apoyo de los Gobiernos y de los partidos políticos a la idea de “una Europa más fuerte en el mundo”, cuya realización es dudosa debido al gran número de Estados que forman la UE y las profundas divergencias entre ellos, y a la inexistencia de una voluntad política real para llevar a cabo proyectos de envergadura. Habría que dar un paso de gigante para el establecimiento de una política común de defensa, que requeriría de los Estados miembros renuncias a la soberanía que no están dispuestos a contemplar. El politólogo se pregunta retóricamente:¿Reconocería España a Kosovo si lo decidiera una mayoría cualificada del Consejo de la Unión?, ¿renunciaría a su representación nacional en foros internacionales claves a favor de instituciones comunitarias?, ¿adoptaría decisiones inmediatas para la defensa urgente de los Países Bálticos o de Finlandia?....
Son preguntas diferentes y de distinto alcance, que están vinculadas a una última fase del proceso de integración total al que los Estados miembros se resisten por suponer una renuncia a elementos básicos de la soberanía: la política exterior y la defensa nacional. Si en el ámbito de la primera se llegara en el seno de la UE a un acuerdo para realizar una política común y aplicar las decisiones adoptadas por una mayoría cualificada, España debería asumir sus compromisos y reconocer a Kosovo, aunque ello sea contrario a sus intereses nacionales vitales. Debería, por supuesto, tratar de hacerlos valer frente a los intereses no vitales de sus socios en el tema durante la negociación que llevara a la adopción de semejante decisión. Podría, por otra parte, alegar la cláusula “opting-out” cuando se pusieran en riesgo intereses vitales como el de la integridad territorial, que podría verse afectado por el reconocimiento de un Estado secesionista. Las decisiones adoptadas por mayoría deberían aplicarse en todos los ámbitos de la política exterior, incluido el de la participación en Organizaciones Internacionales como la ONU, mediante la actuación de un órgano común que representara a todos los Estados miembros y votara en su nombre. Francia y Gran Bretaña tendrían que delegar su derecho de veto en el Consejo de Seguridad en la institución comunitaria y no parece probable, por el momento, que estas dos grandes potencias venidas a menos vayan a renunciar a uno de los privilegios esenciales derivados de sus pasadas grandezas.
En el segundo ámbito, y pese a no haberse llegado aún a una defensa común, los Estados miembros de la UE ya se han comprometido por el artículo 42-7 del Tratado de Lisboa de 2007 a “prestar ayuda por todos los medios a su alcance” a un Estado miembro que fuera agredido en su territorio. A él hay que añadir el compromiso asumido en el artículo 5 del Tratado de Washington de 1948 –en el que son partes la mayoría de los Estados miembros de la Unión, incluida España- de que los ataques dirigidos contra cualquier miembro de la OTAN serían considerado como una agresión a los demás y cada uno de ellos debería tomar de forma inmediata las acciones que juzgara necesarias,”incluido el uso de la fuerza armada”, para restablecer y garantizar la seguridad en la región del Atlántico Norte. En consecuencia, España tendría que contribuir a la defensa de los Países Bálticos, de Finlandia o de cualquier Estado miembro de la UE o de la OTAN en caso de que fueran atacados.
Aislacionismo y tolerancia con las autocracias
Ante la existencia de lagunas en la plena integración europea –especialmente en los ámbitos citados de la política exterior y de la defensa- Lasheras estima que hay que trabajar más estratégicamente ante esa realidad imperfecta, luchar contra la fragmentación europea y la involución democrática, y dotar de contenido práctico la idea de solidaridad ante escenarios como los atentados terroristas o la crisis de los refugiados. No puede estar más de acuerdo. Advierte asimismo sobre otros dos riesgos: el aislacionismo y el “instinto contemporizador de lo autoritario”. Respecto al primero, afirma que no es sostenible el mantra de “voy a Irak, me voy de Irak” ante cualquier conflicto internacional que tenga una dimensión militar, especialmente cuando se cuente con los avales de legalidad y de legitimidad necesarios por parte de la ONU, la UE o la OTAN, así como el de las Cortes. Se elude una reflexión madura sobre el mantenimiento de la seguridad nacional y colectiva en un mundo de Estados fallidos y hostiles, y del Daesh. Semejante instinto parte de una pretendida y dudosa superioridad moral de Europa.
El segundo –basado en una “realpolitik barata y mercantilista- conduce a gobernantes y políticos españoles a abrazar a déspotas en Eurasia y Oriente Próximo. Semejante política “ni suele dar tanta rentabilidad económica y de seguridad, ni es sostenible en tiempos de demandas globales de mayor empoderamiento cívico y popular”. La naturaleza brutal de las relaciones internacionales excluye una política exterior basada sólo en el apoyo a disidentes y a fuerzas de democratización. En la diplomacia “seguirá habiendo dilemas sin solución clara ante escenarios imperfectos como Túnez, Moldavia o Ucrania, por no hablar de Rusia”. Como democracia moderna que somos, “tenemos que cuestionar el posibilismo del status quo”, pues no se puede pedir a otros pueblos que “acepten vivir resignados bajo sistemas en los que no querríamos vivir”, por lo que los líderes actuales deberían abordar estos retos en vez de decir siempre lo que sus bases quieren oír. Lasheras concluye afirmando que hay dos opciones: una agenda exterior conservadora y reactiva, y otra renovada y renovadora más internacionalista, propia de una comunidad que quiera ser protagonista activo de la nueva era.
A estas estimulantes reflexiones cabe hacer algunas matizaciones. Hay que huir tanto del aislacionismo como del excesivo intervencionismo, como le ha ocurrido a la OTAN cuando –a la búsqueda de una nueva razón de ser que justificara su permanencia tras la extinción del Pacto de Varsovia y la desintegración de la URSS- aumentó sus competencias y amplió su ámbito de acción saltando de lo regional a lo global. Los Estados y las Organizaciones –sean económicas y políticas como la UE o militares como la OTAN- deben ser coherentes con sus principios y no ir más allá de sus competencias y de sus objetivos legalmente establecidos, y actuar con coherencia para hacer frente a los desafíos pasivos planteados por los Estados fallidos, y los activos generados por los Estados hostiles y –sobre todo- por los agresivos movimientos paraestatales como Al Qaeda o el autodenominado “Estado Islámico”.
La tolerancia con determinadas autocracias –“nuestros bastardos”, como decía Franklin Roosevelt- no es patrimonio exclusivo de los españoles, sino que es practicada por todos los Gobiernos y políticos del mundo, especialmente los más poderosos, como Estados Unidos y Rusia. Los Estados deben ser prudentes en sus actitud hacia los demás miembros de la Comunidad internacional y no entrometerse en sus asuntos domésticos –como solía hacer la URSS en su zona de influencia y sigue haciendo, hasta cierto punto, la Rusia de Vladimir Putin-, ni juzgar y condenar alegremente sus conductas, “viendo la paja en el ojo ajeno e ignorando la viga en el propio” -como hace farisaicamente Estados Unidos cuando denuncia anualmente las violaciones de derechos humanos en el mundo, pasando por alto las suyas con Guantánamo, el mantenimiento de la pena de muerte, el control ilegal de las comunicaciones de los ciudadanos o la discriminación de las minorías-.Ello no empece que deban mantener una actitud ética de condena de cualquier violación de los derechos humanos, sin dobles estándares hipócritas ni concesiones a “sus bastardos”.
Aunque los Estados deban mantener relaciones con el mayor número posible de países, la intensidad de las mismas no tiene por qué ser la misma y debería depender -como ha señalado Florentino Portero-del tipo de Gobierno del que estuvieran dotados y graduarse en función, no sólo de los intereses nacionales, sino también del grado de respeto de los derechos humanos y de las libertades fundamentales. Las relaciones con los Estados democráticos deberían ser plenas e intensas, con los Estados autoritarios en transición hacia un Estado de Derecho, normales y encaminadas a facilitar su conversión en regímenes políticos homologables y, con los Estados dictatoriales, reducidas en el ámbito político y limitadas a los aspectos socioeconómicos y culturales. Pueden producirse contradicciones entre la defensa de los intereses nacionales y el respaldo a los derechos humanos, como prueba, por ejemplo, el desarrollo de las relaciones diplomáticas con China o Arabia Saudita, con quienes, la menor crítica a su lamentable estándar de derechos humanos afecta negativamente a la cordialidad de dichas relaciones.
Adecuación de la política exterior de España a los tiempos que corren
En conclusión, toca responder a la cuestión planteada en el título de este artículo:¿Está la política exterior española a la altura de los tiempos?. Aunque sea susceptible de mejora, creo que cabe dar una respuesta afirmativa, siempre que se sigan aplicando los parámetros esenciales enunciados en su día por Fernández Ordóñez: la integración europea, la proyección iberoamericana, la solidaridad mediterránea y el vínculo atlántico. Estos pilares de la política exterior española deberían ser complementados con otros vaectores como el incremento de la presencia en Asia-Pacífico –especialmente en el ámbito económico y financiero-, una mayor cooperación con el África Subsahariana, una activa participación en los organismos internacionales –universales y regionales- y el fomento del respeto a los derechos humanos.
La vertiente europea debe ser sin duda la prioritaria, pues –como ha señalado Araceli Mangas- “hemos hecho de Europa nuestro propio proyecto nacional”. Los temas comunitarios han dejado de ser primordialmente internacionales para convertirse en internos. A pesar de las diversas crisis y los numerosos obstáculos, España debe apostar por intensificar el proceso de integración en el seno de la UE. En los ámbitos de la defensa y la seguridad, nuestro país tiene bien guardadas sus espaldas gracias a su pertenencia a la OTAN y a su alianza militar con Estados Unidos, en momentos de zozobra e inseguridad provocados por el terrorismo yihadista alentado por Al Qaeda y el Daesh. España debe prestar especial atención y dedicación al Mediterráneo, ya que su territorio es una parte importante de la frontera de Europa con África. Los límites exteriores de la península ibérica empiezan en Senegal y Mali, y uno de sus puntos más sensibles es el Sahel, donde existe un vacío de poder colmado por milicias yihadistas terroristas de diverso pelaje, que tienen a nuestro país en su punto de mira. Por último, España ha de potenciar su vertiente trasatlántica. Cabe preguntarse con Julián Marías si existe en el mundo actual una comunidad comparable, un grado de vitalidad, una capacidad creadora y un marco de referencia de medio milenio, por lo que la empresa de nuestro tiempo no puede ser otra que “la recomposición de las Españas”, que constituye “la única posibilidad de que tengan porvenir”. No hay que abusar de la herencia gloriosa y huir de los juegos florales, y dotar del máximo contenido posible nuestras relaciones políticas, económicas, sociales y culturales con Iberoamérica.
Madrid, 25 de Enero de 2016
miércoles, 13 de enero de 2016
Difícil lo háis dejado para vos y para mi
El pasado 20-D el pueblo español ha hecho oír su voz, que ha causado desconcierto y desasosiego en unos, satisfacción y esperanza en otros, e incertidumbre y preocupación a todos. Según Arcadi Espada, en una democracia parlamentaria es tarea inútil especular con el sentido del voto, porque puede haber tantas interpretaciones como votos. No estoy del todo de acuerdo con el periodista catalán, ya que no se trata tanto de especular, como de evaluar los resultados de las elecciones. ¿Qué mensaje ha querido transmitir al resto de la nación el 73, 21% de los ciudadanos españoles que acudieron a lar urnas?. Es obvio que cualquier interpretación comporta un alto grado de subjetividad y, con esta salvedad, voy a tratar de expresar mi opinión al respecto de la manera más objetiva posible.
Campaña electoral
La campaña electoral ha sido de encefalograma plano y se ha caracterizado por su falta de contenido político. Más que exponer los programas que pretendían llevar a cabo si accedían al Gobierno, los partidos han hecho propaganda de la personalidad de sus líderes con la connivencia de los medios de comunicación -especialmente los televisivos- y con la impronta frívola de los programas del corazón. Sólo ha habido un debate entre los dirigentes de los cuatro principales partidos en la actualidad, del que se desmarcó el candidato del PP, Mariano Rajoy, que delegó en su Vice-todo, Soraya Sáenz de Santamaría, quien supo cubrir su frágil espalda salvo en el tema de la corrupción. Aunque política y mediaticamente fuera un error, desde un punto de vista pragmático habría que dar la razón a sus asesores, pues tenía más que perder que ganar dando cancha a unos personajes en ascenso –con más futuro que presente- que lo habrían dejado “como pintan dueñas”. Si no, que se lo pregunten a Pedro Sánchez, que salió con el rabo entre las piernas en el debate a tres, en el que Pablo Iglesias y Albert Rivera lo masacraron dialécticamente. Quizás para resarcirse, el Secretario General del PSOE hizo gala en el debate-estrella con Rajoy de una agresividad, rayana con la mala educación y el insulto, que puso de manifiesto su escasa talla de estadista. Los máximos representantes de los dos principales partidos perdieron los papeles y el debate –que careció de contenido- terminó como el “rosario de la aurora”.
Como consecuencia del carácter extremadamente personalista de la campaña, el gran triunfador ha sido Iglesias, profesional en el ámbito de la comunicación y hábil polemista, que ganó puntos en la fase de “remontada” de Podemos (Ps). En cambio, ha defraudado Rivera -supuestamente buen debatidor y comunicador- y Ciudadanos (Cs) no sólo no ha conseguido aumentar sus apoyos, sino que ha sufrido una “pájara” y perdido terreno. Del Presidente-plasma o del plasma de Presidente poco cabía esperar, pero de Sánchez se esperaba más, pues era mucho lo que se jugaba, y no ha estado a la altura de las expectativas. La personalización de la campaña ha favorecido en principio a Iglesias y a Rivera, más telegénicos, y dejado en un segundo plano las incoherencias y disparates del programa de Ps o las falta de concreción y las vaguedades del de Cs.
Evaluación de los resultados
Pese a las previsiones, el PP no ha recibido la tarjeta roja sino sólo la amarilla,
como advertencia de que la economía no es todo y de que también hay que prestar
atención a la política. Así, ha sido la fuerza más votada tanto para el Congreso, con
28.72% de los votos y 123 escaños, como para el Senado, donde ha logrado la mayoría
absoluta con 124 senadores. Este segundo dato puede ser más relevante de lo que
parece, pues es el Senado quien debe pronunciarse sobre la aplicación del artículo 155
de la Constitución y el partido podría bloquear en la Cámara Alta una eventual reforma
constitucional que no sea de su agrado. Le han seguido el PSOE -22.02% y 90-, Ps.
-20.66% y 69-, Cs -13.93% y 40-, ERC -2.39% y 9-, el “cameo” de Convergencia
Democrática de Cataluña, Libertad y Democracia -2.25% y 8-, PNV -1.21% y 6-
Izquierda Unida-Unidad Popular -3.67% y 2-, EH-Bildu -0.87% y 2- y Coalición
Canaria -0.33% y 1-. Han quedado sin representación UPyD, el Bloque Nacionalista
Gallego, Unión Democrática de Cataluña y Geroa Bai. Los grandes perdedores han
sido los dos principales partidos, PP y PSOE, que hasta ahora habían encarnado el
bipartidismo de forma alternativa y casi en exclusiva, y que se han visto privados de 5.4
millones de votos en relación con las elecciones de 2011. El PP ha perdido 11,88
puntos, 3.5 millones de votos y 63 escaños, y el PSOE 6,78 puntos, 1.9 millones de
votantes y 20 diputados. Aunque el mayor perdedor cuantitativamente haya sido el PP,
cualitativamente lo ha sido el PSOE. El primero ha pagado la factura del ejercicio del
Gobierno en unas circunstancias excepcionales en las que ha tenido que imponer
importantes recortes y tomar medidas muy impopulares, pero el segundo –pese a estar
resguardado en la barrera de la oposición- no sólo no ha recogido parte de los votos que
se le han escapado al PP, sino que ha visto como salían unos cuantos de su magro
zurrón. En la velada da la noche electoral, el portavoz socialista, César Luena,
declaró:”El PP se hunde; el PSOE resiste”, y Sánchez afirmó ufano:”Hemos
hecho historia… y el futuro es nuestro”. Lleva razón en gran medida, porque es
histórico que el principal partido en la oposición pierda 1.9 millones de votos y 20
diputados. Aquí vendría a gala la genial “boutade” de Giullio Andreotti de que “el
poder desgasta, ...especialmente a los que no lo ejercen”. Lo peor para el PSOE ha sido
sentir en el cogote el aliento halitoso de Ps., su rival directo que pretende sustituirlo
como líder de la izquierda y que ha quedado tan sólo 1.36 puntos por detrás.
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La mayor parte de los comentaristas ha proclamado el final del bipartidismo, pero la
realidad es que, aunque ha salido seriamente malparado, aún mantiene las constantes
vitales -50,74 % de los votos y 63% de los escaños-, dando muestra de una mala salud
de hierro. ¡El bipartidismo a dos ha muerto, viva el bipartidismo a cuatro!. Aunque haya
dado 8.5millones de votos a Ps. y a Cs, el electorado no les ha concedido fuerza
suficiente para convertirse por sí mismos en alternativas de Gobierno. Como ha
observado acertadamente Santiago González, se ha pasado de la primacía de dos
partidos a la de dos bloques. Lo que sí se ha terminado es el “turnismo” entre el PSOE y
el PP en el acceso al Gobierno. El gran vencedor ha sido sin duda Ps, aunque quepa
hacer algunas matizaciones al triunfalismo “podemita”. Ps, en cuanto tal partido, sólo ha
conseguido 42 escaños, dos más que Cs. Los otros 27 son fruto de las coaliciones que
realizó en Cataluña con “Barcelona en Comú” (12), en la Comunidad Valenciana con
“Compromís” (9) y en Galicia con “Anova” y las “Mareas gallegas” (6 ). Estos
conglomerados gozan de autonomía y aspiran a tener grupo parlamentario propio en el
Congreso. Son ellos los que han condicionado la posición de Ps en el tema territorial y
le han forzado a exigir la celebración de un referéndum de autodeterminación en
Cataluña como “conditio sine qua non” para cualquier posible alianza, lo que
dificulta de forma notable la posibilidad de un acuerdo de gobierno con el PSOE. Ps no
puede contar de forma incondicional con el apoyo de estos grupos cuando se aborden
temas locales, en los que predominan los intereses nacionalistas de cada territorio.
Como en el caso de las elecciones autonómicas, el partido “pinchó” en Andalucía,
donde ha sido ampliamente superado por el PSOE. Tuvo resultados notables en Madrid
-donde fue la segunda fuerza más votada, relegando al PSOE a la cuarta posición- y,
sobre todo, en el País Vasco -donde superó al PNV en votos, aunque no en escaños, 5
frente a 6-. Ha pescado en el caladero de EH-Bildu, que se ha desplomado, pasando de
7 a 2 diputados, lo que prueba que dicha coalición recogía votos de protesta de
ciudadanos no separatistas, que ahora han encontrado otro cauce de expresión. Con su
proverbial egolatría, Iglesias declaró que Ps era la única fuerza política capaz de liderar
un cambio territorial que respetara la España plurinacional y – como si hubiera sido el
candidato más votado- anunció que iniciaría consultas con los líderes de los demás
partido con vistas a formar Gobierno.
Otro triunfador, “ma non troppo”, ha sido Cs, pues la consecución de 40
escaños partiendo de cero le ha dejado un sabor agridulce, al no haber respondido a
las expectativas alentadas por los sondeos y los medios de comunicación. Ello se ha
debido a que se le asignó buena parte de los votos de la importante bolsa de
indecisos -que, al final, se han decantado por otras opciones-, y a una campaña
anodina y llena de contradicciones en la que apenas se ha “mojado”, con lo que dado pie
a que se haya criticado a su líder Rivera por confundir el centro con la equidistancia y
de desconcertar a sus potenciales votantes. Era el partido que despertaba mayores
simpatías a ambos lados del espectro político, pero su indefinición le ha hecho perder
fuelle y, aunque haya pasado a ser una fuerza relevante a tener en cuenta en el tablero político, no será tan determinante como se preveía, pues –por sí sólo- no puede condicionar la formación de un nuevo Gobierno. Ha sido paradójico que mientras trataba de ganar partidos fuera de casa, los haya perdido por exceso de confianza en su propio campo, donde ha pasado de la segunda a la quinta posición, empatado a
escaños con el capitidiminuido PP. También ha fracasado en su feudo catalán el partido fantasma de Artur Mas, que –siguiendo la ruta menguante de su fatídico liderazgo- ha perdido la mitad de sus escaños –de 16 ha pasado a 8- y se ha visto superado por ERC, por PSC y, sobre todo, por “Barcelona en Comú”. Coalición Canaria consiguió a última hora conservar uno de sus dos escaños al módico precio de 59.877 papeletas. El principal perjudicado por la aplicación de la Ley d’Hondt ha sido IU, que sólo ha conseguido 2 diputados –frente a 11 en 2011- pese a haber obtenido 992.558 votos.
Posibles alternativas para la formación de Gobierno
La fragmentación del Congreso que deberá constituirse el 13 de Enero va a hacer sumamente difícil, cuando no imposible, la formación de un nuevo Gobierno. Según las aritmética parlamentaria, las fórmula posibles son una gran coalición PP-PSOE, una alianza del PSOE con Ps , los demás partidos de izquierdas y los nacionalistas, un Gobierno en minoría del PP con posible apoyo de Cs, y la celebración de nuevas elecciones en caso de que nadie lograra la investidura.
Los analistas descartan de antemano la fórmula lógica de la gran coalición a dos -PP/PSOE- o a tres –si se incorporara Cs-, so pretexto de que no es deseada por el electorado. No obstante, es la que más claramente cabría deducir de la voluntad por él expresada. Sólo puede haber un Gobierno estable si se coaligan las dos fuerzas más votadas, que contarían con 213 escaños. Esta fórmula, empero, es considerada “tabú” y contraria a las “mores” parlamentarias españolas. La concreción de la alternativa no sería fácil debido al duro enfrentamiento entre los dos partidos, especialmente a través de sus líderes, pues el socialista ha calificado públicamente el al popular de indecente y éste a aquél de mezquino y ruín. Pese a ello, la solución sería factible si hubiera voluntad política, pues existe coincidencia entre los dos partidos en los temas fundamentales –soberanía del pueblo español, integridad territorial de España, respeto a la Constitución y a las leyes, igualdad de todos los españoles, lucha contra el terrorismo, política exterior, pertenencia a la UE y a la OTAN, reforzamiento de los derechos humanos, violencia de género, desarrollo económico y fomento del empleo, o economía de mercado y libertad de empresa-, aunque pueda haber diferencias en cuanto a la forma específica de tratarlos. Las principales divergencias por parte del PSOE son más bien de carácter ideológico –laicismo, relaciones con la Iglesia, derecho a la vida, concepción de la educación o expansión de los derechos del colectivo LGBT-, que saltan a la palestra con especial virulencia en los períodos electorales, pero que tienen una incidencia menor en la gobernación del país, porque la gran mayoría de las reformas introducidas den estos ámbitos por la izquierda ha sido aceptada por la derecha. Hay también quienes se oponen por razones tácticas, por temer que una gran coalición pondría en breve plazo la cabeza del PSOE en la bandeja de Ps. Nicolás Redondo Terreros, por ejemplo, hace a este respecto un parangón con la entrega de las llaves en el cuadro de Velázquez de la rendición de Breda. Es evidente que existe este riesgo, pero, por el interés general del Estado, merecería la pena correrlo. ¿Por qué lo que es normal en Alemania, Holanda, los países escandinavos e incluso Francia no puede serlo en una España cada día más integrada en la Unión?.
La segunda opción posible, aunque poco probable, sería la formación de un “cártel de perdedores” al baleárico modo de “todos contra el PP”; a saber, una alianza entre PSOE y Ps, que agruparía tan sólo 155 escaños, por lo que -para para llegar a los 176 requeridos- habría que completarlos con los 9 de, ERC, los 8 de Libertad y Democracia y los 2 de IU y de EH-Bildu -y eventualmente los 6 de PNV y el de Coalición Canaria -, dado que Cs ha descartado entrar en una coalición en la que figuren Ps o partidos separatistas. El batiburrillo que supondría esta heterogénea amalgama de ideologías -que van desde el marxismo al liberalismo político y económico, pasando por el nacionalismo secesionista y los partidos antisistema- haría inviable semejante Gobierno. Ps. ha trazado además unas líneas rojas claras, al exigir la inminente celebración de un referéndum de autodeterminación en Cataluña, que resulta inaceptable para las inmensa mayoría de los socialistas. Es tal el ansia de Sánchez por acceder a la poltrona presidencial, que estaría dispuesto a aliarse con el diablo, aunque tuviera coleta en vez de rabo, como ha puesto de manifiesto con sus alianzas anti-natura con marxistas radicales e independentistas tras las elecciones autonómicas y municipales, que han permitido el acceso de miembros de Ps y de su entorno a las alcaldías de Barcelona, Madrid, Valencia, Cádiz, Coruña o Pamplona, a cambio de que el PSOE gobernara en la Comunidad Valenciana, Castilla la Mancha, Aragón, Asturias o Extremadura. Sánchez se ha topado, sin embargo, con las firmes objeciones de la mayor parte de sus barones autonómicos -Susana Díaz, Emiliano García-Page, Guillermo Fernández Vara, Javier Fernández Ximo Puig y Javier Lambán- y de la “vieja guardia” del PSOE –incluido el patriarca Felipe González y su profeta Alfonso Guerra-. Sánchez ha tenido que ceder y condicionar un eventual acuerdo de Gobierno a que Ps renuncie a su exigencia de celebración de un referéndum de autodeterminación en Cataluña. Quedaría un último escollo aún en el hipotético caso de que se llegara a un acuerdo:¿Quién asumiría la presidencia del Gobierno?. Normalmente debería ser el representante del partido con más escaños, pero el Mesías Pablo Iglesias se siente ya ungido por el pueblo y se auto-presenta como el único líder capaz de instaurar un cambio profundo en la orientación del Gobierno. Iglesias no tiene el menor interés en que el PSOE sustituya al PP en el Gobierno, ya que para él tan “casta” es el uno como el otro. Quiere ser “Califa en lugar del Califa” y lo que persigue es acceder al Gobierno o, al menos, al liderazgo de la izquierdas en detrimento de los socialistas. De ahí que –como ha señalado Susana Díaz- imponga condiciones de difícil aceptación, como las del “derecho a decidir”.
La tercera alternativa es la formación de un Gobierno del PP en minoría, para lo que resulta indispensable la abstención del Cs y del PSOE en la sesión de investidura de Rajoy, pero mientras aquél se ha mostrado propicio, éste se ha opuesto rotundamente, pese a que Sánchez reconoció en un momento transitorio de lucidez que debería gobernar el partido más votado de conformidad con la práctica política española. Lo lógico y coherente sería que PSOE y Cs acordaran con el PP un pacto de legislatura en el que le impusieran condiciones razonables para el Gobierno de la nación, pero Sánchez y el núcleo duro socialista se niega a ello. “La Razón” ha advertido al PSOE que uno de los participantes en la supuesta unión de izquierdas no tiene como propósito apartar a la derecha del poder, sino auparse sobre las espaldas de su socio. De ahí que sea preciso que las voces más autorizadas del socialismo se impliquen en una labor de convencimiento y reivindiquen la clara vocación de partido de Estado que encarna el PSOE. José María Carrascal ha remachado que sólo las fuerzas antisistema pueden rechazar unos principios y objetivos compartidos por los partidos respetuosos de la Constitución, y que, con el “No” de Sánchez a Rajoy, el PSOE se acerca a ellas. De mantenerse la decisión El Consejo Federal ha respaldado el voto negativo del PSOE a la investidura de Rajoy y, de mantenerse el rechazo, esta fórmula resultaría inviable.
Si transcurridos dos meses desde la primera sesión de investidura no se llegara a un acuerdo sobre la designación de un Presidente del Gobierno, el Rey tendría que convocar nuevas elecciones. Esta opción –que supondría una inmensa falta de respeto hacia el pueblo español- sería catastrófica, en un momento en que España tiene que consolidar y desarrollar el proceso de recuperación económica y creación de empleo, y hacer frente al reto separatista catalán. Esta solución tan sólo interesa a Ps que no está preocupado por la estabilidad del país, antes al contrario, pues para él cuanto peor, mejor, ya que -situado en la cresta de la ola populista- cree que puede salir ganancioso de las elecciones, hacerse el amo de la izquierda y presentarse como alternativa de gobierno. Los barones socialistas han apoyado a Sánchez en su negativa a facilitar un Gobierno en minoría del PP, pero la partida acaba de empezar y, si sería natural que el PSOE votara en contra en las primeras tentativas de Rajoy, no lo sería tanto que lo hiciera en un intento posterior. Sánchez ha dicho que la repetición de las elecciones sería la última opción, pues –según opinan los analistas- los socialistas saldrían perjudicados y podrían ceder a Ps el liderazgo de la izquierda. El portavoz del partido, Antonio Hernando, ha declarado que los socialistas estarían a la altura de las circunstancias, que les exigen “la máxima generosidad hacia la ciudadanía y la renuncia de cualquier interés que no sea el general”, y el Consejo Federal ha afirmado que el PSOE “antepondrá el interés de España a cualquier otro objetivo”. Cabe, pues, albergar una leve esperanza de que el PSOE controle sus instintos suicidas y acepte “in extremis” un acuerdo de gobernabilidad con el PP.
Perspectivas a corto plazo
Algunas personas cercanas al entorno de Sánchez han sugerido una quinta opción: un Gobierno en minoría PSOE-Cs , que sólo contaría con 130 votos, para lo que sería necesaria la abstención del PP. Si un Gobierno en minoría del PP resulta problemático, con mayor motivo lo sería otro Gobierno similar con 23 votos menos, por lo que la fórmula –que difícilmente puede ser tomada en serio- debe ser descartada. Así pues, ante la negativa del PSOE a una gran coalición con el PP, la escasa posibilidad de aquél para llegar a una coalición con Ps, y el temor del PSOE, de Cs y –en menor medida- del PP a la celebración de nuevas elecciones, tan solo sería viable la formación de un Gobierno minoritario del PP, previa abstención de “rosas” y “naranjas”. Rajoy ha hecho un llamamiento a los partidos constitucionalistas para que le permitan formar un Gobierno de estabilidad y éstos deberían acceder a ello a cambio de que el PP asumiera una serie de compromisos.
Aun cuando se lograra dicho acuerdo, el nuevo Gobierno nacería con debilidad congénita y tendría que recurrir de forma continuada a la negociación a varias bandas para poder adoptar cualquier ley o medida de importancia, Gozaría de la ventaja de no tener que desgastarse en una difícil concertación para aprobar los presupuestos de 2016. Como ha señalado el Director de “El Mundo”, David Jiménez, España se encuentra con que esta solución pasa por políticos a los que no se le da bien dialogar entre ellos por falta de costumbre, y lo mínimo que se les puede exigir es que, por esta vez, hagan el esfuerzo. PP, PSOE y Cs deberían llegar a un acuerdo sobre reformas concretas que recojan lo mejor de sus propuestas electorales: una política de consenso frente al desafío independentista, medidas económicas que eviten una recaída de la crisis y esa regeneración a la que el ex-bipartidismo se resistió con tanta terquedad como falta de visión. El nuevo Presidente tendría que tomar la iniciativa y ofrecer una gran acuerdo para una Segunda Transición, por más que la guerra interna en el seno del PSOE lo haga harto complicado.
Esta eventual legislatura sería breve y no agotaría probablemente su mandato. Convendría recurrir al sentido de Estado tanto del jefe del Gobierno como del de la Oposición, para que hagan mutis por el foro –incluso antes de finalizar la legislatura- y den paso a líderes menos quemados y con más voluntad regeneracionista. Superado el sambenito de ser el único Presidente del Gobierno no reelegido en la democracia española, Rajoy podría hacer un gesto generoso y pasar a la Historia como un auténtico hombre de Estado. Lo mismo cabría pedir a Sánchez, pero eso habría que dejarlo a la discreción de los militantes y votantes socialistas y, de forma especial, de la Sultana Díaz, que –como la Carmen de Próspero Mérimée- lleva la navaja en la liga. En la presente situación de incertidumbre que atraviesa España, Mariano Rajoy podría dirigir a sus compatriotas las palabras lanzadas por Luis Mejías a Juan Tenorio en el famoso drama de José Zorrilla: “¡Imposible lo hais dejado para vos y para mi!”.
Madrid, 28 de Diciembre de 2015
martes, 12 de enero de 2016
¿A votar de nuevo toca?
¿A VOTAR DE NUEVO TOCA?
Aunque tengan distinto objetivo, se da una estrecha interconexión entre las elecciones autonómicas en Cataluña y las generales en toda España, por lo que se influyen mutuamente. En una democracia, el pueblo –aunque se equivoque- siempre tiene razón y su voluntad debe prevalecer. El problema es que los partidos políticos no siempre entienden el mensaje de las urnas, ni siguen la senda que les marca el electorado. Esto ha pasado en los últimos comicios, catalanes y generales. Los independentistas lograron en la hora undécima llegar a un acuerdo para evitar la repetición de las elecciones catalanas. Esta por ver si la responsabilidad y el sentido de Estado de los dos principales partidos consiguen evitar la repetición de las generales.
Interpretación sesgada de las elecciones catalanas por parte de los secesionistas
Pese a la campaña masiva de los medios de comunicación catalanes, de tinte “goebeliano”, y el abuso de poder de Artur Mas desde la Generalitat, las elecciones autonómicas plebisictarias no fueron ganadas por los partidos separatistas, coaligados en “Junts pel SÍ”, que -aunque fueron la fuerza más votada- no alcanzaron la mayoría absoluta. Sólo obtuvieron el 39.65% de los votos expresados e, incluso sumándole el 8.20% del partido antisistema CUP, no llegaron al 50%, cifra insuficiente para un plebiscito, cualquiera que fuere su forma. Juntos, aunque no revueltos, las fuerzas separatistas no consiguieron la mayoría absoluta en el Parlament -72 escaños- y “Junts pel SÍ” necesitaba imperativamente los votos de la CUP para que Mas –escondido en el cuarto lugar de la lista de la coalición- pudiera formar gobierno. Pese a ello, el propio Mas y Junqueras mantuvieron que habían conseguido el apoyo del pueblo catalán para formar un Gobierno que llevara a Cataluña a la independencia.
El verdadero vencedor de las elecciones de 2015 fue Ciudadanos (Cs), que –al recoger el voto útil de los catalanes no separatistas, en detrimento del PP- se convirtió con 24 diputados en la segunda fuerza política de Cataluña. En las elecciones generales “pinchó” en su casa y bajó al quinto lugar, empatado a escaños con el PP. EL PSC consiguió parar la sangría de pérdida de votos gracias a hacer campaña como parte integrante del PSOE y renunciar al hasta entonces defendido “derecho a decidir”. Podemos (Ps) fracasó con su alianza con Izquierda Unida/los Verdes y Equo en “Catalunya sí que es Pot”, ya que obtuvo menos diputados -11- que los conseguidos sola por ICV en 2012. Este fiasco le hizo cambiar de táctica en las elecciones generales, en las que se alió con la izquierda y los movimientos populares y antisistema en la coalición “Barcelona en Comú”.
Formación del Gobierno de la Generalitat
La formación de un Gobierno independentista no ha sido nada sencilla, porque la CUP exigió la sustitución de Mas por otro candidato menos enlodado por la corrupción y la aplicación de un programa socio-económico en las antípodas del defendido hasta entonces por su partido. De forma incomprensible, el Moisés catalán aceptó todas sus exigencias, salvo la de abandonar la poltrona, contando hasta el penúltimo momento con el respaldo de su partido y la inexplicable solidaridad de sus socios de ERC. Mas se bajó los pantalones, los calzoncillos y hasta la piel para seguir en el machito, pero –a pesar de su impudencia- no consiguió su objetivo. Los antisistema mostraban una cierta coherencia, respetaban su compromiso electoral y se negaban a apoyar la investidura de Mas. A causa de la enorme presión ejercida por “Junts pel SÍ”, las fuerzas sociales independentista –como las Asociación Nacional de Cataluña y “Omnium Cultural”- y los medios catalanes de comunicación, la CUP se partió por la mitad, pero –por una ínfima mayoría- mantuvo su veto, lo que hacía inevitable la celebración de nuevas elecciones autonómicas. Ante la consumación del fracaso para formar un Gobierno que iniciase el “procés” de secesión, Junqueras empezó a tomar distancias de su ególatra socio, que pretendía presentarse en las nuevas elecciones como cabeza de lista de lo que quedaba de su partido y reeditar la coalición de “Junts pel SÍ”, y que le propuso, en una última pirueta, que ERC se integrara en el Gobierno provisional. Junqueras se había rendido con anterioridad a los chantajes de Mas y aceptado a regañadientes participar en el simulacro de referéndum de autodeterminación y formar una coalición para las elecciones autonómicas, que resultó un fiasco al obtener “Junts pel SÍ” menos votos que consiguieron CDC y ERC por separado en las elecciones de 2012. Por razones poco comprensibles, Junqueras apoyaba de forma incondicional la candidatura de Mas a la investidura y, sólo a última hora, le pidió de forma implícita que diera paso a otro candidato para lograr el respaldo de la CUP, pero aquél no se daba por aludido y –como el personaje televisivo, Felipito Catatún- repetía hasta la saciedad :”Yo sigo”. Consciente de que había llegado su hora, ya que en las elecciones generales ERC había superado por primera vez a CDC en votos y escaños, Junqueras calificó de “fraude” la propuesta de participar en el Gobierno y se negó a reeditar la coalición con su apestado socio. En la hora 25 se produjo, sin embargo, el deshielo, cuando los propios correligionarios de Mas –temerosos de los resultados nefastos que le presagiaban en caso de repetición de los comicios- lo “dimitieron”. El President en funciones perdió la ocasión de hacer mutis por el foro con dignidad por el bien de su partido .y salió lloriqueando y afirmando que se iba, no por su voluntad, sino empujado por los demás protagonistas del proceso soberanista. Le concedieron el último deseo de escoger como sucesor a una persona de su confianza: el Alcalde de Gerona y Presidente de la Asociación de Municipios por la Independencia, Carles Puigdemont, que –a diferencia de su mentor- no era un converso tardío al independentismo, sino un promotor activo del mismo, como revela una de sus perlas oratorias:”Los invasores serán expulsados de Cataluña y nuestra tierra volverá a ser bajo la República, en la paz y en el trabajo, señora de sus libertades y de sus destinos”. Para justificar este rocambolesco desenlace, Mas ha tenido la desfachatez de decir que la negociación les había dado lo que le negaron las urnas, profesión de fe antidemocrática que le ha echado en cara la dirigente de Cs, Inés Arrimadas.
La CUP ha dilapidado su posición clave al aceptar un acuerdo vergonzoso con “Junts pel SI”, que le devolverá a la irrelevancia de sus diez escaños, reducidos a ocho al haber cedido dos para configurar la mayoría gubernamental. Se ha auto-inculpado públicamente, en la mejor tradición marxista, de que su oposición a CDC podía haber puesto en riesgo el empuje y el voto mayoritario de la población a favor del proceso hacia la independencia. Ha renunciado a ser oposición al comprometerse a no votar en contra del Govern cuando corriera riesgo su estabilidad. El No a la investidura de Mas ha aumentado la fractura interna de la CUP y dos de sus diputados más críticos se han visto forzados a renunciar a su escaño. Habrá que ver si el nuevo Gobierno respetará los compromisos asumidos por Mas al aceptar unas exigencias políticas y socio- económicas, que están abiertamente en contra del programa de CDC e incluso del de ERC. Para salvar la cara, la CUP alega que la situación sería “reversible” si el Govern no cumpliera sus promesas. El acuerdo logrado “in extremis” no ha sido una sorpresa. Ya en un artículo del pasado 19 de Octubre advertí que “la CUP bajará sus pretensiones para permitir salvar la cara a CDC y llegará a un acuerdo vergonzante con “Junts per SI”. Lo sorprendente es que haya tardado tanto en producirse.
Forzando el espíritu y la letra de las normas reglamentarias, la Presidenta del Parlament, Carme Forcadell, convocó el domingo una sesión extraordinaria en la que Puigdemont fue investido como Presidente de la Generalitat, con 70 votos a favor –incluidos 8 de la CUP-, 63 en contra y 2 abstenciones. El President se ha comprometido a aplicar la declaración independentista aprobada por el Parlament y asumido el programa de Mas de poner en pie los órganos básicos de un Estado, incluidos una Hacienda y una Seguridad Social propias y un Banco Central. Concluyó su discurso inaugural con un “¡Visca Catalunya lliure!”. El próximo martes se podrá al frente de un Gobierno que estará formado por un 60% de Consejeros procedentes de CDC y un 40% de ERC, cuyo líder Junqueras será su único Vicepresidente. Cataluña tendrá el Gobierno más radical en su historia democrática, con un Presidente que, desde la AMI, ha fomentado el independentismo a través del municipalismo. Según Arcadi Espada, a partir de ahora la independencia está en mano de los antisitema y, si sus posibilidades de prosperar siempre fueron escasísimas, ahora serán nulas. No hay clase dirigente, burguesía o clase media comprometidas con la independencia en un grado y modo suficientes, por lo que el proyecto está muerto. Una banda de descerebrados está convencida de que el asalto al Estado de Derecho es posible en 18 meses. No estoy del todo de acuerdo con el escritor catalán, pues es de temer que el Govern y el Parlament inicien el proceso de “desconexión” de España en un crítico momento de vacío de poder en el Gobierno de la Nación y con serias dificultades para su formación.
Evaluación de los resultados de las elecciones generales
Según el Director de Investigación y Análisis de Sigma-2, José Miguel de Elías, las elecciones del 20-D pusieron a cada partido en su sitio. El PP sufrió un importante desgaste y perdió muchos votantes, pero la sociedad le marcó un suelo que le ha permitido seguir siendo el partido hegemónico. La estrategia socialista de centrar la lucha política en el eje “izquierda-derecha” le ha dado buenos resultados frente a Cs, pero no frente a Ps, que ha ganado la partida en el eje “centralismo-nacionalismo”. El partido de Iglesias tiene la semilla de su debilidad en los mismos apoyos que le han otorgado su fuerza: los grupos nacionalistas de izquierda, cuya alma nacionalista prevalecerá sobre consideraciones socio-económicas. El electorado ha recordado a Cs de que su papel hoy no es el de dirigir el Gobierno, porque la tensión izquierda-derecha es aún demasiado fuerte. La composición del Congreso difícilmente permitirá la formación de un Gobierno estable, por lo que “tendremos elecciones en tres o cuatro meses o, si se consigue formar gobierno, en menos de dos años, que es lo máximo que razonablemente podría aguantar un Gobierno multipartidista”. Las elecciones han traído mensajes para todos y, de la correcta interpretación que de ellos hagan los partidos dependerá en gran parte su resultado en unos más que posibles próximos comicios.
Rajoy ha hecho de la necesidad virtud y propuesto al PSOE y a Cs una coalición de Gobierno o, al menos, un pacto de legislatura, pero los socialistas, reeditando implícitamente el anti-democrático Pacto de Tinell, niegan el pan y la sal a la fuerza más votada y rechazan no sólo un posible acuerdo sino incluso el diálogo. En un mesurado artículo titulado “El cambio es el pacto”, el eurodiputado popular Esteban González Pons ha comentado que se pidió un mandato de cambio y el electorado ha impuesto un Parlamento en el que la actitud natural debería ser el pacto. La nueva política es no tanto el cambio como el pacto. Si se quiere abandonar el bipartidismo habrá que aprender a practicar el pluripartidismo y resulta contradictorio alentar un Congreso multipartidista y negarse a pactar con uno de los partidos vertebradores de una posible mayoría. Gonzáles Pons ha recordado la normalidad que supone la alianza en el Parlamento Europeo de populares, socialistas y liberales, habiéndose llegado al acuerdo de votar como Presidente de la Comisión al representante de la corriente más votada –el PPE de Jean-Claude Juncker- y de repartirse la presidencia del PE entre socialistas y populares, y que, de los 28 Estados miembros de la UE, 24 cuentan con Gobiernos de coalición. La enrevesada situación parlamentaria española es lo normal en Europa. Pese a recibir un mensaje de consenso por parte del pueblo, algunos políticos irresponsables no se esfuerzan por cumplirlo y prefieren repetir las elecciones, como si el electorado se hubiera equivocado y le dieran una segunda oportunidad para rectificar. Repetir las elecciones sería un fracaso y un desastre, pues “el pueblo nos ha ordenado que hablemos”.
El PSOE se ha negado en redondo a pactar con el PP, ni siquiera una fórmula de mínimos que permitiera con su abstención la formación de un Gobierno en minoría. Como ha observado el socialista Nicolás Redondo Terreros, en su artículo “Entre nobles y pícaros” publicado hoy en “El Mundo”, el PSOE ha propuesto una gran coalición progresista definida únicamente por la voluntad de llevar al PP a la oposición. Dicen que es el momento de hablar, de negociar y de pactar con todos los grupos políticos, pero paradójicamente se niega a hacerlo con el partido que ha ganado las elecciones. Después del 20-D eran muchas las indicaciones para se abriera un tiempo de acuerdos entre diferentes, que requería la capacidad de superar siglas:”un tiempo de políticas compartidas, de contemplar a toda la sociedad española, olvidando la satisfacción momentánea de ‘los nuestros’. La complejidad de los últimos resultados electorales indica la necesidad de huir de la política de campanario para realizar una nación integrada y moderada”. Pero estas expectativas han aparecido debilitadas ante el impulso de la vanidad de unos políticos más preocupados por sobrevivir que por dar una solución sostenible a los grandes problemas de España.
Sánchez está determinado a encabezar, a cualquier precio, una “alternativa de izquierda y de progreso”, con la colaboración de Ps, IU y la izquierda nacionalista -ERC y EH-Bildu-, ante la negativa de Cs a sumarse a semejante bodrio.. Aún así, no alcanzaría la mayoría y requeriría del apoyo de partidos de derechas como CDC o PNV, que están acostumbrados a exigir un alto precio por su desinteresada colaboración. La formación de un “octo-partito” se plasmaría en un Gobierno inviable por sus múltiples contradicciones internas. Como han señalado algunos viejos dirigentes socialistas,”ni las matemáticas ni los principios permiten un Gobierno penta-partito” y “nos arrastraremos ante Ps sólo para acabar hechos unos girones”. Pero Pedro Sánchez -emulando a Artur Mas y obsesionado por acceder al poder a todo coste- persiste en el empeño y pretende formar un gobierno de coalición de izquierdas “a la portuguesa”, como el constituido por el socialista António Costa con el apoyo del Partido Comunista y el Bloco de Esquerda –similar a Ps-. Semejante pretensión es, sin embargo, una falacia porque, aunque existan algunas semejanzas, la situación de España y de Portugal es bien diferente. El pueblo portugués tiene un talante distinto del español, como prueba que la famosa “revolución de los claveles” sólo produjera tres muertos y que el electorado conservador votara en su momento al PS para evitar el triunfo del Movimiento de las Fuerzas Armadas controlado por el PC. La izquierda más extrema no ha cuestionado la integridad de Portugal, ni su organización territorial. No hay nacionalismo y tan sólo se da la dialéctica derecha-izquierda, en la que el PC y el Bloco ocupan una posición marginal. El PS tiene muchos puntos en común el con Partido Social Demócrata y profundas diferencias con sus coyunturales socios a los que se ha aliado para acceder al poder a pesar de ser el segundo partido más votado.El ex –Primer Ministro, Pedro Passos Coelho, ha dado muestras de sentido de Estado al permitir con la abstención de su partido que el Parlamento aprobara el presupuesto, contra el que votaron comunistas y “bloquistas”, que son contrarios a seguir las directrices fijadas por la UE. En Portugal existe un “ménage à trois”, en el que los dos partidos de extrema izquierda se limitan a darle apoyo externo al Gobierno de Costa, sin incorporarse al matrimonio, mientras que en España se trataría de formar un conglomerado de 8 ó 9 partidos con posiciones enfrentadas en muchos temas, especialmente en el de la unidad de la Nación y en la celebración de un referéndum de autodeterminación en Cataluña y otras Comunidades. Así como España –pese a los deseos de Ps- no debe seguir el ejemplo de Grecia, tampoco puede –con los debidos respetos al entrañable país vecino- tener a Portugal como modelo político o socio-económico. Si realmente quiere seguir el ejemplo de Portugal, Sánchez no tendría más que imitar a Passos Coelho y decidir la abstención del PSOE para permitir la investidura de Rajoy.
. Pese al precedente de Mas -que se ha rebajado vergonzosamente en sus negociaciones con la CUP, Sánchez parece dispuesto a hacer lo propio con Ps y los nacionalistas radicales para poder formar un “Gobierno de progreso” a nivel nacional, lo que requerirían importantes concesiones a cambio de su apoyo. El PSOE puede volver a las andadas porque su Secretario General –discípulo de Rodríguez Zapatero- se ha pronunciado en ocasiones anteriores a favor del “derecho a decidir” -que defendió hasta no hace mucho el PSC en su programa electoral- y por la consideración de Cataluña como una “nación de naciones”. Respecto al primer punto, el Congreso Federal le ha marcado una clara línea roja: la oposición a la celebración de un referéndum de autodeterminación en Cataluña. En cuanto al segundo, el Tribunal Constitucional, en su sentencia de 2010 sobre el Estatuto de Cataluña, afirmó que la Constitución no reconoce más nación que la española. Como ha señalado Gabriel Tortella, si nación implica soberanía, una nación no puede contener otras naciones que también sean soberanas, porque, si estas naciones lo son, la nación que las contiene dejaría de serlo. Por otra parte, Ps no tiene el menor interés en apoyar un Gobierno del PSOE, pues a lo que aspira es a sustituirlo como principal referencia de la izquierda. El dirigente socialista Octavio Granados ha afirmado que es fundamental que cada partido aclare con quién quiere pactar y en qué condiciones y, vistas las opciones, habrá que escoger el mal menor, dada la imposibilidad del PSOE de formar Gobierno. El partido se ha jactado de aquello en lo que ha fracasado: pactar una alternativa. Según ha editorializado “ABC”, el PSOE no ha sacado todas las lecciones de la experiencia zapaterista de Gobiernos de coalición. Sus 90 escaños reflejan las consecuencias de estos experimentos de aprendiz de brujo, que acabaron con la personalidad política de un partido de izquierda nacional y socialdemócrata, reconvertido en un semillero de extrema izquierda y en un comodín de los nacionalismos separatistas.
Posible repetición de las elecciones generales
La situación ha empeorado con la guerra intestina entre los líderes socialistas por el poder, especialmente por parte de la Presidenta de Andalucía, Susana Díaz, que aspira a sustituir a Sánchez como Secretario General, aunque no acabe de mostrar sus cartas y prefiera “nadar y guardar la ropa”. Éste se aferra al cargo y está dispuesto a hacer lo que sea para conservarlo. Según “El País”, el espectáculo que están dando los líderes del PSOE no sólo está socavando la posibilidad de plantear un Gobierno para el cambio, sino que pone en peligro la propia supervivencia de un partido con más de 100 años de historia. El espectro del PASOK griego se cierne sobre el PSOE, pero Sánchez no parece ser consciente de ello. Pensó que podría ganar tiempo para consolidar su posición con la prevista repetición de las elecciones en Cataluña, pero el acuerdo logrado facilita el adelanto de un Congreso en el que Díaz –con el apoyo de la mayoría de los barones socialistas- podría presentar su candidatura, si se repiten las elecciones generales. Si el partido mantuviera su inexplicada decisión de no pactar con el PP, la celebración de nuevas elecciones generales sería inevitable. Para Díaz, sería un fracaso que ocurriera esto, pero no cabe descartarlo dada la aritmética del 20-D. La aritmética sin duda influye, pero en manos del PSOE está impedirlo mediante su abstención en la investidura de Rajoy. Si mantiene su empecinamiento, el partido será el principal responsable de la repetición de los comiicios.
Ante la confirmación del desafío secesionista, el portavoz del PSOE, Antonio Hernando, ha afirmado que el Gobierno en funciones puede contar con su partido para defender la Constitución y la ley, y reiterado el compromiso irrenunciable con la unidad y la integridad de España. No ha hecho referencia alguna, sin embargo, a la petición del PP de que los socialistas faciliten la investidura de Rajoy. En la coyuntura actual es necesaria más que nunca la unión de los partidos constitucionalistas, por lo que el PSOE –si tuviera sentido de Estado- debería, no ya permitir un Gobierno en minoría del PP, sino formar parte con el PP y Cs de un Gobierno de coalición con sólida base, que dé estabilidad a España y le permita hacer frente de forma eficaz al proceso independentista. Incluso antes de que concluyera la sesión de investidura en Cataluña, el Pesidente Rajoy afirmó solemnemente -con el respaldo de PSOE y Cs- que el Gobierno en funciones no dejará pasar ni una sola actuación que sea contraria a la ley y ha advertido al flamante Presidente de la Generalitat que “ni se va a abrir un proceso constituyente al margen de la ley, ni se van a crear estructuras al margen de las legítimas del Estado”. Ha asegurado de forma tajante que defenderá la democracia en toda España y su soberanía, que reside en el conjunto del pueblo español. En esta crítica coyuntura, todos los demócratas han de apoyar al Gobierno, que deberá aplicar todos los medios jurídicos disponibles para hacer frente al desafío separatista, incluido el recurso al artículo 155 de la Constitución, en cuya virtud, “si una Comunidad Autónoma no cumpliere las obligaciones que la Constitución u otras leyes le impongan o actuare de forma que atente gravemente al interés general, el Gobierno…podrá tomar las medidas necesarias para obligar a aquélla al cumplimiento forzoso de dichas obligaciones o para la protección del mencionado interés general”. “¡Dura lex, sed lex!”
Madrid, 11 de Enero de 2016
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