EL DIPOMÁTICO: ESE DESCONOCIDO
José Antonio de
Yturriaga Barberán
Embajador de España
I.-Introducción. II.-Concepto de diplomático: 1) Edad
Antigua; 2) Edad Moderna; 3) Edad Contemporánea. III.- Rasgos
principales del diplomático: 1) Responsabilidad; 2) Disciplina; 3) Servicio
permanente; 4) Riesgos; 5) Desarraigo; 6) Tensión. IV.-Conclusiones
I.-Introducción
El Cardenal de Bernis decía lo siguiente en 1757: “Soy diplomático y hablo en presente porque
lo he sido tantos años, que no puedo desprenderme de las costumbres del oficio.
¿Qué sería del mundo si los diplomáticos se expresaran de un modo inequívoco,
si no cupiera ninguna duda sobre lo que dicen y lo que piensan. Aterra sólo el
pensarlo. Decimos una cosa y damos a entender la posibilidad de lo contrario,
de una manera sutil graciosa como “granus
sali”…Si los demás nos imitaran y, en vez de hablar con franqueza, se valiesen
de rodeos, engaños y medias tintas, las relaciones humanas serían mucho más
tolerables…La claridad, desengáñense, es contraria a la naturaleza. En la
creación no verá nunca nada claro y, cuando crea verlo, es que le engañan sus
sentidos. Supongo que Dios no creó la claridad…”[1]. Estoy de acuerdo
con la primera parte de este aserto, pero no tanto con la segunda. Hay una
opinión bastante generalizada que identifica a los diplomáticos con la doblez,
la mentira y la ambigüedad. Yo voy a expresar mi parecer sobre una carrera a la
que he pertenecido en activo durante 43 años y en pasivo hasta que pase a la otra
vida. No podré librarme del todo del natural subjetivismo, pero trataré de ser
lo más objetivo posible, basándome en mi vivencia personal.
Viene a mi mente el chiste de los
frailes cartujos que están esperando en comunidad noticias sobre su agonizante
Prior. Sale el segundo de a bordo y les anuncia compungido:”Nuestro amado Padre ha pasado a mejor vida”.
Y se escucha una voz anónima que exclama:”¿Aún
mejor?”. Ésta es lamentablemente la opinión que prevalece sobre la “carrière” y que se refleja en obras como
la serie televisiva de Antena-3 “La Embajada ” -donde se
presenta a los diplomáticos rodeados de lujo, intriga, corrupción, sexo y
jolgorio- o en los medios de comunicación tales como el diario digital “El Confidencial”: “La vida de los diplomáticos ha sido universalmente considerada como un
sinónimo de ’glamour’, lujo y privilegios. La fascinación se ha convertido en
indignación. Apenas pagan impuestos, no pagan las multas por infracciones de
tráfico, reciben abultados sueldos y viven en residencias lujosas rodeados de
ayudantes. Son el mito sublime del funcionario”[2].
Además de esta versión “rosa”, existe otra
“negra”: la del intrigante que no repara en medios para conseguir sus fines, se
entromete en los asuntos domésticos del Estado en el que está acreditado y se
dedica al espionaje y la conspiración. Muestra de esta versión son las palabras
del sindicalista irlandés James CONOLLY:”El
diplomático realiza todos los actos que le proporcionen éxito; todo es lícito
si sirve a sus fines. Si es necesario hacer trampas, hará trampas; si le
resulta útil mentir, mentirá; si el soborno le ayuda, sobornará: si asesinar le
sirve, mandará asesinar; si el robo, la seducción un incendio premeditado o una
falsificación lo acercan al éxito, hará cada una de estas cosas. Y a través de
todo ello, el diplomático se mantendrá como la esencia del honor”[3].
A finales de Enero de 1980, la Embajada de España en
Guatemala sufrió el asalto de las fuerzas armadas y de seguridad guatemaltecas,
como consecuencia del cual resultaron asesinadas 37 personas, incluido el
Secretario de la Misión Jaime
RUIZ de ÁRBOL. El Embajador, Máximo CAJAL, pudo escapar con vida de milagro,
aunque resultó herido. Los medios de comunicación se hicieron eco de la
tragedia y las informaciones publicadas revelaron su desconocimiento, o escaso
conocimiento, de la persona y de la función del diplomático, de su actuación y
de su circunstancia vital. Este hecho y las acusaciones lanzadas por algunos
medios contra el Embajador –al que culpaban en parte del ataque por haber
interferido en los asuntos internos del país- me llevaron a publicar un
artículo titulado “El diplomático, ese
desconocido”, que dediqué a “Máximo
Cajal, ex-Embajador de España en Guatemala, compañero de promoción y entrañable
amigo, a quien se ha calumniado irresponsablemente”[4]. En
2007, dedique mi libro “Portugal, Irak y
Rusia” a “los diplomáticos, esos desconocidos”[5] y, en 2015, mi libro “Los órganos del Estado para las relaciones
exteriores” fue dedicado “al ‘diplomático
desconocido’, a los que creen en la diplomacia como medio al servicio de la paz
y a los que la ejercen a pesar de los pesares”[6]. Por todo el mundo hay infinidad de
monumentos “al soldado desconocido”,
pero no conozco ninguno que honre al “diplomático
desconocido”. A lo máximo que puede aspirar un diplomático español es a que
coloquen una placa con su nombre en la escalera principal del viejo Palacio de
Santa Cruz, en caso de que muera en acto de servicio. Siete colegas han sido
acreedores de este honor: Manuel de ALLENDESALAZAR, Pedro de ARÍSTEGUI, Salvador BLASCO, José GALLOSTRA, Orencio MILLARUELO, Ignacio de OYARZÁBAL y
Jaime RUIZ de ÁRBOL.
II.-Concepto de diplomático
La
consideración pública del diplomático ha oscilado entre la exaltación y el
menosprecio. La Real
Academia Española de la Lengua define el adjetivo “diplomático” como “perteneciente a la diplomacia”, término
que es a su vez definido como la “ciencia
o conocimiento de los intereses y relaciones de unas naciones con otras”.
Añade que “aplícase a los negocios de
Estado que se tratan entre dos o más naciones y a las personas que intervienen
en ellos”. El Embajador Miguel Ángel OCHOA ha señalado que el citado
adjetivo califica “la especialidad
dedicada al relato y explicación de los tratos habidos entre las naciones, sus
negociaciones, propósitos, medios y resultados”[7]. Según Eduardo
VILARIÑO, “la Historia de la Diplomacia muestra que, desde sus orígenes, se trata
de una actividad ejercida por unas personas que actúan en nombre de sus pueblos
o entes políticos a los que representan como medio de relacionarse entre sí,
con el fin de negociar pacíficamente asuntos de interés común”[8]. En cuanto
sustantivo, “diplomático” es un término genérico con el que se designa a todas las personas que representan a un
Estado ante otro Estado o ante una Organización Internacional. Comprende, por
tanto, no sólo a los diplomáticos de carrera, sino también a cualquier persona
que forme parte del Servicio Exterior de un Estado. Además de una profesión, es
“una forma de estar” y “un estilo de
conducta”. Como observó André MAUROIS, “ser
diplomático es el arte de exponer la hostilidad con cortesía, la indiferencia
con interés y la amistad con prudencia”[9].
Según el Embajador José SEBASTÍAN
de Erice, desde un punto de vista etimológico, “diplomático” deriva de “diploma”,
un escrito en un pliego –emitido y firmado por un soberano- que podía ser
doblado, en el sentido de reproducción o duplicado, lo que llevaba a considerar
al agente diplomático en un “doble” del Monarca –y posteriormente del Jefe del Estado-
al que representaba en el extranjero[10]. La
concepción de diplomático ha variado a lo largo de la Historia de acuerdo con
las circunstancias y su valoración ha sufrido alteraciones notorias en las
distintas épocas.
1.-Edad Antigua
La figura
del legado tenía un carácter excepcional y a ella se recurría para tratar de
resolver litigios entre tribus, ciudades o pueblos. Su tarea era de carácter
específico y el enviado desaparecía de la escena pública una vez cumplida su
misión. Solía escogerse a personas de prestigio a las que se rodeaba de un aura
religiosa, lo que justificaba que se les diera un trato especial, antecedente
de lo que hoy llamamos inmunidades y privilegios diplomáticos. A lo largo del
Medievo se recurrió a los clérigos por
ser los más cultivados. Ya en el siglo IV, el Obispo CASIODORO decía que “la diplomacia es un arte que requiere de
varón sabio y prudente, capaz de expresarse ante una asamblea sutil y docta, y
no dejarse vencer en el desempeño de la misión por rivales más débiles,
eruditos o ingeniosos”[11].
2.-Edad Moderna
A partir
del Renacimiento empezaron a establecerse la Misiones permanentes y, a
los religiosos, se sumaron como jefes, miembros de la nobleza y de la alta
milicia y, como diplomáticos, miembros de la incipiente burocracia de las Casas
Reales. En el siglo XIV, el Canciller Pedro LÓPEZ de AYALA señaló que los
Embajadores eran “cavalleros buenos, doctores muy letrados, con buen
apostamiento e bien acompañados”[12]. Sin
embargo, la tesis de la “razón de Estado elaborada por Nicolás MAQUIAVELO
empezó a hacerse sentir en la política exterior de los nuevos reinos, y la
intriga, la perfidia y el engaño empezaron a ser aceptados como medios
aceptables de la acción diplomática. A Luis XI de Francia se ha atribuido el
consejo dado a sus diplomáticos:”Os
mienten. ¡Está bien!. Mentid vosotros”. Su Canciller, Philippe de COMMINES
llegó a mantener que los Embajadores no rebasaban el límite de sus atribuciones
cuando se entregaban al espionaje y al “comercio de conciencias”. Semejante
concepción se plasmó en 1604 en la famosa “boutade”
de Sir Henry Wotton:”El Embajador es una
persona honrada enviada al extranjero para mentir en nombre de su país”[13]. En
1684, Jean de LABRUYÈRE afirmó:”Todas las
miras del Embajador, sus máximas, sus haceres, todos los refinamientos de su política
tienden a un solo fin: no dejarse engañar y engañar a los demás”[14]. El
Parlamento inglés prohibió a sus
diputados que hablaran con los diplomáticos extranjeros.
No todos
tenían una visión tan negativa de los diplomáticos. Así, Juan Antonio de VERA
dijo en su famosa obra “El Embaxador”:
“El de Embajador es un oficio que no
admite comparación con ninguno de la República , ni hay otro en que tan necesaria sea
la confianza, la fe, la traza, la virtud, la sangre, la hacienda, la práctica
de negocios, el ingenio, el valor, en fin, todo lo que por todos los demás
cargos está repartido”[15]. Una opinión similar fue expresada un siglo
más tarde por FEDERICO II de Prusia:”Hay
un género de hombres cuyo oficio en la
tierra es tradicional y reconocido por los monarcas. Los soberanos se
envían recíprocamente estas gentes como
embajadores plenipotenciarios, ministros o personas con títulos honoríficos
menos vistosos. Se les utiliza para adormecer envidias, hostigar al enemigo,
sondear las intenciones del vecino conducir las negociaciones y concluir
tratados y alianzas. Para este cargo elíjense hombres con espíritu dúctil y
mesurados, discretos, incorruptibles y que sean capaces de las más amplias
concepciones. Deben poseer conocimiento de los hombres, calar con la mirada
tras los continentes y simulaciones de los distintos estados de ánimo y leer
así los pensamientos secretos de aquéllos con quienes estén tratando. Un largo
hábito ha de enseñarles el arte de adivinar los secretos que cuidadosamente le
traten de ocultar”[16].
3.-Edad Contemporánea
Se alternan en esta época los
comentarios elogiosos de los diplomáticos con los críticos. Albert MOUSSET
señaló que los diplomáticos eran hombre de mundo, no sólo por su rango y sus
relaciones, sino sobre todo por su arte de discernir lo que es conveniente
callar[17], y el
Embajador Jules CAMBON afirmó lo siguiente:”No
conozco profesión que ofrezca más diversos aspectos que la de diplomático. No
existe ninguna en la que haya menos reglas precisas y más tradiciones, ninguna
en la que sea necesaria una exacta disciplina y que exija del que la ejerce un
carácter más firme y un espíritu más independiente”[18].
Entre los comentarios más
críticos, rayanos con el sarcasmo, cabe citar el de José ORTEGA y GASSET:”Estos hombre de la carriére son el universal
‘casi’. Son casi elegantes, casi aristócratas, casi funcionarios, casi
inteligentes y casi donjuanes, pero casi es el vocablo de la ausencia”[19]. En
ocasiones, el “fuego amigo ha procedido de su propio campo. Así, Juan VALERA
hizo una acerada y deliciosa crítica de la acción diplomática del Duque de
OSUNA como Embjador en San Petersburgo, de la que fue testigo presencial[20].
Observó con ironía que, con bailar bien la polka y comer paté de foie-gras estaba todo hecho. Álvaro de la IGLESIA –hermano y tío de
diplomáticos- pone en boca de uno de sus personajes las siguientes palabras:”Tampoco a mi me gusta mentir y, sin embargo,
no hacemos otra cosa. ¡Diplomacia obliga, amigo mío!”[21].
Pero quizás el ataque más acerbo sea el realizado por el diplomático y poeta
mejicano Amado NERVO:
“Oui, je suis écoeuré de la diplomatie!
o, si te gusta más en
español, asqueado.
¡Cuánto necio, si vieras, cuanto necio por
ahí he encontrado!.
Aún cuando Salomón nos dijo que ‘stultorum
numerus infinitus est’, fue preciso ver
y a no ver visto juntos –siempre hubo quórum
donde se encontraban- no lo paso a creer.
Y todos constelados con sus condecoraciones”[22].
Como
contrapunto, cabe mencionar los versos algo pedestres, pero entrañables, de Agustín
de FOXÁ:
“Amigos que en lejanas latitudes
Representáis
de España las virtudes,
del
pino sueco al tropical palmar,
norte
y sur a distancias infinitas,
pagodas,
rascacielos y mezquitas.
¡Toda
la tierra en vuestra emigración!
y del bello salón de la Embajada
al
Consulado en playa desolada
y
la patria en vuestro corazón.
Yo
elegí por poeta esta carrera.
¡Qué
bello es cultivar una bandera,
árbol
que en otra tierra ha de crecer
y
tener una clave que, en cifrados,
guarde
naranjas, vinos y tratados,
salude
a un Papa y felicite a un Rey!”[23].
El
Embajador británico Harold NICOLSON manifestó en 1939 lo siguiente:”Estas son las cualidades de mi diplomático
ideal: Verdad, precisión, calma, paciencia, buen carácter, modestia,
lealtad…Pero el lector puede objetar:’Ha olvidado Vd. inteligencia,
conocimiento, criterio, prudencia, hospitalidad, encanto, laboriosidad, coraje e incluso tacto’. No los he olvidado. Los
he dado por supuestos”[24]. Más
recientemente, Philippe CAHIER ha observado que, a la inteligencia, ha de
añadir el diplomático un sentido agudo de la observación, la capacidad de saber
distinguir las cuestiones importantes de las secundarias, una gran cultura,
capacidad de trabajo y facilidad de palabra. Ha de ser discreto y reservado-
sin dejar de mostrar curiosidad por los problemas ajenos-, aprender a escuchar
y hacer observaciones juiciosas y llenas de de tacto. Es importante que se
mezcle con la población local pues, si no vive más que con sus compatriotas y
sólo frecuenta a los miembros del CD, adquirirá una óptica totalmente falsa del
país en el que está acreditado. Lo mismo le ocurrirá si carece de una
mentalidad abierta y atraerá la enemistad de la población si abusa de la
comparación de los usos locales con los de su país para criticarlos, o si lleva
al extranjero sus hábitos nacionales en lugar de adaptarse y de hacer suyo el
modo de vida del país de sede[25].
Frente a lo
que debe ser un diplomático, también conviene tener en cuenta lo que no debe ser. El Embajador Raimundo
BASSOLS ha elaborado una somera lista, meramente indicativa, en relación
con los “negociadores”, pero que creo
resulta aplicable a los diplomáticos en general. No deberían serlo los
fanáticos, los escépticos, los histéricos, los que no saben hablar, los que no
saben callar, los improvisadores, los ilusos, los ingenuos, los impacientes,
los miedosos, los imprudentes, los frívolos, los “sabelotodo”, quienes no creen
que se puede trabajar en sábado en domingo,
los que se atreven a pronunciar las necias frases “esto es lo que hay” o “¿y qué
más da?”, y a los que efectivamente todo les da igual[26].
Quisiera
insistir en este punto sobre la falaz creencia de que la diplomacia está
intrínsecamente imbricada en la mentira. Como señaló el gran maestro de la
diplomacia y de la política Charles-Maurice de TALLEYRAND, “la diplomacia no es la ciencia de la astucia
y la duplicidad; si la buena fe es necesaria en alguna parte, lo es sobre todo
en las transacciones políticas, porque es ella precisamente la que las torna
sólidas y duraderas”[27]. Ya
en 1717, François de CALLIÈRES había observado que un negociador hábil no
debería nunca fundar el éxito de sus negociaciones en falsas promesas o en la
mala fe. “Es erróneo creer que un
diplomático debería ser un maestro en el arte de hacer trampas, pues de esta
manera se puede obtener el éxito a corto plazo, pero se trataría de un éxito
poco seguro, porque estas tretas siembran el rencor y el deseo de revancha”[28]. La
mentira tiene las patas cortas y –como reza el refranero español- “se pilla
antes a un embustero que a un cojo”. Cuenta Eric SATOW que cuando le
preguntaron a ARISTÓTELES qué podía ganar una persona con una mentira contestó:”que no se le crea cuando dice la verdad”.
Es lo que le ocurrió a Saddam HUSSEIN que –después de haber proferido tantas
mentiras-, la comunidad internacional no le creyó cuando afirmó que Irak no
poseía armas de destrucción masiva y se produjo en 2003 la invasión del país[29].
BALLESTEROS ha señalado que la
diplomacia de hoy ofrece, junto a los aspectos tradicionales por su
atemporalidad, las tipificaciones ordinarias derivadas de integrar un cuerpo de
funcionarios del Estados, de profesionales de la rama administrativa denominada
diplomacia, que forma parte de del servicio exterior y a través del cual se
relacionan los países. La profesionalización de la administración exterior y su
consecuente tecnificación en aras del mejor servicio público al país han ido
transformando paulatinamente al diplomático tradicional en funcionario[30].
Como ha observado el Embajador
Mariano UCELAY, el diplomático debe estar en posesión de ciertos sentidos
claves: En primer lugar, los tres “teologales”: el sentido del Estado, el del
interés nacional y el del honor nacional, y -por lo menos- cuatro “cardinales”
–además, por supuesto, del sentido común-: el de la realidad, el de la
oportunidad, el de la proporción y el del humor. Y, sobre todo, habrá de estar
dotado de instinto profesional [31].
III.-Rasgos principales del diplomático
Según el
Embajador Manuel GÓMEZ de VALENZUELA, en la opinión general, el diplomático
forma parte de un mundo al que no tiene acceso el común de los mortales: un
mundo de lujo, de intrigas, de misterio y de exotismo[32].
Existe una leyenda más bien negra de la carrera, que se debe no tanto a
animadversión –que también la hay en algunos sectores, especialmente a causa de
la envidia-, como al desconocimiento. Como ya he señalado al referirme al
asalto en 1980 de la Embajada
española en Guatemala, se puso de manifiesto el desconocimiento, o mal
conocimiento, de la realidad del diplomático. Al tradicional cliché tópico de
la serie rosa –personaje indolente, superficial, “snob”, que pulula por los “cocktails”
y juega al golf-, se añadía otro de la serie negra: el intrigante conspirador
que se entrometía en los asuntos domésticos de los Estados en los que estaba
acreditado. La realidad, sin embargo, está bien lejos de uno u otro estereotipo.
Es posible que entre los diplomáticos haya frívolos e incompetentes -¿en qué profesión
no los hay?-, pero, si se analiza objetiva y desapasionadamente la situación,
se puede comprobar que el servicio diplomático español está muy por encima del
nivel medio mundial. Por ello, decidí escribir un artículo sobre “El diplomático, ese desconocido”, en el
que reseñaba sucintamente sus rasgos más característicos: responsabilidad,
disciplina, servicio permanente, riesgos para la seguridad y para la salud,
desarraigo y tensión[33].
Transcurridos 36 años -durante los que se incrementó mi experiencia-, mis
observaciones de entonces siguen siendo válidas en lo fundamental.
1.-Responsabilidad
Según la Convención de Viena de
1961 sobre relaciones diplomáticas, es función del diplomático “proteger en el Estado receptor los intereses
del Estado acreditante y los de sus
nacionales”[34]. Sus decisiones pueden
tener importantes consecuencias para los intereses del Estado que lo envía o
para sus ciudadanos y, de ahí, la enorme responsabilidad que sobre él recae. Puede
haber ocasiones en las que el diplomático tenga que tomar, bajo su exclusiva
responsabilidad, decisiones que se aparten de las instrucciones recibidas del
Ministerio de Asuntos Exteriores o que no hayan sido por él respaldadas. Daré
algunos ejemplos a este respeto.
Durante el
conflicto bélico entre Irak e Irán, los medios españoles de comunicación dieron
la falsa noticia de que Bagdad había sido bombardeada y TVE ofreció un
reportaje con fotos de archivo de anteriores ataques. Esto provocó la natural
alarma entre los familiares de los españoles residentes en Irak (3.134
inscritos), pese a que yo envié de inmediato sendas cartas a TVE y a “El País” para desmentir la noticia y
aclarar los hechos. A partir de Marzo de 1985 empezaron a caer sobre Bagdad
misiles iraníes que produjeron numerosas víctimas. Recibí un telegrama del
Ministerio dándome órdenes a que procediera a la evacuación de la colonia.
Teníamos un Plan al efecto un tanto complejo porque -debido a la dispersión de
los residentes- tenía que realizarse simultáneamente mediante tres convoyes distintos
a través de las fronteras con Turquía, con Jordania y con Kuwait. Me reuní con
los Directores de las empresas españolas para examinar la situación y todos
estuvieron de acuerdo en que la evacuación no estaba justificada y que su
retirada del país les ocasionaría problemas con el Gobierno iraquí y pérdidas
económicas considerables. Llamé por teléfono al Director General de Relaciones
Consulares –mi buen amigo Rafael PASTOR- y le dije que no estimábamos
conveniente proceder a la evacuación, y me contestó que tomara la decisión que
considerara oportuna, bajo mi responsabilidad. No hicimos la evacuación y no se
produjo ninguna consecuencia adversa[35].
En Irlanda
teníamos un pequeño Instituto Cultural Español que se auto-financiaba con las
aportaciones de las matrículas de sus estudiantes y el Ministerio sólo pagaba
el alquiler del local y el sueldo del Director. La consignación correspondiente
se retrasó más de un año y, aunque el Instituto contaba con fondos suficientes
para su normal funcionamiento, no podía utilizarlos por existir una disposición
de Hacienda de 1988 que obligaba a ingresarlos en el Tesoro, quien luego los
devolvería a través de las correspondientes consignaciones. Nos veíamos en la
tesitura de tener que suspender las clases en medio del curso y algunos
Directores se vieron forzados a cerrar sus Institutos. Ante la absurda
situación existente a principios del curso 1991-1992, llamé al Director General de Direcciones Culturales para decirle
que –a fin de salvar el cierre del Instituto, con el consiguiente desprestigio de
la institución y perjuicio a los alumnos- el Instituto iba a retener los fondos
recaudados en vez de enviarlos al Tesoro y pagar con ellos a los profesores
contratados. El Director me dijo que, aunque mi proceder no era correcto, lo
comprendía y dejaba la decisión a mi responsabilidad. Así procedí –a riesgo de
que me abrieran un expediente- y, cuando al fin recibimos las consignaciones,
remitimos al Ministerio la recaudación[36].
Algo
semejante ocurrió en Moscú. El turismo ruso hacia España había crecido de forma
exponencial y la Sección Consular
de la Embajada
no daba abasto a la concesión de visados. Necesitábamos aumentar el número de
personal pero, cuando recibíamos el
permiso de Madrid, las contrataciones realizadas resultaban insuficientes y
había que solicitar nuevas autorizaciones. Aunque la Embajada disponía de
importantes sumas procedentes de los visados, no podía ser utilizarlas para
hacer nuevas contrataciones por la obligación mencionada de tener que
ingresarlas en el Tesoro. El personal trabajaba horas extraordinarias que no
les eran abonadas y, poco antes de mi llegada, se había producido un conato de
huelga, En vísperas de un fin de semana largo
a principios de 1997, el personal se negó a trabajar horas extra y había
el riesgo de que numerosos turistas no recibieran a tiempo el requerido visado
y se quedaran en tierra. Llamé al Ministro Abel MATUTES para explicarle la
situación y éste –que “había sido cocinero
antes que fraile”- autorizó, bordeando la legalidad, la contratación de más
personal con los fondos obtenidos por los visados y prometió que presionaría a
Hacienda para que abonara las horas extras pendientes de pago. Hablé con el
personal y todos accedieron a trabajar durante los tres días de fiesta, con lo
que se consiguió resolver la situación. Corolario de este lance fue la creación
en Julio de ese año de un Consulado General en Moscú con suficiente personal diplomático,
administrativo y de servicio[37].
En 1994 se
celebró en Nápoles una Conferencia Ministerial Mundial sobre Delincuencia Transnacional Organizada, a
la que asistieron 78 Ministros de Justicia y 24 de Interior. El Ministro
bi-fronte Juan Alberto BEELLOCH no compareció y tampoco lo hizo el Secretario
de Estado, por lo que quedé al frente de la delegación española…y sin
instrucciones. Los representantes de las Estados miembros de la UE ante la ONU en Viena nos habíamos
reunido para preparar la declaración comunitaria. Varios países –especialmente
Francia y Alemanía- se negaban a incluir en el ámbito de la Conferencia el tema
del terrorismo internacional, pues alegaban que había un terrorismo por
motivaciones políticas. Yo me opuse a la distinción y pedí al Presidente en
funciones –el Embajador alemán- que mencionara el artículo K-9 del Tratado de
Maastricht, que mencionaba la lucha contra el terrorismo y contra “otras formas graves de la delincuencia
internacional”. Ya en Nápoles, en la reunión de las delegaciones
comunitarias previas al inicio de la Conferencia , comprobé que la declaración prevista
no hacía referencia al artículo K-9. Ante ello, me planté y amenacé con
desolidarizar a España de la declaración comunitaria y hacer una declaración
independiente. El colega alemán cedió ante mi “farol” e incluyó una referencia
al Tratado de Maastricht. Afortunadamente para mí, la Superioridad manifestó
“a posteriori” su apoyo a mi
actuación[38].
2.-Disciplina
Como en el
Ejército, la disciplina es una exigencia en la carrera diplomática, y el
funcionario deberá obedecer las instrucciones de la Superioridad y
sacrificar sus opiniones personales cuando no esté de acuerdo con ellas. Ello
no es óbice para que exprese su opinión y exponga sus argumentos. Deberá acatar
las órdenes del Ministerio y, en caso de ir de forma grave en contra de sus convicciones,
debería presentar su dimisión. Yo tuve algunas diferencias de opinión con el
Ministerio tanto en Irak como en Rusia. Durante el conflicto armado
irano-iraquí, Irak había declarado una zona prohibida a la navegación en el
Golfo Arábigo-Pérsico, donde los buques que por ella navegaran corrían el
riesgo de ser bombardeados, e Irán disparaba asimismo contra los buques de
terceros países que navegaban en las proximidades de sus costas. Pese a estos
antecedentes, la Oficina
de Información Diplomática del Ministerio publicó en 1984 un comunicado en el
que se decía que la situación en el Golfo no había cambiado. Envié un telegrama
en el que calificaba el comunicado de “poco
afortunado”, porque las circunstancias no eran las mismas sino que habían
empeorado notablemente, y exponía los argumentos en que basaba mi apreciación.
Recibí a vuelta de correo un telegrama en el
que se afirmaba que mis comentarios eran “improcedentes” e “inadmisibles”
y derivaban de mi “falta de perspicacia”
y de la “intoxicación propagandística”.
Envié una carta a los tres Directores Generales que habían copatrocinado el telegrama
- África, Relaciones Económicas Internacionales y OID-, en la que decía lo
siguiente:
”Es muy probable que la opinión por mí expresada sea desacertada y
carente de validez, dadas mi falta de perspicacia y el contagio de la
intoxicación propagandística de este país, pero mi opinión crítica de los
términos del comunicado en cuestión –por lo que dice y por lo que calla- está
razonada y motivada, a diferencia de vuestro telegrama, cuyo único argumento es
la descalificación personal…No estimo procedente -y difícilmente admisible- que
se califique de ‘improcedente’ e’ inadmisible una opinión motivada, expuesta de
buena de y de forma respetuosa, por el
mero hecho de ser ligeramente crítica…Los hechos son testarudos y están ahí,
por mucho que se quiera desdramatizar la escalada de tensión en la zona…Podría
darse el caso de que, por desdramatizar la situación, se ofrezca una impresión
excesivamente optimista de la coyuntura actual en el Golfo, que tranquilice en
demasía a los navieros españoles y, cuando les ‘toque la china’, sea demasiado
tarde para las lamentaciones…”
Mis temores resultaron
justificados y mis presagios se cumplieron por desgracia. Un mes después del
envío de mi controvertido telegrama de advertencia, la aviación iraquí atacó en
el Golfo al petrolero liberiano “Tiburón”,
en el que faenaban varios marineros españoles, y siete de ellos resultaron muertos
como consecuencia del bombardeo. El Ministerio dio instrucciones de que se
presentara una nota de protesta ante el Gobierno de Irak, lo que se hizo,
aunque yo no estaba de acuerdo con su tenor. La nota fue por supuesto rechazada
y se las relaciones entre los dos países quedaron deterioradas por algún tiempo.
Los ortodoxos estiman que la
disciplina implica aceptar sin rechistar las órdenes del Ministerio y
cumplirlas a rajatabla, aunque no se esté de acuerdo con ellas. No comparto
esta consideración porque, junto al deber de obediencia de un Embajador, existe
su obligación de ser leal a la
Superioridad y exponerle los motivos por los que considere que una orden no sea acertada o
conveniente. En la citada carta añadía: ”Observo
con pesar que la intransigencia inquisitorial no ha sido desterrada de la
política administrativa y parece seguir siendo
deber de un Embajador tener permanentemente en ristre el botafumeiro y
abstenerse de cualquier veleidad crítica como en los mejores tiempos del
franquismo. Yo ya empiezo a estar viejo para estos trotes y lo que no hice en
la dictadura nos estoy dispuesto a hacerlo en la democracia, por lo que
continuaré expresando mi leal opinión, aunque sea discrepante de la verdad
oficial, sobre los acontecimientos que afecten a la Embajada de la que soy
responsable”[39].
Ya había
tenido ocasión de exponer tres meses antes mi posición al respecto en una carta
al Ministro de Asuntos Exteriores, Fernando MORÁN, en la que respondía a otra
suya en la que criticaba mi actitud y me echaba en cara mi supuesta
indisciplina. Le dije, con toda franqueza, lo que sigue:”Porque creo tener sentido de la disciplina, seguiré trabajando con
todas mis fuerzas –pese a mis frustraciones y desalientos- para tratar de
desempeñar mi función de la mejor manera posible, sin reticencias y haciendo
mis criticas abiertamente y con absoluta lealtad…Siempre he dicho lealmente lo
que pienso y he ido con la verdad por delante. Lo que difícilmente puedo es convertirme
–porque para ello tendría que nacer de nuevo y no creo en la reencarnación-, en un Yes-Man” [40].
En Rusia me
ocurrió algo similar en relación con los bombardeos de la OTAN sobre Kosovo, que habían
sido duramente criticados por el Gobierno ruso. Como jurista, estimaba que
tales ataques suponían una violación del Derecho Internacional o que –en el
mejor de los casos- se habían realizado al margen del mismo, ya que no habían
sido autorizados por el Consejo de Seguridad.
En mis conversaciones con el Ministro de Asuntos Exteriores, Igor
IVANOV, él mantenía esa tesis –la misma curiosamente que las potencias
occidentales habían defendido tradicionalmente frente a los desmanes de la
antigua Unión Soviética- y yo tenía que justificar la posición de la Alianza , pese a que, en mi
fuero interno, estaba convencido de su falta de fundamento jurídico.
Cuando el Secretario de Estado
Ramón de MIGUEL vino a Moscú en Abril de 1999 para preparar la visita del
Presidente del Gobierno, José María AZNAR, le puse sobre aviso del tema, que
era uno de los más sensibles para la Federación
Rusa , y mi interlocutor me dijo al final de mi exposición:”José Antonio: Estás sufriendo el síndrome de
Estocolmo y te dejas convencer fácilmente por tus anfitriones rusos”. No
tuve más remedio que callarme, porque -por lo visto y oído-, yo debía ser muy
sensible a la propaganda de los países en los que estaba acreditado. Al llegar
AZNAR a Moscú un mes más tarde le advertí del tema, pero tampoco me hizo el
menor caso y, en su primera rueda de prensa, hizo un encendido elogio de la
intervención de la OTAN
en Yugoslavia, lo que disgustó sobremanera a las autoridades rusas. Ésta fue
una de las razones por las que saltaron chispas en su conversación telefónica
con Boris YELTSIN, con el que no se pudo entrevistar personalmente –pese a
haberse programado el encuentro- a causa de una bronquitis del Presidente ruso.
La prensa española, por cierto, echó la culpa al Embajador por el
“desencuentro” y el propio portavoz del Kremlin tuvo la desfachatez de declarar
que la entrevista no había sido acordada[41]. ¡Siempre
hay Embajadores que lo paguen!.
3.-Servicio
permanente
El
diplomático está en estado permanente de servicio. Como hacen otros
profesionales, no puede “fermer la
boutique”-Embajada o Consulado- hasta el día siguiente y debe estar
disponible en todo momento para, por ejemplo, hacer una gestión urgente o sacar
a un nacional de la comisaría o de la cárcel.
La noche de
los ataques a la Embajada ,
al Consulado y a la residencia del Embajador de España en Lisboa en 1976 la
pasé en blanco. Por indicación del Embajador Antonio POCH, seguí y gravé las
emisiones de la radio y de la TV
portuguesas, incluida la retransmisión en directo por Radio-Club Portuguesa del
asalto a la residencia. El fin de semana largo previo a la visita del Rey JUAN
CARLOS a Moscú en 1997 recibí una
llamada del Secretario General de la Casa
Real , Rafael SPOTTORNO para pedirme que verificara una
noticia trasmitida por la
Agencia “France Press” de que Boris YELTSIN se
retiraría el 5 de Mayo –día previsto para el inicio de la gira real- a
descansar en la villa de Sochi en el Mar Negro. Intenté localizar a alguien en
el Ministerio de Asuntos Exteriores, pero aquello era un erial. En el Servicio
de Guardia, sin embargo, tuvieron el detalle de mandar un mensaje al entonces
Secretario de Estado, Igor IVANOV, quien me llamó desde Estambul para decirme
que se trataba de un bulo y que la visita se realizaría conforme al programa
previsto.
. Incluso
el disfrute las legítimas vacaciones está supeditado a las “necesidades del
servicio”. Durante los dos años que estuve en Liberia no pude gozar de un solo
día de vacaciones, a causa de las continuadas ausencias del Embajador. Un día
en 1978, mientras pasaba mis vacaciones en un lugar del Delta del Ebro donde no
tenía teléfono, me encontré al regresar de la playa con una pareja de la Guardia Civil , que me conminó a
que llamara de inmediato al Ministerio de Asuntos Exteriores. La Superioridad decidió
que interrumpiera mis vacaciones y fuera con urgencia a Ottawa para mediar en
un conflicto pesquero con Canadá.
Quizás el caso más flagrante sea
lo que me ocurrió en Rusia en el verano de 1998. De acuerdo con el Ministerio, había
preparado el plan de vacaciones de los miembros de la Embajada , conforme al
cual yo debería iniciarlas a mediados de Agosto, tras la programada visita de la Ministra de Educación y
Cultura a San Petersburgo para inaugurar una exposición de las “Majas” de
Francisco de GOYA en el Museo del Ermitage. Un par de semanas antes del previsto
comienzo de mis vacaciones recibí una llamada de Esperanza AGUIRRE para decirme
que había decidido retrasar hasta primeros de Septiembre su visita a la antigua
Leningrado y pasar antes un par de días en Moscú en visita oficial. Organicé
apresuradamente la no programada visita e informé a la Ministra sobre el
programa elaborado al respecto. Le anuncié que yo no estaría presente porque en
esas fechas debía co-dirigir con el catedrático de Derecho Internacional de la Universidad de Granada,
Diego LIÑÁN, un curso de verano en Motril sobre Derecho del Mar. Le expliqué
todo estaba debidamente preparado y que sería atendida por el Encargado de
Negocios a.i. Manuel de LUNA y por el Consejero Cultural Juan José HERRERA. Me
contestó que comprendía la situación y que no me preocupara. Un día antes de mi
salida recibí un telegrama en el que se me ordenaba estar en Moscú durante la
visita de la Ministra. Llamé
al Director General de Relaciones Culturales para que me explicara qué había
sucedido y Antonio NÚÑEZ me dijo que AGUIRRE le había comentado a su colega de
Exteriores que era inaudito que el Embajador no estuviera en Moscú durante su
visita oficial. El Ministerio me autorizó a que iniciara las vacaciones y me
dio una comisión de servicio para regresar a Rusia y estar presente durante los
días de la visita ministerial a Moscú y a San Petersburgo. Desde allí volé a
Madrid, en cuyo aeropuerto me esperaba el conductor del Rector de la Universidad granadina,
que me llevó directamente a Motril donde –en vez de la conferencia inaugural-
pude dar la conferencia de clausura del curso por mi dirigido “in absentia”[42].
4.-Riesgos
El
ejercicio de la diplomacia implica asumir graves riesgos en materia de
seguridad y de salud. En el Portugal de los claveles revolucionarios, sufrimos
amenazas y agresiones –amén de una bomba en el Consulado General de Oporto-
tras el anuncio de la condena a muerte de unos terroristas de ETA y del FRAP en
Septiembre de 1975. El objetivo principal del subsiguiente asalto del día 26 a la Embajada y a la
residencia del Embajador era el de apoderarse de éste o de alguno de los
miembros de la Misión
para intentar canjearlos por los condenados. El Ministerio dio la orden de
evacuar a toda la Embajada
–salvo el Ministro Consejero Eloy YBÁÑEZ, que quedó de Encargado de Negocios
a.i.- y envió un avión especial a tales efectos. Tuve que ir con mi mujer y mis
tres hijos al aeropuerto de Lisboa, dejar allí abandonado mi coche y
trasladarme al avión que aguardaba en un lugar apartado de la pista. Allí
estuvimos esperando durante dos horas porque los controladores se negaban a dar
salida al avión. Fue entonces cuando pasé auténtico miedo, pues era consciente
de la presencia de los comandos de ETA y FRAP y de sus intenciones asesinas, y
estábamos atrapados en una trampa que podía ser mortal. Posteriormente supimos
que los comandos habían debatido sobre atacar el avión y que al final habían
desistido por la presencia de mujeres y niños[43].
También en
Bagdad –donde residí con mi mujer y mis dos hijas durante el conflicto armado
irano-iraquí- sufrimos el riesgo de las bombas y de los misiles procedentes de
Irán. En la primavera de 1985 cayeron varios misiles Scud-B de medio alcance en
la capital iraquí. Uno de ellos impactó cerca del Instituto Hispano-Árabe de
Cultura, si bien afortunadamente sólo se produjeron daños materiales. Uno de
los profesores que residía en la sede del Instituto se volvió al día siguiente
a España, porque alegó con razón que no tenía vocación de mártir[44]. Él,
como era contratado, se pudo marchar; yo, como era funcionario diplomático,
tuve que continuar en mi puesto y asumir los correspondientes riesgos.
Como ya he
señalado anteriormente, las fuerzas de seguridad guatemaltecas asaltaron en 1980 la
Embajada de España en Guatemala y causaron la muerte de 37
personas, entre las que se encontraban el Secretario de la Misión , Jaime RUIZ de ÁRBOL
varios miembros del personal técnico y administrativo. Un año antes se había
producido el asalto a y la ocupación de la Embajada de Estados Unidos en Teherán por unos
estudiantes, con la connivencia del Gobierno iraní, y la retención de sus
personal como rehenes durante más de un año[45]
Incluso en la pacífica Irlanda
incurrí ciertos riesgos. En 1988, tres miembros del IRA fueron muertos en
Gibraltar por las fuerzas británicas de seguridad y sus dirigentes acusaron de
connivencia a la policía española. Empezamos a recibir amenazas anónimas
–aunque no lo eran tanto- y tuve que ponerme en contacto con el líder del “Sinn Fein”, Gerry ADAMS para
transmitirle mis condolencias, darle explicaciones y ofrecerle la colaboración
de las autoridades españolas para la repatriación de los cadáveres a Irlanda,
con lo que salvamos la situación[46]
En materia
de salud los riesgos que corren los diplomáticos y sus familiares son
considerables. En Liberia –donde nació mi hijo Enrique- el parto no fue fácil
y, como consecuencia de un legrado mal hecho, estuvieron a punto de perforarle
el útero a mi mujer Mavis, que tuvo que ser intervenida de urgencia. Pese a las
precauciones de toda índole adoptadas –rejillas en las ventanas, mosquiteros,
aire acondicionado, ingestión de quinina…-, mi hijo cogió la malaria[47].
Trasladado de Monrovia a Düsseldorf, tuvimos allí un gran susto. A poco de
llegar, Enrique sufrió un ataque de fiebre muy elevada y los médicos alemanes
no sabían a qué se debía y no encontraban la forma de bajar la temperatura. Consulté
a un amigo médico español que residía en una ciudad cercana y, como sabía que había estado en Liberia,
enseguida acertó con el diagnóstico: un ataque de malaria recurrente. No
encontrábamos quinina en las farmacias de Düsseldorf y tuvimos que pedirla al
Instituto de Medicina Tropical de Hamburgo. Gracias a Dios, fue el último
ataque de paludismo que sufrió.
Estando en
Bagdad, a mi hija Mavi se le infestó una muela del juicio. Acudimos a un dentista
iraquí para que se la extrajera y, tras la extracción, no consiguió parar el
flujo de sangre. Fuimos a la
Clínica católica de San Rafael, donde tampoco lograron
taponar la herida y lo mismo ocurrió en el hospital de Cardiología. Finalmente fuimos al Hospital
Al-Kindi, donde –tras una dolorosa intervención sin anestesia- lograron
cauterizarle la herida e impedir que se desangrara. Pasado el susto, recuerdo
una anécdota de cierta gracia. Era el 26 de Junio de 1986, fecha en la que se
celebraba el partido final del Campeonato Mundial de Fútbol entre Francia y
Brasil, que terminó empatado y requirió recurrir a los penaltis. Observé con
extrañeza que, cada dos minutos, el cirujano entraba en un cuarto adyacente y
regresaba al instante. Luego supe que hacía esta maniobra para ver el
lanzamiento de los penaltis en una TV que tenía en el citado cuarto[48].
Los
diplomáticos se enfrentan incluso a riesgos jurídicos, como los que acaban de
sufrir el Embajador de España en Afganistán, Emilio PÉREZ de AGREDA, y el Secretario
de la Embajada ,
Oriol SOLÁ, que están siendo investigados por el juez de la Audiencia Nacional
Santiago PEDRAZ por dos delitos de homicidio imprudente por la muerte de sendos
policías destinados en la
Misión , y de tentativa de homicidio y lesiones de otros siete
policías heridos tras el ataque realizado por varios terroristas talibanes. Siguiendo
la diabólica lógica de PEDRAZ se llegaría a la “kafkiana” conclusión de que
habría que haber investigado al Embajador Pedro de ARÍSTEGUI por no haber tomado
las medidas necesarias para garantizar la seguridad de la Embajada , puesto que fue
secuestrado en 1985 por una milicia chiita y asesinado en 1989 como
consecuencia de los bombardeos de una facción libanesa o de las fuerzas armadas
sirias. Cabe preguntarle al desnortado juez que si el mencionado profesor del
IHAC, otros miembros de la
Embajada o yo mismo o mi familia hubiéramos muerto o
resultado heridos en Bagdad por los misiles iraníes habría sido yo el
responsable[49].
5.-Desarraigo
El
diplomático pasa buena parte de su vida en el extranjero –en mi caso 21 años- y
pierde el contacto con su país, situación que se extiende a su mujer e hijos
cuando le acompañan en sus destinos. Por ello, necesita volver siempre que
pueda a él para, como Anteo, mantener el contacto con la madre-Tierra. Esto produce
un desarraigo, que le hace difícil su re-adaptación al jubilarse, al haberse
debilitado los lazos con sus familiares, conocidos y amigos, y le hace en
ocasiones sentirse extraño en su propia tierra.
Hasta fechas relativamente
recientes, la esposa solía seguir al marido a dondequiera que fuere destinado y
la Superioridad
la consideraba como un miembro más de la Misión , que debería colaborar con ella “gratis et amore”. Afortunadamente, la
situación ha cambiado en gran medida. La mujer –sobre todo si ejerce una
profesión- se enfrenta a la disyuntiva de tener que abandonar su carrera o sus
quehaceres, o separarse del marido con la consiguiente ruptura provisional de
la unidad familiar. También se produce esta situación en el caso de las
diplomáticas, aunque en que es el marido el que se enfrenta a la opción. Surge
asimismo el problema de la educación de los hijos. ¿Deben vivir con sus padres,
aunque se encuentren en países donde no puedan recibir una educación satisfactoria,
o permanecer en el país de origen en internados o con familiares?. De todas
formas, más tarde o más temprano tienen que separarse de sus padres, sobre todo
cuando les llega la hora de ir a la universidad. Los hijos sufren con los
cambios continuos de colegios –a menudo en países distintos y con idiomas
diferentes- y no siempre se habitúan a ellos. Los que consiguen adaptarse suelen
ser decididos y brillantes, pero los que no, se encuentran desubicados y se
desequilibran, produciéndose incluso casos de suicidio. Por otra parte, como
consecuencia de la vida diplomática, los hijos acaban dispersos por el mundo.
En mi caso, yo estoy casado con una paquistaní, mi hijo –que es también
diplomático- vive “at large” según la
voluntad del Ministerio de Asuntos Exteriores, y mis dos hijas son funcionarias de la Comisión Europea ,
viven en Bruselas y están casadas respectivamente con un danés y con un
italiano. ¡La globalización no es sólo un fenómeno de hoy día!.
6.-Tensión
Debido a la responsabilidad que recae
sobre él recae y a la presión que recibe en el desempeño de sus funciones, el
diplomático vive en un permanente estado de tensión, que a veces le producen
desequilibrios psicológicos e incluso enfermedades. El trabajo en la Embajada en Moscú era
sumamente intenso. A diferencia de lo que ocurría en las relaciones con los
Estados miembros de la UE
–en que buena parte de la actividad y de
los contactos se realizan a través, o con motivo, de reuniones comunitarias-,
en Rusia las relaciones se canalizaban únicamente a través de la Embajada. Las visitas de políticos,
diplomáticos y empresarios eran continuas, por que había que estar en todo
momento de guardia. La visita de José María AZNAR a Moscú en unas
circunstancias casi imposibles –decisión pendiente de la Duma sobre la destitución del
Jefe del Estado Boris YELTSIN,
destitución del Presidente del Gobierno Evgeni Primakov, existencia de un
Gobierno provisional, encontronazo telefónico entre AZNAR y YELTSIN, aceradas
críticas de políticos de la oposición y medios de comunicación contra el
Embajador, insuficiente respaldo del Ministerio que me dejó “a los pies de los
caballos”, el anuncio de mi cese…- aumentaron sobremanera la presión, y mi
corazón no resistió la tensión y sufrí un infarto al término de la visita.
Las
situaciones de tensión vienen acompañadas de una gradual erosión del
privilegiado “status” de que antaño
disfrutaban los diplomáticos. Los asaltos a las Embajadas de España en Lisboa o
en Guatemala, o a la de Estados Unidos en Teherán, constituían una muestra
palpable. Los principios básicos del estatuto diplomático de inviolabilidad deEL DIPOMÁTICO: ESE DESCONOCIDO
José Antonio de
Yturriaga Barberán
Embajador de España
I.-Introducción. II.-Concepto de diplomático: 1) Edad
Antigua; 2) Edad Moderna; 3) Edad Contemporánea. III.- Rasgos
principales del diplomático: 1) Responsabilidad; 2) Disciplina; 3) Servicio
permanente; 4) Riesgos; 5) Desarraigo; 6) Tensión. IV.-Conclusiones
I.-Introducción
El Cardenal de Bernis decía lo siguiente en 1757: “Soy diplomático y hablo en presente porque
lo he sido tantos años, que no puedo desprenderme de las costumbres del oficio.
¿Qué sería del mundo si los diplomáticos se expresaran de un modo inequívoco,
si no cupiera ninguna duda sobre lo que dicen y lo que piensan. Aterra sólo el
pensarlo. Decimos una cosa y damos a entender la posibilidad de lo contrario,
de una manera sutil graciosa como “granus
sali”…Si los demás nos imitaran y, en vez de hablar con franqueza, se valiesen
de rodeos, engaños y medias tintas, las relaciones humanas serían mucho más
tolerables…La claridad, desengáñense, es contraria a la naturaleza. En la
creación no verá nunca nada claro y, cuando crea verlo, es que le engañan sus
sentidos. Supongo que Dios no creó la claridad…”[1]. Estoy de acuerdo
con la primera parte de este aserto, pero no tanto con la segunda. Hay una
opinión bastante generalizada que identifica a los diplomáticos con la doblez,
la mentira y la ambigüedad. Yo voy a expresar mi parecer sobre una carrera a la
que he pertenecido en activo durante 43 años y en pasivo hasta que pase a la otra
vida. No podré librarme del todo del natural subjetivismo, pero trataré de ser
lo más objetivo posible, basándome en mi vivencia personal.
Viene a mi mente el chiste de los
frailes cartujos que están esperando en comunidad noticias sobre su agonizante
Prior. Sale el segundo de a bordo y les anuncia compungido:”Nuestro amado Padre ha pasado a mejor vida”.
Y se escucha una voz anónima que exclama:”¿Aún
mejor?”. Ésta es lamentablemente la opinión que prevalece sobre la “carrière” y que se refleja en obras como
la serie televisiva de Antena-3 “La Embajada ” -donde se
presenta a los diplomáticos rodeados de lujo, intriga, corrupción, sexo y
jolgorio- o en los medios de comunicación tales como el diario digital “El Confidencial”: “La vida de los diplomáticos ha sido universalmente considerada como un
sinónimo de ’glamour’, lujo y privilegios. La fascinación se ha convertido en
indignación. Apenas pagan impuestos, no pagan las multas por infracciones de
tráfico, reciben abultados sueldos y viven en residencias lujosas rodeados de
ayudantes. Son el mito sublime del funcionario”[2].
Además de esta versión “rosa”, existe otra
“negra”: la del intrigante que no repara en medios para conseguir sus fines, se
entromete en los asuntos domésticos del Estado en el que está acreditado y se
dedica al espionaje y la conspiración. Muestra de esta versión son las palabras
del sindicalista irlandés James CONOLLY:”El
diplomático realiza todos los actos que le proporcionen éxito; todo es lícito
si sirve a sus fines. Si es necesario hacer trampas, hará trampas; si le
resulta útil mentir, mentirá; si el soborno le ayuda, sobornará: si asesinar le
sirve, mandará asesinar; si el robo, la seducción un incendio premeditado o una
falsificación lo acercan al éxito, hará cada una de estas cosas. Y a través de
todo ello, el diplomático se mantendrá como la esencia del honor”[3].
A finales de Enero de 1980, la Embajada de España en
Guatemala sufrió el asalto de las fuerzas armadas y de seguridad guatemaltecas,
como consecuencia del cual resultaron asesinadas 37 personas, incluido el
Secretario de la Misión Jaime
RUIZ de ÁRBOL. El Embajador, Máximo CAJAL, pudo escapar con vida de milagro,
aunque resultó herido. Los medios de comunicación se hicieron eco de la
tragedia y las informaciones publicadas revelaron su desconocimiento, o escaso
conocimiento, de la persona y de la función del diplomático, de su actuación y
de su circunstancia vital. Este hecho y las acusaciones lanzadas por algunos
medios contra el Embajador –al que culpaban en parte del ataque por haber
interferido en los asuntos internos del país- me llevaron a publicar un
artículo titulado “El diplomático, ese
desconocido”, que dediqué a “Máximo
Cajal, ex-Embajador de España en Guatemala, compañero de promoción y entrañable
amigo, a quien se ha calumniado irresponsablemente”[4]. En
2007, dedique mi libro “Portugal, Irak y
Rusia” a “los diplomáticos, esos desconocidos”[5] y, en 2015, mi libro “Los órganos del Estado para las relaciones
exteriores” fue dedicado “al ‘diplomático
desconocido’, a los que creen en la diplomacia como medio al servicio de la paz
y a los que la ejercen a pesar de los pesares”[6]. Por todo el mundo hay infinidad de
monumentos “al soldado desconocido”,
pero no conozco ninguno que honre al “diplomático
desconocido”. A lo máximo que puede aspirar un diplomático español es a que
coloquen una placa con su nombre en la escalera principal del viejo Palacio de
Santa Cruz, en caso de que muera en acto de servicio. Siete colegas han sido
acreedores de este honor: Manuel de ALLENDESALAZAR, Pedro de ARÍSTEGUI, Salvador BLASCO, José GALLOSTRA, Orencio MILLARUELO, Ignacio de OYARZÁBAL y
Jaime RUIZ de ÁRBOL.
II.-Concepto de diplomático
La
consideración pública del diplomático ha oscilado entre la exaltación y el
menosprecio. La Real
Academia Española de la Lengua define el adjetivo “diplomático” como “perteneciente a la diplomacia”, término
que es a su vez definido como la “ciencia
o conocimiento de los intereses y relaciones de unas naciones con otras”.
Añade que “aplícase a los negocios de
Estado que se tratan entre dos o más naciones y a las personas que intervienen
en ellos”. El Embajador Miguel Ángel OCHOA ha señalado que el citado
adjetivo califica “la especialidad
dedicada al relato y explicación de los tratos habidos entre las naciones, sus
negociaciones, propósitos, medios y resultados”[7]. Según Eduardo
VILARIÑO, “la Historia de la Diplomacia muestra que, desde sus orígenes, se trata
de una actividad ejercida por unas personas que actúan en nombre de sus pueblos
o entes políticos a los que representan como medio de relacionarse entre sí,
con el fin de negociar pacíficamente asuntos de interés común”[8]. En cuanto
sustantivo, “diplomático” es un término genérico con el que se designa a todas las personas que representan a un
Estado ante otro Estado o ante una Organización Internacional. Comprende, por
tanto, no sólo a los diplomáticos de carrera, sino también a cualquier persona
que forme parte del Servicio Exterior de un Estado. Además de una profesión, es
“una forma de estar” y “un estilo de
conducta”. Como observó André MAUROIS, “ser
diplomático es el arte de exponer la hostilidad con cortesía, la indiferencia
con interés y la amistad con prudencia”[9].
Según el Embajador José SEBASTÍAN
de Erice, desde un punto de vista etimológico, “diplomático” deriva de “diploma”,
un escrito en un pliego –emitido y firmado por un soberano- que podía ser
doblado, en el sentido de reproducción o duplicado, lo que llevaba a considerar
al agente diplomático en un “doble” del Monarca –y posteriormente del Jefe del Estado-
al que representaba en el extranjero[10]. La
concepción de diplomático ha variado a lo largo de la Historia de acuerdo con
las circunstancias y su valoración ha sufrido alteraciones notorias en las
distintas épocas.
1.-Edad Antigua
La figura
del legado tenía un carácter excepcional y a ella se recurría para tratar de
resolver litigios entre tribus, ciudades o pueblos. Su tarea era de carácter
específico y el enviado desaparecía de la escena pública una vez cumplida su
misión. Solía escogerse a personas de prestigio a las que se rodeaba de un aura
religiosa, lo que justificaba que se les diera un trato especial, antecedente
de lo que hoy llamamos inmunidades y privilegios diplomáticos. A lo largo del
Medievo se recurrió a los clérigos por
ser los más cultivados. Ya en el siglo IV, el Obispo CASIODORO decía que “la diplomacia es un arte que requiere de
varón sabio y prudente, capaz de expresarse ante una asamblea sutil y docta, y
no dejarse vencer en el desempeño de la misión por rivales más débiles,
eruditos o ingeniosos”[11].
2.-Edad Moderna
A partir
del Renacimiento empezaron a establecerse la Misiones permanentes y, a
los religiosos, se sumaron como jefes, miembros de la nobleza y de la alta
milicia y, como diplomáticos, miembros de la incipiente burocracia de las Casas
Reales. En el siglo XIV, el Canciller Pedro LÓPEZ de AYALA señaló que los
Embajadores eran “cavalleros buenos, doctores muy letrados, con buen
apostamiento e bien acompañados”[12]. Sin
embargo, la tesis de la “razón de Estado elaborada por Nicolás MAQUIAVELO
empezó a hacerse sentir en la política exterior de los nuevos reinos, y la
intriga, la perfidia y el engaño empezaron a ser aceptados como medios
aceptables de la acción diplomática. A Luis XI de Francia se ha atribuido el
consejo dado a sus diplomáticos:”Os
mienten. ¡Está bien!. Mentid vosotros”. Su Canciller, Philippe de COMMINES
llegó a mantener que los Embajadores no rebasaban el límite de sus atribuciones
cuando se entregaban al espionaje y al “comercio de conciencias”. Semejante
concepción se plasmó en 1604 en la famosa “boutade”
de Sir Henry Wotton:”El Embajador es una
persona honrada enviada al extranjero para mentir en nombre de su país”[13]. En
1684, Jean de LABRUYÈRE afirmó:”Todas las
miras del Embajador, sus máximas, sus haceres, todos los refinamientos de su política
tienden a un solo fin: no dejarse engañar y engañar a los demás”[14]. El
Parlamento inglés prohibió a sus
diputados que hablaran con los diplomáticos extranjeros.
No todos
tenían una visión tan negativa de los diplomáticos. Así, Juan Antonio de VERA
dijo en su famosa obra “El Embaxador”:
“El de Embajador es un oficio que no
admite comparación con ninguno de la República , ni hay otro en que tan necesaria sea
la confianza, la fe, la traza, la virtud, la sangre, la hacienda, la práctica
de negocios, el ingenio, el valor, en fin, todo lo que por todos los demás
cargos está repartido”[15]. Una opinión similar fue expresada un siglo
más tarde por FEDERICO II de Prusia:”Hay
un género de hombres cuyo oficio en la
tierra es tradicional y reconocido por los monarcas. Los soberanos se
envían recíprocamente estas gentes como
embajadores plenipotenciarios, ministros o personas con títulos honoríficos
menos vistosos. Se les utiliza para adormecer envidias, hostigar al enemigo,
sondear las intenciones del vecino conducir las negociaciones y concluir
tratados y alianzas. Para este cargo elíjense hombres con espíritu dúctil y
mesurados, discretos, incorruptibles y que sean capaces de las más amplias
concepciones. Deben poseer conocimiento de los hombres, calar con la mirada
tras los continentes y simulaciones de los distintos estados de ánimo y leer
así los pensamientos secretos de aquéllos con quienes estén tratando. Un largo
hábito ha de enseñarles el arte de adivinar los secretos que cuidadosamente le
traten de ocultar”[16].
3.-Edad Contemporánea
Se alternan en esta época los
comentarios elogiosos de los diplomáticos con los críticos. Albert MOUSSET
señaló que los diplomáticos eran hombre de mundo, no sólo por su rango y sus
relaciones, sino sobre todo por su arte de discernir lo que es conveniente
callar[17], y el
Embajador Jules CAMBON afirmó lo siguiente:”No
conozco profesión que ofrezca más diversos aspectos que la de diplomático. No
existe ninguna en la que haya menos reglas precisas y más tradiciones, ninguna
en la que sea necesaria una exacta disciplina y que exija del que la ejerce un
carácter más firme y un espíritu más independiente”[18].
Entre los comentarios más
críticos, rayanos con el sarcasmo, cabe citar el de José ORTEGA y GASSET:”Estos hombre de la carriére son el universal
‘casi’. Son casi elegantes, casi aristócratas, casi funcionarios, casi
inteligentes y casi donjuanes, pero casi es el vocablo de la ausencia”[19]. En
ocasiones, el “fuego amigo ha procedido de su propio campo. Así, Juan VALERA
hizo una acerada y deliciosa crítica de la acción diplomática del Duque de
OSUNA como Embjador en San Petersburgo, de la que fue testigo presencial[20].
Observó con ironía que, con bailar bien la polka y comer paté de foie-gras estaba todo hecho. Álvaro de la IGLESIA –hermano y tío de
diplomáticos- pone en boca de uno de sus personajes las siguientes palabras:”Tampoco a mi me gusta mentir y, sin embargo,
no hacemos otra cosa. ¡Diplomacia obliga, amigo mío!”[21].
Pero quizás el ataque más acerbo sea el realizado por el diplomático y poeta
mejicano Amado NERVO:
“Oui, je suis écoeuré de la diplomatie!
o, si te gusta más en
español, asqueado.
¡Cuánto necio, si vieras, cuanto necio por
ahí he encontrado!.
Aún cuando Salomón nos dijo que ‘stultorum
numerus infinitus est’, fue preciso ver
y a no ver visto juntos –siempre hubo quórum
donde se encontraban- no lo paso a creer.
Y todos constelados con sus condecoraciones”[22].
Como
contrapunto, cabe mencionar los versos algo pedestres, pero entrañables, de Agustín
de FOXÁ:
“Amigos que en lejanas latitudes
Representáis
de España las virtudes,
del
pino sueco al tropical palmar,
norte
y sur a distancias infinitas,
pagodas,
rascacielos y mezquitas.
¡Toda
la tierra en vuestra emigración!
y del bello salón de la Embajada
al
Consulado en playa desolada
y
la patria en vuestro corazón.
Yo
elegí por poeta esta carrera.
¡Qué
bello es cultivar una bandera,
árbol
que en otra tierra ha de crecer
y
tener una clave que, en cifrados,
guarde
naranjas, vinos y tratados,
salude
a un Papa y felicite a un Rey!”[23].
El
Embajador británico Harold NICOLSON manifestó en 1939 lo siguiente:”Estas son las cualidades de mi diplomático
ideal: Verdad, precisión, calma, paciencia, buen carácter, modestia,
lealtad…Pero el lector puede objetar:’Ha olvidado Vd. inteligencia,
conocimiento, criterio, prudencia, hospitalidad, encanto, laboriosidad, coraje e incluso tacto’. No los he olvidado. Los
he dado por supuestos”[24]. Más
recientemente, Philippe CAHIER ha observado que, a la inteligencia, ha de
añadir el diplomático un sentido agudo de la observación, la capacidad de saber
distinguir las cuestiones importantes de las secundarias, una gran cultura,
capacidad de trabajo y facilidad de palabra. Ha de ser discreto y reservado-
sin dejar de mostrar curiosidad por los problemas ajenos-, aprender a escuchar
y hacer observaciones juiciosas y llenas de de tacto. Es importante que se
mezcle con la población local pues, si no vive más que con sus compatriotas y
sólo frecuenta a los miembros del CD, adquirirá una óptica totalmente falsa del
país en el que está acreditado. Lo mismo le ocurrirá si carece de una
mentalidad abierta y atraerá la enemistad de la población si abusa de la
comparación de los usos locales con los de su país para criticarlos, o si lleva
al extranjero sus hábitos nacionales en lugar de adaptarse y de hacer suyo el
modo de vida del país de sede[25].
Frente a lo
que debe ser un diplomático, también conviene tener en cuenta lo que no debe ser. El Embajador Raimundo
BASSOLS ha elaborado una somera lista, meramente indicativa, en relación
con los “negociadores”, pero que creo
resulta aplicable a los diplomáticos en general. No deberían serlo los
fanáticos, los escépticos, los histéricos, los que no saben hablar, los que no
saben callar, los improvisadores, los ilusos, los ingenuos, los impacientes,
los miedosos, los imprudentes, los frívolos, los “sabelotodo”, quienes no creen
que se puede trabajar en sábado en domingo,
los que se atreven a pronunciar las necias frases “esto es lo que hay” o “¿y qué
más da?”, y a los que efectivamente todo les da igual[26].
Quisiera
insistir en este punto sobre la falaz creencia de que la diplomacia está
intrínsecamente imbricada en la mentira. Como señaló el gran maestro de la
diplomacia y de la política Charles-Maurice de TALLEYRAND, “la diplomacia no es la ciencia de la astucia
y la duplicidad; si la buena fe es necesaria en alguna parte, lo es sobre todo
en las transacciones políticas, porque es ella precisamente la que las torna
sólidas y duraderas”[27]. Ya
en 1717, François de CALLIÈRES había observado que un negociador hábil no
debería nunca fundar el éxito de sus negociaciones en falsas promesas o en la
mala fe. “Es erróneo creer que un
diplomático debería ser un maestro en el arte de hacer trampas, pues de esta
manera se puede obtener el éxito a corto plazo, pero se trataría de un éxito
poco seguro, porque estas tretas siembran el rencor y el deseo de revancha”[28]. La
mentira tiene las patas cortas y –como reza el refranero español- “se pilla
antes a un embustero que a un cojo”. Cuenta Eric SATOW que cuando le
preguntaron a ARISTÓTELES qué podía ganar una persona con una mentira contestó:”que no se le crea cuando dice la verdad”.
Es lo que le ocurrió a Saddam HUSSEIN que –después de haber proferido tantas
mentiras-, la comunidad internacional no le creyó cuando afirmó que Irak no
poseía armas de destrucción masiva y se produjo en 2003 la invasión del país[29].
BALLESTEROS ha señalado que la
diplomacia de hoy ofrece, junto a los aspectos tradicionales por su
atemporalidad, las tipificaciones ordinarias derivadas de integrar un cuerpo de
funcionarios del Estados, de profesionales de la rama administrativa denominada
diplomacia, que forma parte de del servicio exterior y a través del cual se
relacionan los países. La profesionalización de la administración exterior y su
consecuente tecnificación en aras del mejor servicio público al país han ido
transformando paulatinamente al diplomático tradicional en funcionario[30].
Como ha observado el Embajador
Mariano UCELAY, el diplomático debe estar en posesión de ciertos sentidos
claves: En primer lugar, los tres “teologales”: el sentido del Estado, el del
interés nacional y el del honor nacional, y -por lo menos- cuatro “cardinales”
–además, por supuesto, del sentido común-: el de la realidad, el de la
oportunidad, el de la proporción y el del humor. Y, sobre todo, habrá de estar
dotado de instinto profesional [31].
III.-Rasgos principales del diplomático
Según el
Embajador Manuel GÓMEZ de VALENZUELA, en la opinión general, el diplomático
forma parte de un mundo al que no tiene acceso el común de los mortales: un
mundo de lujo, de intrigas, de misterio y de exotismo[32].
Existe una leyenda más bien negra de la carrera, que se debe no tanto a
animadversión –que también la hay en algunos sectores, especialmente a causa de
la envidia-, como al desconocimiento. Como ya he señalado al referirme al
asalto en 1980 de la Embajada
española en Guatemala, se puso de manifiesto el desconocimiento, o mal
conocimiento, de la realidad del diplomático. Al tradicional cliché tópico de
la serie rosa –personaje indolente, superficial, “snob”, que pulula por los “cocktails”
y juega al golf-, se añadía otro de la serie negra: el intrigante conspirador
que se entrometía en los asuntos domésticos de los Estados en los que estaba
acreditado. La realidad, sin embargo, está bien lejos de uno u otro estereotipo.
Es posible que entre los diplomáticos haya frívolos e incompetentes -¿en qué profesión
no los hay?-, pero, si se analiza objetiva y desapasionadamente la situación,
se puede comprobar que el servicio diplomático español está muy por encima del
nivel medio mundial. Por ello, decidí escribir un artículo sobre “El diplomático, ese desconocido”, en el
que reseñaba sucintamente sus rasgos más característicos: responsabilidad,
disciplina, servicio permanente, riesgos para la seguridad y para la salud,
desarraigo y tensión[33].
Transcurridos 36 años -durante los que se incrementó mi experiencia-, mis
observaciones de entonces siguen siendo válidas en lo fundamental.
1.-Responsabilidad
Según la Convención de Viena de
1961 sobre relaciones diplomáticas, es función del diplomático “proteger en el Estado receptor los intereses
del Estado acreditante y los de sus
nacionales”[34]. Sus decisiones pueden
tener importantes consecuencias para los intereses del Estado que lo envía o
para sus ciudadanos y, de ahí, la enorme responsabilidad que sobre él recae. Puede
haber ocasiones en las que el diplomático tenga que tomar, bajo su exclusiva
responsabilidad, decisiones que se aparten de las instrucciones recibidas del
Ministerio de Asuntos Exteriores o que no hayan sido por él respaldadas. Daré
algunos ejemplos a este respeto.
Durante el
conflicto bélico entre Irak e Irán, los medios españoles de comunicación dieron
la falsa noticia de que Bagdad había sido bombardeada y TVE ofreció un
reportaje con fotos de archivo de anteriores ataques. Esto provocó la natural
alarma entre los familiares de los españoles residentes en Irak (3.134
inscritos), pese a que yo envié de inmediato sendas cartas a TVE y a “El País” para desmentir la noticia y
aclarar los hechos. A partir de Marzo de 1985 empezaron a caer sobre Bagdad
misiles iraníes que produjeron numerosas víctimas. Recibí un telegrama del
Ministerio dándome órdenes a que procediera a la evacuación de la colonia.
Teníamos un Plan al efecto un tanto complejo porque -debido a la dispersión de
los residentes- tenía que realizarse simultáneamente mediante tres convoyes distintos
a través de las fronteras con Turquía, con Jordania y con Kuwait. Me reuní con
los Directores de las empresas españolas para examinar la situación y todos
estuvieron de acuerdo en que la evacuación no estaba justificada y que su
retirada del país les ocasionaría problemas con el Gobierno iraquí y pérdidas
económicas considerables. Llamé por teléfono al Director General de Relaciones
Consulares –mi buen amigo Rafael PASTOR- y le dije que no estimábamos
conveniente proceder a la evacuación, y me contestó que tomara la decisión que
considerara oportuna, bajo mi responsabilidad. No hicimos la evacuación y no se
produjo ninguna consecuencia adversa[35].
En Irlanda
teníamos un pequeño Instituto Cultural Español que se auto-financiaba con las
aportaciones de las matrículas de sus estudiantes y el Ministerio sólo pagaba
el alquiler del local y el sueldo del Director. La consignación correspondiente
se retrasó más de un año y, aunque el Instituto contaba con fondos suficientes
para su normal funcionamiento, no podía utilizarlos por existir una disposición
de Hacienda de 1988 que obligaba a ingresarlos en el Tesoro, quien luego los
devolvería a través de las correspondientes consignaciones. Nos veíamos en la
tesitura de tener que suspender las clases en medio del curso y algunos
Directores se vieron forzados a cerrar sus Institutos. Ante la absurda
situación existente a principios del curso 1991-1992, llamé al Director General de Direcciones Culturales para decirle
que –a fin de salvar el cierre del Instituto, con el consiguiente desprestigio de
la institución y perjuicio a los alumnos- el Instituto iba a retener los fondos
recaudados en vez de enviarlos al Tesoro y pagar con ellos a los profesores
contratados. El Director me dijo que, aunque mi proceder no era correcto, lo
comprendía y dejaba la decisión a mi responsabilidad. Así procedí –a riesgo de
que me abrieran un expediente- y, cuando al fin recibimos las consignaciones,
remitimos al Ministerio la recaudación[36].
Algo
semejante ocurrió en Moscú. El turismo ruso hacia España había crecido de forma
exponencial y la Sección Consular
de la Embajada
no daba abasto a la concesión de visados. Necesitábamos aumentar el número de
personal pero, cuando recibíamos el
permiso de Madrid, las contrataciones realizadas resultaban insuficientes y
había que solicitar nuevas autorizaciones. Aunque la Embajada disponía de
importantes sumas procedentes de los visados, no podía ser utilizarlas para
hacer nuevas contrataciones por la obligación mencionada de tener que
ingresarlas en el Tesoro. El personal trabajaba horas extraordinarias que no
les eran abonadas y, poco antes de mi llegada, se había producido un conato de
huelga, En vísperas de un fin de semana largo
a principios de 1997, el personal se negó a trabajar horas extra y había
el riesgo de que numerosos turistas no recibieran a tiempo el requerido visado
y se quedaran en tierra. Llamé al Ministro Abel MATUTES para explicarle la
situación y éste –que “había sido cocinero
antes que fraile”- autorizó, bordeando la legalidad, la contratación de más
personal con los fondos obtenidos por los visados y prometió que presionaría a
Hacienda para que abonara las horas extras pendientes de pago. Hablé con el
personal y todos accedieron a trabajar durante los tres días de fiesta, con lo
que se consiguió resolver la situación. Corolario de este lance fue la creación
en Julio de ese año de un Consulado General en Moscú con suficiente personal diplomático,
administrativo y de servicio[37].
En 1994 se
celebró en Nápoles una Conferencia Ministerial Mundial sobre Delincuencia Transnacional Organizada, a
la que asistieron 78 Ministros de Justicia y 24 de Interior. El Ministro
bi-fronte Juan Alberto BEELLOCH no compareció y tampoco lo hizo el Secretario
de Estado, por lo que quedé al frente de la delegación española…y sin
instrucciones. Los representantes de las Estados miembros de la UE ante la ONU en Viena nos habíamos
reunido para preparar la declaración comunitaria. Varios países –especialmente
Francia y Alemanía- se negaban a incluir en el ámbito de la Conferencia el tema
del terrorismo internacional, pues alegaban que había un terrorismo por
motivaciones políticas. Yo me opuse a la distinción y pedí al Presidente en
funciones –el Embajador alemán- que mencionara el artículo K-9 del Tratado de
Maastricht, que mencionaba la lucha contra el terrorismo y contra “otras formas graves de la delincuencia
internacional”. Ya en Nápoles, en la reunión de las delegaciones
comunitarias previas al inicio de la Conferencia , comprobé que la declaración prevista
no hacía referencia al artículo K-9. Ante ello, me planté y amenacé con
desolidarizar a España de la declaración comunitaria y hacer una declaración
independiente. El colega alemán cedió ante mi “farol” e incluyó una referencia
al Tratado de Maastricht. Afortunadamente para mí, la Superioridad manifestó
“a posteriori” su apoyo a mi
actuación[38].
2.-Disciplina
Como en el
Ejército, la disciplina es una exigencia en la carrera diplomática, y el
funcionario deberá obedecer las instrucciones de la Superioridad y
sacrificar sus opiniones personales cuando no esté de acuerdo con ellas. Ello
no es óbice para que exprese su opinión y exponga sus argumentos. Deberá acatar
las órdenes del Ministerio y, en caso de ir de forma grave en contra de sus convicciones,
debería presentar su dimisión. Yo tuve algunas diferencias de opinión con el
Ministerio tanto en Irak como en Rusia. Durante el conflicto armado
irano-iraquí, Irak había declarado una zona prohibida a la navegación en el
Golfo Arábigo-Pérsico, donde los buques que por ella navegaran corrían el
riesgo de ser bombardeados, e Irán disparaba asimismo contra los buques de
terceros países que navegaban en las proximidades de sus costas. Pese a estos
antecedentes, la Oficina
de Información Diplomática del Ministerio publicó en 1984 un comunicado en el
que se decía que la situación en el Golfo no había cambiado. Envié un telegrama
en el que calificaba el comunicado de “poco
afortunado”, porque las circunstancias no eran las mismas sino que habían
empeorado notablemente, y exponía los argumentos en que basaba mi apreciación.
Recibí a vuelta de correo un telegrama en el
que se afirmaba que mis comentarios eran “improcedentes” e “inadmisibles”
y derivaban de mi “falta de perspicacia”
y de la “intoxicación propagandística”.
Envié una carta a los tres Directores Generales que habían copatrocinado el telegrama
- África, Relaciones Económicas Internacionales y OID-, en la que decía lo
siguiente:
”Es muy probable que la opinión por mí expresada sea desacertada y
carente de validez, dadas mi falta de perspicacia y el contagio de la
intoxicación propagandística de este país, pero mi opinión crítica de los
términos del comunicado en cuestión –por lo que dice y por lo que calla- está
razonada y motivada, a diferencia de vuestro telegrama, cuyo único argumento es
la descalificación personal…No estimo procedente -y difícilmente admisible- que
se califique de ‘improcedente’ e’ inadmisible una opinión motivada, expuesta de
buena de y de forma respetuosa, por el
mero hecho de ser ligeramente crítica…Los hechos son testarudos y están ahí,
por mucho que se quiera desdramatizar la escalada de tensión en la zona…Podría
darse el caso de que, por desdramatizar la situación, se ofrezca una impresión
excesivamente optimista de la coyuntura actual en el Golfo, que tranquilice en
demasía a los navieros españoles y, cuando les ‘toque la china’, sea demasiado
tarde para las lamentaciones…”
Mis temores resultaron
justificados y mis presagios se cumplieron por desgracia. Un mes después del
envío de mi controvertido telegrama de advertencia, la aviación iraquí atacó en
el Golfo al petrolero liberiano “Tiburón”,
en el que faenaban varios marineros españoles, y siete de ellos resultaron muertos
como consecuencia del bombardeo. El Ministerio dio instrucciones de que se
presentara una nota de protesta ante el Gobierno de Irak, lo que se hizo,
aunque yo no estaba de acuerdo con su tenor. La nota fue por supuesto rechazada
y se las relaciones entre los dos países quedaron deterioradas por algún tiempo.
Los ortodoxos estiman que la
disciplina implica aceptar sin rechistar las órdenes del Ministerio y
cumplirlas a rajatabla, aunque no se esté de acuerdo con ellas. No comparto
esta consideración porque, junto al deber de obediencia de un Embajador, existe
su obligación de ser leal a la
Superioridad y exponerle los motivos por los que considere que una orden no sea acertada o
conveniente. En la citada carta añadía: ”Observo
con pesar que la intransigencia inquisitorial no ha sido desterrada de la
política administrativa y parece seguir siendo
deber de un Embajador tener permanentemente en ristre el botafumeiro y
abstenerse de cualquier veleidad crítica como en los mejores tiempos del
franquismo. Yo ya empiezo a estar viejo para estos trotes y lo que no hice en
la dictadura nos estoy dispuesto a hacerlo en la democracia, por lo que
continuaré expresando mi leal opinión, aunque sea discrepante de la verdad
oficial, sobre los acontecimientos que afecten a la Embajada de la que soy
responsable”[39].
Ya había
tenido ocasión de exponer tres meses antes mi posición al respecto en una carta
al Ministro de Asuntos Exteriores, Fernando MORÁN, en la que respondía a otra
suya en la que criticaba mi actitud y me echaba en cara mi supuesta
indisciplina. Le dije, con toda franqueza, lo que sigue:”Porque creo tener sentido de la disciplina, seguiré trabajando con
todas mis fuerzas –pese a mis frustraciones y desalientos- para tratar de
desempeñar mi función de la mejor manera posible, sin reticencias y haciendo
mis criticas abiertamente y con absoluta lealtad…Siempre he dicho lealmente lo
que pienso y he ido con la verdad por delante. Lo que difícilmente puedo es convertirme
–porque para ello tendría que nacer de nuevo y no creo en la reencarnación-, en un Yes-Man” [40].
En Rusia me
ocurrió algo similar en relación con los bombardeos de la OTAN sobre Kosovo, que habían
sido duramente criticados por el Gobierno ruso. Como jurista, estimaba que
tales ataques suponían una violación del Derecho Internacional o que –en el
mejor de los casos- se habían realizado al margen del mismo, ya que no habían
sido autorizados por el Consejo de Seguridad.
En mis conversaciones con el Ministro de Asuntos Exteriores, Igor
IVANOV, él mantenía esa tesis –la misma curiosamente que las potencias
occidentales habían defendido tradicionalmente frente a los desmanes de la
antigua Unión Soviética- y yo tenía que justificar la posición de la Alianza , pese a que, en mi
fuero interno, estaba convencido de su falta de fundamento jurídico.
Cuando el Secretario de Estado
Ramón de MIGUEL vino a Moscú en Abril de 1999 para preparar la visita del
Presidente del Gobierno, José María AZNAR, le puse sobre aviso del tema, que
era uno de los más sensibles para la Federación
Rusa , y mi interlocutor me dijo al final de mi exposición:”José Antonio: Estás sufriendo el síndrome de
Estocolmo y te dejas convencer fácilmente por tus anfitriones rusos”. No
tuve más remedio que callarme, porque -por lo visto y oído-, yo debía ser muy
sensible a la propaganda de los países en los que estaba acreditado. Al llegar
AZNAR a Moscú un mes más tarde le advertí del tema, pero tampoco me hizo el
menor caso y, en su primera rueda de prensa, hizo un encendido elogio de la
intervención de la OTAN
en Yugoslavia, lo que disgustó sobremanera a las autoridades rusas. Ésta fue
una de las razones por las que saltaron chispas en su conversación telefónica
con Boris YELTSIN, con el que no se pudo entrevistar personalmente –pese a
haberse programado el encuentro- a causa de una bronquitis del Presidente ruso.
La prensa española, por cierto, echó la culpa al Embajador por el
“desencuentro” y el propio portavoz del Kremlin tuvo la desfachatez de declarar
que la entrevista no había sido acordada[41]. ¡Siempre
hay Embajadores que lo paguen!.
3.-Servicio
permanente
El
diplomático está en estado permanente de servicio. Como hacen otros
profesionales, no puede “fermer la
boutique”-Embajada o Consulado- hasta el día siguiente y debe estar
disponible en todo momento para, por ejemplo, hacer una gestión urgente o sacar
a un nacional de la comisaría o de la cárcel.
La noche de
los ataques a la Embajada ,
al Consulado y a la residencia del Embajador de España en Lisboa en 1976 la
pasé en blanco. Por indicación del Embajador Antonio POCH, seguí y gravé las
emisiones de la radio y de la TV
portuguesas, incluida la retransmisión en directo por Radio-Club Portuguesa del
asalto a la residencia. El fin de semana largo previo a la visita del Rey JUAN
CARLOS a Moscú en 1997 recibí una
llamada del Secretario General de la Casa
Real , Rafael SPOTTORNO para pedirme que verificara una
noticia trasmitida por la
Agencia “France Press” de que Boris YELTSIN se
retiraría el 5 de Mayo –día previsto para el inicio de la gira real- a
descansar en la villa de Sochi en el Mar Negro. Intenté localizar a alguien en
el Ministerio de Asuntos Exteriores, pero aquello era un erial. En el Servicio
de Guardia, sin embargo, tuvieron el detalle de mandar un mensaje al entonces
Secretario de Estado, Igor IVANOV, quien me llamó desde Estambul para decirme
que se trataba de un bulo y que la visita se realizaría conforme al programa
previsto.
. Incluso
el disfrute las legítimas vacaciones está supeditado a las “necesidades del
servicio”. Durante los dos años que estuve en Liberia no pude gozar de un solo
día de vacaciones, a causa de las continuadas ausencias del Embajador. Un día
en 1978, mientras pasaba mis vacaciones en un lugar del Delta del Ebro donde no
tenía teléfono, me encontré al regresar de la playa con una pareja de la Guardia Civil , que me conminó a
que llamara de inmediato al Ministerio de Asuntos Exteriores. La Superioridad decidió
que interrumpiera mis vacaciones y fuera con urgencia a Ottawa para mediar en
un conflicto pesquero con Canadá.
Quizás el caso más flagrante sea
lo que me ocurrió en Rusia en el verano de 1998. De acuerdo con el Ministerio, había
preparado el plan de vacaciones de los miembros de la Embajada , conforme al
cual yo debería iniciarlas a mediados de Agosto, tras la programada visita de la Ministra de Educación y
Cultura a San Petersburgo para inaugurar una exposición de las “Majas” de
Francisco de GOYA en el Museo del Ermitage. Un par de semanas antes del previsto
comienzo de mis vacaciones recibí una llamada de Esperanza AGUIRRE para decirme
que había decidido retrasar hasta primeros de Septiembre su visita a la antigua
Leningrado y pasar antes un par de días en Moscú en visita oficial. Organicé
apresuradamente la no programada visita e informé a la Ministra sobre el
programa elaborado al respecto. Le anuncié que yo no estaría presente porque en
esas fechas debía co-dirigir con el catedrático de Derecho Internacional de la Universidad de Granada,
Diego LIÑÁN, un curso de verano en Motril sobre Derecho del Mar. Le expliqué
todo estaba debidamente preparado y que sería atendida por el Encargado de
Negocios a.i. Manuel de LUNA y por el Consejero Cultural Juan José HERRERA. Me
contestó que comprendía la situación y que no me preocupara. Un día antes de mi
salida recibí un telegrama en el que se me ordenaba estar en Moscú durante la
visita de la Ministra. Llamé
al Director General de Relaciones Culturales para que me explicara qué había
sucedido y Antonio NÚÑEZ me dijo que AGUIRRE le había comentado a su colega de
Exteriores que era inaudito que el Embajador no estuviera en Moscú durante su
visita oficial. El Ministerio me autorizó a que iniciara las vacaciones y me
dio una comisión de servicio para regresar a Rusia y estar presente durante los
días de la visita ministerial a Moscú y a San Petersburgo. Desde allí volé a
Madrid, en cuyo aeropuerto me esperaba el conductor del Rector de la Universidad granadina,
que me llevó directamente a Motril donde –en vez de la conferencia inaugural-
pude dar la conferencia de clausura del curso por mi dirigido “in absentia”[42].
4.-Riesgos
El
ejercicio de la diplomacia implica asumir graves riesgos en materia de
seguridad y de salud. En el Portugal de los claveles revolucionarios, sufrimos
amenazas y agresiones –amén de una bomba en el Consulado General de Oporto-
tras el anuncio de la condena a muerte de unos terroristas de ETA y del FRAP en
Septiembre de 1975. El objetivo principal del subsiguiente asalto del día 26 a la Embajada y a la
residencia del Embajador era el de apoderarse de éste o de alguno de los
miembros de la Misión
para intentar canjearlos por los condenados. El Ministerio dio la orden de
evacuar a toda la Embajada
–salvo el Ministro Consejero Eloy YBÁÑEZ, que quedó de Encargado de Negocios
a.i.- y envió un avión especial a tales efectos. Tuve que ir con mi mujer y mis
tres hijos al aeropuerto de Lisboa, dejar allí abandonado mi coche y
trasladarme al avión que aguardaba en un lugar apartado de la pista. Allí
estuvimos esperando durante dos horas porque los controladores se negaban a dar
salida al avión. Fue entonces cuando pasé auténtico miedo, pues era consciente
de la presencia de los comandos de ETA y FRAP y de sus intenciones asesinas, y
estábamos atrapados en una trampa que podía ser mortal. Posteriormente supimos
que los comandos habían debatido sobre atacar el avión y que al final habían
desistido por la presencia de mujeres y niños[43].
También en
Bagdad –donde residí con mi mujer y mis dos hijas durante el conflicto armado
irano-iraquí- sufrimos el riesgo de las bombas y de los misiles procedentes de
Irán. En la primavera de 1985 cayeron varios misiles Scud-B de medio alcance en
la capital iraquí. Uno de ellos impactó cerca del Instituto Hispano-Árabe de
Cultura, si bien afortunadamente sólo se produjeron daños materiales. Uno de
los profesores que residía en la sede del Instituto se volvió al día siguiente
a España, porque alegó con razón que no tenía vocación de mártir[44]. Él,
como era contratado, se pudo marchar; yo, como era funcionario diplomático,
tuve que continuar en mi puesto y asumir los correspondientes riesgos.
Como ya he
señalado anteriormente, las fuerzas de seguridad guatemaltecas asaltaron en 1980 la
Embajada de España en Guatemala y causaron la muerte de 37
personas, entre las que se encontraban el Secretario de la Misión , Jaime RUIZ de ÁRBOL
varios miembros del personal técnico y administrativo. Un año antes se había
producido el asalto a y la ocupación de la Embajada de Estados Unidos en Teherán por unos
estudiantes, con la connivencia del Gobierno iraní, y la retención de sus
personal como rehenes durante más de un año[45]
Incluso en la pacífica Irlanda
incurrí ciertos riesgos. En 1988, tres miembros del IRA fueron muertos en
Gibraltar por las fuerzas británicas de seguridad y sus dirigentes acusaron de
connivencia a la policía española. Empezamos a recibir amenazas anónimas
–aunque no lo eran tanto- y tuve que ponerme en contacto con el líder del “Sinn Fein”, Gerry ADAMS para
transmitirle mis condolencias, darle explicaciones y ofrecerle la colaboración
de las autoridades españolas para la repatriación de los cadáveres a Irlanda,
con lo que salvamos la situación[46]
En materia
de salud los riesgos que corren los diplomáticos y sus familiares son
considerables. En Liberia –donde nació mi hijo Enrique- el parto no fue fácil
y, como consecuencia de un legrado mal hecho, estuvieron a punto de perforarle
el útero a mi mujer Mavis, que tuvo que ser intervenida de urgencia. Pese a las
precauciones de toda índole adoptadas –rejillas en las ventanas, mosquiteros,
aire acondicionado, ingestión de quinina…-, mi hijo cogió la malaria[47].
Trasladado de Monrovia a Düsseldorf, tuvimos allí un gran susto. A poco de
llegar, Enrique sufrió un ataque de fiebre muy elevada y los médicos alemanes
no sabían a qué se debía y no encontraban la forma de bajar la temperatura. Consulté
a un amigo médico español que residía en una ciudad cercana y, como sabía que había estado en Liberia,
enseguida acertó con el diagnóstico: un ataque de malaria recurrente. No
encontrábamos quinina en las farmacias de Düsseldorf y tuvimos que pedirla al
Instituto de Medicina Tropical de Hamburgo. Gracias a Dios, fue el último
ataque de paludismo que sufrió.
Estando en
Bagdad, a mi hija Mavi se le infestó una muela del juicio. Acudimos a un dentista
iraquí para que se la extrajera y, tras la extracción, no consiguió parar el
flujo de sangre. Fuimos a la
Clínica católica de San Rafael, donde tampoco lograron
taponar la herida y lo mismo ocurrió en el hospital de Cardiología. Finalmente fuimos al Hospital
Al-Kindi, donde –tras una dolorosa intervención sin anestesia- lograron
cauterizarle la herida e impedir que se desangrara. Pasado el susto, recuerdo
una anécdota de cierta gracia. Era el 26 de Junio de 1986, fecha en la que se
celebraba el partido final del Campeonato Mundial de Fútbol entre Francia y
Brasil, que terminó empatado y requirió recurrir a los penaltis. Observé con
extrañeza que, cada dos minutos, el cirujano entraba en un cuarto adyacente y
regresaba al instante. Luego supe que hacía esta maniobra para ver el
lanzamiento de los penaltis en una TV que tenía en el citado cuarto[48].
Los
diplomáticos se enfrentan incluso a riesgos jurídicos, como los que acaban de
sufrir el Embajador de España en Afganistán, Emilio PÉREZ de AGREDA, y el Secretario
de la Embajada ,
Oriol SOLÁ, que están siendo investigados por el juez de la Audiencia Nacional
Santiago PEDRAZ por dos delitos de homicidio imprudente por la muerte de sendos
policías destinados en la
Misión , y de tentativa de homicidio y lesiones de otros siete
policías heridos tras el ataque realizado por varios terroristas talibanes. Siguiendo
la diabólica lógica de PEDRAZ se llegaría a la “kafkiana” conclusión de que
habría que haber investigado al Embajador Pedro de ARÍSTEGUI por no haber tomado
las medidas necesarias para garantizar la seguridad de la Embajada , puesto que fue
secuestrado en 1985 por una milicia chiita y asesinado en 1989 como
consecuencia de los bombardeos de una facción libanesa o de las fuerzas armadas
sirias. Cabe preguntarle al desnortado juez que si el mencionado profesor del
IHAC, otros miembros de la
Embajada o yo mismo o mi familia hubiéramos muerto o
resultado heridos en Bagdad por los misiles iraníes habría sido yo el
responsable[49].
5.-Desarraigo
El
diplomático pasa buena parte de su vida en el extranjero –en mi caso 21 años- y
pierde el contacto con su país, situación que se extiende a su mujer e hijos
cuando le acompañan en sus destinos. Por ello, necesita volver siempre que
pueda a él para, como Anteo, mantener el contacto con la madre-Tierra. Esto produce
un desarraigo, que le hace difícil su re-adaptación al jubilarse, al haberse
debilitado los lazos con sus familiares, conocidos y amigos, y le hace en
ocasiones sentirse extraño en su propia tierra.
Hasta fechas relativamente
recientes, la esposa solía seguir al marido a dondequiera que fuere destinado y
la Superioridad
la consideraba como un miembro más de la Misión , que debería colaborar con ella “gratis et amore”. Afortunadamente, la
situación ha cambiado en gran medida. La mujer –sobre todo si ejerce una
profesión- se enfrenta a la disyuntiva de tener que abandonar su carrera o sus
quehaceres, o separarse del marido con la consiguiente ruptura provisional de
la unidad familiar. También se produce esta situación en el caso de las
diplomáticas, aunque en que es el marido el que se enfrenta a la opción. Surge
asimismo el problema de la educación de los hijos. ¿Deben vivir con sus padres,
aunque se encuentren en países donde no puedan recibir una educación satisfactoria,
o permanecer en el país de origen en internados o con familiares?. De todas
formas, más tarde o más temprano tienen que separarse de sus padres, sobre todo
cuando les llega la hora de ir a la universidad. Los hijos sufren con los
cambios continuos de colegios –a menudo en países distintos y con idiomas
diferentes- y no siempre se habitúan a ellos. Los que consiguen adaptarse suelen
ser decididos y brillantes, pero los que no, se encuentran desubicados y se
desequilibran, produciéndose incluso casos de suicidio. Por otra parte, como
consecuencia de la vida diplomática, los hijos acaban dispersos por el mundo.
En mi caso, yo estoy casado con una paquistaní, mi hijo –que es también
diplomático- vive “at large” según la
voluntad del Ministerio de Asuntos Exteriores, y mis dos hijas son funcionarias de la Comisión Europea ,
viven en Bruselas y están casadas respectivamente con un danés y con un
italiano. ¡La globalización no es sólo un fenómeno de hoy día!.
6.-Tensión
Debido a la responsabilidad que recae
sobre él recae y a la presión que recibe en el desempeño de sus funciones, el
diplomático vive en un permanente estado de tensión, que a veces le producen
desequilibrios psicológicos e incluso enfermedades. El trabajo en la Embajada en Moscú era
sumamente intenso. A diferencia de lo que ocurría en las relaciones con los
Estados miembros de la UE
–en que buena parte de la actividad y de
los contactos se realizan a través, o con motivo, de reuniones comunitarias-,
en Rusia las relaciones se canalizaban únicamente a través de la Embajada. Las visitas de políticos,
diplomáticos y empresarios eran continuas, por que había que estar en todo
momento de guardia. La visita de José María AZNAR a Moscú en unas
circunstancias casi imposibles –decisión pendiente de la Duma sobre la destitución del
Jefe del Estado Boris YELTSIN,
destitución del Presidente del Gobierno Evgeni Primakov, existencia de un
Gobierno provisional, encontronazo telefónico entre AZNAR y YELTSIN, aceradas
críticas de políticos de la oposición y medios de comunicación contra el
Embajador, insuficiente respaldo del Ministerio que me dejó “a los pies de los
caballos”, el anuncio de mi cese…- aumentaron sobremanera la presión, y mi
corazón no resistió la tensión y sufrí un infarto al término de la visita.
Las
situaciones de tensión vienen acompañadas de una gradual erosión del
privilegiado “status” de que antaño
disfrutaban los diplomáticos. Los asaltos a las Embajadas de España en Lisboa o
en Guatemala, o a la de Estados Unidos en Teherán, constituían una muestra
palpable. Los principios básicos del estatuto diplomático de inviolabilidad de